Posted On 12/10/2014 By In Opinión With 6330 Views

Monseñor Oscar Arnulfo Romero: Pastor-Profeta solidario

En días recientes se ha vuelto a resaltar la figura de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, en diversos lugares del mundo. Desde el Papa Francisco hasta las iglesias evangélicas de El Salvador, han exaltado su vida, ministerio y martirio. Es importante que en toda América Latina y el Caribe no se olvide esta vida fecunda, generosa y comprometida con la paz con justicia del reinado de Dios.

Afortunadamente hay monumentos a su figura y a su memoria en varios lugares de El Salvador; y libros, poemas y canciones creadas por el pueblo salvadoreño y otros pueblos, desde el sentimiento más profundo de admiración y respeto para este pastor y profeta solidario.

Desearía subrayar, en este breve esbozo de su vida y martirio, cuatro  facetas de esta figura tan universal y tan nuestra. Monseñor Romero como servidor del pueblo en nombre de Cristo, su voz profética, su voz pastoral como compromiso con la verdad y la Palabra proclamada como memoria subversiva. Concluiré con unas algunas breves observaciones.

Servidor del pueblo de Dios

Oscar Arnulfo Romero y Galdámez nació en Ciudad Barrios una pequeña población salvadoreña, cerca de la frontera con Honduras. Perteneció a una familia numerosa con una madre, hacendosa y dedicada, y un padre telegrafista que se preocupaba por todos ellos. Desde niño cultivó valores cristianos esenciales y forjó un acendrado espíritu de servicio y compromiso con la gente humilde y pobre. Nunca le gustó la ostentación y el lujo, era tímido y reservado. Sin embargo, solía abrirse a conversaciones e intercambio de ideas que le formarán y le desafiarán. Algunos de sus detractores pretendieron describirlo como mediocre y poco reflexivo, pero jamás lograron su objetivo, porque Monseñor poseía una inteligencia natural y una calidad humana excepcionales. Hay que insistir en ello: era brillante y sabio, humilde, un auténtico líder espiritual con un evidente carisma pastoral, sin fingimientos ni poses ensayadas. Tenía una tremenda capacidad para trabajar en equipo y lograr consensos importantes. Después de escuchar atentamente las opiniones de las demás personas, formulaba sus posturas y asumía los riesgos.

Recuerdo varios momentos tensos e intensos en que, precedidos por el silencio, finalmente emitía su opinión. Le gustaba tener asesores, y los tuvo muy buenos en sacerdotes como Rutilio Grande, su gran amigo y hermano, Jon Sobrino, su teólogo favorito e Ignacio Ellacuría, su fuente de conocimiento filosófico y humanístico, y gran confidente. Contó también con el asesoramiento de Cesar Jerez, superior de los jesuitas, con quien consultaba muy frecuentemente. Mi gran hermano y amigo, Ignacio Martín Baró, psicólogo de la liberación y mártir jesuita asesinado vilmente en noviembre de 1989 junto a sus otros compañeros de orden, era parte de ese equipo de asesores.

Monseñor Romero ocupó cargos importantes en la Iglesia salvadoreña y centroamericana, entre ellos, rector del Seminario Inter-diocesano, secretario del Consejo Episcopal Centroamericano, Obispo Auxiliar de San Salvador, Obispo Titular de Santiago de María y, finalmente, Arzobispo de San Salvador en 1977. Pero lo que más le satisfizo siempre fue ser servidor del pueblo pobre, pastor solidario entre ellos y ellas, y rodearse de su ternura.

Monseñor Romero lo decía claramente:

Mi posición de pastor me obliga a ser solidario con todo el que sufre
Y acuerpar todo esfuerzo por la dignidad de los hombres (sic)

Esa postura está abalada por su seguimiento a Jesucristo. Seguir a Jesús era su vocación suprema, aún en medio del miedo y la angustia, porque el reclamo del evangelio se imponía.

Por esa convicción, y urgido por el llamado de Jesucristo, Romero siente que no es posible ni negarse ni ser neutral:

Hermanos, decía,  que hermosa experiencia es tratar de seguir un poquito a Cristo, y a cambio de eso recibir en el mundo la hondonada de insultos, de discrepancias, de calumnias, las pérdidas de amistades, el tenerlo a uno por sospechoso.

La voz profética

El profeta discierne la acción de Dios en la irrupción de lo nuevo. Es la buena noticia que llega. Sentirse rodeado de esa gran esperanza es el gozo de la misión cumplida, es mayor que la propia muerte. El desgaste, la fragilidad humana en medio de las luchas, se transforma en fortaleza. Cuando se es más débil se puede llegar a ser más fuerte.

