Posted On 12/08/2010 By In Opinión With 5418 Views

Mecanismos de manipulación en las iglesias

Sociedades Bíblicas de Costa Rica patrocinan cada mes un Foro Bíblico para líderes de las iglesias evangélicas de Costa Rica. Estos foros han sido un gran éxito y están haciendo un aporte muy significativo a la vida teológica y espiritual del país. Para el mes de julio (2010) me pidieron, junto con el historiador y teólogo Juan Carlos Sánchez, analizar el tema delicado y controversial de «Mecanismos de manipulación en las iglesias». Es una realidad que muchos hemos observado pero poco se ha analizado. Por eso me permito resumir algunos aspectos del problema, sin pretender agotar el tema.

En sentido literal, según el Diccionario de la Academia Real, «manipular» significa «operar con las manos o con cualquier instrumento» (¿algo así como «manosear»?). En su significado que nos interesa, se define como «acto de intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros, en la política, en el mercado, en la información, etc., con distorsión de la verdad o la justicia, y al servicio de intereses particulares». Esencial al concepto es el irrespeto a la persona, al derecho y la autodeterminación de su víctima. Manipular es jugar con el pensamiento, sentimiento y conducta de otras personas.

Un buen punto de partida puede ser un análisis sicológico del fenómeno de la sugestión. Aquí el sentido de «sugestionar» que nos interesa es el proceso sicológico mediante el cual una persona busca dominar la voluntad de alguien, llevándolo a pensar o actuar de determinada manera (Real Academia; Wikipedia). Según La Guía de Psicología, «la sugestión es un estado psíquico provocado en el cual el individuo experimenta las sensaciones e ideas que le son sugeridas y deja de de experimentar las que se le indica que no sienta.»

Las formas extremas de la sugestión son el hipnotismo y el lavado de cerebro. Pero una forma mucho más común, que permea toda nuestra sociedad moderna, es la propaganda, tanto comercial como política, a veces subliminal (inconsciente; «por debajo del umbral de la conciencia»). La foto de un guapo señor bebiendo Imperial, rodeado de bellas mujeres y otros símbolos de éxito, insinúa la ridícula idea de que beber tal cerveza producirá lo mismos resultados en los televidentes. La propaganda nos evoca, con tremenda sutileza, las ganas de comprar cosas que no necesitamos para nada. La propaganda política gasta millones de dólares para hacernos pensar, sin más razones que sus mentiras, que tal candidato o tal proyecto social es lo mejor o lo peor, según el caso.  En los 1980s, muchas caricaturas de Daniel Ortega lo representaban con un cigarro grandote, para identificarlo implícitamente con Fidel Castro (aunque Ortega no era fumador y los dos son muy diferentes). La ciencia de la propaganda fue perfecionada por Adolfo Hitler y su ministro de propaganda, Paul Joseph Goebels, para llevar el mundo a la guerra. El mandamiento de Jesús, «Mirad, pues, cómo oís» (Lc 8.18; Mr 4:24), nos impone el deber de estar alerta y no dejarnos engañar por ninguna propaganda.[1] 

Cuando uno se despierta a estas realidades, comienza a ver que en las iglesias también hay sugestión, métodos de propaganda y técnicas hipnotizantes. A veces una prolongada repetición rítmica de determinada frase, a gritos o con variaciones de tono, produce su deseado resultado de una histeria colectiva. Creo que cualquier sicóloga, competente en estos temas, lo podría reconocer y analizar. Por otra parte, las maratónicas de TV Enlace son un constante ejemplo de sugestión. ¿Cómo es posible que en cada maratónica, los locutores y predicadores puedan anunciar invariablemente que «hay una tremenda unción aquí, se siente poderosamente la presencia de Dios aquí»? Cabe la sospecha legítima que es más bien sugestión, con miras a crear la impresión de algo misterioso y maravilloso para que la gente envíe sus ofrendas, Queda sumamente vago en qué consiste esa «unción», cómo saben que está presente, y cómo puede ser tan predecible e invariable. Jesús dijo que el Espíritu sopla donde quiere, lo que Lutero parafraseó, «El Espíritu Santo actúa cuando, donde y como él quiere» y no cada vez que nosotros lo decidamos y después producimos por sugestión las sensaciones correspondientes. 

Otra forma de manipulación, el chantaje, consiste en emplear promesas o amenazas para someter a las personas. En el sentido más amplio, «el evangelio de las ofertas» y «la teología de la prosperidad», cuando se emplean para provecho personal (que ocurre no infrecuentemente), califican como chantaje o extorsión. Casi siempre estas promesas y amenazas apelan al egoismo, como cuando se «profetiza» un gran futuro de fama y éxito para personas inseguras («serás el Billy Graham del siglo XXI»). Muy comúnmente estas promesas producen confusión en sus víctimas y les hacen mucho daño.

Muy relacionada con estos chantajes es la intimidación, cuya expresión más grave son las frecuentes maldiciones que se lanzan contra las personas. Estas maldiciones son el colmo, el acabóse, del chantaje: «o te sometes, o te maldigo». Por falsas que sean, estas maldiciones tienen una tremenda fuerza para infundir terror y arruinar la vida de las personas. De esas maldiciones hemos hablado en artículos anteriores: «Apóstoles y profetas que juegan con maldiciones» (26 junio 2009) y «Una iglesia abusiva» (15 de marzo 2010). A veces estos «profetas» convalidan hechizos venidos del espiritismo en la vida anterior de los acusados.

Muy generalizada en nuestros días es la teología de la sumisión incondicional, una teología de la autoridad absoluta (del apóstol, profeta, o pastor) que condena y prohíbe toda crítica. Es un autoritarismo a ultranza más cerca a la Curia Romana que al Nuevo Testamento. Produce pastores que son dictadores, que pretenden controlar toda la vida de los creyentes. Para enamorarse, casarse, comenzar un plan de estudios (o dejarlo), aceptar un empleo (o dejarlo), para todo se necesita el visto bueno del soberano pastor (apóstol, profeta). 

El texto áureo para este movimiento autoritario, que ahora aparece por todos lados, es Mateo 7:1, «No juzguéis, para que no seáis juzgados». Otras mantras sagradas son «no toquéis al ungido del Señor» o la murmuración de Miriam y la lepra con que Dios la castigó (ver el artículo del 12 de agosto de 2007 en este blog).

Se olvida que Mateo 7:1 condena la criticonería de los fariseos, que pretendían juzgar a los demás sin ser juzgados ellos, que juzgaban la paja en el ojo ajeno sin reconocer la viga en su propio ojo (7:3-5; cf. Rom 2:1). Lejos de prohibir la crítica sana y responsable, en seguida el pasaje nos llama a guardarnos de los falsos profetas, lobos vestidos de ovejas (7:15) y a conocer a todos por sus frutos (7:16-16-20), no por su palabrería espiritual (7:21-23). Según Juan 7:24 Jesús nos manda «juzgar con justo juicio» (cf. Lc 7.43; cf. 12:57); a los corintios, San Pablo les exhortó «juzgad vosotros mismos» (10:15; 11:13) y les avisa que «el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie» (ni de «apóstoles» ni de «profetas»; 1Cor 2:15; cf. 1 Jn 2:27)

Con su supresión anti-bíblica de la sana crítica, estos líderes se aseguran un espacio casi ilimitado para la manipulación de sus feligreses. Y es curioso, estos líderes (profetas, «apóstoles»), igual que los fariseos, se atribuyen la más amplia libertad para criticar a otros, sin que otros los puedan criticar a ellos.

