Posted On 18/10/2024 By In Cultura, Libros, Opinión, portada With 8 Views

No es lo mismo ni se escribe igual | Eliseo Pérez Álvarez

“No es lo mismo ni se escribe igual”
Eliseo Pérez Álvarez

 

Presentación del libro:

Orlando Santiago-Díaz. Ya escucho los tambores; un acercamiento a la trayectoria vital de William Fred Santiago, San Juan, P.R.: Ediciones El Cortijo, 2021.

 

¡Ave María, qué chulería de libro acerca de William Fred Santiago! Ni más ni nada menos que el primer obispo negro emérito de la iglesia metodista, el primer Juez Superior negro de la Corte Superior, el primer presidente negro del Colegio de Abogadas y Abogados y sigue el rosario de lo que continúa logrando, todo ello en su Borinquen profunda (510).

“No es lo mismo ni se escribe igual” es la frase distintiva de William Fred Santiago, que me repitió en mi más reciente visita hace un par de meses. Oíste que fue dicho que esta frase se refiere tanto a los homófonos —palabras que suenan igual, pero con diferentes significados Vgr. “vayas donde vayas siempre hay vallas”— como a los homógrafos —palabras que se escriben igual, pero de diferente significado como “el vino a mi corazón”—.

Pero yo digo que, después de degustar el libro de Orlando “No es lo mismo ni se escribe igual” adquiere nuevos significados. Esta expresión delata al artista de la palabra precisa, las ideas atinadas y el discurso profético. Y esta es la oración que intentaré comentar esta tarde en que homenajeamos a William Fred en su primera madre nutricia o alma mater, el Seminario Evangélico de Puerto Rico y su segundo hogar, o donde se enciende el fuego, la Biblioteca Juan A. Valdés.

Pero, antes que nada, quiero reconocer la presencia virtual de sus dos hijos, William Fred Jr. Y Kelvin. Asimismo, permítanme agradecer la gentileza de Orlando Santiago-Díaz por la invitación a presentar la vida y obra de como él lo llama “el nuestro”. Orlando nos advierte que no se trata ni de una biografía ni mucho menos de una hagiografía sino de un monográfico (484) que incluye el índice onomástico en vía de extinción. Sin embargo, yo apuesto a que pertenece al género de la microhistoria, de valor universal por retratarnos precisamente lo valioso de la cotidianidad de la gente de a pie[1].

“No es lo mismo ni se escribe igual” me evoca la fuerza de la oralidad u oratura y la literatura, la primacía del espíritu sobre la letra y la parresía del cuenta-claro.

 

  1. La fuerza de la oratura y la literatura

Orlando nos ha agasajado con este libro donde des-aprendemos tanto como fruto de su trabajo de campo y los ángulos subversivos de su narrativa. De suyo, nuestro autor le pasa el micrófono todo el tiempo a WFS. Definitivamente esta es una obra escrita a dos manos.

Ya escucho los tambores retrata “al nuestro”, el Montañez el de la memoria prodigiosa que saltó grados de 50 a 70 pero lo ubicaron en el 80 con “Peinado alto, una pulcra camisa blanca, con corbata negra; un gabán igualmente negro, y como complemento, un albo pañuelo de puntas en el único bolsillo, ubicado a la altura del pecho. Y para rematar, un impecable pantalón negro y unos lustrosos zapatos de brillo” (107). Ya mismito brotará el bigote estilizado y la abundante cabellera negra del “Malango-bajito y gordito”. En esta obra constatamos los muchos saberes y sabores que WFS ha cultivado como el poético, el musical —con trombón de vara—, el de la filosofía del derecho —y no el de cacatúa—, el teológico, el del saber decir de su verbo inspirado. En estas páginas nos topamos con WFS, el ángel que atrae fieles a la iglesia, el de don de gentes, gentil, humanista, desprendido (524). El “pastor de acciones inmediatas”, el que tiene sangre para que lo quieran.