El profeta coloca todo en perspectiva escatológica, está avizorando el futuro desde el presente. Las palabras que sus labios profirieron y el mensaje que acompañó al pueblo permanece. Y permanece en un horizonte de esperanza, no en una falsa utopía. Esa esperanza va conformándose en proyectos históricos que manifiestan signos positivos del Reino de Dios, no agotando su plenitud como manifestación futura.

Monseñor Romero mantuvo viva la autenticidad de la fe y la pertinencia del Evangelio. El que fue investido y llamado, ahora permanece en Dios y en la memoria viva del pueblo, trascendiendo fronteras, construyendo con la memoria de su gesta y compromiso la solidaridad del pueblo de Dios en todo el mundo.

En la Catedral Metropolitana de San Salvador hay una sencilla tumba con un retrato de Monseñor Romero que recibe a diario la gratitud y el clamor del pueblo salvadoreño. Muchos peregrinos y peregrinas de todo el mundo acuden también con sus clamores. Se sabe que hubo allí un pastor-profeta y su presencia todavía se siente. Múltiples oraciones son escritas.

Un aspecto fundamental que complementa y define al pastor-profeta es el martirio. Monseñor Romero lo asumió como el costo del discipulado, leyendo los signos de los tiempos, identificándose con los y las pobres desde su identidad cristiana. Así fue forjando en su praxis cotidiana los perfiles de su teología y compromiso. El testimonio de Rutilio Grande, martirizado vilmente, y la de otros sacerdotes suyos, lo llevaron a una comprensión más profunda y definitiva en la aceptación de su propio martirio.

Estas palabras tan sinceras y atinadas lo resumen claramente:

El martirio es una gracia que no creo merecer.
Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida
Que mi sangre sea la semilla de libertad
Y la señal de que la esperanza será pronto una realidad.
Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo
Y como un testimonio de esperanza en el futuro.

Por estas razones, en un testimonio personal, un mes antes de su martirio, medita profundamente y exclama: “Deseo encontrarme con Jesús y participar de su obediencia al plan salvífico de Dios”.

Una voz pastoral, compromiso con la verdad

Monseñor sabía que su voz había ido adquiriendo mayor prominencia e impacto cada día. La tan conocida frase “yo soy la voz de los sin voz” era un signo cotidiano de su acción pastoral y la atención a los más pobres y marginados. Por eso sus homilías se fueron tornando en fuente de acompañamiento, anuncio y denuncia. Estudiaba en su pequeño estudio informes, relatos, leía libros pertinentes de teólogos y teólogas de la liberación, meditaba y ponderaba situaciones buscando dirección para el pueblo de Dios. Estando yo en su pequeño estudio en 1979, me mostró los libros que estaba leyendo y que resaltaban los temas de actualidad y contextualizados sobre El Salvador, Latinoamérica y el Caribe y la coyuntura mundial. Trataba de estar al día y no escatimaba esfuerzos para, con humildad, recibir asesoramiento de las personas más allegadas a él y amigos y amigas de otros países.

Esa voz comprometida lo llevó a denunciar a los ricos y poderosos. A exigir la defensa de la vida, las corrupciones a todo nivel, la mentira sistemática y estructurada que encubría desde la tortura hasta las desapariciones y los asesinatos. No rehuía presentar casos concretos en sus homilías y reclamarles a los gobernantes y a las fuerzas armadas respeto por la dignidad humana, la promoción de la paz con justicia y preservar para las futuras generaciones una patria en la que cupieran todos y todas en fraternidad y libertad plena.

Recuerdo haber estado con el Padre Ignacio Ellacuría, Rector de la  Universidad Centroamericana de El Salvador, en su pequeño estudio, y ver al arzobispo luchar con un asunto serio buscando dirección y consejo. Con rostro compungido, y aquella mirada lejanamente triste llegaba a discernir y, finalmente, a decidir. Después venía una sonrisa más cercana y una gran ternura también expresada en una mirada que se convertía en certeza y confianza. Por eso llegó a decir: “Siento miedo a la violencia en mi persona…Temo por la debilidad de mi carne…Siento también la tentación de la vanidad”. Llegó a transformar el miedo en auténtica humildad que se convirtió en seguridad. De hecho, el día de su asesinato, allí en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, ofreciendo una misa a la memoria de Doña Sarita, una fiel feligresa, en su homilía pone en perspectiva lo que fue su entrega final:

Acaban de escuchar en el Evangelio de Cristo que es necesario no amarse tanto a sí mismo que se cuide uno para no meterse en riesgos de la vida que la historia nos exige, y que el que quiera apartar de sí el peligro, perderá su vida

Y él la ganó para sus hermanos y hermanos, y para Cristo. Cae asesinado por la misma violencia que tanto denunció. Junto al pan y el vino, en ese preciso momento, es martirizado, y queda consagrada para siempre en Dios su vida.

La “Palabra queda”, memoria subversiva

El profeta trasciende su tiempo, pero su mensaje permanece vigente.

