Si la Inquisición no hubiera cuidado a tiempo de poner freno a estos predicadores la religión protestante hubiera corrido por toda España como un incendio; tan asombrosamente dispuestas a recibirla estaban las personas de toda condición y de ambos sexos” (Paramo. Hist Inquisitionis: prefacio al Spanish Martirology, en Geddes, Misc. Tracts, Vol. I, Pág. 555.)
Un año más celebramos la Reforma Protestante del SXVI. En esta ocasión hemos querido recordar a las mujeres españolas que junto a los hombres la acogieron. La razón no es otra que tratar de vislumbrar cual fue el papel de ciertas mujeres ante las ideas reformadas y qué experiencias las movieron a desafiar la ortodoxia de la Iglesia Católica en una doble vertiente: una en su condición de mujer que las relegaba a un segundo plano, la otra al aceptar y defender las nuevas ideas religiosas más allá de la prisión, la tortura e incluso la muerte.
La España de finales del SXV y comienzos del SXVI, vivía una efervescencia religiosa que dio lugar al nacimiento de nuevas corrientes espirituales que rozaban la heterodoxia.
En este variado panorama religioso, las mujeres, a pesar de la fuerte jerarquización de la sociedad tanto civil como religiosa, que limitaba, cuando no impedía su participación, estuvieron presentes de manera clara y contundente. De esta manera, diversas figuras femeninas fueron capaces de encontrar espacios de libertad para expresar su espiritualidad. Claro ejemplo fue el de Isabel de la Cruz, figura destacada del movimiento alumbrado, el cual buscaba la relación directa con Dios por medio de la purificación interior. Maestra, guía e instructora de diversas personas, desde amas de casa hasta profesores unidos a las Universidades, Isabel de la Cruz se dedicó a predicar probablemente desde 1512, por lo que fue encarcelada y condenada. Sería el preludio de lo que acontecería cuando las ideas luteranas recalaron en la Península. De esta forma, en esta España de inquietudes religiosas y espirituales, las ideas reformadas encontraron un campo abonado para ser acogidas, reelaboradas e integradas, llegando a ganar la adhesión de sectores sociales como la aristocracia y el alto clero.
Las nuevas ideas se extendieron a lo largo del territorio peninsular, destacando en especial las ciudades de Valladolid y Sevilla. En estas dos ciudades había un importante intercambio de escritos de influencia reformada: cartas espirituales, lecturas bíblicas, sermones…, en los que van a participar de manera activa un buen número de mujeres, la mayoría jóvenes y de rango, por su educación y parentesco con las familias más distinguidas de España. Sus nombres y actividades nos van a llegar principalmente a través de los autos de fe en los que fueron condenadas, y que paradójicamente nos descubren como estas mujeres se posicionaron e implicaron activamente ante las nuevas ideas a través de diversos ámbitos. Algunas acogiendo en sus casas reuniones para estudiar y comentar la Biblia, las obras de los reformadores y celebrar incluso cultos. Este fue el caso de Leonor de Vivero, madre de Agustín de Cazalla capellán de Carlos V, considerada por los inquisidores como “la matriarca de los herejes”. En su hogar vallisoletano se reunían junto a los hombres, destacadas mujeres como Mercia de Figueroa, dama de honor de la reina o Ana Enríquez de Rojas, que a sus 24 años era lectora asidua de los escritos de los reformadores, especialmente de Calvino.
Beatriz de Cazalla, Leonor de Cisneros de solo 22 años, Francisca Zuñiga, Beatriz Vivero y Catalina de Ortega, nuera del fiscal del consejo de Castilla, eran otros de los nombres femeninos relacionados con estas reuniones.
En Sevilla, fue la casa de otra dama de alto rango, Isabel Martínez de Baena la que acogió a los disidentes, entre los cuales se encontraban figuras femeninas como María Gómez y sus tres hijas Elvira, Teresa y Lucía, Leonor Núñez, mujer de un médico de Sevilla y María de Coronel.
También los monasterios femeninos se convirtieron en sedes de discusión y difusión de las nuevas ideas. A ellos acudían la gente con curiosidad espiritual para escuchar los sermones de los prelados imbuidos de las ideas reformadas y conversar con las monjas. En Valladolid destacan los monasterios de Santa Clara y de San Belén, con las religiosas Marina de Guevara y Catalina de Reynoza. En Sevilla figuran los monasterios de Santa Paula y Santa Isabel. A este último pertenecía una figura clave que daría un paso más y que nos permite vislumbrar hasta donde hubiera llegado la actividad femenina si la Inquisición no hubiera truncado sus vidas. Se trata de la monja Francisca de Chaves la cual escribió a mano una especie de libro donde no sólo resumía los sermones escuchados y los diálogos compartidos sino que recogió sus propios pensamientos y reflexiones. Este libro sirvió como lectura y fuente de reflexión para otros, especialmente para los grupos de aristócratas formados por Ana de Illescas, una dama de una de las familias más ricas de Sevilla, que se reunían junto a las monjas de los citados monasterios. Precisamente en el de Santa Paula y junto a María de Virués, emergió la jovencísima y extraordinaria figura de María de Bohorques, la cual había recibido una esmerada educación, leía el hebreo y dominaba el latín por lo que pudo leer la Biblia, así como las obras de los reformadores. Con estos conocimientos pudo rebatir a sus torturadores y defender su fe como la verdadera doctrina cristiana rescatada por Lutero y los reformadores.
¿Pero qué es lo que lo que llevó a estas mujeres (y por extensión a los hombres) a acoger y hacer suya la nueva doctrina? Es gracias a la confesión de una monja del monasterio sevillano de Sta. Paula, Leonor de Cristóbal (recogido en el excelente e imprescindible libro de Stefania Pastore (2010) Una herejía española) que podemos entrever una posible respuesta. Decía Leonor que la nueva doctrina le parecía “una ley tan suave, una vida tan graciosa” que sentía que “darse a los trabajos y afligirse era cosa demasiada” y continuaba diciendo que hubiera querido compartir estas ideas con sus compañeras monjas que habían muerto para “que gozaran de esta doctrina tan sin pesadumbre y no se fatigaran en trabajar tanto en el coro, ni rezar, ni otras cosas de la orden, pues que no hacían nada para su salvación”. Este, junto a otros testimonios como el de las monjas de San Jerónimo, mueven a pensar que la propuesta luterana de una vida cristiana desprovista de ritos, ceremonias y penitencias, de intensa libertad interior, junto a la idea de una doctrina de salvación abierta a cualquiera que se acercara a ella con fe, fue lo que sedujo a este grupo y los ganó para su causa.
Como sabemos las propuestas reformadas fueron vencidas y estas voces disidentes brutalmente acalladas en los diversos procesos inquisitoriales. Pero aún en nuestros días su recuerdo perdura por lo que tiene de dramática actualidad: podemos decir que estas personas resumieron en su vida y en su trágico final lo que diríamos es la lucha por libertad de conciencia. Su valentía para defender sus pensamientos e ideas nos interpela. El que a pesar de estar en la flor de la vida humana, intelectual y religiosa, como María de Bohorques con 21 años, no quisieran retractarse, nos emociona y las convierte en defensoras del derecho a disentir y de pensar por si mismo.
Carme Capó i Fuster