El libro “30 días con Jesús y el Reino de Dios” es el resultado de una serie de reflexiones devocionales publicadas a lo largo de varios años, que ahora recojo en un nuevo volumen de 180 páginas. El libro tiene un enfoque solidario, ya que todos los beneficios irán dirigidos al proyecto misionero “Sekeleka/Mozambique”, con la nueva incorporación de Ana Leyda, que se unirá en breve a la misionera Sara Marcos. Todos los interesados podéis recibir el libro mediante una ofrenda de 15 euros, escribiendo previamente a este correo: elidesilbayona1@gmail.com. Os adelanto la primera parte de la introducción:
“El reino de Dios siempre fue central para Jesús. Por eso, importa que nos preguntemos: ¿Qué sentido tenía para él? ¿Cómo se relaciona con el conjunto de su mensaje? ¿Por qué Jesús privilegia de tal modo esta expresión? ¿Qué implicaciones posee? Conviene responder a estas preguntas procurando esquivar, sobre todo, el peligro de los anacronismos, es decir, evitando proyectar nuestras categorías occidentales a la exégesis para convertirlas en criterio hermenéutico de los textos sobre el tema.
En el mensaje de los profetas encontramos algo que resulta decisivo para entender el mensaje de Jesús acerca del Reino de Dios. En momentos de opresión crítica, cuando se pone en crisis radical la identidad del pueblo de Dios, como se ve en los libros de Daniel e Isaías, aparece muy viva la esperanza en la afirmación en la historia del reinado de Dios, que habría de suponer la liberación de Israel de sus enemigos, la restauración de las doce tribus, la renovación del templo y la resurrección de los muertos. Reino de Dios es el clamor y la esperanza de un pueblo oprimido que siente sobre sí el dolor del yugo de otros reinos y otros señores que no son Jehová, de modo que Israel palpa por experiencia propia lo que se opone radicalmente a la voluntad del Dios del pacto.
De lo dicho se sigue algo muy importante que suele pasar desapercibido: El anuncio de Jesús del reino implicaba una seria crítica de la teología imperial, que no podía pasar desapercibida a sus contemporáneos. La ideología política se formulaba en términos teológicos y se expresaba a través del culto y del ritual. Este aura de legitimación sobrenatural se expresaba a través de la figura del monarca que aparecía como la encarnación del orden cósmico divinamente ordenado. La legitimación religiosa de la pax romana y de la persona del emperador era omnipresente y aparecía en las monedas de uso cotidiano, en los monumentos, en las inscripciones públicas, en las ceremonias, etc. Erigir a Dios en el único absoluto y proclamar su reinado suponía poner en crisis al emperador y su poder, que pretendían constituirse en instancia última de las vidas y las conciencias de las personas.
El reino de Dios es, por tanto, un realidad dinámica y social. Designa la soberanía real de Dios ejerciéndose en este mundo y en esta historia, en contraste con la de todos los reyes terrenos. La característica principal de este reino divino es que Dios realiza el ideal de justicia en el marco de la misericordia, un ideal que jamás había tenido pleno cumplimiento en la tierra. La justicia del gran rey contrasta poderosamente sobre la del resto de los soberanos de este mundo, porque se trata del amor que corrige todo lo que va contra el amor y se manifiesta en la protección, la bondad, la compasión, el cuidado y el interés misericordioso. Y esa iniciativa es de alcance universal, claro está, pero se dirige en primer lugar, hacia los más desfavorecidos, los últimos, los invisibles, los pobres y los afligidos, para dignificarlos, reconocer su valor y ofrecerles la salvación que el reino de Dios trae en la persona de Jesús.
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