Posted On 05/04/2024 By In Opinión, portada With 802 Views

Los riesgos de la institucionalización de la fe | David Sánchez

 

Una institución es cualquier tipo de organización humana, que implica relaciones estables y estructuradas entre las personas, que se mantienen en el tiempo, con el fin de cumplir una serie de objetivos explícitos o implícitos.

La Real Academia Española, añade una de las acepciones y significados del término “institución” que es la de “algo humano establecido o fundado”. Se consideran instituciones muchas organizaciones pertenecientes a los ámbitos de la política, lo social, lo cultural o, como es el caso de esta reflexión escrita, al de la creencias religiosas.

Cuando un grupo humano comienza a congregarse y a organizarse  en torno a una idea, una meta o una determinada fe, inmediatamente surge en su inercia fundacional el deseo y la necesidad de alcanzar, lo más pronto que le sea posible, la categoría de institución. Este propósito, parece proceder del impulso natural consecuente del instinto gregario y el deseo de potenciar la expansión de su idea nuclear. Como veremos a continuación, el ámbito de la fe cristiana también está expuesto a esta tendencia y es fácil visibilizarla, aunque tenga modos más sutiles y sofisticados. La triple cuestión es, hasta qué punto este proceso de institucionalización es aprobado por Jesús, si el fundador de la fe cristiana lo desecha como la fórmula más idónea de evangelización y, en qué grado la fe en Jesús y un modelo de existencia institucional son compatibles.

Las instituciones constituyen el paso de un impulso individual a otro colectivo, confieren consistencia, estabilidad y estructuras que aspiran a garantizar de forma oficializada un legado permanente, incluso cuando los miembros fundadores ya no formen parte de ella. Hay organizaciones en las que estos rasgos son comprensivamente fundamentales y totalmente deseables, como lo serían los estados (que precisan más aparato de gobierno cuanto más ostentoso es su deseo de poder)  o, a menor escala, por ejemplo, una familia. Pero, en este artículo nos preguntaremos, si el proceso de institucionalización resulta beneficioso o contraproducente en el caso de la fe, es decir, en qué medida llegar a materializar la fe bajo el amparo de una estructura institucional ayuda y/o pone en riesgo el desarrollo de la propia fe original, cuya base fundacional reivindica, por definición, una proporción superior de los modos celestiales (espirituales) sobre los modos terrenales (propios del hombre).

La cuestión no es baladí. Esta es mi hipótesis, en gran parte derivada de mi experiencia personal y de echar un vistazo más detenido a este aspecto en la historia: una iglesia (entendida como congregación con un mayor o menor número de miembros), que se deja llevar en demasía por esa inercia de naturaleza humana gregaria hacia una organización clásica de tipo institucional, con los matices propios de las religiones, es muy probable que acabe “ahogando” sus principios fundacionales, que en el caso de la fe cristiana, no son otros sino los expresados reiteradamente por Jesús de Nazaret. En mi conjetura, el proceso de institucionalización de la fe cristiana puede suponer una interferencia de máxima capacidad corruptora porque aumenta las posibilidades de desdibujar y desvirtuar el auténtico mensaje del Reino de los cielos, cuyos elementos quedan claramente expresados en los evangelios. Y, por el contrario, en caso de que mi teoría fuese falsa, lo que interpretaríamos de las palabras de Jesús no supondrían rechazo alguno al proceso de institucionalización de la fe que él profería, opuestamente, advertiríamos que él lo promovería y se hubiese ocupado de forma muy insistente y pormenorizada en respaldar este modelo de organización, así como en establecer diligentemente los elementos fundacionales e institucionales que permitirían a la iglesia constituirse y perdurar en el tiempo, siguiendo patrones y el cliché de la manera clásica en la que lo hacen las instituciones típicas asociadas a las formas de proceder del mundo.

Elaboré una tabla que muestro a continuación, con DOCE aspectos que de forma frecuente pueden ser observados y explicados en la mayoría de las instituciones, especialmente las religiosas, incluyendo en ellas a muchas iglesias.

 

12 RASGOS ASOCIADOS A LAS INSTITUCIONES RELIGIOSAS

1 Reglamentos que discriminan lo aceptable (bueno) y no aceptable dentro de la organización  

2 Acotaciones y uniformidad en las acciones.

 3 Poder y estructura jerárquica  

4 Un edificio o templo

 

5 Sensación de estanquidad y límites en el desarrollo personal

 

 

6 Pérdida de perspectiva

 

7 Fundamentalismo

 

 

8 Sectarismo

 

 

9 Distorsión religiosa de la figura de Jesús y, por extensión, de sus valores

 

10 Minorías silenciadas

 

 11 La mercantilización de la fe

 

 12 Liderazgos ególatras

Seguidamente, desgranaré, una a una, estas características institucionales que pueden alejarnos y pervertir el sentido de la iglesia, más bien, del Reino de los cielos anunciado por Jesús. Y recordaré la infinidad de ocasiones en las que Jesús, mientras estaba en la Tierra con nosotros, trató de advertirnos de este peligro. De hecho, gran parte de su proclama se dirige al “establishment” (los cargos institucionales de los mandatarios judíos de aquel tiempo), reprobando el grado de institucionalización religiosa y social que habían abrazado, cuya consecuencia fue un alejamiento colosal del modo original de sentir a Dios de su pueblo. Tanto es así, que Jesús les comunicó la decisión de Dios de arrebatar la promesa de la llegada del Reino de los cielos al pueblo judío y pasarla a los gentiles que dieren los frutos propios de él. Mateo 21:43. Y, precisamente, esta misma denuncia, fue la que propició su ejecución.