Nuestra sociedad actual, en su tránsito de la modernidad a la postmodernidad, vive una profunda crisis de la autoridad. Se reconoce cada vez menos la autoridad extrínseca, por el puesto o el título que uno ostenta. En el futuro, los líderes tendrán que ganar cada vez más una autoridad intrínseca, por lo que realmente son, lo que piensan y lo que hacen.

Pensar con cabeza propia es a veces arriesgado e incómodo, y en la confusión de los cambios rápidos de nuestra época muchas personas buscan la seguridad en autoridades que pensarán por ellos. Pero eso no es sano y no es la voluntad del Señor. El autoritarismo no tiene futuro. 

Una expresión especial de este autoritarismo manipulador es la supuesta autoridad incuestionable de los «profetas». Casi siempre, estos «profetas» comunican una actitud autoritaria, que su profecía es de origen divino y sería pecado cuestionarla. A menudo la expresión de su cara dice, «Yo soy profeta, que no me cuestione nadie». Pero lo bíblico es todo lo contrario: todos ustedes tienen el Espíritu, juzguemos e interpretemos todos juntos esta palabra que he recibido (1Tes 5:20-21; 1Cor 14:29). Se repite muy livianamente la fórmula «en el nombre del Señor», como si el Señor estuviera a la orden y disposición incondicional de estas personas. 

Recuerdo un artículo en Apuntes Pastorales, en que el hermano Pablo Finkenbinder calculó que más o menos 95% de las profecías en las iglesias le parecían de origen humano y no revelación divina. He conocido casos en que ese origen humano era de prejuicios, resentimientos o intereses propios. La profecía auténtica, como palabra viva del Señor para la iglesia y las naciones, es un don precioso, muy importante y necesario para hoy, pero jamás debe pervertirse para manipular a la gente.

Algunos ejemplos más: Cuando reconocemos nuestra responsabilidad como pueblo de Dios y comenzamos a analizar lo que está pasando en la iglesia, descubrimos muchos ejemplos de manipulación, algunos inconscientes o por costumbre pero otros con clara intención de engañar. Un problema, mayormente sin intención de manipular, es el abuso del Amén, tan extendido en casi todas las iglesias. Cuando se pregunta, «¿Cuántos dicen Amén», se está presionando a la gente a expresar su acuerdo con lo dicho, reduciendo su posibilidad de discrepar o aun de asentir espontáneamente. Es una táctica para inducir asentimiento artificialmente. Hoy día «la cultura del Amén» está haciendo mucho daño a la iglesia. A veces uno ve en las congregaciones personas que dicen su «Amén» antes de que el predicador haya terminado la frase que está pronunciando, para poder saber qué es lo que están afirmando con su Amén.

«Amén» es un signo de exclamación, y nunca debe ser una pregunta con signo de interrogación.

Igualmente cuestionable es la costumbre de decir, «Repita después de mí» o «Diga a la persona que está a su lado» tal o cual cosa. Es tratar al público como a tontos, incapaces de pensar con cabeza propia. A veces llega hasta lo ridículo. Una vez oí a un predicador decir «Wow» y después «Repitan todos conmigo, Wow».

En la misma categoría pondría «Den un buen aplauso para el Señor». Si vamos a aplaudir, o vamos a decir «Amén», debe nacer espontáneamente de nuestros corazones, no por manipulación ni por costumbre ciega.

Muchas veces hoy día se emplea musica de trasfondo durante el sermón o la invitación final para crear un ambiente o un «mood». Es manipulación. La respuesta debe nacer del poder de la palabra misma y del Espíritu Santo, no del talento del tecladista.

Mucho se manipulan a la gente durante la invitación evangelística. Cantar «Tal como soy» 35 veces es sugestión y manipulación. Hace muchos años escuché a un famoso evangelista decir, «Levante su mano, nadie te está mirando, no le voy a pedir nada más», para decir después, «Ahora no yo sino el Espíritu Santo le pide a usted pasar adelante al altar». Personalmente creo inconveniente ofrecer cosas, como por ejemplo un libro, a todos los que pasen adelante. Es excelente dárselo, pero malo anunciarlo porque muchos pasarán adelante sólo para recibir el libro.

Como ejemplo final podemos mencionar la manipulación de las escrituras para que digan lo que queremos o lo que ayude más a nuestro sermón. A veces buscamos la traducción más bonita, o más de acuerdo con nuestro concepto, en vez de la más fiel. La meta principal de todo sermón, sea doctrinal o evangelístico, no es primordialmente impactar a los oyentes sino ser fiel y hacer escuchar la Palabra de Dios. En ese sentido, Bernard Ramm ha escrito, «el ministro debe tratar su texto exegéticamente antes de tratarlo homiléticamente» (Hermenéutica, T.E.L.L. 1976). Utilizar las escrituras en servicio del éxito personal u otros intereses es manipular el texto sagrado.

Conclusión: Frente a sus rivales y detractores en Corinto, que desconocían su apostolado y preferían la elocuente retórica de Apolos (1Cor 1:12; 3:4-6; 4:6; Hch 18:24-19:1), Pablo no responde desde una posición de poder sino de una impresionante sinceridad y vulnerabilidad:


Cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría… Estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios. (1Cor 2:1-5)

Estas palabras, que llegan hasta la motivación más profunda del apóstol, revelan dos cualidades que deben caracterizar a todo siervo y sierva de Dios: la humildad y la integridad. Ese carácter, y esas actitudes, jamás permitirían una vida de manipulación. Gracias a Dios, ha habido y hay muchos miles de personas cuyas vidas y ministerios son auténticos y fieles. Aun en alguien tan famoso y «exitoso» como Billy Graham, y con todos sus defectos y errores, encontramos esa humildad básica y una profunda integridad.

Con tristeza tenemos que reconocer que los valores del mundo de hoy se han infiltrado en la iglesia, tanto de los predicadores y líderes como de los creyentes en las bancas. Entre los famosos predicadores en sus megaiglesias y sus programas de televisión, con todo su éxito, es mucho más difícil encontrar esos grandes valores espirituales de los gigantes del pasado. Aunque gracias a Dios hay excepciones muy notables, muchos (diría que la mayoría) de estas personalidades públicas parecen soberbias, con la arrogancia que les otorga su «éxito». Muchos también dan la impresión de estar jugando algún papel, más como actores de teatro que como siervos del Señor de señores.

¡Cómo quisiera estar equivocado en este análisis tan poco halagador! De todas maneras, la iglesia de hoy necesita mucha oración.



[1] Mientras Mr 4:24 exhorta «Mirad lo que oís», Lc 8:18 pone el énfasis en cómo uno oye: cuidadosa y responsablemente (Fitzmyer Luke II:718-20).

