Posted On 21/06/2011 By In Teología With 1055 Views

Nos cuesta hacernos entender

No hay efecto sin causa y la mayoría de las situaciones enrevesadas suelen tener varias causas que las explican. Estas dos aseveraciones, que pueden aplicarse a la práctica totalidad de los problemas, son también válidas respecto a la falta de influencia del cristianismo a la que hacíamos referencia en el artículo anterior: La falta de significación de la iglesia. Nada ocurre porque sí. Tras toda sintomatología se halla siempre una etiología que la explica. En el caso de la pérdida de valor de la iglesia en su entorno sociológico, su génesis es compleja. En nuestro convulso aquí y ahora, una serie de causalidades exógenas o extraeclesiales, en forma de condicionamientos sociales de todo tipo, explican la cada vez menor orientación y apertura de nuestros conciudadanos a la trascendencia. Estos son los datos del análisis de la realidad; con todo, debemos evitar planteamientos reduccionistas y simples. Considerar únicamente las causalidades externas nos puede inducir a una falta de análisis crítico con respecto a las situaciones intraeclesiales que también contribuyen, algunas en gran medida, a las actuales dificultades de entendimiento entre la iglesia y la sociedad.

Causas extraeclesiales

Vivimos en una sociedad global (fuertemente interrelacionada y con evidentes procesos de influencia recíproca de unos grupos sobre otros, como ponen en evidencia las ciencias sociales), plural (a nivel ideológico, político, cultural, identitario y religioso) y laica (en el sentido de que el estado, como debe ser, mantiene una postura de neutralidad frente a las cuestiones religiosas). En este modelo de sociedad las personas toman libremente distintas opciones con respecto a Dios y a los temas espirituales. Un porcentaje de la población se declara atea y niega, sin más razonamiento, la existencia de Dios. Un modo de ateísmo es el de no considerar la necesidad de un ser superior, como recientemente ha declarado S. Hawking, para explicar la realidad cosmológica y, por extensión, la antropológica. En nuestro contexto occidental, en nuestra vieja Europa, cuna del cristianismo, el ateísmo está invadiendo parte del pensamiento del hombre y la mujer contemporáneos.

A esta línea ideológica han contribuido autores del pasado siglo como L. Feuerbach, K. Marx, S. Freud y F. Nietzsche, entre otros. Para L. Feuerbach, Dios no es más que una proyección de los anhelos humanos. En clave psicológica, debe aceptarse que la religión contiene un elemento de proyección que interviene en la representación subjetiva de Dios, si bien de la aceptación del mecanismo de proyección no se infiere que la idea de Dios sea tan solo un mecanismo psicológico. También puede entenderse como la relación dialogal entre el hombre y la realidad ontológica que sustenta todo lo existente, en clave creyente: Dios. Dicho en palabras sencillas, la existencia de la proyección (representación mental de la divinidad) no excluye la existencia de la pantalla (Dios).

La religión como opio del pueblo es el concepto más conocido de K. Marx en su análisis de las condiciones de vida injustas e inhumanas de determinados colectivos. Su crítica de la religión parte del hecho de que el capitalismo ha utilizado la religión para transmitir un consuelo futuro mientras mantenía unas condiciones de vida inadmisibles en las clases oprimidas. La historia confirma la frecuencia de esta aseveración. La fácil asociación entre Dios y la práctica religiosa ha comportado que los presupuestos marxistas hayan contribuido a crear un posicionamiento ateo por parte de muchas personas que deberán aprender a separar la fenomenología religiosa de la vivencia espiritual personal para no permanecer ancladas en su actual cosmovisión.

Otra figura que ha contribuido al actual alejamiento de la religiosidad tradicional es el controvertido padre del psicoanálisis S. Freud, para quien la religión tiene tintes de neurosis y de regresión a las estructuras infantiles. Dios no deja de ser una creación del hombre, una ilusión. Su contribución al ateísmo es pues evidente. Habrá que reconocer que en muchos casos la religión pueda llegar a ser una expresión de inmadurez, un refugio para no afrontar una realidad que en ocasiones se manifiesta hostil; pero no tiene por qué serlo necesariamente ni en todos los casos. La fe en Dios puede llegar a ser la expresión de una identidad y de una madurez personal como otros importantes psicólogos y psiquiatras (C. G. Jung, V. Frankl) han señalado al considerar la importancia del factor espiritual en el conjunto de aspectos que confluyen en la totalidad del plano existencial.

En F. Nietzsche aparece el concepto de la muerte de Dios. F. Nietzsche considera el concepto de Dios responsable de mucha de la debilidad y miseria del ser humano. La muerte de Dios propiciaría la aparición del superhombre, que alcanzaría la autonomía que su contingencia y la religión le habían vedado. Sin duda, sus postulados abrieron la puerta a unos principios muy alejados de los moral y tradicionalmente aceptados hasta aquel momento. Algunos de los valores actuales de la postmodernidad (egocentrismo, hedonismo, relativismo…) tienen su génesis en la centralidad en la que los planteamientos de este autor situaron al ser humano; valores que, por su alejamiento de los valores cristianos, no contribuyen a orientarse a la opción creyente.

Otro porcentaje importante de la población se declara agnóstico. Los argumentos tradicionales para demostrar la existencia de Dios desde I. Kant han perdido su fuerza y validez. Para I. Kant no es posible probar la existencia de Dios por el método filosófico o científico, ya que Dios no forma parte de las estructuras espaciotemporales. Del mismo modo, el filósofo prusiano rechaza las pruebas en contra de la existencia de Dios porque también sobrepasan el horizonte de la reflexión cognitiva y de la experiencia empírica.