Características de las instituciones que pueden recabar afectando a una iglesia o congregación, como un cáncer consigue que células de un cuerpo se desentiendan del propósito natural para el que fueron diseñadas y acaben operando a su capricho.

 

1 La ley (reglamentos) por encima de la humanidad.

En una institución, la ley representa a los reglamentos, las disposiciones que la fundamentan y describen. En su máxima observancia, hasta las pequeñas costumbres que aterrizaron en una organización religiosa, acaban convirtiéndose en leyes, incluso aunque no sean escritas. Forman lo que podemos llamar cultura de esa iglesia. Cuando Jesús sentencia que “el sábbat ( día de reposo) llegó a ser por el hombre y no el hombre para el sabbat” (Marcos 2:27), está remarcando el problema institucional de la celebración del sabbat, si se antepone a la necesidad de un ser humano en ese día. Jesús, profundamente humano y, si se quiere,  humanista, antepone en valor las necesidades humanas a cualquier ley o costumbre de una congregación. Cuando un cristiano ve a un ser humano (cristiano o no) que padece alguna necesidad, automáticamente debe saltar el deseo de ofrecerle ayuda, como si se tratara del mismo Cristo, e independientemente de su credo, como nos exhorta el Maestro. Y todo lo demás ha de ser relegado a un segundo lugar de prioridad, al ser considerado ya menos importante y menos urgente. Sucedió lo mismo con la mujer sorprendida en adulterio a quien querían apedrear. O cuando visitaba o ayudaba a los gentiles (gente no judía), o cuando sus discípulos comían sin lavarse las manos, o cuando comía con pecadores y gente “impura”. También sucedió cuando  Pablo y Pedro discutieron sobre si, una vez se abrazaba la fe cristiana, se estaba o no libre de comer lo que la ley judía prohibía. En resumen, los gentiles no tienen por qué respetar esas costumbres convertidas en leyes, determinaron. La necesidad, el perdón, la empatía o la libertad en la alimentación, pues “no es lo que entra por su boca lo que hace a un hombre impuro sino lo que sale”, son más importantes que las costumbres, los castigos o los sacrificios. “Id y aprended lo que significa Misericordia quiero y no sacrificios”, Mateo 9:13. El mismo Jesús recriminaba este proceder que tendía a hacer creer que la observancia de la fe estribaba en cumplir la ley y las costumbres. Ya lo decía el propio Jesús recordando lo dicho por el profeta, “este pueblo, en vano me honra enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (Marcos 7:7). Puede que parezca adecuado construir doctrina con la letra de las enseñanzas de Moisés, Jesús o los apóstoles, pero si esa doctrina comienza a alejarse de los principios de Dios, lo que se logra es institucionalizar la fe, convertirla en otra religión popular ritualista más, con la grave consecuencia de oscurecer la visión de lo dicho por Jesús, quien aseveraba que su doctrina no era de ese estilo mundano basado en costumbres y caprichos de hombres, sino que procedía del mismo Dios que le envió, Juan 7:17. Este proceso doctrinal conduce siempre a un final en el que se presta más atención al cumplimiento de las leyes que a la manifestación de los valores espirituales. “La letra termina matándote, mientras que lo espiritual es lo que te da vida”, sentenciaba Pablo. 2ª Corintios 3:6. El resultado del fundamentalismo literal a lo largo de los siglos ha sido infinidad de “doctrinas” netamente humanas, aunque predicadas como de origen divino, ocasionadas por infinidad de “maestros de la fe” quienes, como los escribas e intérpretes de la ley judía, segaron hasta desdibujar el mensaje nuclear de Jesús. Lo que luego queda son, confesiones religiosas con perfiles muy bien definidos y conocidos por la cultura (cultivo de valores) que han desarrollado escrupulosamente y que llega a cobrar entidad en sí misma, es decir, llegan a cobrar tanta potencia y consistencia que ya nadie puede variarlas, ni siquiera quienes las fundaron, ni aunque lo pretendieran.

 

2 Acotaciones y uniformidad.

La primera consecuencia del punto anterior es una vida centrada más en qué no debemos hacer, más que en el potencial inmenso de cuanto podemos hacer. La dinámica institucional nos hace terminar en nuestras vidas girando en torno al cumplimiento de leyes y costumbres, para llegar a tener vidas institucionalmente correctas. ¿Cómo lo consigue? Pues, en las instituciones religiosas es aún más fácil, ya que el incumplimiento de lo estipulado como norma y ley en una congregación conlleva la reprobación divina automática, lo que descriminaliza y facilita la consiguiente reprobación de toda la congregación. Es más, no solo se aprueba esa recriminación “fraternal” sino que se fomenta y considera un deber cristiano. En una guerra se producen cientos de víctimas que mueren a causa de balas y armas de soldados de su propio bando, se le llama “fire friend” (fuego amigo). En las iglesias existe lo que una vez di en llamar “fire brother” (fuego hermano), fácil de observar si recordamos la propia acción de Judas Iscariote. Al final, se consigue que el fiel, sea eso, fiel, pero más que por el convencimiento de la propia fe y una auténtica experiencia espiritual, por temor al rechazo o castigo divino. Pero, si lo que hacemos en favor del prójimo lo hacemos por cumplir una ley, sin que nos mueva un verdadero sentimiento de amor genuino y espiritual, eso no es amor. Es algo respetable, pero llámale deber humanista o acto para librarnos de la mala conciencia, pero no es amor. El resultado es la uniformidad de los miembros de la iglesia, es decir, se mutila y sacrifica la variedad de formas de sentir y celebrar la fe para personalmente evitar el topar con la frontera de lo que el estricto y omnipresente reglamento ve mal, que en muchas ocasiones coincide con la perspectiva única y subjetiva de quien la dirige, que además se atreve a afirmar sin tapujos, que su palabra coincide con la de Dios porque el Altísimo se lo ha revelado, o a la luz de su interpretación personal y descontextualizada de ciertos versículos, de los que hay para todos los gustos. Este suceso a veces se produce de forma inocente e involuntaria, y otras bajo cierto impulso consciente de una creencia asumida de ser esa y no otra, la voluntad de Dios. Es decir, se usan las Escrituras como herramienta de imposición de determinadas opiniones o posiciones, quedando el seguidor de Jesús deslegitimado e incapacitado para discrepar u oponerse, aunque su posición pueda ser más cercana a la de Jesús. El resultado es que se pierde la autonomía espiritual que confiere el espíritu de Dios y se sigue (imita) más a quien dirige la institución que al propio Jesús.