Juan Stam, Costa Rica

Sociedades Bíblicas de Costa Rica patrocinan cada mes un Foro Bíblico para líderes de las iglesias evangélicas de Costa Rica. Estos foros han sido un gran éxito y están haciendo un aporte muy significativo a la vida teológica y espiritual del país. Para el mes de julio (2010) me pidieron, junto con el historiador y teólogo Juan Carlos Sánchez, analizar el tema delicado y controversial de «Mecanismos de manipulación en las iglesias». Es una realidad que muchos hemos observado pero poco se ha analizado. Por eso me permito resumir algunos aspectos del problema, sin pretender agotar el tema.







 

En sentido literal, según el Diccionario de la Academia Real, «manipular» significa «operar con las manos o con cualquier instrumento» (¿algo así como «manosear»?). En su significado que nos interesa, se define como «acto de intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros, en la política, en el mercado, en la información, etc., con distorsión de la verdad o la justicia, y al servicio de intereses particulares». Esencial al concepto es el irrespeto a la persona, al derecho y la autodeterminación de su víctima. Manipular es jugar con el pensamiento, sentimiento y conducta de otras personas.

 

Un buen punto de partida puede ser un análisis sicológico del fenómeno de la sugestión. Aquí el sentido de «sugestionar» que nos interesa es el proceso sicológico mediante el cual una persona busca dominar la voluntad de alguien, llevándolo a pensar o actuar de determinada manera (Real Academia; Wikipedia). Según La Guía de Psicología, «la sugestión es un estado psíquico provocado en el cual el individuo experimenta las sensaciones e ideas que le son sugeridas y deja de de experimentar las que se le indica que no sienta.»

 

Las formas extremas de la sugestión son el hipnotismo y el lavado de cerebro. Pero una forma mucho más común, que permea toda nuestra sociedad moderna, es la propaganda, tanto comercial como política, a veces subliminal (inconsciente; «por debajo del umbral de la conciencia»). La foto de un guapo señor bebiendo Imperial, rodeado de bellas mujeres y otros símbolos de éxito, insinúa la ridícula idea de que beber tal cerveza producirá lo mismos resultados en los televidentes. La propaganda nos evoca, con tremenda sutileza, las ganas de comprar cosas que no necesitamos para nada. La propaganda política gasta millones de dólares para hacernos pensar, sin más razones que sus mentiras, que tal candidato o tal proyecto social es lo mejor o lo peor, según el caso.  En los 1980s, muchas caricaturas de Daniel Ortega lo representaban con un cigarro grandote, para identificarlo implícitamente con Fidel Castro (aunque Ortega no era fumador y los dos son muy diferentes). La ciencia de la propaganda fue perfecionada por Adolfo Hitler y su ministro de propaganda, Paul Joseph Goebels, para llevar el mundo a la guerra. El mandamiento de Jesús, «Mirad, pues, cómo oís» (Lc 8.18; Mr 4:24), nos impone el deber de estar alerta y no dejarnos engañar por ninguna propaganda.[1]

 

Cuando uno se despierta a estas realidades, comienza a ver que en las iglesias también hay sugestión, métodos de propaganda y técnicas hipnotizantes. A veces una prolongada repetición rítmica de determinada frase, a gritos o con variaciones de tono, produce su deseado resultado de una histeria colectiva. Creo que cualquier sicóloga, competente en estos temas, lo podría reconocer y analizar. Por otra parte, las maratónicas de TV Enlace son un constante ejemplo de sugestión. ¿Cómo es posible que en cada maratónica, los locutores y predicadores puedan anunciar invariablemente que «hay una tremenda unción aquí, se siente poderosamente la presencia de Dios aquí»? Cabe la sospecha legítima que es más bien sugestión, con miras a crear la impresión de algo misterioso y maravilloso para que la gente envíe sus ofrendas, Queda sumamente vago en qué consiste esa «unción», cómo saben que está presente, y cómo puede ser tan predecible e invariable. Jesús dijo que el Espíritu sopla donde quiere, lo que Lutero parafraseó, «El Espíritu Santo actúa cuando, donde y como él quiere» y no cada vez que nosotros lo decidamos y después producimos por sugestión las sensaciones correspondientes.

 

Otra forma de manipulación, el chantaje, consiste en emplear promesas o amenazas para someter a las personas. En el sentido más amplio, «el evangelio de las ofertas» y «la teología de la prosperidad», cuando se emplean para provecho personal (que ocurre no infrecuentemente), califican como chantaje o extorsión. Casi siempre estas promesas y amenazas apelan al egoismo, como cuando se «profetiza» un gran futuro de fama y éxito para personas inseguras («serás el Billy Graham del siglo XXI»). Muy comúnmente estas promesas producen confusión en sus víctimas y les hacen mucho daño.

 

Muy relacionada con estos chantajes es la intimidación, cuya expresión más grave son las frecuentes maldiciones que se lanzan contra las personas. Estas maldiciones son el colmo, el acabóse, del chantaje: «o te sometes, o te maldigo». Por falsas que sean, estas maldiciones tienen una tremenda fuerza para infundir terror y arruinar la vida de las personas. De esas maldiciones hemos hablado en artículos anteriores: «Apóstoles y profetas que juegan con maldiciones» (26 junio 2009) y «Una iglesia abusiva» (15 de marzo 2010). A veces estos «profetas» convalidan hechizos venidos del espiritismo en la vida anterior de los acusados.

 

Muy generalizada en nuestros días es la teología de la sumisión incondicional, una teología de la autoridad absoluta (del apóstol, profeta, o pastor) que condena y prohíbe toda crítica. Es un autoritarismo a ultranza más cerca a la Curia Romana que al Nuevo Testamento. Produce pastores que son dictadores, que pretenden controlar toda la vida de los creyentes. Para enamorarse, casarse, comenzar un plan de estudios (o dejarlo), aceptar un empleo (o dejarlo), para todo se necesita el visto bueno del soberano pastor (apóstol, profeta).

 

El texto áureo para este movimiento autoritario, que ahora aparece por todos lados, es Mateo 7:1, «No juzguéis, para que no seáis juzgados». Otras mantras sagradas son «no toquéis al ungido del Señor» o la murmuración de Miriam y la lepra con que Dios la castigó (ver el artículo del 12 de agosto de 2007 en este blog).

 

Se olvida que Mateo 7:1 condena la criticonería de los fariseos, que pretendían juzgar a los demás sin ser juzgados ellos, que juzgaban la paja en el ojo ajeno sin reconocer la viga en su propio ojo (7:3-5; cf. Rom 2:1). Lejos de prohibir la crítica sana y responsable, en seguida el pasaje nos llama a guardarnos de los falsos profetas, lobos vestidos de ovejas (7:15) y a conocer a todos por sus frutos (7:16-16-20), no por su palabrería espiritual (7:21-23). Según Juan 7:24 Jesús nos manda «juzgar con justo juicio» (cf. Lc 7.43; cf. 12:57); a los corintios, San Pablo les exhortó «juzgad vosotros mismos» (10:15; 11:13) y les avisa que «el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie» (ni de «apóstoles» ni de «profetas»; 1Cor 2:15; cf. 1 Jn 2:27)

 

Con su supresión anti-bíblica de la sana crítica, estos líderes se aseguran un espacio casi ilimitado para la manipulación de sus feligreses. Y es curioso, estos líderes (profetas, «apóstoles»), igual que los fariseos, se atribuyen la más amplia libertad para criticar a otros, sin que otros los puedan criticar a ellos.

