«Conquistamos todas sus ciudades y las consagramos al exterminio matando a hombres, mujeres y niños. No dejamos a nadie con vida» (Deut. 2:34 BTI)
Hay textos en las Escrituras que leo en diagonal. Simplemente paseo mi vista por ellos, sin detenerme. Causan en mi corazón desazón y dolor. Pertenecen a la cultura de la guerra y el dominio. Son producto de unos seres humanos marcados indeleblemente por la violencia y la crueldad. Expresan, como diría Jesús de Nazaret, su dureza de corazón ¿Habría podido ser de otro modo..? Perdonad mi sinceridad.
Por ello siempre me quedo con el Mesías Jesús. Su Espíritu corre en mi ayuda para que sea capaz de separar la paja del trigo, convirtiendo mi incomodidad en comprensión que, si bien no justifica «la paja», entiende la historia del ser humano como un continuo crecimiento hacia una experiencia de Dios ciertamente diferente. Aunque he de confesar, cuando leo los diarios, que todavía veo países, hombres y mujeres, que viven en el pasado guerrero y cruel de sus/nuestros antepasados. Reitero, me quedo con Jesús de Nazaret.
Me quedo con Jesús cuando nos enseñó, «felices los que trabajan en favor de la paz, porque Dios los llamará hijos suyos» (Mat. 5:9 BTI). Me quedo con Jesús cuando nos dijo, «sabéis que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No recurráis a la violencia contra el que os haga daño. Al contrario, si alguno te abofetea en una mejilla, preséntale también la otra» (Mat. 5:38-39 BTI), y también, «sabéis que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen» (Mat. 5:43-44 BTI). Me quedo con Jesús cuando ante la pregunta de sus discipulos «Señor, ¿ordenamos que descienda fuego del cielo y los destruya?», se encaró con ellos, y les reprendió (Luc. 9:54-55 BTI). Y así podríamos seguir, para acabar reiterando hasta el infinito, ¡me quedo con Jesús de Nazaret! Verdadera Palabra de Dios hecha carne.
Por todo ello, dejando a un lado el «espíritu humano» que recorre algunos textos, oro a nuestro Señor suplicándole que me conceda la sabiduría necesaria para aprender del talante de Jesús de Nazaret, mi Señor y Maestro. Él fue manso y humilde de corazón (Mat. 11:29).
Soli Deo Gloria
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