No nos centremos, pues, en el imperativo de la ley y las costumbres de la congregación, pongamos todo el esfuerzo en el acto auténtico de amor, como el que movía a Jesús. Y no nos sintamos tranquilos hasta que notemos que nos brota el amor sublime, el que habló y materializó Jesús, sin sesgo alguno. En ese estado nos sentiremos “libres de la ley” (Romanos 7:6), que lo único que logra es mantenernos “abajo” (como pecadores irrecuperables), sentimiento del que Jesús quiso librarnos con su muerte, mientras que el espíritu libre que nos debe mover es de otro tipo, más novedoso y puro, en un proceso de desarrollo sin tope, hacia el infinito, versátil (capaz de manifestarse brillante y triunfante en muchos ámbitos de la vida) y místico (con valores superiores y modos de sentir incapaces de ser reproducidos por las formas y creencias terrenales).

 

3 Poder y estructura jerárquica.

Cuando observamos de cerca a las instituciones humanas, vemos que se da una importancia crucial al establecimiento de jerarquías: distintos niveles de poder decisorio y sancionador, que conllevan diferente trato y respeto. En las instituciones existen y todo el mundo aspira a ello, carreras de ascenso vertical: deseos de promoción a las posiciones de mayor prestigio y autoridad. Esto provoca una de las mayores disconformidades y reprimendas en Jesús hacia sus discípulos. Conocido es el pasaje donde ellos disputaban el puesto en el estrado que les situara a la mano derecha del Maestro. “El que quiera ser el mayor será el servidor, que sea el siervo de los demás”, sentenció él.  (Mateo 23:11). La jerarquía en el mundo espiritual de Jesús, si se la puede llamar así, está paradójicamente invertida. “Su Reino no es como los de este mundo” (Juan 18:36). Si no se evidencia esta subversión en una comunidad cristiana, es que se parece ya más a una institución mundana que a la aspiración espiritual del Maestro. La forma en que se manifiesta la estructura jerárquica de una iglesia constituye una de las mejores señales de que en una congregación se está institucionalizando la fe. Cuando esto sucede, existen claras escalas de poder, y pocas muestras de servicio en quienes ostentan cargos (que no cargas). Son estos “mandos” los primeros en acabar aburguesados y anquilosados, esclavos y perdidos en laberintos con bucles donde no hay progreso alguno, solo rutina y costumbre, revestida a veces de cierto halo de engreimiento y complacencia. Lo más lejano al mundo espiritual que Jesús propone.

A ojos de la comunidad y acordes al pensamiento de Jesús, quien en una iglesia goce de autoridad debiera parecer a los ojos externos, como un “pringao”, alguien a quien el servicio y el amor le mantienen ocupado y entregado a la causa… ¡las 24 horas del día!

Hay que distinguir entre los conceptos de autoridad y poder. La autoridad es ofrecida por quien la ejerce y reconocida por quien la acepta. El poder, en cambio, se impone, siendo su aceptación condición sine qua non para permanecer integrado en la estructura y con mecanismos de censura y exclusión, si fuesen necesario, hacia los que se salgan de este marco esperado. De Jesús, decían que “les hablaba como alguien que tiene autoridad” (exousía, capacidad, competencia), y no como los escribas”, añadía Mateo. (Mateo 7:29). Los escribas utilizaban el poder en su forma de impartir la sabiduría de las escrituras mediante la imposición de correctivos ante el incumplimiento de los (sus) reglamentos, leyes y costumbres ajenas, maleando por completo el sentir de Dios y desfigurando su imagen en el pueblo. Este tema era algo que encendía la rabia en Jesús, lo que hacía que lo denunciara de continuo. Jesús habla con autoridad y presenta la fe en sus valores devolviendo la verdadera imagen de su Padre, Dios, pero no lo impone jamás, y bien que podría, pues tanto él como Dios Padre gozan de poder para imponer. Corresponde a cada cual abrazarla o seguir el camino contrario, donde las consecuencias las presenta Dios como negativas e inherentes al camino desviado optado. Y si él no impone la fe, ¿quiénes somos nosotros para imponer, ya no la fe, sino reglamentos y opiniones que escapan al credo vital y espiritual de Dios?