 

Nuestra sociedad actual, en su tránsito de la modernidad a la postmodernidad, vive una profunda crisis de la autoridad. Se reconoce cada vez menos la autoridad extrínseca, por el puesto o el título que uno ostenta. En el futuro, los líderes tendrán que ganar cada vez más una autoridad intrínseca, por lo que realmente son, lo que piensan y lo que hacen.

 

Pensar con cabeza propia es a veces arriesgado e incómodo, y en la confusión de los cambios rápidos de nuestra época muchas personas buscan la seguridad en autoridades que pensarán por ellos. Pero eso no es sano y no es la voluntad del Señor. El autoritarismo no tiene futuro.

 

Una expresión especial de este autoritarismo manipulador es la supuesta autoridad incuestionable de los «profetas». Casi siempre, estos «profetas» comunican una actitud autoritaria, que su profecía es de origen divino y sería pecado cuestionarla. A menudo la expresión de su cara dice, «Yo soy profeta, que no me cuestione nadie». Pero lo bíblico es todo lo contrario: todos ustedes tienen el Espíritu, juzguemos e interpretemos todos juntos esta palabra que he recibido (1Tes 5:20-21; 1Cor 14:29). Se repite muy livianamente la fórmula «en el nombre del Señor», como si el Señor estuviera a la orden y disposición incondicional de estas personas.

 

Recuerdo un artículo en Apuntes Pastorales, en que el hermano Pablo Finkenbinder calculó que más o menos 95% de las profecías en las iglesias le parecían de origen humano y no revelación divina. He conocido casos en que ese origen humano era de prejuicios, resentimientos o intereses propios. La profecía auténtica, como palabra viva del Señor para la iglesia y las naciones, es un don precioso, muy importante y necesario para hoy, pero jamás debe pervertirse para manipular a la gente.

 

Algunos ejemplos más: Cuando reconocemos nuestra responsabilidad como pueblo de Dios y comenzamos a analizar lo que está pasando en la iglesia, descubrimos muchos ejemplos de manipulación, algunos inconscientes o por costumbre pero otros con clara intención de engañar. Un problema, mayormente sin intención de manipular, es el abuso del Amén, tan extendido en casi todas las iglesias. Cuando se pregunta, «¿Cuántos dicen Amén», se está presionando a la gente a expresar su acuerdo con lo dicho, reduciendo su posibilidad de discrepar o aun de asentir espontáneamente. Es una táctica para inducir asentimiento artificialmente. Hoy día «la cultura del Amén» está haciendo mucho daño a la iglesia. A veces uno ve en las congregaciones personas que dicen su «Amén» antes de que el predicador haya terminado la frase que está pronunciando, para poder saber qué es lo que están afirmando con su Amén.

 

«Amén» es un signo de exclamación, y nunca debe ser una pregunta con signo de interrogación.

 

Igualmente cuestionable es la costumbre de decir, «Repita después de mí» o «Diga a la persona que está a su lado» tal o cual cosa. Es tratar al público como a tontos, incapaces de pensar con cabeza propia. A veces llega hasta lo ridículo. Una vez oí a un predicador decir «Wow» y después «Repitan todos conmigo, Wow».

 

En la misma categoría pondría «Den un buen aplauso para el Señor». Si vamos a aplaudir, o vamos a decir «Amén», debe nacer espontáneamente de nuestros corazones, no por manipulación ni por costumbre ciega.

 

Muchas veces hoy día se emplea musica de trasfondo durante el sermón o la invitación final para crear un ambiente o un «mood». Es manipulación. La respuesta debe nacer del poder de la palabra misma y del Espíritu Santo, no del talento del tecladista.

 

Mucho se manipulan a la gente durante la invitación evangelística. Cantar «Tal como soy» 35 veces es sugestión y manipulación. Hace muchos años escuché a un famoso evangelista decir, «Levante su mano, nadie te está mirando, no le voy a pedir nada más», para decir después, «Ahora no yo sino el Espíritu Santo le pide a usted pasar adelante al altar». Personalmente creo inconveniente ofrecer cosas, como por ejemplo un libro, a todos los que pasen adelante. Es excelente dárselo, pero malo anunciarlo porque muchos pasarán adelante sólo para recibir el libro.

 

Como ejemplo final podemos mencionar la manipulación de las escrituras para que digan lo que queremos o lo que ayude más a nuestro sermón. A veces buscamos la traducción más bonita, o más de acuerdo con nuestro concepto, en vez de la más fiel. La meta principal de todo sermón, sea doctrinal o evangelístico, no es primordialmente impactar a los oyentes sino ser fiel y hacer escuchar la Palabra de Dios. En ese sentido, Bernard Ramm ha escrito, «el ministro debe tratar su texto exegéticamente antes de tratarlo homiléticamente» (Hermenéutica, T.E.L.L. 1976). Utilizar las escrituras en servicio del éxito personal u otros intereses es manipular el texto sagrado.

 

Conclusión: Frente a sus rivales y detractores en Corinto, que desconocían su apostolado y preferían la elocuente retórica de Apolos (1Cor 1:12; 3:4-6; 4:6; Hch 18:24-19:1), Pablo no responde desde una posición de poder sino de una impresionante sinceridad y vulnerabilidad:


Cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría… Estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios. (1Cor 2:1-5)

Estas palabras, que llegan hasta la motivación más profunda del apóstol, revelan dos cualidades que deben caracterizar a todo siervo y sierva de Dios: la humildad y la integridad. Ese carácter, y esas actitudes, jamás permitirían una vida de manipulación. Gracias a Dios, ha habido y hay muchos miles de personas cuyas vidas y ministerios son auténticos y fieles. Aun en alguien tan famoso y «exitoso» como Billy Graham, y con todos sus defectos y errores, encontramos esa humildad básica y una profunda integridad.

 

Con tristeza tenemos que reconocer que los valores del mundo de hoy se han infiltrado en la iglesia, tanto de los predicadores y líderes como de los creyentes en las bancas. Entre los famosos predicadores en sus megaiglesias y sus programas de televisión, con todo su éxito, es mucho más difícil encontrar esos grandes valores espirituales de los gigantes del pasado. Aunque gracias a Dios hay excepciones muy notables, muchos (diría que la mayoría) de estas personalidades públicas parecen soberbias, con la arrogancia que les otorga su «éxito». Muchos también dan la impresión de estar jugando algún papel, más como actores de teatro que como siervos del Señor de señores.

 

¡Cómo quisiera estar equivocado en este análisis tan poco halagador! De todas maneras, la iglesia de hoy necesita mucha oración.



[1] Mientras Mr 4:24 exhorta «Mirad lo que oís», Lc 8:18 pone el énfasis en cómo uno oye: cuidadosa y responsablemente (Fitzmyer Luke II:718-20).

