«Estudiáis las Escrituras pensando que contienen vida eterna; pues bien, precisamente las Escrituras dan testimonio a mi favor. A pesar de ello, vosotros no queréis aceptarme para obtener esa vida»
Juan 5:39-40
(La Palabra, Sociedad Bíblica de España, 2010)
El estudio de las Escrituras sagradas es práctica asidua de todo fiel creyente judío. En la época de Jesús, aprendían a leerla desde muy temprana edad, memorizaban muchos de sus textos y los repetían en la sinagoga, en el Templo y en las casas. También había expertos que las explicaban con maestría y dilucidaban sus secretos.
Pero, bien sabemos, que leer y estudiar las Escrituras no es, de por sí, suficiente prueba de la integridad espiritual de una persona. Se pueden estudiar y hasta reverenciar con una variedad inmensa de propósitos que no siempre se ajustan a la voluntad de su Autor: hay quienes la leen para condenar a otros, quienes la estudian para confirmar sus prejuicios, quienes la interpretan a su manera para promover violencia, manipular al débil o justificar la exclusión. Contra estos habló Jesús en repetidas ocasiones.
Cuando el estudio de las Escrituras no sirve más que para avivar los fuegos de la discriminación y del fanatismo, mejor sería no estudiarlas. Tanta hipocresía olvida que lo más importante de la ley escrita es «la justicia, la misericordia y la fe» (Mateo 23:23).
Para la fe cristiana, la Biblia es la palabra autorizada de Dios dirigida a los seres humanos; como tal exige una escucha obediente y fiel. Pero es, también, palabra humana del pueblo que ha caminado con el Señor y da testimonio de ese peregrinaje de fe, sufrimiento y alegría. Es la memoria escrita de la manera como ese pueblo, descubrió en su propia historia la presencia de Dios y de su Palabra.
Jesús está en el centro de las Escrituras cristianas: «…las Escrituras dan testimonio a mi favor»; él es la clave para su correcta interpretación y, la vida que él nos ofrece, es nuestro principal incentivo para que la leamos; porque como dice el Salmo: «Tú palabra es antorcha de mis pasos, es luz en mi sendero» (Salmo 119:105).
Para seguir pensando:
«La Biblia, pues, nos proporciona una identidad alternativa, una manera alternativa de entendernos a nosotros mismos, un modo alternativo de relacionarnos con el mundo; nos reta a repesarnos…»
Walter Brueggemann (Profesor de Antiguo Testamento y escritor)
Vale que nos preguntemos:
¿Cuáles son mis principales motivos y objetivos cuando leo o estudio las Escrituras? ¿Cómo puedo preparar mejor mi corazón para que la lectura de la Biblia produzca, por el Espíritu, su obra trasformadora en mí?
Oración:
Tú, Señor, eres el camino, la verdad y la vida. Quiero conocerte mejor, amar tu verdad y recorrer tus caminos. Enséñame, por medio de tu Palabra, a hacer tu voluntad y dar testimonio de ella. Amén.
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