 

4 Un edificio o templo

 Cuando un grupo de cristiano se congrega, parece del todo conveniente la construcción de un edificio, un lugar físico donde reunirse periódicamente para intercambiar mensajes y recordar los reglamentos. Ese lugar es en ocasiones considerado y tratado, con más o menos matices, como  “la casa de Dios”. Es una costumbre con arraigo en todas las religiones y, especialmente, en la judeocristiana. La edificación da visibilidad externa a la congregación y se espera que se trate de un espacio donde se acortan las distancias y se facilita el crecimiento espiritual. Son visto como portales que facilitan la comunicación con Dios. En lo que llamamos mundo, notamos que, cuanto mayor es un colectivo, mejor está constituido institucionalmente y, por supuesto, gozan de edificio o edificios insignes conocidos. Pero, en el caso de las iglesias, se conocen templos en los que más bien observamos campanas de cristal de aislamiento, de uso terápico contra la soledad, refugios anti hostilidad del mundo y resonadores de los mensajes, más o menos inspirados, de su jerarquía dirigente. ¿Es posible una iglesia sin templos? No solo es posible, es que fue la fórmula original en la que se desenvolvió la primera iglesia que se expandía al principio de la corriente cristiana, más o menos hasta el siglo IV. Algo normal, pues el contexto de persecución era incompatible con la disposición de casas similares a sinagogas o templos ya que les expondrían a las detenciones y el martirio. También ayudaba a ello la creencia de que el fin del mundo estaba muy próximo. Por eso, durante ese tiempo, la palabra iglesia (“llamados a salir fuera”) no se vinculaba jamás al concepto de edificio, sino al de asamblea, aquellos que, “saliendo” del mundo (dejando de pensar y actuar como el sistema esperaba), se veían en distintos lugares para vivir en armonía y consonancia con los valores espirituales de Jesús.  Fue Constantino quien estableció como culto imperial el cristianismo en el Imperio romano en el año 313. Y lo que puede ser visto como un avance y alivio en la cristiandad por dejar de ser perseguida, también puede verse como el inicio, sin vuelta atrás, de los procesos de institucionalización de la fe que han influenciado irremisiblemente en su curso. Así lo confirma la historia.

Fuer Jesús quien fulminó la idea judía de “templo=casa de Dios”. El día en que echó del templo a los cambistas, éstos le increparon y espetaron pidiéndole explicaciones y en qué poder basaba su acción. “Destruyan el templo y en 3 días lo reconstruiré”, les dijo. No entendieron que hablaba de su propio cuerpo como nuevo templo de la casa de Dios, el lugar físico en el que Dios se alojaba, hasta el día de la resurrección. Pero, los apóstoles aprendieron algo más a partir de entonces, el soporte físico donde Dios se alojaría asumiendo la función de templo serían los cuerpos de los creyentes que siguieran su camino:

“¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” 1ª Corintios, 6:19.

Así que ya la iglesia está formada por Jesús, reinando y brillando junto a y dentro de los cuerpos y las mentes de seguidores. No ladrillos, ni imágenes, ni capillas… “porque donde están dos o tres congregados en mi nombre y puestos en armonía, allí estoy yo en medio de ellos”, Mateo 18: 19-20. Jesús no practicaba la fe en las sinagogas, sino fuera de ellas. Si el cristianismo solo se exhibe en el entorno de las cuatro paredes del templo de una iglesia, no es cristianismo, es religión. El lugar de confraternización es secundario y solo medio para alcanzar el fin. El continente no es más importante que el contenido y puede adoptar innumerables formas.

Es la misma cantinela mencionada anteriormente. La letra y los templos, no son malos en sí mismo, pero lo son cuando obstaculizan los principios espirituales del Reino de Jesús, si la dinámicas que generan instalan lo segundo por encima de lo primero, lo efímero sobre lo eterno, exactamente el mismo error que vemos que cometían y cometen, una y otra vez, el pueblo judío en su historia.

¿Te has preguntado alguna vez por qué Jesús no dedicó ni un segundo a escribir su evangelio o a edificar templos? Pues eso, seguro que ya veía venir los riesgos.

 

5 Sensación de estanquidad y límites en el desarrollo personal

Es cuestión de tiempo, cuando lo espiritual no fluye o lo hace de manera sesgada por la impregnación de los modelos institucionales mundanos, sucede una de estas tres posibilidades: o bien el árbol se seca por falta de agua, o bien una rama se desgaja para formar el brote de un nuevo árbol, o bien adquiere la forma hermosa, pero también perversamente anti natura, de un bonsái institucional.

Los primeros síntomas de ello son la vida en bucle con repeticiones cansinas de los mismos mensajes, la sensación de sequedad espiritual y falta de avance interior y dificultades para el mantenimiento del brillo de la Luz que un día prendió. Lo normal será entonces que se autoculpen e interpreten su situación como un castigo divino o, peor aún, que se culpe a otros miembros favoreciendo la aparición del temido “fire brother”. La vida espiritual debe conducir forzosamente a un avance notable en todos los ámbitos de la vida, a eso le llamamos trascendencia, y ese es el impulso espiritual que nace cuando se conoce a Jesús y su plan.