Juan Stam, Costa Rica

Sociedades Bíblicas de Costa Rica patrocinan cada mes un Foro Bíblico para líderes de las iglesias evangélicas de Costa Rica. Estos foros han sido un gran éxito y están haciendo un aporte muy significativo a la vida teológica y espiritual del país. Para el mes de julio (2010) me pidieron, junto con el historiador y teólogo Juan Carlos Sánchez, analizar el tema delicado y controversial de «Mecanismos de manipulación en las iglesias». Es una realidad que muchos hemos observado pero poco se ha analizado. Por eso me permito resumir algunos aspectos del problema, sin pretender agotar el tema.







 

En sentido literal, según el Diccionario de la Academia Real, «manipular» significa «operar con las manos o con cualquier instrumento» (¿algo así como «manosear»?). En su significado que nos interesa, se define como «acto de intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros, en la política, en el mercado, en la información, etc., con distorsión de la verdad o la justicia, y al servicio de intereses particulares». Esencial al concepto es el irrespeto a la persona, al derecho y la autodeterminación de su víctima. Manipular es jugar con el pensamiento, sentimiento y conducta de otras personas.

 

Un buen punto de partida puede ser un análisis sicológico del fenómeno de la sugestión. Aquí el sentido de «sugestionar» que nos interesa es el proceso sicológico mediante el cual una persona busca dominar la voluntad de alguien, llevándolo a pensar o actuar de determinada manera (Real Academia; Wikipedia). Según La Guía de Psicología, «la sugestión es un estado psíquico provocado en el cual el individuo experimenta las sensaciones e ideas que le son sugeridas y deja de de experimentar las que se le indica que no sienta.»

 

Las formas extremas de la sugestión son el hipnotismo y el lavado de cerebro. Pero una forma mucho más común, que permea toda nuestra sociedad moderna, es la propaganda, tanto comercial como política, a veces subliminal (inconsciente; «por debajo del umbral de la conciencia»). La foto de un guapo señor bebiendo Imperial, rodeado de bellas mujeres y otros símbolos de éxito, insinúa la ridícula idea de que beber tal cerveza producirá lo mismos resultados en los televidentes. La propaganda nos evoca, con tremenda sutileza, las ganas de comprar cosas que no necesitamos para nada. La propaganda política gasta millones de dólares para hacernos pensar, sin más razones que sus mentiras, que tal candidato o tal proyecto social es lo mejor o lo peor, según el caso.  En los 1980s, muchas caricaturas de Daniel Ortega lo representaban con un cigarro grandote, para identificarlo implícitamente con Fidel Castro (aunque Ortega no era fumador y los dos son muy diferentes). La ciencia de la propaganda fue perfecionada por Adolfo Hitler y su ministro de propaganda, Paul Joseph Goebels, para llevar el mundo a la guerra. El mandamiento de Jesús, «Mirad, pues, cómo oís» (Lc 8.18; Mr 4:24), nos impone el deber de estar alerta y no dejarnos engañar por ninguna propaganda.[1]

 

Cuando uno se despierta a estas realidades, comienza a ver que en las iglesias también hay sugestión, métodos de propaganda y técnicas hipnotizantes. A veces una prolongada repetición rítmica de determinada frase, a gritos o con variaciones de tono, produce su deseado resultado de una histeria colectiva. Creo que cualquier sicóloga, competente en estos temas, lo podría reconocer y analizar. Por otra parte, las maratónicas de TV Enlace son un constante ejemplo de sugestión. ¿Cómo es posible que en cada maratónica, los locutores y predicadores puedan anunciar invariablemente que «hay una tremenda unción aquí, se siente poderosamente la presencia de Dios aquí»? Cabe la sospecha legítima que es más bien sugestión, con miras a crear la impresión de algo misterioso y maravilloso para que la gente envíe sus ofrendas, Queda sumamente vago en qué consiste esa «unción», cómo saben que está presente, y cómo puede ser tan predecible e invariable. Jesús dijo que el Espíritu sopla donde quiere, lo que Lutero parafraseó, «El Espíritu Santo actúa cuando, donde y como él quiere» y no cada vez que nosotros lo decidamos y después producimos por sugestión las sensaciones correspondientes.

 

Otra forma de manipulación, el chantaje, consiste en emplear promesas o amenazas para someter a las personas. En el sentido más amplio, «el evangelio de las ofertas» y «la teología de la prosperidad», cuando se emplean para provecho personal (que ocurre no infrecuentemente), califican como chantaje o extorsión. Casi siempre estas promesas y amenazas apelan al egoismo, como cuando se «profetiza» un gran futuro de fama y éxito para personas inseguras («serás el Billy Graham del siglo XXI»). Muy comúnmente estas promesas producen confusión en sus víctimas y les hacen mucho daño.

 

Muy relacionada con estos chantajes es la intimidación, cuya expresión más grave son las frecuentes maldiciones que se lanzan contra las personas. Estas maldiciones son el colmo, el acabóse, del chantaje: «o te sometes, o te maldigo». Por falsas que sean, estas maldiciones tienen una tremenda fuerza para infundir terror y arruinar la vida de las personas. De esas maldiciones hemos hablado en artículos anteriores: «Apóstoles y profetas que juegan con maldiciones» (26 junio 2009) y «Una iglesia abusiva» (15 de marzo 2010). A veces estos «profetas» convalidan hechizos venidos del espiritismo en la vida anterior de los acusados.

 

Muy generalizada en nuestros días es la teología de la sumisión incondicional, una teología de la autoridad absoluta (del apóstol, profeta, o pastor) que condena y prohíbe toda crítica. Es un autoritarismo a ultranza más cerca a la Curia Romana que al Nuevo Testamento. Produce pastores que son dictadores, que pretenden controlar toda la vida de los creyentes. Para enamorarse, casarse, comenzar un plan de estudios (o dejarlo), aceptar un empleo (o dejarlo), para todo se necesita el visto bueno del soberano pastor (apóstol, profeta).

 

El texto áureo para este movimiento autoritario, que ahora aparece por todos lados, es Mateo 7:1, «No juzguéis, para que no seáis juzgados». Otras mantras sagradas son «no toquéis al ungido del Señor» o la murmuración de Miriam y la lepra con que Dios la castigó (ver el artículo del 12 de agosto de 2007 en este blog).

 

Se olvida que Mateo 7:1 condena la criticonería de los fariseos, que pretendían juzgar a los demás sin ser juzgados ellos, que juzgaban la paja en el ojo ajeno sin reconocer la viga en su propio ojo (7:3-5; cf. Rom 2:1). Lejos de prohibir la crítica sana y responsable, en seguida el pasaje nos llama a guardarnos de los falsos profetas, lobos vestidos de ovejas (7:15) y a conocer a todos por sus frutos (7:16-16-20), no por su palabrería espiritual (7:21-23). Según Juan 7:24 Jesús nos manda «juzgar con justo juicio» (cf. Lc 7.43; cf. 12:57); a los corintios, San Pablo les exhortó «juzgad vosotros mismos» (10:15; 11:13) y les avisa que «el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie» (ni de «apóstoles» ni de «profetas»; 1Cor 2:15; cf. 1 Jn 2:27)

 

Con su supresión anti-bíblica de la sana crítica, estos líderes se aseguran un espacio casi ilimitado para la manipulación de sus feligreses. Y es curioso, estos líderes (profetas, «apóstoles»), igual que los fariseos, se atribuyen la más amplia libertad para criticar a otros, sin que otros los puedan criticar a ellos.