El tránsito de la oratura a la escritura —o “la luminosa prisión del alfabeto” (Ángel María Garibay)— resucita a los familiares de WFS como la enorme Antonia Valles — “la de semblante tranquilo y caminar pausado” y su compañera por siete décadas—. A Benilda y Nazario autores de su vida. A su tatarabuelo el cimarrón negro Pliqué fugitivo de Guamaní, hoy Guayama. Revive a sus acompañantes de viaje y co-conspiradores como Carmelo Álvarez Pérez, Juana Colón, José A. Cardona, Ángel Mergal, Domingo Marrero, María Zambrano, José Luis González, Joaquín Xirau, Samuel de la Rosa, Julia de Burgos, Desmond Tutu, Ricardo Alegría, Juan Garrido —primer negro en Borinquén y primero en sembrar trigo en el Continente (542)—, Samy Silva Gotay, Luisito Rivera Pagán y por la tiranía del tiempo le paro de contar y les conmino a comprar el libro.

Nuestro autor capta la topografía recorrida por WFS partiendo de Comerío “la Capital del tabaco”. Continúa por Naranjito, Las Piedras, Ponce, Jayuya —“la capital indígena” de Borinquen—, San Juan, la Habana —donde honra con flores la tumba de José Martí a nombre del estudiantado independentista UPR—. Sigue por Santo Domingo, Londres, Ghana, Berlín y E.U.

Orlando toma nota de siniestros naturales e imperiales como los huracanes San Felipe II de 1928 y San Ciriaco 1932. La masacre de Ponce de 1937, la salida de la Marina de Guerra de EU de Culebra en 1975, el papel de observador de WFS en la salida de estos de Vieques (531). La pluma detectivesca de Orlando rastrea el juego de “escondidas y apariciones”, las paletas de hielo bautizadas como “limber” —para des-honrar a Carlos Augusto Lindbergh, aviador gringo quien en 1928 visitó Borinquen solo para mostrarnos su frialdad (58)—. Asimismo, nuestro autor distingue entre los puertorriqueños que imitan las actitudes supremacistas estadounidenses y los puertorriqueñistas anticolonialistas que resisten como WFS (206).

Ya escucho los tambores deja constancia por escrito de la visión de la iglesia metodista al becar por espacio de la década 1942-52 a WFS, con la matrícula, hospedaje, libros, y dieta. Las denominaciones que tengan oídos para oír no duden hacer lo mismo. De igual manera este libro valora la misión del Seminario Evangélico de Puerto Rico al ubicarse en 1919 frente a la sweet sixteen Universidad de Puerto Rico y convertirse en una puerta giratoria con su socia. Díganlo si no sus veinticinco profesores y 800 estudiantes de las iglesias evangélicas de esos ayeres.

Al abordar el autor el tema de la “Conciencia colectiva” (546) lo hace con infinidad de relatos cosechados de la —hasta la fecha— despreciada oralidad producto de los colonialismos occidental y el interno. No es lo mismo ni se escribe igual” es el dicho que nos remite a —como con lujo de detalle ha consignado Orlando— la multiplicidad de vere-dictos, o “dichos-verdaderos” que emitió WFS desde las altas esferas políticas y religiosas. Nos envía al fracatán de los “Por cuanto y el Por Tanto” que arrostró siempre recordando que sacramenta sunt propter homines (los sacramentos son para el ser humano y no viceversa). O mejor todavía, en este libro vemos a WFS siempre honrando el contexto y las palabras, acciones e intenciones de nuestro Libertador Jesucristo con su frase célebre “el sábado es para el ser humano y no el ser humano para el sábado” (Mc 2.27).

 

  1. La primacía del espíritu sobre la letra

El hablar verdadero de WFS lo lleva a privilegiar el espíritu que vivifica sobre la letra que mata (2 Co 3.6). Ya escucho los tambores recoge la vena feminista de WFS como consta en su discurso ¿Por qué? Igualdad de género, pronunciado en 1974 ante la Asamblea anual del Colegio de Abogadas y Abogados (453).

