9 de febrero, 2021
«Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, Jesús les preguntó: — ¿Qué discutíais por el camino? Ellos callaban, porque por el camino habían venido discutiendo acerca de quién de ellos sería el más importante» (Mc. 9:33-34 BTI)
En la trastienda de muchas de nuestras diferencias de opinión, detrás de muchas de nuestras discusiones se encuentra oculto el deseo de poder. Poseemos la capacidad de maquillar nuestras ansias de poder con una pretendida pasión por el mundo nuevo de Dios. Esa es la tristeza que cargamos sobre nuestros hombros.
La discusión entre nosotros no suele plantearse en términos de servicio y sincera humildad. El deseo de ser último entre los últimos, de ser siervo entre los siervos no cabe en nuestro horizonte existencial. Descartamos ese horizonte, huimos de él como el gato escaldado huye del agua fría. Esa es la tristeza que cargamos sobre nuestros hombros.
Y andamos el camino discutiendo entre nosotros. Pero para nuestro disgusto, en medio de la discusión se hace presente el Resucitado preguntándonos, «¿qué discutís por el camino?«. No nos gusta su pregunta, y reaccionamos haciendo como que no la escuchamos o callando. Ya que de responderla nuestra máscara caería, dejando al descubierto nuestro auténtico rostro. Rostro marcado por el rictus del ansia de poder. ¿Por qué nos hará el Resucitado preguntas tan incómodas, tan fuera de lugar?
Y de nuevo Jesús de Nazaret se sienta entre nosotros, nos llama y nos dice: «Si alguno quiere ser el primero, colóquese en último lugar y hágase servidor de todos» (Mc. 9:35 BTI). Y después de siglos, vuelve a tomar a un niño, o a una niña, lo toma en brazos, y expresa lo que será una idea-actitud fundamental para los que pretendemos seguirle: «El que recibe en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, no sólo me recibe a mí, sino al que me ha enviado» (Mc. 9:37 BTI).
Buscamos la foto. Buscamos la foto con los poderosos de este mundo para colocarla en nuestros despachos, como diciendo al que nos visita, «¡fíjate! Me codeo con los que ostentan el poder, ¡soy importante entre los importantes! El problema será cuando el poderoso caiga en desgracia, y debamos retirar con discreción -sin que nadie lo note- la imagen del poder.
Sin embargo, nuestros intereses debieran se dirigidos hacia otro espacio. El espacio de los últimos, a los que debemos recibir con los brazos abiertos. Entendemos, o debiéramos entender, que recibirles es acoger al Dios que nos envió a Jesús, y también al mismo Galileo. Dios tiene la mala costumbre de hacerse uno con los «desgraciados» a los ojos de este mundo, y no con los que son considerados «dioses y señores»
No cabe pues ninguna discusión en torno a quién es el más importante entre nosotros. De ser así, estaríamos traicionando a Jesús de Nazaret, nuestro Señor y Maestro. Estaríamos vendiéndolo de nuevo a los príncipes de este mundo, cual Judas, con un beso que sería expresión de todo, menos de amor incondicional hacia nuestro Señor.
Por ello os dejo, y me dejo, con el consejo que en la noche de los tiempos dio José a sus hermanos cuando, despidiéndolos, les dijo: «No discutáis por el camino» (Gn. 45:24 BTI).
Soli Deo Gloria
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