En el día internacional de la eliminación de la violencia contra las mujeres. 25 de noviembre.
Sin un trabajo estratégico con las masculinidades siempre tendremos violencia contra la mujer en aumento. En otros términos, no hay salvación para las mujeres sin un compromiso colectivo de todos y todas con la transformación de las masculinidades violentas.
Entiendo que mi osada afirmación está sujeta a discrepancias y desacuerdos, y no tengo problema con ello. La violencia machista como problemática social que atraviesa todas las esferas; exige un amplio campo de análisis, tratamiento desde la complejidad, implementación de enfoques y aproximaciones interdisciplinarias. Sin embargo, cada año se sigue insistiendo en esta lucha, mientras aumentan los casos de violencia de género, crimen y explotación de las mujeres en distintos lugares del mundo en sus variadas formas: feminicidios, trata, violaciones, acasos, explotación, entre otros.
Se podría decir que la violencia es proteica, adquiere distintas formas, modos, maneras en que discurre en la constelación social; quizás por ello no desaparece y se mantiene dentro de las interacciones humanas (Han, 2020).
Por una parte, se han realizado enormes esfuerzos desde el acompañamiento a las víctimas, donde el enfoque de género ha sido determinante como categoría de análisis para comprender que estamos ante una situación cómplice que no corresponde a cuestiones biológicas y naturalizadas, sino de un sistema cultural, social, económico y político, donde lo patriarcal se impone en la sociedad y la dominación masculina se asume con privilegios mediante el ejercicio de poder. Empoderar a las mujeres, ofrecer contención emocional, créditos para su desarrollo económico, replantear leyes que prioricen el auxilio inmediato de atención y detención de los victimarios, como sensibilizar a las comunidades; son acciones necesarias, pero aun limitadas e insuficientes, porque no trabajan directamente con el agresor que también es víctima de su propia violencia.
Ciertamente la lucha por la igualdad de género es clave en esta tarea, y se esperaría que mientras mayor igualdad de género en los países, menor violencia contra las mujeres; pero un reciente estudio muestra que esto no necesariamente es así. Esta contradicción lógica se explica con el término de la “paradoja nórdica”:
“Los países nórdicos son, según diferentes indicadores internacionales (por ejemplo, índice de desigualdad global; índice global de brecha de género; índice europeo de igualdad de género), los países con mayor igualdad de género en el mundo [ 15 – 17]. Sin embargo, a pesar de estos altos niveles de igualdad de género, los países nórdicos tienen altas tasas de prevalencia de IPVAW. La alta prevalencia de IPVAW en los países nórdicos queda ilustrada por una encuesta de la Unión Europea (UE) sobre la violencia contra las mujeres realizada por la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA) [ 18]. En esta encuesta, la prevalencia media a lo largo de la vida de la violencia física y / o sexual por parte de parejas íntimas en los 28 estados miembros de la UE fue del 23%, con un rango entre el 13% y el 32%. Sin embargo, los países nórdicos de la UE se encontraban entre los países con mayor prevalencia de por vida de VPIV, con tasas del 32% (Dinamarca, la mayor prevalencia de VPI en la UE), 30% (Finlandia) y 28% (Suecia). La alta prevalencia de IPVAW en los países nórdicos también está respaldada por otros estudios y encuestas nacionales [ 19 – 25]. Sin embargo, a pesar de que los datos de encuestas e investigaciones apuntan a un nivel desproporcionadamente alto de IPVAW en países con los niveles más altos de igualdad de género como los nórdicos, curiosamente, esta desconcertante pregunta de investigación rara vez se hace y, hasta ahora, sigue sin respuesta”[1].
El sistema social subyace en un sistema patriarcal desde el cual se construyen las identidades masculinas y los hombres asumen la violencia como elemento esencial y mandato de su identidad. En este horizonte habría que preguntarse, si la masculinidad, al ser una construcción social, recibe a hombres violentos o hace violentos a los hombres. Si al igual que en el feminismo, la mujer no es, sino que se hace; los hombres, desde su masculinidad, no son, sino que se hacen. Y si se hacen a partir de la construcción socio cultural en la que están insertos, la violencia con la que se identifican en su hacer está más en el sistema que lo reproduce. Así, mientras más violento, más hombre es. El constructo social produce modelos de masculinidad.
