Posted On 13/04/2012 By In Biblia With 1449 Views

Mosén Estradivarius

– Mosén Estradivaaaaarius, Mosén Estradivaaaaarius…!

Una de las niñas de catequesis entró corriendo en la sacristía. Allí, Mosén Antonio, que hacía un momento se había despedido de los feligreses de la Misa de la tarde, se estaba sacando el vestuario con la ayuda de Ramón, el sacristán.

Jordi Puig i Martín– Mosén Estradivaaaaarius, Mosén Estradivaaaaarius…!

– Dime, Berta, ¿qué quieres? – le respondió, sonriente, el cura.

La pequeña no paraba de resoplar, ni tan solo cuando se dirigió al religioso: – Que dice María, la catequista, que dice si sabe dónde está, mosén, si sabe dónde está la llave, y me la puede dar, si sabe dónde está la llave del sitio ese, ese sitio dónde está eso, eso de ver…

– Berta, ¿me estás pidiendo la llave del armario del proyector, quizás?

El cura sonreía, a diferencia de Ramón, que empezaba a incomodarse porque el cura ponía más interés en atender a la pequeña maleducada que en acabar de desvestirse.

– Sí, Mosén Estradivarius, ¡el proyector! – le respondió, mientras se apartaba con las dos manos el cabello despeinado de tanto correr desde las clases de catequesis hasta la sacristía.

– Aquí la tienes, ¡pero no corras ni chilles tanto, que despertarás al Niño Jesús que ya duerme!

De golpe, Berta quedó inmóvil. – ¿El Niño Jesús que duerme? – pensó extrañada. Y, con una cara de sorpresa que hacía reír y todo, y llave en mano, se alejó sigilosamente de la sacristía, de puntillas cruzó la nave de la iglesia, y de dirigió a las escaleras de la rectoría. Entonces sí que, de lejos, el cura y el sacristán pudieron volver a oír los chillidos, que esta vez se alejaban: – ¡Maríííííía! ¡Marííííía! ¡Ya tengo la llaaaaave!

 

– Mosén, – le reprendió Ramón – ¿no le parece que ya le han tomado demasiado el pelo, con la broma esta del Estradivarius? Que usted ya sabe que lo que unos días hace gracia, después deja de hacerla. Y, por más que a usted le guste entretenerse con el violín, ¡esto no da derecho a que vayan por el mundo llamándole Estradivarius!

– ¡Ay, Ramón! ¡Todos los problemas fueran como este! Además, esta pequeña, ¿que no ves que no tiene mala intención?

El sacristán se resistía a dejar de fruncir el ceño y, viendo que la conversación no serviría para hacer entrar en razón al cura, empezó a mover la cabeza, como diciendo que no.

– Además, Ramón, – añadió el cura – ¿qué prefieres: saber que te han puesto un mote, y ver que es hasta cierto punto divertido, o no saber cuál es el tuyo?

El cura se quedó mirando al sacristán, mientras éste se abochornaba.

– ¿Me está diciendo, mosén, que yo tambien tengo un mote?

– Sí señor. ¡Y no te lo pienso decir!

Y, con este comentario, el cura marchó de la sacristía, dejando el sacristán pensando en cómo podía ser que se le hubiera pasado algo como esto.

 

De repente, Ramón tuvo una idea. Llamó al móvil de María, la catequista, y le pedió que hiciera bajar de nuevo a Berta, porque quería darle unos trípticos de la novena de la Virgen del Carmen para que los repartiera entre los chavales. Ah, y que como que seguramente no la oiría llegar, que le gritase el nombre bien fuerte.

– ¡Eso sí que no! – les respondió María – ¿Qué te has pensado? ¿Que Berta es un servicio de correos? ¡Tráelos tu, si acaso! ¿Y qué es esto de llamarme? ¿Que te piensas que el teléfono es un interfono? Además, ¡no me interrumpas la clase por estas tonterías!