 

6 Pérdida de perspectiva

 Hay instituciones que olvidan sus orígenes. Un partido político puede caer en el error de olvidar su principal objetivo, que es el de servir a la “polis”, al pueblo. En ese instante pierde la perspectiva y ya no ve ciudadanos, ahora solo es capaz de ver maldad en el partido que gobierna y, en el resto de personas, votantes a los que insuflar mediante la manipulación aquellas ideas que le interesan para alcanzar el poder. Un banco puede dejar de sentirse promotor y ayudador de ideas empresariales y de las familias que aspiran a tener un hogar digno, hasta tornarse en una gran organización especuladora que aumenta sus beneficios a consta del aumento injusto de los intereses impuestos a los clientes, o incluso, en el caso de las grandes empresas, a costa del bloqueo de salarios a los empleados mientras los asesores y gestores se forran.

En una iglesia donde el reglamento genera una cultura fundamentalista y conservadora, su membrecía puede llevarnos a ver en la gente de alrededor (incluso en la familia) solo almas que se perderán (prejuzgándolas por su credo, no por sus obras). Lo más grave es que, este error de perspectiva y percepción termina afectando a todo el conjunto de principios y conceptos que emanan de la fe. Las más grandes verdades son percibidas con mayor contraste por nuestro espíritu que por la razón, que con mayor probabilidad puede terminar manchándolas y imprecisándolas.

 

7 Fundamentalismo

 El fundamentalismo marca con doctrinas personales fronteras que si son traspasadas, ocasionarían exclusión y expulsión.

El fundamentalismo suele basarse en estudios e interpretaciones serias y aparentemente reveladas de las Escrituras. Es increíble lo que puede conseguir la interpretación subjetiva y descontextualizada de unos pocos versículos, unido a la consideración radical de que, tal y como son escritos en las Escrituras, son palabras literales de Dios. Los “fundamentos” del Reino de Dios son mucho más simples y sencillos de lo que la mayoría de los estudiosos de la Biblia han creído siempre y han de estar por encima de cualquier estudio bíblico, por muy sabio que sea quien lo firme. Leamos las bienaventuranzas y ya podemos hacernos una idea. Está tan al alcance de la gente que Jesús se esforzaba en esclarecerlo y desligarlo del simple cumplimiento de normas y rituales. Los fundamentos se resumen en unas pocas palabras: arrepentimiento, perdón, fe, compasión, justicia, inclusión, nacimiento espiritual, servicio y, sobre todo, AMOR, con mayúsculas. Alguien humanista puede estar cerca de estos comportamientos, pero en el mensaje de Jesús adquieren unos matices que superan la mera filantropía o la ética. Muchos caminos espirituales recorridos en la historia de la humanidad por gente mística, e incluso humanista, se acercan a estas nuevas dimensiones de lo espiritual y son dignos de admirar e incluso estudiar, pero, nadie más que quienes siguen a Jesús llegan a conocer con algún detalle estos caminos espirituales y el poder salvador (sanador) que conllevan.

El fundamentalismo de “lo institucional” consigue distraer nuestra atención a esos principios y nos llevan una y otra vez a la doctrina, los ritos, las costumbres, la pérdida de autonomía (la libertad que surge de conocer la Verdad), las jerarquías, las prohibiciones o al sentimiento de culpabilidad pecadora permanente. Y atención a quienes atacan a los fundamentalistas mediante otros principios doctrinales, ostentosos y aparatosamente bien articulados, pues pueden serlo tanto o más. Es muy fácil caer en estos callejones con pocas salidas.

 

8 Sectarismo

Entre las instituciones religiosas más radicales, en la que sus miembros pierden toda perspectiva personal, se encuentran las sectas. En ellas, el dirigente o los dirigentes son vistos como la imagen visible de Dios mismo, no hay espacio para la duda, la vida diaria se aleja de lo cotidiano y el fanatismo normaliza conductas y costumbres hasta niveles insospechados, claramente contrarios a los del mensaje de Jesús.

Piensan que una institución que se precie “compite” con las otras y, para sobrevivir, debe recalcar e instruir a sus miembros aquellas creencias que las hacen la más acertada anulando su pensamiento crítico. Esto comporta dedicar algún tiempo a explicar en qué aspectos las otras instituciones son peores opciones o están equivocadas. A veces, en algunas iglesias institucionalizadas, se enseña a sentirse como la más acorde a lo dicho por Jesús. Si caminan acordes al modo de pensar clásico de las instituciones humanas, existe una equivalencia clara. “Decir que aquello en lo que mi iglesia cree es lo más cercano a lo que espera Jesús, equivale a decir que las demás iglesias están equivocadas”. En otras palabras, hay iglesias que dedican gran parte de su energía, no a vivenciar el evangelio y proclamarlo desde las obras, sino a diferenciarse doctrinalmente del resto de iglesias.

No hay pueblo religioso que, por su fe, no se sienta como el pueblo elegido, lo que excluye a todos los demás. Pienso que ese modo de vida cristiana es más cercano al sectarismo que a lo deseado por Jesús pudiendo generar radicalismos.

 

9 En el caso de algunas iglesias cristianas, distorsión religiosa de la figura de Jesús, y por extensión, de sus valores.

Verdaderamente preocupante es la distorsión religiosa con la que la fe institucionalizada logra distorsionar la imagen de Dios y de Jesús. Un ejemplo, ¿qué hemos de interpretar cuando Jesús afirma que hay que “amar hasta a los enemigos”, o “mi reino no es de este mundo, si lo fuera mis seguidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos”, o “bienaventurados los mansos…y los pacificadores”, o cuando recuerda a Pedro que, “quien a hierro mata, a hierro muere”, o cuando establece como segundo mandamiento primordial el amor al prójimo? Y así un largo etc.

