Posted On 16/09/2020 By In Cultura, Espiritualidad, Pastoral, portada With 719 Views

Meditaciones Bunyanas desde el avión | José Luis Avendaño

Cierta vez, mientras hacía ese largo y extenuante viaje desde Santiago de Chile a Toronto, leía asiduamente, una vez más, el “Progreso del peregrino” de John Bunyan. En parte, acometía por vez enésima esa lectura para hacer menos monótona esta de suyo más monótona todavía travesía aérea, pero también por el enorme regocijo que trae siempre al alma del creyente la lectura de este clásico de la literatura evangélica, cuánto más, nuestras almas atraviesan por temporadas de soledad, sequedad, apremio. Llegaba en algún momento de mi lectura, durante el vuelo, a aquel momento en el que el libro narra el encuentro entre Cristiano y Fiel, y Bunyan se explaya largamente acerca de los sentimientos que sobrecogen a uno y otro al poder por fin encontrar a un compañero de fe durante el solitario y escabroso camino de los peregrinos: ¡El corazón de ambos se llena de gozo por el encuentro, uno y otro comparten acerca de la dicha de la salvación, de los peligros y tentaciones que han encontrado durante su travesía y de cómo Dios los ha librado de cada uno de ellos, se consuelan, se animan en la fe, y sienten que la presencia de uno y otro es la respuesta del Señor a sus oraciones!

No tengo ninguna pretensión de hacer algún análisis literario o teológico demasiado elaborado ni sofisticado de este episodio «peregrinesco», sólo quisiera comentar que mientras leía esta sección durante el vuelo, me preguntaba cuántas veces en realidad al encontrarnos con algún hermano o hermana en la fe nuestra conversación gira en cuanto a lo que Dios ha hecho últimamente en nuestra vida, en cómo ha manifestado su amor sobre nosotros, en qué nuevo hemos aprendido de nuestros tiempos de lucha, tribulación, tentación, si ha habido algún texto bíblico que nos ha impactado profundamente durante nuestro tiempo de devoción, si nuestra práctica de oración se está desarrollando con renovado vigor. Me preguntaba, además, si alguna vez hablamos de la dicha de sabernos objeto de la salvación divina por gracia y nada más que por gracia, de nuestras más penosas debilidades y tentaciones y qué hacemos para enfrentarnos a ellas. Me preguntaba, asimismo, si en medio de la conversación surge alguna vez algún “por qué quieres que ore por ti”.

En fin, me temo que gran parte de todas estas materias, que surgían tan natural y espontáneamente en la conversación de Cristiano y Fiel, resultarían para gran parte de muchos creyentes hoy –especialmente para aquellos cuya meta es distanciarse del obtuso e ingenuo «fundamentalismo evangelical»– un tipo de conversación absolutamente fuera de lugar, propia de un evangelicalismo espiritualizante si no enajenante. Vocabulario propio, se insistirá, de un discurso pietista decimonónico y extemporáneo que nada sabe del análisis político y el activismo social. Un tipo de lenguaje que de conservar todavía alguna validez la ha de tener solo en la esfera privada de la vida. Me venía a la mente, también, a propósito de todo esto, un artículo que leí hace algún tiempo de Leonardo Boff donde éste se mostraba abiertamente preocupado porque las comunidades católicas estaban dedicando demasiado tiempo a la oración, siguiendo el ejemplo del mundo evangelicalista, con el riesgo de quedar, según él, en la misma condición de instrumentalización ideológica y carencia de acción política que éste.

Por mi parte, mientras seguía reflexionando en este episodio del libro, hacía memoria y recordaba que la mayoría de las conversaciones que yo mismo he tenido con creyentes en los últimos años ha girado en torno al debate teórico de la sociología de la religión, la filosofía de la religión, la dogmática, las teorías políticas, autores más autores menos, como si solamente una conversación tan elaborada de este tipo hiciera que la conversación de la fe cristiana valiera la pena y no quedara uno con la sensación de que lo otro, sin lo teórico, es casi un discurso nada más que para abuelas o para un mundo que aun vive en la periferia del saber. Por cierto, no estoy sugiriendo –¡Dios me libre de aquello!– que el encuentro entre dos creyentes debe girar únicamente en torno a los artículos de la fe, pues todos bien sabemos que hay sectores que han llevado aquello hasta sus más extremas consecuencias, con el resultado de parecer vivir en un mundo realmente paralelo, y dándole realmente la razón en este caso –y solo en este caso– a Boff al afirmar cuán instrumentalizante puede ser el discurso de la supuesta fe cuando no se abre con contribución y lucidez a la dimensión horizontal de la vida y de la propia fe.

Con todo, y esta utilísima advertencia, me seguía preguntando al meditar en torno al encuentro de Cristiano y Fiel, cuán infrecuente resulta hoy entre muchos creyentes hablar acerca del camino de nuestra fe, de la necesidad de orar unos por otros, de gozarnos en las promesas del Señor. A veces me viene la idea de que muchos, especialmente hombres, tienen el temor de que se les considere afeminados al hablar de todo aquello que, en otro tiempo, fue el sustento del dialogar cristiano. Otras muchas conversaciones entre creyentes me hacen recordar la conversación del propio Fiel con Locuaz, aquel personaje tan exuberante de teorías y saberes, que al solo abrir su boca y producto de su conocimiento y cultura superiores, dejaba a todos encandilados, pero consultado cómo se conectaba todo aquello con su vida o llamado a comentar acerca del progreso de su fe, su tiempo de oración e intimidad con Dios no sabía ya qué responder. Porque hay aquellos, digámoslo con total honestidad, que su hablar de la fe es una interminable exposición de saberes, constructos y teorías, pero interpelados o consultados a explayarse acerca de cómo está su vida de oración, su progreso en cuanto a amar a los demás, o simplemente acerca de qué Dios ha estado haciendo últimamente en su vida, abandonan de cuajo su anterior locuacidad.

Ahora bien, sin caer ni mucho menos en la desquiciada actitud antiintelectualista que todos bien sabemos cuánto daño ha hecho al pueblo evangélico latinoamericano, cuánto extraño entre los creyentes ese tan contribuyente dialogar entre Cristiano y Fiel, ese quedar con la sensación de que luego de pasar un tiempo con un hermano o hermana en la fe uno se siente con más ganas de buscar a Dios, de orar, de consagrar la vida a él.

Me angustia encontrarme con tanto creyente que en sus conversaciones solo quiere impresionar por medio de sus supuestos conocimientos y saberes, pero que más allá de estas altisonantes peroratas nada más puede ofrecer. Me pregunto si acaso será por esa falta de más «Cristianos» y «Fieles» y sus conversaciones, que tantos creyentes hoy se sienten tan solos, y llevan sus más intimas luchas y dolores en la más absoluta soledad de su ser. Oremos para que Dios ponga más «Fieles» en nuestro caminar como peregrinos. Oremos, para ser nosotros aquellos Fieles que acompañen con fidelidad y corazón sincero a los otros peregrinos que van de camino.

José Luis Avendaño

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