Instantáneas de la beatificación de Monseñor Romero [No2]
Su nombre es Anna Romero y Monseñor fue su tío. Antes de la entrevista me explicó que sentía temor de hablar en público y que prefería que lo hiciera Milton, su hermano. Pero él, de figura delgada y baja estatura, mirándome con timidez, como rogándome un favor, me pidió que solo le hiciera preguntas a Ana, porque él, me dijo en marcado acento salvadoreño: «no más he venido para acompañarla a ella». Al final, pasaron a la plataforma los dos y, ya teniéndolos «indefensos» ante el micrófono, aproveché para hacerles preguntas a ambos.
Pensé que si la entrevista iba a ser para el personal de World Vision-El Salvador, el tema más apropiado era la niñez de Romero y su trato personal hacia los niños y las niñas. Hasta pensé hacerles preguntas sobre la pastoral de la niñez (ingenuo que es uno). Pero, en mi conversación previa a la entrevista, me di cuenta de que querían hablar acerca del temor reprimido que han conservado como familia durante estos treinta y cinco años, desde cuando su tío fue asesinado en la Capilla del Hospital de la Divina Providencia, aquel aciago 24 de marzo de 1980.
Y así acordamos que yo iniciaría la entrevista preguntándoles: ―¿cómo se sienten ustedes como familiares de Monseñor al saber que a partir de esta semana tienen a un beato en la familia? Anna confirmó que esa era la pregunta que más esperaba, porque, según ella: «todos nos preguntan cómo era Monseñor, pero nadie nos pregunta qué ha pasado con nosotros».
Anna olvidó su temor para hablar en público y respondió con fluidez inesperada. Es que no existe la timidez cuando el dolor es grande. Y de eso habló, del dolor con el que han vivido estas décadas escondiendo su identidad como familiares de Romero. Uno no sabe, «a qué horas iban a aparecer los asesinos para continuar con la tragedia». Y siguió: «hasta ahora mis amigas se sorprenden cuando les revelo que soy sobrina de Monseñor»… «!Pero por qué no nos habías dicho, Anita!».
Solo atiné a decir que mientras los admiradores de Romero hemos vestido camisetas con la imagen de su silueta (las venden en San Salvador por cinco dólares y menos), los miembros de su familia han escondido su identidad por el temor de la violencia bruta. De la violencia que siega vidas, esconde rostros y silencia historias.
Para Ana y Milton, así como para el resto de los Romero, la celebración de mañana tiene sabor a resurrección. Resucitan del escondite mezquino al que los sentenciaron los que un día quisieron matar a Romero y tampoco pudieron.
- En torno a «Exclusión y acogida» de Miroslav Volf | Harold Segura - 26/05/2023
- En Colombia, un nuevo vuelo. La osadía de esperar. Elecciones presidenciales en Colombia | Harold Segura - 20/06/2022
- Pablo Richard, un biblista para el desahogo, en una América Latina de ahogos opresores | Harold Segura - 20/01/2022