Desde hace unos años me encuentro realizando sucesivas investigaciones en materia de comunicación a nivel de diferentes comunidades de fe.
En su mayoría, se trata de colectividades de diversas confesiones protestantes, hecho que no reconoce azar alguno, sino que -por el contrario- mantiene una vinculación estrecha con una de las hipótesis centrales: la historia de la comunicación (de base) de las iglesias protestantes, bien puede ser contada en paralelo al desarrollo y emergencia de los diferentes soportes comunicacionales. Las tablas de Lutero, su catecismo, la traducción a lenguas vernáculas de las Sagradas Escrituras, la preocupación por los dispositivos y estrategias pedagógicas de los metodistas, así como los avivamientos de los hermanos Wesley, son tan sólo algunos casos de una amplia tradición de comunicación, desarrollo de dispositivos, estrategias de incidencia y espacio público.
En concreto, en el último año me dediqué al análisis de una publicación periódica que se distribuye en diferentes comunidades del Río de la Plata. El objetivo principal era el de entender de qué manera(s) se figuraba (construía) el lugar de “la comunidad”, a la vez que dar cuenta de qué economía de discurso una revista de ese tipo le propone a su lectorado ideal.
La elección de la revista en cuestión, entre el conjunto posible de boletines protestante disponibles (y cuyo nombre mantengo en reserva no sólo por cuestiones de reserva ética e intelectual, sino también porque a mi entender su interés no reviste en ella como tal, en su pretendido valor en-sí, sino en que ilustra una serie de propiedades presente en gran parte de boletines del mismo tipo), radica exclusivamente en ciertas propiedades de forma: se trata de una de las mejores revistas en términos de diseño, diagramación y producción de su género (como producto). Dato no menor, en vistas a que muchas veces suele argumentarse que la eficacia, o no, relativa de los boletines comunitarios guarda relación directa con su (deficiente) materialidad.
En concreto, el trabajo de análisis parte del convencimiento de que un caso bien documentado, como el que me disponía a encarar, puede devenir en una vía de acceso privilegiada para entender cuál es el estatuto de la comunicación al interior de (ciertas) comunidades religiosas: ¿es el modo‐de‐ser‐cristiano de la comunicación, una diferencia exclusivamente del orden del contenido o se define por otra serie de rasgos? O, lo que es lo mismo: ¿la diferencia entre los medios de comunicación “tradicionales” y los cristianos consiste, simplemente, en un problema de cantidad de referencias bíblicas y un repertorio temático propio, una suerte re-edición de las fronteras, al interior de la industria cultural, entre lo Sagrado y lo profano?
En este diseño de investigación arribé al desarrollo de nueve (9) proposiciones para el rediseño del contrato de lectura que este tipo de boletines propone a sus destinatarios, como transcripción en positivo de algunas propiedades significantes identificadas en la base documental.
Es cierto que las mismas guardan relación dinámica con el caso particular de estudio, pero -como podrá apreciar el/la lector/a- por el nivel de generalidad en el que se inscriben, bien pueden aplicarse a cualquier dispositivo comunicacional del mismo tipo (comunitario), sea o no cristiano.
PROPOSICIÓN 1: Resolver el enigma del Otro
Muchas de las revistas en cuestión intentar reconstruir, con existo diferencial, instancias mixtas de autoría. Se trata de un esquema que –sobre la preocupación por las formas de autoría única (que confunde con monólogo y autoritarismo)- busca un régimen de autoría múltiple en donde varios autores, desde pastores y teólogos hasta cientista sociales, son convocados a exponer sus puntos de vista sobre diferentes temas, sobre la base de una topología clara: mientras los temas internos a las comunidades serán patrimonio de los primeros, los segundos (periodistas y cientistas sociales) quedaran relegados a aquellos del orden profano de la cotidianidad.
En este sentido, el enunciador (no el productor o editor empírico, sino la imagen que de él/ella se hace el lector/a a partir del discurso que le propone) renuncia a la potestad de definición del estilo y abordaje de la revista y se limita a invitar colaboradores, constituyéndose en una suerte de bricoleur que recorta y pega temas de diferentes fuentes.
Este tipo de estrategia enunciativa deriva en la explicitación de las marcas de costura de la realidad construida en y por el discurso que nos propone la revista. Un ruptura de la ilusión: no hay nada en que creer (en lo que el lector/a pueda creer) porque el dispositivo mismo enuncia la relatividad de su valor, a la vez que nos abandona frente a la pregunta por el Otro: ¿Qué quiere de mi el enunciador al comentarme todo esto? ¿Qué debo hacer como cristiano frente a todos estos temas diversos? ¿Por qué se me invita a leer un texto de este tipo? ¿Qué relación guarda con el modo particular de ser cristianos en el mundo?