Jesús es claramente contrario a la violencia y lo respaldó en multitud de ocasiones con sus actos y palabras. ¿Cómo es posible que ciertas iglesias cristianas (muy cercanas ya a instituciones religiosas ad hoc), perviertan este principio cristiano llegando incluso a animar, financiar guerras o alentar el uso de armamentos? Como consecuencia, nos llega una imagen de Jesús, venerada por militares que están dispuestos a matar a desconocidos en su nombre. O de Jesús, llegando en su segunda venida apoyando genocidios de Israel con el pueblo palestino. Esto sucede hoy día con las corrientes cristianas judaizantes que tratan de devolver costumbres judías a los gentiles cristianos o defender a ciegas todo lo que haga el estado de Israel. O con iglesias de pensamiento de ultra derecha en Estados Unidos, que defienden la cultura armamentística o la economía opresiva y especuladora, que explota a los trabajadores y mantiene el sistema clasista norteamericano. De modos similares a estos, queda gravemente desfigurada la figura de Jesús y se cambia por otras intrínsecamente opuestas a lo que él en vida representó. Y esto es solo un ejemplo. La forma en que el mal lo consigue es retorciendo, poco a poco, cada palabra de Jesús y de las Escrituras hasta lograr despojarlas de su significado espiritual y fundamentar acciones en esos principios ya vejados. En estos procesos de clara desfiguración del mensaje de Jesús, la palabra pecado, que también ha sufrido mucha distorsión, le viene al dedo. No puedo dejar de ver el mal.

De forma semejante, muchos términos que definen valores trascendentales cristianos presentes en el evangelio han sufrido profundas distorsiones con el paso del tiempo, paradójicamente teniendo a las propias iglesias de fe cristiana como las máximas responsables de tal afrenta. Libertad, Paz, Justicia, Caridad, Alma, Oración, Arrepentimiento, Salvación, Perdón, misericordia y, quizás la que más, Amor.

Conviene recelar de muchos credos modernos y beber de las primeras fuentes de las que afortunadamente disponemos. Creer en el mensaje nuclear y luego no dejar que nos distraigan y guíen doctrinas o interpretaciones de las que sospechamos, por su alejamiento del mensaje principal de Jesús.

 

10 Minorías silenciadas

Algunas instituciones, por ser humanas, lo que también atañe a muchas instituciones religiosas, perduran años, otras meses y algunas pocas siglos. Pero todas acaban transitando recorridos muy reconocibles parecidos al que muestro arriba en el esquema, inspirado en mi observación personal de muchos años:

En esta figura observamos que hay momentos, asociados a situaciones de crisis o incertidumbre en la institución, en los que surgen personas o pequeños colectivos que lanzan vetos o vías de reformas parciales o totales dentro de la organización, ya sea de tipo doctrinal o de tipo espiritual. Estas minorías se enfrentan en su dialéctica a las dinámicas establecidas representadas por quienes ostentan la dirección surgiendo una de estas 4 posibilidades, muy visibles en las historias de muchas instituciones de fe cristiana:

  • La minoría consigue expandir su propuesta en el colectivo general lo suficiente como para que cambie el rumbo y la dinámica. Supondría esto una señal de debilidad e incompetencia de la dirección quien se ve forzada a la dimisión, el exilio o la conversión en minoría (poco frecuente).
  • La minoría es excluida, expulsada o “invitada” a salir de la institución y formar o no, fuera de ella, otra organización que podría vivir un nuevo “principio”.
  • La minoría no consigue colectivizar sus propuestas y decide auto exiliarse una vez llega a la conclusión de que dentro de la institución no hay posibilidades de un desarrollo afín a sus ideas y creencias.
  • La persona, o la minoría silenciada por la institución, llega a la conclusión de que no se siente ya en armonía con la cultura de esa institución ni con alguno de sus principios fundamentales y, o bien busca otra, o bien decide recuperar la condición de persona “desinstitucionalizada” (ajena a las instituciones).

En los cuatro casos no juzgo la existencia o no de fe verdadera en los miembros de estas instituciones de fe cristiana, ni en quienes las dirigen ni en quienes forman parte de esas minorías antes descritas, tampoco en quienes salen. Primero, porque no me corresponde a mí ni a ningún ser humano, siguiendo lo dicho por Jesús, juzgar a nadie. Mi motivación es mostrar hasta qué punto influyen en las instituciones de fe cristiana los desarreglos y fracasos tradicionales, cuando estas organizaciones se mueven conforme a los modos humanos y olvidan las características de la fe transmitida por Jesús.

 

11 La mercantilización de la fe

            En los reinos del mundo (podría metafóricamente traducirse también como “en las instituciones del mundo”), uno de los fines más deseados es la obtención de riquezas. ¿Por qué? Porque riqueza significa para ellos acumulación de bienes materiales ansiados, estabilidad que da garantías de permanencia en el tiempo, e influencia que conlleva el poder necesario para disponer de más señorío y menor servidumbre, transmitiendo así una imagen disuasiva y respetable a la competencia. En la “institución” de los cielos o Reino de Dios, las riquezas tienen una consideración cero, pues se asocian a lo material y dificultan el desarrollo de la vida espiritual. Te engordan como a un camello e impiden el paso por la puerta angosta cuyo diámetro es el del ojo de una aguja de coser.Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”, Mateo 19:24.

