Madre nuestra que estás en los cielos
Tú que generas vida de la nada por el infinito y poderoso amor que llevas en ti. Por el Amor que eres, y es, desde Ti. Por el Amor que junta huesos secos, músculos atrofiados y cartílagos tiesos para convertirlos en vida abundante.
Tú, que te das hasta vaciarte, hasta donarte encarnada y crucificada a tu propia creación.
Santificado sea tu nombre.
Sea tu nombre bendito por siempre y para siempre. En lo ancho, alto, hondo y profundo de lo que puedo reconocer e imaginar. En el horizonte sin límites que nos contiene sin que lo podamos medir.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Lo que tú quieres y propones es mejor que lo más que yo puedo pensar y hacer. Aunque en realidad yo no lo pueda entender plenamente. Ciertamente es más sabio un salto a tu abismo que mil años atrapado en mis posibilidades.
Teresa lo dice bien: Tú no te mudas. Sólo Dios basta. Tu amor, frente a mis precarias y crudas conclusiones, es suficiente.
El pan nuestro de cada día dánoslo hoy.
Es muy duro reconocer tu plenitud en mi escasez. Es peligroso hablar de tu provisión en medio de la avaricia que monetiza y mastica las cosas. Es absurdo darte gracias por el pan de cada día mientras participamos del egoísmo antropocéntrico que se traga los recursos de la creación desde la prepotencia de pensarnos especiales y eternas.
No es conformismo ni escapismo ni quid pro quo. Porque no es ‘dámelo’ sino ‘dánoslo’. A todas. Sin exclusiones ni vales de privilegio. Sin acaparamientos ni manipulaciones del mercado. Sin majaderías clasistas ni centaverías evangélicas.
Pan para todas. Todos los días. Sin surplus capitalizable ni camaraderías jerarquizantes.
‘Hoy’ se conjugan nuestras dignidades en Tu Verbo para dejarte una oración de trabajo y esperanza.
Perdona nuestras ofensas
Intentar racionalizar el odio con codificaciones penales genéricas, justificaciones mediáticas manipuladas, y vestirlo de preocupada y ofendida moralidad, frente al asesinato vil de seres humanos vulnerables y expuestas a la hiel, al privilegio militar y al prejuicio social, es lo que nos hace llegar arrodilladas al altar. Es lo que nos hace gemir desconsoladamente frente a nuestro Pecado. Lo que nos hace llorar la Iglesia que amamos y presentártela culpable y expuesta, con nuestras huellas digitales en sus puertas y nuestras palabras en sus excusas.
Solo tu gracia nos hace poder pedirte perdón desde las entrañas torcidas de nuestro ser. Solo tu gracia nos hace capaces de pedir perdón y ser valientes para defender el cuerpo inerte y mutilado de tantas, de tantos, de tantes, frente al odio que asesina una y otra vez frente a nuestros ojos.
¡Perdónanos, Señor!
Así como nosotras perdonamos a quiénes nos ofenden.
Y sólo desde tu perdón, frente a nuestra culpa, es que podemos encontrar lo que necesitamos para perdonar. Sin chantajes.
Tanto yo como mis prójimos estamos mejor en tus manos, porque sólo en ellas existe el perdón que salva y dignifica para vida plena y eterna.
Porque tu perdón no es otra cosa sino la actualización diaria de tu Amor.
No nos dejes caer en tentación
Ayúdame a luchar para que ‘lo mío’ no se trague el ‘nosotras’. Ayúdame a ver con tus ojos, oler con tu nariz, abrazar con tus brazos, caminar con tus pies. Ayúdame a sentir los latidos de tu corazón en el mío para que la vida sea de todas y no solamente mía.
Ayúdame a reconocer que el ‘nosotras’ y el ‘todas’ que debe ser nuestro norte no es antropocéntrico sino creación-céntrico. El presente y futuro del planeta es la arena principal de nuestro enfrentamiento con el Pecado y con las injusticias que el Pecado produce.
Ayúdanos a reconocer que tú no eres mío ni de nadie ni de ninguna expresión concreta de tu Iglesia ni del cristianismo. Nosotras somos tuyas en el Amor que incluye, que abraza y que crea espacios de santuario y solidaridad.
Y líbranos del mal.
Protégenos de nuestro propio Pecado y del Pecado social y estructural que nos manipula para ningunearnos y dividirnos. Líbranos del poder que destila odio para ganar – porque no es una persona, es un proyecto de poder – y de la complicidad cobarde que se viste de recato y oportunidades falsas para preservar su privilegio.
Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria. Por los siglos de los siglos.
¡Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús!
Amén.