Rita Segato (2016), en sus investigaciones con hombres agresores en cárceles, observa que el ejercicio de violencia por parte de los hombres, no consiste tanto en sojuzgar a las mujeres u otros sujetos subalternizados, no se trata de “agresiones originadas en la pulsión libidinal traducida en deseo de satisfacción sexual, sino que la libido se orienta aquí al poder y a un mandato de pares o cofrades masculinos que exige una prueba de pertenencia al grupo” (p.18). Por lo tanto, la violencia de género está más vinculada a la necesidad que tienen los varones de construirse a sí mismos, como se evidencia en los casos de abusos y violaciones en manada[2]; reflejando la triada de violencia: contra las mujeres, contra otros varones y contra sí mismos (Kaufman, 1989).
Esta realidad ha llevado a que los estudios de las masculinidades contribuyan en la búsqueda de otras masculinidades, distintas, diferentes; no solo para desarraigar la práctica de la violencia de los hombres hacia las mujeres, sino también hacía sí mismos; hacia la búsqueda de un nuevo relacionamiento de la masculinidad con el entorno, con la naturaleza y en todas sus interacciones.
La educación tiene un rol esencial en esta tarea, pero otra educación. No aquella educación bancaria a la que hacía referencia Freire, cómplice del estatus quo donde el cambio supone una amenaza porque crea consciencia en quienes aprenden, sino aquella educación que es capaz de llevarnos a la reflexión crítica de nuestras prácticas, a problematizarnos, incluso nos haga revisar aquello que damos por inamovible e inalterable por los mandatos socioculturales, donde lamentablemente se cimienta el germen del machismo. La educación liberadora, emancipadora, crítica, decolonial, insumisa e insurgente que, apostando por el bienestar de los seres humanos, se atreve a ser aleada de los cambios y transformación, podría contribuir a programas de formación que incidan en los procesos educativos para la de-reconstrucción de masculinidades nocivas.
Es necesario reconocer que todos y todas participamos en la construcción de la identidad masculina: la familia, la escuela, la iglesia, las organizaciones sociales, barrio y la comunidad en general. Todos contribuimos a la dinámica de socialización de la masculinidad, como espacios simbólicos, ethos comunicativos donde decimos cómo deben ser y relacionarse los hombres. Es hora de asumir la responsabilidad que tenemos en la formación de una mentalidad machista. Debemos asumir la contribución que hemos hecho para empoderar la masculinidad violenta que sigue asesinando a mujeres, hombres, niños, niñas, relaciones amorosas, sueños y todas las diferencias. Es momento de cuestionar y replantear esas formas sutiles del trato diferenciado bajo la premisa de “esto para las niñas” y “esto para los niños”. En las pequeñas y sencillas cosas de la cotidianidad, esas lindas frases como la “princesita” y el “hombre de la casa”, en las que se esconden las bases de la construcción de masculinidades machistas, y en ellas todos, nos hemos visto involucrados.
¿Promuevo acaso el ataque a los victimarios? Sí y no. Lo que promuevo es atacar los problemas de fondo en el ámbito de la violencia machista, que en este caso, un elemento neurálgico del problema se encuentra en la construcción de la identidad masculina anclada a la violencia, y a su vez, reconocer que los hombres no solo participan como victimarios, sino que también son víctimas, ya que ejercen la misma violencia o peor hacia otros hombres que no encajan en su ideario de masculinidad tóxica. Propongo invitar a la corresponsabilidad en nuestra participación de construcción de la masculinidad, subjetivarnos y no ser indiferentes a las prácticas, mensajes simbólicos, culturales y sociales que damos a los demás de cómo debe ser un hombre mediante los distintos espacios en que interactuamos. En síntesis, incursionar en otras alternativas y modelos de masculinidades insurgentes, aquellas caracterizadas por lo que Butler (2020) llama, la fuerza de la no violencia.
[1] Gracia E, Martín-Fernández M, Lila M, Merlo J, Ivert AK (2019) Prevalencia de la violencia de pareja íntima contra mujeres en Suecia y España: Un estudio psicométrico de la ‘paradoja nórdica’. PLoS ONE 14 (5): e0217015. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0217015
[2] https://www.perfil.com/noticias/sociedad/violar-manada-que-hay-detras-abusos-sexuales-grupo.phtml