“Llevaos de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado”, Juan 2: 16. Es la sorprendente escena de Jesús echando a los mercaderes del templo. Una de las pocas que queda recogida en los cuatro evangelios. El evangelio de Mateo es aún más explícito…“Y les dijo, escrito está, -Mi casa, casa de oración será llamada; más vosotros la habéis hecho cueva de ladrones-”, Mateo 21:13. Es una brutal definición de hacia dónde conduce finalmente el proceso de institucionalización: hacia la mercantilización de la fe. “Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”. 1ª Timoteo 6: 10. Nótese que quienes son nombrados por su amor al dinero, son creyentes (extraviados de la fe), que acabaron traspasados de muchos dolores.

Cuando la institucionalización avanza termina mutando conceptos. No todo lo recibido gratis se acaba dando gratis, ni siquiera a su precio justo. Las riquezas ya no son un lastre para la vida espiritual sino que son vistas como una señal de bendición, el diezmo acaba en los bolsillos de líderes y no de la gente necesitada, las donaciones de iglesias mayores o federaciones en verdad no son utilizadas para la expansión del evangelio sino para chantajear e instruir en un pensamiento uniforme a las congregaciones más pequeñas (incluso para conseguir posicionamientos eclesiales, políticos y electorales), los ministerios se profesionalizan usando las publicaciones de libros, conferencias y redes sociales como medios de recaudación… Observamos esta curiosa relación proporcional: cuanto más institucionalizada está una iglesia o federación de iglesias, mayor poder económico y acúmulo de riquezas acapara. Desgraciadamente es así, bajo la bandera del evangelio puede moverse gran cantidad de dinero y múltiples tráficos de influencias.

No conviene olvidar que Judas fue seducido, por la institucionalizada fe judía, a ejecutar su traición por 30 piezas de plata. Tengamos, pues, cuidado en acabar siendo “una, nueva, institucional y moderna, cueva de ladrones”.

 

12 Liderazgos ególatras

Utiliza la biblia la palabra kenodoxía (literalmente, opinión vacía) cuando hace referencia a la egolatría. Bíblicamente se traduce con el término vanagloria o vanidad. Es una forma de culto a la propia persona. A veces, ese culto se nos presenta disfrazado de falsa humildad y gran sabiduría, pero cuando escarbamos, es esto lo que se observa:  presunción, egocentrismo, hablar más de sí mismos más que de Dios y un gran esfuerzo en enaltecer “su” obra personal, lo cual se traduce en el uso del nombre de Dios en vano. Con ello no nos referimos a insultar o manchar directamente su nombre o figura, sino a emitir juicios propios, consejos u órdenes auto otorgándose a sí mismos el lugar y la voluntad de Dios.

“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo”, Filipenses 2:3. Vemos en este versículo de Pablo la referencia explícita a este tipo de liderazgo ególatra y cancerígeno. La señal del buen líder cristiano es que subvierte la jerarquía clásica de las instituciones humanas, por la humildad y consideración.

Es muy frecuente observar este tipo de liderazgos dañinos en la iglesia y se traduce, probablemente, en uno de los más graves tropiezos a los que se expone. Las iglesias que institucionalizan la fe precisan de este tipo de cabecillas humanos y ególatras porque generan gran número de discipulado…no discípulos de Jesús, sino discípulos de estos guías.

La vanagloria esconde en verdad una falta o pobreza de fe en quien la exhibe. Porque la persona vanidosa emite afirmaciones públicamente que sin duda no se atrevería a dar de estar Jesús corporalmente visible delante de ellos. Y puesto que sabemos que en verdad Jesús está siempre presente, ello quiere decir que quien se vanagloria y envanece lo hace no sintiendo la presencia real de Dios o logrando mitigarla consciente o inconscientemente. La conclusión es que su fe en Dios es en realidad más débil que su fe en sí mismo, pues de ser más fuerte, no se aventurarían jamás a preponderarse a sí mismos por encima de Jesús. Lo que hagamos hay que hacerlo sintiendo a Jesús presente.

Jesús indicó qué característica es la opuesta y recomendable para sus discípulos, “negarse a sí mismos”, Mateo 8:34. Pero, no se trata de invalidarnos y auto alienarnos, como muchos han malinterpretado. Se trata de que el mensaje y los valores de Jesús siempre estén brillando por encima de “lo nuestro”. No es ocultar o menospreciar nuestros talentos, que también proceden de Dios, todo lo contrario. Se trata incluso de incrementarlos con nuestro desarrollo espiritual para ponerlos siempre al servicio de la causa de Jesús.

¿Qué maneras y fundamentos pues, son las que deben vertebrar la fe cristiana cuando no prioriza los modos humanos que institucionalizan la fe?

Esta fe, en primer lugar, debería no traducirse en organizaciones, sino en organismo. Puede que a los ojos de los hombres las iglesias pudieran parecer lo mismo que sus instituciones, pero no dentro de una congregación de fe cristiana robusta. La iglesia aparece en el nuevo testamento como un cuerpo, un organismo donde el todo es más que la suma de las partes, lo que une es la fraternidad y la vida espiritual, en las cuales quien dirige es el último en imponer su poder y el primero en servir, lo que le dota de una autoridad reconocida. La piedra angular es la fe en el mensaje de Cristo y no la piedra de un templo, ni mucho menos una persona. La fe se vive fuera, entre pecadores y gente de buen corazón que busca la verdad. Es decir, entre gente no creyente o gente que cree en un Dios desconocido al que buscan. Por supuesto que se reúnen en muchos tipos de asambleas, pero la fe es una luz que debe terminar brillando donde hay oscuridad, no sirve de mucho donde hay otras luces.