 

Nuestra sociedad actual, en su tránsito de la modernidad a la postmodernidad, vive una profunda crisis de la autoridad. Se reconoce cada vez menos la autoridad extrínseca, por el puesto o el título que uno ostenta. En el futuro, los líderes tendrán que ganar cada vez más una autoridad intrínseca, por lo que realmente son, lo que piensan y lo que hacen.

 

Pensar con cabeza propia es a veces arriesgado e incómodo, y en la confusión de los cambios rápidos de nuestra época muchas personas buscan la seguridad en autoridades que pensarán por ellos. Pero eso no es sano y no es la voluntad del Señor. El autoritarismo no tiene futuro.

 

Una expresión especial de este autoritarismo manipulador es la supuesta autoridad incuestionable de los «profetas». Casi siempre, estos «profetas» comunican una actitud autoritaria, que su profecía es de origen divino y sería pecado cuestionarla. A menudo la expresión de su cara dice, «Yo soy profeta, que no me cuestione nadie». Pero lo bíblico es todo lo contrario: todos ustedes tienen el Espíritu, juzguemos e interpretemos todos juntos esta palabra que he recibido (1Tes 5:20-21; 1Cor 14:29). Se repite muy livianamente la fórmula «en el nombre del Señor», como si el Señor estuviera a la orden y disposición incondicional de estas personas.

 

Recuerdo un artículo en Apuntes Pastorales, en que el hermano Pablo Finkenbinder calculó que más o menos 95% de las profecías en las iglesias le parecían de origen humano y no revelación divina. He conocido casos en que ese origen humano era de prejuicios, resentimientos o intereses propios. La profecía auténtica, como palabra viva del Señor para la iglesia y las naciones, es un don precioso, muy importante y necesario para hoy, pero jamás debe pervertirse para manipular a la gente.

 

Algunos ejemplos más: Cuando reconocemos nuestra responsabilidad como pueblo de Dios y comenzamos a analizar lo que está pasando en la iglesia, descubrimos muchos ejemplos de manipulación, algunos inconscientes o por costumbre pero otros con clara intención de engañar. Un problema, mayormente sin intención de manipular, es el abuso del Amén, tan extendido en casi todas las iglesias. Cuando se pregunta, «¿Cuántos dicen Amén», se está presionando a la gente a expresar su acuerdo con lo dicho, reduciendo su posibilidad de discrepar o aun de asentir espontáneamente. Es una táctica para inducir asentimiento artificialmente. Hoy día «la cultura del Amén» está haciendo mucho daño a la iglesia. A veces uno ve en las congregaciones personas que dicen su «Amén» antes de que el predicador haya terminado la frase que está pronunciando, para poder saber qué es lo que están afirmando con su Amén.

 

«Amén» es un signo de exclamación, y nunca debe ser una pregunta con signo de interrogación.

 

Igualmente cuestionable es la costumbre de decir, «Repita después de mí» o «Diga a la persona que está a su lado» tal o cual cosa. Es tratar al público como a tontos, incapaces de pensar con cabeza propia. A veces llega hasta lo ridículo. Una vez oí a un predicador decir «Wow» y después «Repitan todos conmigo, Wow».

 

En la misma categoría pondría «Den un buen aplauso para el Señor». Si vamos a aplaudir, o vamos a decir «Amén», debe nacer espontáneamente de nuestros corazones, no por manipulación ni por costumbre ciega.

 

Muchas veces hoy día se emplea musica de trasfondo durante el sermón o la invitación final para crear un ambiente o un «mood». Es manipulación. La respuesta debe nacer del poder de la palabra misma y del Espíritu Santo, no del talento del tecladista.

 

Mucho se manipulan a la gente durante la invitación evangelística. Cantar «Tal como soy» 35 veces es sugestión y manipulación. Hace muchos años escuché a un famoso evangelista decir, «Levante su mano, nadie te está mirando, no le voy a pedir nada más», para decir después, «Ahora no yo sino el Espíritu Santo le pide a usted pasar adelante al altar». Personalmente creo inconveniente ofrecer cosas, como por ejemplo un libro, a todos los que pasen adelante. Es excelente dárselo, pero malo anunciarlo porque muchos pasarán adelante sólo para recibir el libro.

 

Como ejemplo final podemos mencionar la manipulación de las escrituras para que digan lo que queremos o lo que ayude más a nuestro sermón. A veces buscamos la traducción más bonita, o más de acuerdo con nuestro concepto, en vez de la más fiel. La meta principal de todo sermón, sea doctrinal o evangelístico, no es primordialmente impactar a los oyentes sino ser fiel y hacer escuchar la Palabra de Dios. En ese sentido, Bernard Ramm ha escrito, «el ministro debe tratar su texto exegéticamente antes de tratarlo homiléticamente» (Hermenéutica, T.E.L.L. 1976). Utilizar las escrituras en servicio del éxito personal u otros intereses es manipular el texto sagrado.

 

Conclusión: Frente a sus rivales y detractores en Corinto, que desconocían su apostolado y preferían la elocuente retórica de Apolos (1Cor 1:12; 3:4-6; 4:6; Hch 18:24-19:1), Pablo no responde desde una posición de poder sino de una impresionante sinceridad y vulnerabilidad:


Cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría… Estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios. (1Cor 2:1-5)

Estas palabras, que llegan hasta la motivación más profunda del apóstol, revelan dos cualidades que deben caracterizar a todo siervo y sierva de Dios: la humildad y la integridad. Ese carácter, y esas actitudes, jamás permitirían una vida de manipulación. Gracias a Dios, ha habido y hay muchos miles de personas cuyas vidas y ministerios son auténticos y fieles. Aun en alguien tan famoso y «exitoso» como Billy Graham, y con todos sus defectos y errores, encontramos esa humildad básica y una profunda integridad.

 

Con tristeza tenemos que reconocer que los valores del mundo de hoy se han infiltrado en la iglesia, tanto de los predicadores y líderes como de los creyentes en las bancas. Entre los famosos predicadores en sus megaiglesias y sus programas de televisión, con todo su éxito, es mucho más difícil encontrar esos grandes valores espirituales de los gigantes del pasado. Aunque gracias a Dios hay excepciones muy notables, muchos (diría que la mayoría) de estas personalidades públicas parecen soberbias, con la arrogancia que les otorga su «éxito». Muchos también dan la impresión de estar jugando algún papel, más como actores de teatro que como siervos del Señor de señores.

 

¡Cómo quisiera estar equivocado en este análisis tan poco halagador! De todas maneras, la iglesia de hoy necesita mucha oración.



[1] Mientras Mr 4:24 exhorta «Mirad lo que oís», Lc 8:18 pone el énfasis en cómo uno oye: cuidadosa y responsablemente (Fitzmyer Luke II:718-20).

