Mucho se debate acerca de la falta de significación de iglesias e instituciones religiosas. Los problemas complejos requieren análisis exhaustivos; sus causas suelen ser plurales y no caben los reduccionismos. Ahora bien, en la constelación de las causalidades de la crisis de muchas comunidades, brilla, con luz propia, un liderazgo ineficaz que pretende esconder, tras su personalismo, importantes carencias a la hora de ejercer esta función. Este tipo de liderazgo genera más dependencia que autonomía; más sumisión que desarrollo; más inmadurez que progreso; más pasividad que compromiso.
Quién ejerce el liderazgo debería orientarse a integrar, unir… a la totalidad de los miembros de la iglesia en torno a aquellos ministerios a través de los cuales la comunidad de fe responde, en clave externa, a las necesidades de testimonio y presencia social y, en clave interna, a las necesidades de desarrollo personal, emocional y espiritual de los propios creyentes. En cambio, con demasiada frecuencia, observamos la pretensión de cohesionar al grupo en torno a la propia persona del líder, sus postulados o su programa. La diferencia es significativa: de la necesaria cohesión en torno a la misión de la iglesia a la identificación con el líder.
De los líderes de las iglesias se espera que sean capaces de compartir una visión espiritual, establecer metas, diseñar proyectos, gestionar los recursos disponibles, unir a la comunidad en torno a objetivos consensuados y a los valores del Reino de Dios. Las personas que se hallan al frente de sus comunidades deben transmitir información, escuchar activamente e identificar las necesidades de los creyentes, motivarles, acompañarles (desde la propia realidad personal) en el camino de la vida, animar a la comunidad a la participación, evaluar, resolver conflictos…
Liderar una comunidad cristiana o un grupo dentro de la misma (jóvenes, matrimonios, grupos de estudio bíblico…) requiere, sin duda, de una serie de competencias; esto es, conocimientos, aptitudes, destrezas, habilidades, actitudes… que, si bien pueden tener un componente innato en algunos, como en el caso de los líderes naturales, pueden y deben ser desarrolladas por quienes, conscientes de sus carencias, buscan las formas de subsanarlas.
En la Biblia encontramos muchos ejemplos de liderazgo eficaz. Son como espejos en los que todos cuantos ejercen el liderazgo deberían colocarse para identificas sus fortalezas y debilidades a fin de potenciar las primeras y minimizar las segundas.
Nehemías encarna algunas de las competencias necesarias para colocarse al frente de una comunidad y de un proyecto. Era una persona empática y sensible en relación con la situación crítica de Jerusalén y las necesidades de sus habitantes tras el regreso de los años de exilio en Babilonia.
Era metódico, ordenado y planificaba sus acciones, como evidencia el cálculo del tiempo que necesitaría para llevar a buen término el proyecto que propuso al rey Artajerjes para obtener su autorización para desplazarse a Jerusalén. Desarrolló una estrategia y anticipó los riesgos de su proyecto solicitando salvoconductos para el viaje.
Gestionaba correctamente los tiempos; analizaba las situaciones y esperaba a tener la información necesaria antes de actuar. Ello le permitió plantear objetivos claros con respecto a la reconstrucción de la muralla y de la ciudad de Jerusalén, estableciendo con precisión los límites temporales del proyecto.
Supo rodearse de un buen equipo operativo y de apoyo a su gestión.
Manifestó su capacidad de análisis y de identificación de los problemas al examinar el estado de las murallas antes de iniciar los trabajos de reconstrucción.
Actuó de modo pragmático y con gran dosis de realismo con respecto a las situaciones que requerían la toma inteligente de decisiones, como el establecimiento de la guardia armada, día y noche, durante las obras de reconstrucción de los muros de la ciudad.
Capaz de comunicar los resultados que deberían alcanzarse de forma motivadora logrando la cohesión, ilusión y compromiso de sus conciudadanos para la realización de las múltiples tareas necesarias para la consecución de los ambiciosos objetivos planteados.
Hizo frente a las amenazas externas que representaban los enemigos de los judíos que pretendían obstaculizar el progreso de su trabajo. Como creyente, enseñó a depender de la providencia divina. Era persona de oración.
Sin que ello represente una contradicción ni una carencia de espiritualidad, actuó de forma estratégica y diseñó tácticas como el disponer de puntos estratégicos de reunión y defensa… Organizó y coordinó los equipos de trabajo.
Compartió la información disponible a diferentes niveles: nobles, notables y resto del pueblo para lograr su máxima implicación en el proyecto. Hizo frente a las debilidades internas, denunció y se enfrentó al pecado sin que su pulso temblara por ello. Señaló el mal, tomó posición y no se amoldó al modelo de los que pretendían mantener su estatus y ostentar el poder. Facilitó cambios de actitud y de procedimientos cuando las formas de actuación de sus colaboradores no eran las correctas.
Los líderes bíblicos no son superhombres, no son perfectos en todo; como no lo son quienes ejercen actualmente el liderazgo en diferentes ámbitos a nivel político, económico, empresarial, social o eclesial. Pero sí se espera de quienes se hallan al frente de las iglesias el mayor desarrollo competencial posible. Las iglesias que inciden significativamente en su contexto poseen, entre otras característica comunes, un liderazgo eficaz. Lo exige la naturaleza de la función y la complejidad del momento presente. Lo requiere el grado de formación y preparación de las nuevas generaciones. Ya no es suficiente el voluntarismo.
La iglesia necesita líderes formados al más alto nivel teológico, capaces de contextualizar la Palabra de Dios a nuestras complejas y cambiantes realidades. Más preocupados por las personas que por las estructuras administrativas. Capaces de crear equipos de trabajo en los que los creyentes puedan desarrollar sus dones. Con iniciativa para elaborar y dinamizar proyectos. Con sensibilidad espiritual. Conocedores de las múltiples necesidades del ser humano. Capaces de desarrollar la autonomía, el progreso y el compromiso. En síntesis, compañeros de los creyentes en el camino de la vida.
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