En segundo lugar, las puede y debe dirigir Dios, que no es ni más ni menos que aceptar y vivenciar sus principios y valores. Si es dirigida más por los hombres que por Dios, éstos lo harán siempre inspirados en sus modos, algunos pudieran parecer acertados y eficientes, pero en muchas ocasiones serán opuestos y distorsionadores.

En tercer lugar, no hay que confundir tener fe con disponer ya de la revelación absoluta. Quien tiene fe, sigue teniendo dudas e incertidumbres en las situaciones de su vida cotidiana, si no, no sería fe. No puede  ningún creyente llenarse de arrogancia y presunción predicando a los cuatro vientos ciertas afirmaciones personales a las que cree, con absoluta seguridad, que son así como también las piensa Dios. En el cristianismo hay varios principios absolutos a los que tenemos acceso desde la fe. Pero hay otros muchos aspectos que jamás entenderemos ni por asomo. Solo sentiremos que, si progresamos en el camino, cada vez nos aproximamos más a la meta, pero no nos es dado a  nosotros la facultad, ni mental ni espiritual, de conocerlo todo a la perfección aquí en la tierra. Por eso hemos de tener mucho cuidado en nuestras opiniones o sentencias, porque con ellas representamos a Dios en la tierra y, si lo hacemos sin humildad, y con la mentalidad de poseer la certeza absoluta, desde el desastroso sesgo del fundamentalismo o del sectarismo, terminaremos causando daños mayúsculos. Es también por ello, por lo que hemos de tener respeto y flexibilidad a la hora de escuchar las diversas formas de entender y vivir la fe de cualquier persona y minoría, sobre todo si cuanto expone y defiende es acorde con el mensaje nuclear de Jesús. “Porque quien no está contra nosotros, con nuestra causa está”, Marcos 9:40.

En cuarto lugar, no solo no debemos juzgar y recriminar las posiciones de otros hermanos y hermanas en la fe, por su forma de entenderla o vivirla, sino que tampoco hemos de hacer este juicio de valor con la gente no creyente o no practicante. Existe, ya de nacimiento, una ley escrita por Dios en los corazones de los hombres y mujeres. Y hay muchas personas que llevan años tratando de vivir los valores morales humanistas que emanan de esta ley, de muy diversas formas. Ellos y ellas son ovejas que al oír la voz del verdadero Jesús y la grandeza de su mensaje, amable e inclusivo, podrían en un futuro acercarse a la dimensión espiritual donde esa impulso de conciencia natural se consuma con el complemento de los valores cristianos que despiertan la consciencia espiritual y nos dotan de un mayor sentido y necesidad. Recordemos que la persona que Jesús señala en el evangelio como la persona de mayor fe ni siquiera era judío instruido en las Escrituras, era un centurión romano. Mateo 8:10. Podríamos encontrarnos con la misma paradoja de gente de mucha fe espiritual…fuera de las iglesias, o gente creyente y fiel en otras distintas a la nuestra.

Por último y en quinto lugar, hay muchas formas de vivir la fe, no hay una única forma. La nuestra será el resultado de conocer nuestros talentos, nuestra vocación, nuestra profesión, nuestros roles sociales y a lo que sintamos que Dios nos llama. Después, en estos aspectos, tratemos de impregnarlos de los valores cristianos contando a la gente en cada oportunidad que se tenga, por qué somos como somos y creemos en lo que creemos. Unir a la moral humanista que propugna la paz, la igualdad, el sentido de la justicia, la solidaridad, la filantropía, la ecología y el respeto a la dignidad de todos los seres humanos, aquellos otros valores que Jesús enseñó para mejorarnos, como personas individuales, y también como especie. Nos referimos a los mencionados por el humanismo, pero ya perfeccionados y redefinidos por lo que de ellos dijo Jesús, y a otros nucleares como son el arrepentimiento, el perdón, el desapego a las riquezas, la vida espiritual, la oración que medita sintiendo la presencia mística de Dios, la búsqueda permanente de la verdad, el camino recto de la virtud, el pacifismo y la pacificación, la compasión, la esperanza incluso en lo porvenir tras la muerte, la verdadera fraternidad fruto de sabernos linaje e hijos de un mismo Dios Padre, y el Amor sublimado que lleva a la inclusión plena, e incluso hasta a amar a los enemigos. Quienes potencien estos caminos en sus vidas desde la fe en la fortuna y “bienaventura” que Jesús nos promete, forman el Reino de los Cielos que toca los pies aquí, en la Tierra, pasando de las palabras a los hechos, desafiando y trascendiendo los principios opuestos visibles en los reinos e instituciones clásicas del mundo. Un Reino que es flexible y capaz de hacerse visible, brillante y poderoso en cualquiera de los contextos y dimensiones espaciotemporales que nos toque vivir.

Querido hermano o hermana creyente, ¿a que ya empiezas a tener en tu mente sospechas relativas a la confirmación o refutación de la hipótesis que te presenté, al principio de mi escrito, sobre este importante dilema?

Deseo ardientemente que no sufras nunca “fuego hermano”, que tu fe consiga desligarse de la influencia de los fundamentalismos, que te sientas formar parte de la iglesia organismo y, que no tengas jamás que exclamar, como dijo una vez Don Quijote “con la iglesia (institucionalizada) hemos topado, Sancho”.

 

 

 

 

David Sánchez Garrido

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