Ello me recuerda cuando WFS era profesor de la Universidad Interamericana y en una de las visitas de Paulo Freire —quien por cierto se hospedaba en su casa— el pedagogo de la liberación pronunció una conferencia. Empezó y siguió diciendo hasta el hastío Distinguidas damas y señoritas y ya rebasaba la media hora cuando hizo un alto de cantazo y espetó: Ahora que me acuerdo se me olvidó decirle a este respetable público que, al mencionar damas y señoritas, estoy usando el genérico femenino. De manera que, caballeros y muchachos aquí presentes por favor siéntanse incluidos.

WFS actualizaba el espíritu de la letra en actos concretos. En este tren de ideas confieso que no resisto la tentación de contar cómo nuestro Juez Superior del Tribunal Superior puso a un pesudo en su lugar. Un día se topó en el tribunal con una mujer quien enviudó recientemente. Ella no podía pagar el alquiler de su vivienda dado que le faltaban unos seis años para acogerse al seguro social. William Fred debajeaba y debajeaba su expediente solicitando hasta lo que no del quejoso. Para hacer la historia larga corta, WFS se llevó a pasear al indolente acreedor hasta el día en que la viuda empobrecida recibió su pensión, y lo hizo como un acto de justicia, no de caridad. El Montañez nunca traicionó su juramento. Él no fue un abogado oficinesco y mucho menos un leguleyo: “Yo alego para el pobre, el perseguido, el huérfano y la viuda” (431-432).

Ya escucho los tambores despliega a un WFS filólogo, amante de las palabras pero sobre todo, nos expone al teólogo y jurista que atrapa el sentido de las palabras y las leyes. Mientras la clase dominante interpreta el libro del Éxodo desde la perspectiva de la ley, las personas marginales lo viven desde la experiencia de la cimarronería.

De esta manera Orlando nos confronta con un WFS enseñando en el SEPR una trilogía de cursos donde analiza el discurso y prueba los espíritus: “Si un pastor o presbítero aconseja y por cuya causa el feligrés sufre algún daño, este último pudiera demandar al pastor” (526).

Un testimonial se hace necesario. Los grandes intereses del negocio de la salud en Borinquén acosaron a las médicas y médicos naturópatas por años hasta que, en 1984, nuestro Juez Superior ordenó a la policía y demás agentes parar su persecución. Para recordar dicha acción de William Fred, un sendo poster cuelga hoy en el consultorio de Carolina del Doctor Naturópata Alain Lacascade. Pues bien, gracias a este martiniqués naturalizado boricua, y casado con una borincana, es que hoy, este Eliseo sigue vivito y coleteando.

“No es lo mismo ni se escribe igual” es el caballito de batalla de la predicación pertinente de WFS. En los 1950s se matriculó en el SEPR en un curso de Domingo Marrero donde trabajaron al filósofo y pastor laico luterano del siglo XIX Søren Kierkegaard. Martin Luther King Jr. no solo estudió a este teólogo nórdico, sino que al igual que Kierkegaard y WFS siguiendo a Sócrates, ambos se autobautizaron como “el mosquito chavón” que no deja al Estado ni a la iglesia naturalizar la injusticia como si fuera parte del paisaje. De ahí también la pasión de WFS por MLK a quien acompañó tanto en la marcha de Washington convocada en 1963, como en su visita al SEPR en 1966 cuando por primera vez firmó su sentencia de muerte al protestar contra la guerra de Vietnam en nuestra capilla. Además, como Orlando lo apunta, ni qué agregar sobre los libros de WFS sobre el pastor bautista, activista social y Ph.D.: Un Cristo negro y Venceremos; recobro de MLK Jr.

