Hechos 8:26-40 – Deuteronomio 23:1-3
En el camino
Los caminos del Señor son inescrutables, dicen. Lo cierto es que los caminos de los hombres también me lo parecen. La vida es un sinfín de caminos. Las personas caminan sin parar: unos rápido, otros más despacio, otros intentan no hacerlo. En el camino suceden cosas, siempre suceden. Especialmente a quienes deseamos llegar a la meta, a alguna meta. A veces suceden cosas que nos hacen cambiar de camino, otras que nos hacen volver atrás, pero siempre suceden cosas.
Cada paso es un riesgo, es una decisión, un nuevo cambio. Algunos piensan que quedándose quietos están más seguros, se sientan en la roca y se jactan de ser como el monte de Sión que no se mueve sino que permanece para siempre. Pero el movimiento en el camino no es algo meramente físico; a menudo pasa que, estando uno quieto, todos se han movido tanto que finalmente estamos más lejos que si hubiésemos dado un solo paso; estarse quieto, no caminar, no es sinónimo de permanencia, más bien nos asegura que más tarde o más temprano tendremos que andar el doble, rápido y con cierto desconcierto. Porque todo se mueve, la humanidad es movimiento puro.
El ángel envía a Felipe al camino, a que camine, claro. No podía ser de otra forma. Allí está un eunuco en movimiento, que desciende de Jerusalén. Entonces podemos ver el encuentro del movimiento de Jesús, que apenas está aprendiendo a andar, con el encuentro de un eunuco, a medio camino entre la predicación a los samaritanos que narra Hechos 8 y la predicación a los gentiles de Cesarea del capítulo 10. A medio camino entre Samaria y Cesarea, no geográficamente donde estaríamos en la dirección contraria, sino a medio camino entre el peligro de contaminación que supone un samaritano y del que supone un gentil.
Viniendo el eunuco de adorar en Jerusalén debemos suponer que fuese un extranjero temeroso de Dios o un prosélito. Pero un eunuco también. Alguien que en su camino ha tomado la decisión, libre o no, de renunciar a sí mismo. Alguien sin nombre ni descendencia. Como ocurre con el inmigrante que en el proceso de adaptación e integración hay quien les pide que se castren de su cultura, que mutilen sus giros lingüísticos, que amputen su identidad para ser aceptados en la sociedad que les acoge. Esta demanda no deja de tener cierta lógica, aunque también dudoso éxito, puesto que el inmigrante sea por su color de piel o por su imperfecto acento siempre se sentirá visto como inmigrante, a lo más como inmigrante mutilado, pero muy pocas veces le conseguiremos aceptar, conseguiremos ser aceptados o aceptadas, con plenitud en la gran comunidad.
La situación del eunuco en cualquier caso no deja de ser algo enigmática. Unos versículos antes del texto que lee, quizá habría leído lo siguiente:
(Traducción de Severino Croatto)
Que no diga el hijo del extranjero adherido a Yavé:
“En verdad, me separará Yavé de sobre su pueblo”;
Que no diga el eunuco:
“He aquí que soy un árbol seco”.
Porque así dice Yavé:
“A los eunucos
[que guarden mis sábados y elijan lo que me agrada y se afirmen en mi pacto,]
les daré en mi casa y en mis muros mano y nombre, mejor que hijos e hijas;
nombre eterno le daré, que no será cortado
Isaías 53:3-5
Y en este caminar suceden cosas inesperadas, es el riesgo de caminar. Felipe, el seguidor de Jesús, nos sorprende, claro está por causa del empujón que recibe del Espíritu, sentándose al lado del eunuco e iniciando un nuevo camino junto a él. Junto al extranjero, el mutilado, el sin nombre, el no-hombre. No se si las mujeres se pueden sentir identificadas con aquel que es excluido por dejar de ser varón, o si los homosexuales se pueden identificar con aquél que es excluido de la comunidad por no poder mantener relaciones de amor-sexuales con el fin de procrear, no soy mujer ni soy homosexual, pero el eunuco se me antoja sugerente en este sentido.
Lo cierto es que el eunuco sí se podía identificar con el Siervo sufriente de Isaías 53, aquel que no tendría descendencia, ni tierra, ni promesa ¿de quién dice esto el profeta? Se pregunta.
Hay quien dice que el amor no es tal sino es conforme a la Palabra de Dios, entendiendo ésta especialmente como la Reina Valera. A mi me encanta ver cómo Dios mismo transgrede su propia ley por causa del amor y la misericordia.
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