Juan Stam, Costa Rica

Sociedades Bíblicas de Costa Rica patrocinan cada mes un Foro Bíblico para líderes de las iglesias evangélicas de Costa Rica. Estos foros han sido un gran éxito y están haciendo un aporte muy significativo a la vida teológica y espiritual del país. Para el mes de julio (2010) me pidieron, junto con el historiador y teólogo Juan Carlos Sánchez, analizar el tema delicado y controversial de «Mecanismos de manipulación en las iglesias». Es una realidad que muchos hemos observado pero poco se ha analizado. Por eso me permito resumir algunos aspectos del problema, sin pretender agotar el tema.







 

En sentido literal, según el Diccionario de la Academia Real, «manipular» significa «operar con las manos o con cualquier instrumento» (¿algo así como «manosear»?). En su significado que nos interesa, se define como «acto de intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros, en la política, en el mercado, en la información, etc., con distorsión de la verdad o la justicia, y al servicio de intereses particulares». Esencial al concepto es el irrespeto a la persona, al derecho y la autodeterminación de su víctima. Manipular es jugar con el pensamiento, sentimiento y conducta de otras personas.

 

Un buen punto de partida puede ser un análisis sicológico del fenómeno de la sugestión. Aquí el sentido de «sugestionar» que nos interesa es el proceso sicológico mediante el cual una persona busca dominar la voluntad de alguien, llevándolo a pensar o actuar de determinada manera (Real Academia; Wikipedia). Según La Guía de Psicología, «la sugestión es un estado psíquico provocado en el cual el individuo experimenta las sensaciones e ideas que le son sugeridas y deja de de experimentar las que se le indica que no sienta.»

 

Las formas extremas de la sugestión son el hipnotismo y el lavado de cerebro. Pero una forma mucho más común, que permea toda nuestra sociedad moderna, es la propaganda, tanto comercial como política, a veces subliminal (inconsciente; «por debajo del umbral de la conciencia»). La foto de un guapo señor bebiendo Imperial, rodeado de bellas mujeres y otros símbolos de éxito, insinúa la ridícula idea de que beber tal cerveza producirá lo mismos resultados en los televidentes. La propaganda nos evoca, con tremenda sutileza, las ganas de comprar cosas que no necesitamos para nada. La propaganda política gasta millones de dólares para hacernos pensar, sin más razones que sus mentiras, que tal candidato o tal proyecto social es lo mejor o lo peor, según el caso.  En los 1980s, muchas caricaturas de Daniel Ortega lo representaban con un cigarro grandote, para identificarlo implícitamente con Fidel Castro (aunque Ortega no era fumador y los dos son muy diferentes). La ciencia de la propaganda fue perfecionada por Adolfo Hitler y su ministro de propaganda, Paul Joseph Goebels, para llevar el mundo a la guerra. El mandamiento de Jesús, «Mirad, pues, cómo oís» (Lc 8.18; Mr 4:24), nos impone el deber de estar alerta y no dejarnos engañar por ninguna propaganda.[1]

 

Cuando uno se despierta a estas realidades, comienza a ver que en las iglesias también hay sugestión, métodos de propaganda y técnicas hipnotizantes. A veces una prolongada repetición rítmica de determinada frase, a gritos o con variaciones de tono, produce su deseado resultado de una histeria colectiva. Creo que cualquier sicóloga, competente en estos temas, lo podría reconocer y analizar. Por otra parte, las maratónicas de TV Enlace son un constante ejemplo de sugestión. ¿Cómo es posible que en cada maratónica, los locutores y predicadores puedan anunciar invariablemente que «hay una tremenda unción aquí, se siente poderosamente la presencia de Dios aquí»? Cabe la sospecha legítima que es más bien sugestión, con miras a crear la impresión de algo misterioso y maravilloso para que la gente envíe sus ofrendas, Queda sumamente vago en qué consiste esa «unción», cómo saben que está presente, y cómo puede ser tan predecible e invariable. Jesús dijo que el Espíritu sopla donde quiere, lo que Lutero parafraseó, «El Espíritu Santo actúa cuando, donde y como él quiere» y no cada vez que nosotros lo decidamos y después producimos por sugestión las sensaciones correspondientes.

 

Otra forma de manipulación, el chantaje, consiste en emplear promesas o amenazas para someter a las personas. En el sentido más amplio, «el evangelio de las ofertas» y «la teología de la prosperidad», cuando se emplean para provecho personal (que ocurre no infrecuentemente), califican como chantaje o extorsión. Casi siempre estas promesas y amenazas apelan al egoismo, como cuando se «profetiza» un gran futuro de fama y éxito para personas inseguras («serás el Billy Graham del siglo XXI»). Muy comúnmente estas promesas producen confusión en sus víctimas y les hacen mucho daño.

 

Muy relacionada con estos chantajes es la intimidación, cuya expresión más grave son las frecuentes maldiciones que se lanzan contra las personas. Estas maldiciones son el colmo, el acabóse, del chantaje: «o te sometes, o te maldigo». Por falsas que sean, estas maldiciones tienen una tremenda fuerza para infundir terror y arruinar la vida de las personas. De esas maldiciones hemos hablado en artículos anteriores: «Apóstoles y profetas que juegan con maldiciones» (26 junio 2009) y «Una iglesia abusiva» (15 de marzo 2010). A veces estos «profetas» convalidan hechizos venidos del espiritismo en la vida anterior de los acusados.

 

Muy generalizada en nuestros días es la teología de la sumisión incondicional, una teología de la autoridad absoluta (del apóstol, profeta, o pastor) que condena y prohíbe toda crítica. Es un autoritarismo a ultranza más cerca a la Curia Romana que al Nuevo Testamento. Produce pastores que son dictadores, que pretenden controlar toda la vida de los creyentes. Para enamorarse, casarse, comenzar un plan de estudios (o dejarlo), aceptar un empleo (o dejarlo), para todo se necesita el visto bueno del soberano pastor (apóstol, profeta).

 

El texto áureo para este movimiento autoritario, que ahora aparece por todos lados, es Mateo 7:1, «No juzguéis, para que no seáis juzgados». Otras mantras sagradas son «no toquéis al ungido del Señor» o la murmuración de Miriam y la lepra con que Dios la castigó (ver el artículo del 12 de agosto de 2007 en este blog).

 

Se olvida que Mateo 7:1 condena la criticonería de los fariseos, que pretendían juzgar a los demás sin ser juzgados ellos, que juzgaban la paja en el ojo ajeno sin reconocer la viga en su propio ojo (7:3-5; cf. Rom 2:1). Lejos de prohibir la crítica sana y responsable, en seguida el pasaje nos llama a guardarnos de los falsos profetas, lobos vestidos de ovejas (7:15) y a conocer a todos por sus frutos (7:16-16-20), no por su palabrería espiritual (7:21-23). Según Juan 7:24 Jesús nos manda «juzgar con justo juicio» (cf. Lc 7.43; cf. 12:57); a los corintios, San Pablo les exhortó «juzgad vosotros mismos» (10:15; 11:13) y les avisa que «el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie» (ni de «apóstoles» ni de «profetas»; 1Cor 2:15; cf. 1 Jn 2:27)

 

Con su supresión anti-bíblica de la sana crítica, estos líderes se aseguran un espacio casi ilimitado para la manipulación de sus feligreses. Y es curioso, estos líderes (profetas, «apóstoles»), igual que los fariseos, se atribuyen la más amplia libertad para criticar a otros, sin que otros los puedan criticar a ellos.