Ahora bien, después de medio siglo WFS volvió a tomar el curso de Kierkegaard en la primavera del 2002, esta vez con su servidor. Ojalá y Orlando hubiera publicado este libro en ese entonces para abrirnos los ojos y poder ver la estatura del interlocutor que teníamos en el comerieño. WFS llegaba siempre a tiempo, con su atuendo impecable, se sentaba en las primeras sillas y convertía el aula de clases en el tribunal superior donde impartía justicia en el estudio del caso de la Dinamarca imperialista, clasista y racista que también terminó crucificando a Søren Kierkegaard, el cual tronó contra la gracia barata y nos advirtió sobre el costo del discipulado cristiano.

Y con esto pasamos al tercer apartado:

 

  1. La parresía del “Cuenta Claro”

Ya escucho los tambores transvasa historias contadas a relatos escritos siempre desde el ángulo liberacionesta de WFS, el pipiolo independentista, el predicador de fuste y el que en 1947 desde su recién fundado periódico El Universitario de la UPR firma como el “Cuenta Claro”. Es decir que sus letras son “sin amarras ni sujeciones” (277) según se inspiró en una novela de 1943, del venezolano Rómulo Gallegos.

Desde ambos lados de la avenida Ponce de León WFS recurre a la parresía paulina: “Él [Pablo] Con toda libertad anunciaba el Reino de Dios, y enseñaba acerca del Señor Jesucristo, sin impedimento y sin temor alguno” (Hch 28.31). Pan y rhema dicen relación a parrhesiazesthati, o sea, «el hecho de decirlo todo» o parrhesiastés, quien lo dice todo. Así oímos tronar a WFS en el Puerto Rico Evangélico: “Hay personas que no protestan de que su Pastor esté participando en la política, hasta que está en filas contrarias” (25 Nov 1947), o más claro ni el agua: “Hoy por hoy en nuestros púlpitos se habla más contra el comunismo que del Reino de nuestro Señor, y nos olvidamos que el Reino no pertenece al comunismo ni al capitalismo” (25-marzo-1948).

A WFS le duele la pérdida de la soberanía alimentaria minada por la Ley de Tierras de 1941 (352), continuada bajo el lema “Manos a la obra” con la traición en 1948 de Muñoz Marín y su infame Ley Mordaza de la violencia institucionalizada y sus acólitos los estadolibristas. Ya para los 1950s el 48% de las y los trabajadores agrícolas abandonaron el campo mientras Teodoro “Costoso”, —perdón—, Moscoso catapultaba la industria licorera, turística, farmacéutica y electrónica (401, 467). A nadie le extrañe pues que para 1976 la agricultura representaba el 1% del PIB y el 3% de trabajadores, como lo denunciaba Terrazo (1947), —las historias cortas de Abelardo Díaz Alfaro— y el veredicto de WFS: experimentamos “un estado de postración de tierra” (468).

Orlando nos obsequia el perfil de WFS como un periodista… de los buenos. En Cuba entrevistó al futuro presidente y gran historiador de Quisqueya, Juan Bosch. Asimismo, publicó su conversatorio con Pedro Albizu Campos (291), admiró su tranquilidad de espíritu, ternura y sensibilidad excepcionales, así como su palabra dulce (310). Al decir de su hijo Meneses “Mi padre compartía con hombres y mujeres de diferentes credos: católicos, protestantes, espiritistas, masones, ateos, agnósticos” (311).

WFS es un ser de una sola pieza quien aceptó la nominación como fiscal independiente de los crímenes de lesa humanidad perpetrados en 1978 contra dos jóvenes independentistas en las inmediaciones del Cerro Maravilla. Los asesinatos ordenados por el gobernador Carlos Romero Barceló, alias “El Caballo” le costó a WFS la quema de su casa de campo desde una avioneta. Logró desaforar fiscales, pero a los agentes del FBI no le dejaron hacerles ni un rasguñito.