El agnosticismo, en general, recoge tal línea de pensamiento y considera inaccesible para el ser humano todo conocimiento de lo divino, de lo que le trasciende o de lo que va más allá de la experiencia. El agnóstico no afirma ni niega la existencia de Dios, tan solo señala que no es demostrable. Ciertamente, Dios no forma parte de la realidad material. A Dios no podemos acceder mediante el empirismo de las ciencias. Dios es, por definición, indefinible, inconmensurable, inaprensible. Pero ello no excluye que pueda ser objeto de fe para el creyente.

Otros muchos quizá no hagan una reflexión profunda para justificar su posición frente a las cuestiones espirituales y se manifiestan (más en la praxis que en el discurso) indiferentes en materia religiosa. La iglesia, por lo tanto, a la hora de compartir su cosmovisión, se encuentra con un trasfondo ideológico poco proclive a la consideración y apertura a la trascendencia. El desinterés por la temática religiosa tradicional es una evidencia. Si a ello añadimos otras consideraciones como el considerar haber alcanzado una mayoría de edad o madurez que ya no requiere la explicación mítica de la realidad; el progreso de la ciencia capaz de superar las mayores ficciones; la cobertura, en nuestro contexto occidental, de las principales necesidades… se comprende el actual distanciamiento social respecto de las creencias tradicionales y las dificultades de la iglesia por hacerse entender y salvar esta brecha de forma convincente.

Causas intraeclesiales

Enfatizar las causalidades externas induce a no reconocer y considerar suficientemente las situaciones intraeclesiales que también contribuyen, y algunas muy significativamente, a la limitación de la influencia de muchas comunidades. Debemos tenerlas presentes. No es fácil contextualizar el mensaje de Jesucristo en el modelo sociológico antes descrito. Algunas iglesias se han quedado sin apologética (en el sentido actual no tanto de confrontación sino de diálogo) frente al ateísmo, el agnosticismo, el valor totémico de la ciencia o el pluralismo religioso.

La falta de actualización de contenidos teológicos emerge como una de las causas que requiere una revisión urgente. Las simplificaciones a la hora de explicar la realidad no solo son insuficientes sino también contraproducentes. Parece que los creyentes hayan quedado sin respuestas en cuestiones como la naturaleza de Dios, la hermenéutica de los relatos míticos de la revelación bíblica, la consideración de la historia bíblica como historia teológica en la que la historia de los hechos está al servicio del mensaje salvífico, el contenido y significado de los gestos de Jesús, la escatología exenta de ciencia ficción…

Un tema, por el que el creyente es frecuentemente interpelado, es el aparente silencio de Dios (Auschwitz, genocidios recientes en África y Europa, víctimas de desastres naturales…) Si bien el problema del mal siempre será un difícil interrogante; la ausencia de una teología actualizada impide responder que el hecho de la finitud, contingencia y autonomía de la creación vienen a explicar, no tan sólo en clave creyente, la fenomenología de la realidad cosmológica y antropológica con todas sus ambivalencias.

Cabe preguntarse, asimismo, si quizá la iglesia presenta una imagen demasiado mítica de Jesús que no puede ser aceptada por el hombre postmoderno. Sin duda se requiere la voluntad y el esfuerzo de una actualización cristológica. Quizá es necesario considerar recientes trabajos sobre el Jesús histórico como los de teólogos protestantes del nivel académico de D. Marguerat y G. Theissen o católicos como los de J. A. Pagola y A. Puig, entre otros, que pueden ayudar a recuperar con mayor nitidez la imagen del Maestro de Nazaret sin la cantidad de aspectos interpuestos a lo largo de los veinte siglos de vida de la iglesia en forma de interpretaciones, dogmatismos, cristologías, opiniones, tradiciones… que no han hecho otra cosa que desdibujar el verdadero rostro del Jesús de los evangelios.

En general, las actuales corrientes fundamentalistas y las interpretaciones literales de las Sagradas Escrituras hacen imposible que las personas medianamente formadas puedan conciliar tales exposiciones con las aportaciones de la paleontología, la geología, el registro fósil, la arqueología, la historia, la antropología cultural, la biología, la medicina o la psicología. Desde estos posicionamientos (literalismo bíblico, fundamentalismo…) será difícil hacerse entender.

A estas causas a nivel de contenido teológico, hay que añadir aquellas que tienen que ver con la forma como se transmite el mensaje. Un axioma básico en la teoría de la comunicación es el emplear el código del receptor. Un análisis de los códigos comunicativos de la comunidad cristiana y de la sociedad laica evidencia el empleo, por parte de la primera, de una terminología hermética para una sociedad con una cultura religiosa de mínimos. De nuevo, cuesta hacerse entender. La mayoría de los términos religiosos empleados son crípticos para el destinatario de los mismos por cuanto adolece de las herramientas conceptuales para su decodificación. La revisión del lenguaje empleado en la proclamación del Reino de Dios no sólo es necesaria, es urgente.

Una reflexión final

Ciertamente la opción de fe es personal, es una respuesta libre a la llamada de Jesús; ahora bien, el contenido y la forma de la proclamación pueden ser determinantes para la toma de posición de muchas personas. Dar razón de nuestra esperanza pasa por tratar aquello que preocupa al hombre contemporáneo, presentar la alternativa cristiana a sus inquietudes, explicar nuestra propia experiencia… Hoy es necesaria, pues, una aproximación más integral y contextualizada a las circunstancias sociológicas, ideológicas y personales del receptor del mensaje. Es imprescindible para hacernos entender.

 

Jaume Triginé

Barcelona, junio del 2011

Leer su anterior articulo: «La falta de signficación de la Iglesia»

Jaume Triginé

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