– ¡Lástima! ¡Mira que era buena idea! – concluyó, una vez la catequista ya le habia colgado el teléfono.

 

Al cabo de un rato, se le encendió una bombilla, y llamó a Yasmina, la interventora de la concejalía de deportes, que de todos era bien sabido que era una bocazas: – ¡Buenos días, Yasmina! Soy Ramón, de la parroquia. Oye, ¿me podrías echar una mano? Mira, cuando hicimos en encuentro comarcal de basket escolar en el patio de la iglesia, alguien se dejó una gorra verde sobre los bancos. ¿Podrías preguntar a la gente de tu oficina si alguien sabe de quién es? Di que llamo yo, ¿eh?, sobretodo, que llamo yo. Y, en ese momento, Ramón aguzó el oído, a ver si pescaba bien de qué manera la funcionaria lo llamaba ante el resto de trabajadores de la oficina. Hecho que, consecuentemente, agravó los resultados del grito que recibió del otro lado del hilo telefónico: –¡Haz en favor de no llamarme por sandeces! ¡Que ya hace más de medio año de ese encuentro! ¡Si te aburres, haz macramé, o dedícate al telemárqueting!

– Caramba – pensó – hoy no debe ser mi día.

 

Finalmente, y notamblemente crispado, llamó a Alberto, el enfermero del hospital comarcal que se ocupaba de las entradas a urgencias, y que cuando no era sarcástico era bromista. Seguro que éste de desaprovecharía una ocasión para sacar a relucir un mote.

– Hola, Alberto, soy Ramón, de la parroquia. Oye, ¿podrías comentar a la gente que tengas por aquí que si alguien quiere que el cura dedique una oración en la Misa, que me lo diga a mí? A mí, ¿eh?, a mí.

Se hizo el silencio. De repente, Ramón oyó que al otro lado del aparato que su interlocutor se tronchaba de risa.

– Alberto, – preguntó – ¿todo bien?

– Sí, Ramón, todo bien. ¿Y tu? Porque, escucha, ¿te has dado cuenta de lo que me pides? Dile a Mosén Estradivarius que te dé vacaciones, ¡las necesitas! Ve al monte, o de crucero por el Mediterráneo, ¡allí donde no tengas cobertura!

 

Mientras Ramón colgaba el teléfono, Mosén Antonio volvió a entrar en la sacristía. Llevaba una caja de pan de ángel que acababan de traer, y la dejo en el armario, con el resto de pan de ángel, vino y aceite.

– Qué, Ramón, ¿todavía sigues intentando resolver el enigma? ¿Has llamado a mucha gente preguntándoselo?

– ¡Que mala gaita tiene usted, mosén! Ahora que sé que tengo un mote, ¡me toca mucho las narices no saber cuál es!

–  Espérate un momento, a ver si lo adivinas.

Y el cura sacó el violín del estuche, lo afinó, y bajo la atónita mirada del sacristán, empezó: “Ñigo ñigo, ñigo ñigo, ñigo ñigo, ñiiiiiiiii. Ñigo ñigo, ñigo ñigo, ñigo ñigo, ñiiiiiiiii.”

– ¡Basta, basta, mosén, basta! Este es el tono que tengo en el móvil, ya lo sé. Pero no entiendo…

María, que al finalizar la catequesis había bajado a la sacristía a despedirse, y que desde la puerta había escuchado toda la conversación, empezó a reír:

– Mosén, – dijo María – ¿me dirá que todo esto es porque Noquia todavía no sabe cuál es su mote?

– ¿¿¿¡¡¡Noquia!!!??? ¿Qué es esto de Noquia? – preguntó Ramón.

– Sí señor, – respondió el cura – Noquia. Ramón, tu eres Noquia, ¡y sobre esta Noquia edificaré la deuda de la parroquia con la compañía telefónica!

Y, mientras María y el cura marchaban riendo de la sacristía, Ramón, el Noquia, desconcertado, miraba su teléfono móvil sin entender muy bien qué pasaba.

Jordi Puig i Martín
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