Ya escucho los tambores nos ilustra sobre la vida estudiantil y profesional del comerieño, quien estudió derecho para hablar derecho, quien mantuvo un pie en la iglesia y el otro en el Estado. De manera que ejerció su parresía tanto con el César, como al interior de la iglesia metodista. En 1953 se plantó ante Fred P. Corson, el recién electo obispo y quien se eternizaría por quince años en el puesto. Con su voz de jerarca le ordenó a WFS continuar estudios teológicos en Filadelfia. WFS rompió sus “votos de obediencia”, continuó sus clases de leyes en la UPR y negoció con su tocayo una plaza de “supernumerario”. Así llamaban a los soldados enviados a otra legión una vez que habían completado sus números. En “arroz y habichuelas” eso significaba que no tendría salario, que el obispo lo quería “cerca de su oficina” y “con las bridas cortas para controlarlo” (372).

El mundo entero es mi parroquia es la frase de Juan Wesley, el fundador del metodismo que WFS sigue expandiendo después de sus cien vueltas al sol iniciadas el 9 de septiembre de 1924. El Cuenta Claro continúa guiándonos con su estela de luz. Conquistó la presidencia del Colegio de Abogadas y Abogados 1966 a pesar de que una caricatura pateando a un negrito consideraba como un issue el color de su piel (418). Respecto a su denominación, WFS tuvo mucho que ver con la consecución de la autonomía de la Iglesia Metodista borinqueña en 1992.

Desde hace veintiséis años que conozco a WFS, él ya gufeaba con Ché David (468) —su hermano de correrías durante setenta años—avisándose mutuamente que ya tenían listo el panegírico, u homilía funeraria, del otro. Pues bien, el orocoveño emigró para el otro barrio en el 2012 mientras que WFS nos sigue corriendo la máquina con aquello de que ya escucha los tambores. Su refinado sentido del humor nomás no lo deja ir con la Puntual, no en balde su mentor Jesús nos tomaba el pelo con eso de perdonar setenta veces siete, construir casas sobre la arena o meter a un camello por el ojo de una aguja, ¡Ay Señol!

En otras palabras,

 

Ya escucho los tambores

Me recuerda a mi entrañable obispa Margarita Martínez quien postrada por la enfermedad vio desfilar a figuras pastorales que la encomendaban para su viaje hacia el otro barrio. Hasta que por fin declaró una moratoria para pedirles que dejaran de hacerlo.

Desde esas conversaciones a principios de siglo con Toñita, Carmencita, Ché David, WFS y este servidor en torno a los sermones funerales hemos descorchado muchas botellas. Todavía teníamos muchos motivos pendientes para celebrar a WFS como lo siguiente:

En el 2008, la publicación de Comerío; El Cacique heroico; historia, memoria, pueblo. Y en ese mismo año la declaración de Comerío como su “Hijo Predilecto”.

En el 2011, la publicación de Venceremos; recobro de MLK Jr.

En el 2012 su presentación de mi libro La Última Cena o el Banquete de la creación en la capilla del SEPR.

En el 2013, su Doctorado honoris causa del SEPR.

En el 2014 su publicación de Historia de una fe. Caminos del recuerdo.

En el 2018 su ascensión a Obispo Emérito de la Iglesia Metodista de Borinquen.

En el 2021, la publicación de Orlando Santiago-Díaz, Ya escucho los tambores; un acercamiento a la trayectoria vital de William Fred Santiago.

En el 2024, la presentación de Ya escucho los tambores en labios de la Obispa Reverenda Lizette Gabriel y su servidor.

Firmes y adelante “jornalero del Derecho”, “Soñador de Cejas”, “pastor de desposeídos”. Doctor, Obispo, Juez Superior, anti solemne, irreverente, desenfadado, humorista picante. Este libro de 630 pp nos deja sabor a poco.

WFS lo remacha en su Diario “Amamos la patria porque es un punto de partida”, su punto de llegada sigue siendo el Reino de Dios y su justicia (522).

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[1] Cf. Al fundador de este género en México, Luis González y González. Pueblo en vilo; micro historia de San José de Gracia, México: Colegio de México, 1968.

Eliseo Pérez Álvarez

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