“La Palabra queda”. Y ese es el gran consuelo del que predica. Mi voz desaparecerá, pero mi palabra que es Cristo quedará en los corazones que lo hayan querido acoger.

Tengo muy viva en mi memoria las jornadas teológicas en El Salvador del 22-27 de marzo del 2005, en homenaje al 25 aniversario de la resurrección definitiva de Monseñor Oscar Romero, el  24 de marzo de 1980. Llegaron delegaciones de todo el mundo y de distintas confesiones religiosas. Fueron verdaderas jornadas ecuménicas. Lo que más me conmovió en Chalatenango, Suchitoto y San Salvador fue la presencia de las comunidades de base que tanto amó Monseñor Romero. ¡Y celebramos la vida de Monseñor y hubo procesiones y cánticos, historias, anécdotas y relatos! Una gran procesión se inició justo a la entrada del Hospital de la Divina Providencia y junto al humilde apartamento donde vivió Monseñor Romero, cruzando varios kilómetros en la ciudad hasta llegar a la Catedral Metropolitana.  El pueblo cantaba alegremente. Y es que la memoria subversiva de este pastor-profeta ha sido la fuente de esperanza y de aliento en estas dos décadas en las que se anunció la llegada de la paz que ha sido negada, y todavía el pueblo salvadoreño la aguarda y está dispuesto a luchar por ella.

En la cripta de la Catedral Metropolitana de San Salvador, invitados por Monseñor Gregorio Rosa Chávez, más de siete mil personas nos congregamos para, no sólo recordar a Monseñor Romero, sino para afirmar y comprometernos a seguir en la senda por él trazada. Hubo participaciones de líderes de diversas confesiones religiosas comprometidas con la verdad y la justicia. Esa tarde, como en aquella tarde del 24 de marzo de 1980, Monseñor Romero volvió a estar presente entre los suyos, y una vez más su Palabra quedó en nuestras mentes.

Recordamos una estrofa del Cántico de Despedida, de la Misa Popular Salvadoreña. Guillermo Cuéllar, nuestro apreciado Piquín, es el compositor:

Todos nos comprometemos en la mesa del Señor
a construir en este mundo el amor.
Que al luchar por los hermanos se hace comunidad;
Cristo vive en la solidaridad.

Concluyamos, destacando lo siguiente:

No hay que olvidar al “pueblo crucificado” que sigue sufriendo, no sólo en El Salvador sino en toda nuestra Patria Grande. La violencia contra el pueblo continua. Las injusticias sociales y económicas siguen flagelando al pueblo.

Hay que mantener la “memoria subversiva” de Monseñor Romero y no permitir que se coopte su figura vertical profética. Que no se disipe, ni diluya en espiritualidades falsas este espíritu insobornable, claro en su compromiso con la verdad y los más altos valores éticos y morales.

Que la vida siempre resucitada y fecunda de Oscar Arnulfo Romero y Galdámez, obispo, amigo y hermano nuestro, siga inspirándonos en este tiempo de tantos desafíos en nuestra Patria Grande. La que Simón Bolívar soñó, la que exaltó en su poesía y honró con su vida, José Martí.

Es un gran acierto, en momentos que algunos pretenden borrar la memoria de Monseñor Romero, recordar a este mártir tan nuestro que nos compromete a todas y todos. ¡Monseñor Romero, presente por siempre, vivo en la memoria de nuestros pueblos, presente por siempre en la vida de Dios! Y con las palabras del poeta-compositor  salvadoreño, Alvar Antonio Castillo, decimos una vez más:

Monseñor vives hoy en el corazón del pueblo que tanto te amó.
Monseñor tu verdad nos hace marchar a la victoria final

Que la memoria viva de Monseñor Oscar Arnulfo Romero nos ilumine en nuestro camino de fe y en renovado compromiso por la justicia.

Bibliografía selecta

James R. Brockman. 1985. La palabra queda. San Salvador-Lima: CEP-UCA.

Adrianne Aron, Elliot G. Mishler eds. 1994. Ignacio Martín Baró. Writings for a Liberation Psychology. Harvard University Press.

Monseñor Oscar Arnulfo Romero. 1990. Su diario. San Salvador: Publicación del Arzobispado de San Salvador.

Publicaciones pastorales del Arzobispado de San Salvador. 1982. Mons. Oscar Arnulfo Romero. Su muerte y reacciones. San Salvador: Arzobispado de San Salvador.

Armando Márquez Ochoa, ed. 2005. Martirologio de Mons. Romero. Testimonio y catequesis martirial de la Iglesia Salvadoreña. San Salvador: CEBES.

Roberto Morozzo della Rocca, ed. 2003. Óscar Romero. Un obispo entre guerra fría y revolución. Madrid: San Pablo.

Carmelo Álvarez

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