 

Nuestra sociedad actual, en su tránsito de la modernidad a la postmodernidad, vive una profunda crisis de la autoridad. Se reconoce cada vez menos la autoridad extrínseca, por el puesto o el título que uno ostenta. En el futuro, los líderes tendrán que ganar cada vez más una autoridad intrínseca, por lo que realmente son, lo que piensan y lo que hacen.

 

Pensar con cabeza propia es a veces arriesgado e incómodo, y en la confusión de los cambios rápidos de nuestra época muchas personas buscan la seguridad en autoridades que pensarán por ellos. Pero eso no es sano y no es la voluntad del Señor. El autoritarismo no tiene futuro.

 

Una expresión especial de este autoritarismo manipulador es la supuesta autoridad incuestionable de los «profetas». Casi siempre, estos «profetas» comunican una actitud autoritaria, que su profecía es de origen divino y sería pecado cuestionarla. A menudo la expresión de su cara dice, «Yo soy profeta, que no me cuestione nadie». Pero lo bíblico es todo lo contrario: todos ustedes tienen el Espíritu, juzguemos e interpretemos todos juntos esta palabra que he recibido (1Tes 5:20-21; 1Cor 14:29). Se repite muy livianamente la fórmula «en el nombre del Señor», como si el Señor estuviera a la orden y disposición incondicional de estas personas.

 

Recuerdo un artículo en Apuntes Pastorales, en que el hermano Pablo Finkenbinder calculó que más o menos 95% de las profecías en las iglesias le parecían de origen humano y no revelación divina. He conocido casos en que ese origen humano era de prejuicios, resentimientos o intereses propios. La profecía auténtica, como palabra viva del Señor para la iglesia y las naciones, es un don precioso, muy importante y necesario para hoy, pero jamás debe pervertirse para manipular a la gente.

 

Algunos ejemplos más: Cuando reconocemos nuestra responsabilidad como pueblo de Dios y comenzamos a analizar lo que está pasando en la iglesia, descubrimos muchos ejemplos de manipulación, algunos inconscientes o por costumbre pero otros con clara intención de engañar. Un problema, mayormente sin intención de manipular, es el abuso del Amén, tan extendido en casi todas las iglesias. Cuando se pregunta, «¿Cuántos dicen Amén», se está presionando a la gente a expresar su acuerdo con lo dicho, reduciendo su posibilidad de discrepar o aun de asentir espontáneamente. Es una táctica para inducir asentimiento artificialmente. Hoy día «la cultura del Amén» está haciendo mucho daño a la iglesia. A veces uno ve en las congregaciones personas que dicen su «Amén» antes de que el predicador haya terminado la frase que está pronunciando, para poder saber qué es lo que están afirmando con su Amén.

 

«Amén» es un signo de exclamación, y nunca debe ser una pregunta con signo de interrogación.

 

Igualmente cuestionable es la costumbre de decir, «Repita después de mí» o «Diga a la persona que está a su lado» tal o cual cosa. Es tratar al público como a tontos, incapaces de pensar con cabeza propia. A veces llega hasta lo ridículo. Una vez oí a un predicador decir «Wow» y después «Repitan todos conmigo, Wow».

 

En la misma categoría pondría «Den un buen aplauso para el Señor». Si vamos a aplaudir, o vamos a decir «Amén», debe nacer espontáneamente de nuestros corazones, no por manipulación ni por costumbre ciega.

 

Muchas veces hoy día se emplea musica de trasfondo durante el sermón o la invitación final para crear un ambiente o un «mood». Es manipulación. La respuesta debe nacer del poder de la palabra misma y del Espíritu Santo, no del talento del tecladista.

 

Mucho se manipulan a la gente durante la invitación evangelística. Cantar «Tal como soy» 35 veces es sugestión y manipulación. Hace muchos años escuché a un famoso evangelista decir, «Levante su mano, nadie te está mirando, no le voy a pedir nada más», para decir después, «Ahora no yo sino el Espíritu Santo le pide a usted pasar adelante al altar». Personalmente creo inconveniente ofrecer cosas, como por ejemplo un libro, a todos los que pasen adelante. Es excelente dárselo, pero malo anunciarlo porque muchos pasarán adelante sólo para recibir el libro.

 

Como ejemplo final podemos mencionar la manipulación de las escrituras para que digan lo que queremos o lo que ayude más a nuestro sermón. A veces buscamos la traducción más bonita, o más de acuerdo con nuestro concepto, en vez de la más fiel. La meta principal de todo sermón, sea doctrinal o evangelístico, no es primordialmente impactar a los oyentes sino ser fiel y hacer escuchar la Palabra de Dios. En ese sentido, Bernard Ramm ha escrito, «el ministro debe tratar su texto exegéticamente antes de tratarlo homiléticamente» (Hermenéutica, T.E.L.L. 1976). Utilizar las escrituras en servicio del éxito personal u otros intereses es manipular el texto sagrado.

 

Conclusión: Frente a sus rivales y detractores en Corinto, que desconocían su apostolado y preferían la elocuente retórica de Apolos (1Cor 1:12; 3:4-6; 4:6; Hch 18:24-19:1), Pablo no responde desde una posición de poder sino de una impresionante sinceridad y vulnerabilidad:


Cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría… Estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios. (1Cor 2:1-5)

Estas palabras, que llegan hasta la motivación más profunda del apóstol, revelan dos cualidades que deben caracterizar a todo siervo y sierva de Dios: la humildad y la integridad. Ese carácter, y esas actitudes, jamás permitirían una vida de manipulación. Gracias a Dios, ha habido y hay muchos miles de personas cuyas vidas y ministerios son auténticos y fieles. Aun en alguien tan famoso y «exitoso» como Billy Graham, y con todos sus defectos y errores, encontramos esa humildad básica y una profunda integridad.

 

Con tristeza tenemos que reconocer que los valores del mundo de hoy se han infiltrado en la iglesia, tanto de los predicadores y líderes como de los creyentes en las bancas. Entre los famosos predicadores en sus megaiglesias y sus programas de televisión, con todo su éxito, es mucho más difícil encontrar esos grandes valores espirituales de los gigantes del pasado. Aunque gracias a Dios hay excepciones muy notables, muchos (diría que la mayoría) de estas personalidades públicas parecen soberbias, con la arrogancia que les otorga su «éxito». Muchos también dan la impresión de estar jugando algún papel, más como actores de teatro que como siervos del Señor de señores.

 

¡Cómo quisiera estar equivocado en este análisis tan poco halagador! De todas maneras, la iglesia de hoy necesita mucha oración.



[1] Mientras Mr 4:24 exhorta «Mirad lo que oís», Lc 8:18 pone el énfasis en cómo uno oye: cuidadosa y responsablemente (Fitzmyer Luke II:718-20).

Juan Stam

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