Un dispositivo como el propuesto por la revista en cuestión, y por muchas otras (justo es decirlo), nos enfrenta permanentemente a la angustiante pregunta en que nos coloca el Otro, sin ofrecernos una respuesta o marco interpretativo alguno: ¿Qué quiere ese enunciador de mi (cristiano) con todos estos temas dispersos? ¿Qué pretende que haga con ellos?
El desafío a nuestro alcance, que esta proposición propone, es el de re‐crear una solución imaginaria que dé respuesta a estos interrogantes (angustiantes) que permanecen sin réplica alguna. Un nuevo dispositivo de la enunciación debe poder ofrecer un marco de respuesta ante las preguntas que él mismo habilita.
PROPOSICIÓN 2: Proponer una fantasía (enunciativa) comunitaria
Otra de las características que suele verificarse en los boletines de este tipo (sobre todo en el caso que nos convoca) es la confusión entre el la instancia de enunciación y el “YO” del editor.
Vinculado al punto anterior, cuando uno lee revistas de este género, tiende a encontrarse con una fuerte presencia del editor a partir de la presentación de un discurso en primera persona del singular, a la vez que la puesta en escena de su firma y nombre propio.
El reto de cara a un nuevo diseño del contrato con el destinatario, es –conforme esta segunda proposición- el de superar la construcciones discursivas centradas en el “YO” de un autor/editor particular, para alcanzar un “Nosotros” (=La Comunidad).
En pocas palabras, la comunidad debe pasar de ser objeto del enunciado (una breve y esporádica mención, en algún lugar de la revista) a ser sujeto de la enunciación: articulador de todo lo que el boletín cuenta, con un estilo que le sea común y recorra de forma sistemática toda la misma.
PROPOSICIÓN 3: Articular un enunciador colectivo como “promotor cultural”
Esta tercera proposición supone un eje de acción articulado sobre una confesión: la comunidad (cualquier comunidad) no tiene capacidad de autodenominación. Siempre es hablada por alguien (el pastor, el teólogo, las ciencias sociales, los periodistas, etc.), en virtud de que no posee los medios para su propia producción simbólica (y cuando los posee, deja de pertenecer, por ese mismo acto de posesión, a la comunidad que le da origen).
Asimismo siempre quedará alguien insatisfecho con esa representación. Lo que no puede ocurrir es que por reconocer que no todos serán satisfechos con la construcción propuesta, no se proponga nada y se abandone al lector/a ante la angustia de preguntas sin respuesta a las que se hacía mención.
En este sentido, resulta útil el concepto del teólogo y filósofo Michael De Certeau de “promoción cultural”. El objetivo es el de pensar –en los términos del autor‐ diferentes modalidades para “ceder” a otros, por principio no en condiciones de ejercer el poder de su propia nominación, la posibilidad de la toma de la palabra.
La comunidad no puede ser sólo un lugar definido por la negativa -por el conjunto de problemas de la vida en comunidad (presupuesto, nivel de participación en la vida de fe, etc.)-, sino que debe jugar un papel central en todo el dispositivo. Debe ser su sujeto y fundamento, como sostiene la siguiente proposición.
PROPOSICIÓN 4: Ubicar lo comunitario como fundamento de la vida de fe
Otra de las marcas significantes (o características) recurrentes en boletines de este tipo es la búsqueda de referencias bíblicas como anclaje o fundamento cristiano de los temas en discusión. Así, cuestiones mundanas, del orden de la agenda de todos los días (como los derechos sexuales y reproductivos, enfermedades, la política, etc.) son acompañados por toda una serie de citas de las Sagradas Escrituras que buscan otorgarle un encuadre de legitimidad, así como integrarlos a la vida .
Por el contrario, esta proposición busca persuadirnos de la necesidad de desplazar el eje de los textos bíblicos a la experiencia de las comunidades como fundamento de la vida de fe. Se trata, en definitiva de reconocer que más allá de los textos, y las prácticas literalistas, es la experiencia comunitaria la que otorga el fundamento de nuestro modo de ser cristiano en el mundo.
Sólo de esta forma, se puede aspirar a reconciliar lo que se hace en las comunidades con lo que se dice sobre ellas. Reconciliación que transforma lo comunitario de un contenido aislado, en el fundamento de todo el conjunto, reduciendo la distancia entre las modalidades del decir y lo hecho en las comunidades.
En una palabra, el desafío es el de reconciliar la dimensión de la experiencia de lo comunitario y el déficit de palabra de nuestros dispositivos para dar cuenta de ellos; rompiendo así, definitivamente, con el fetiche de la comunicación: con la presunta “exterioridad” de la misma a la a las comunidades y su obra (argumento recurrente por cierto, a fin a cierta lógica de mercado, sobre el que volveré).
PROPOSICIÓN 5: Reconocer identidades mixtas, a partir de interpelaciones híbridas
Otro problema recurrente en este tipo de soporte de la comunicación es la reproducción al interior de la revista de cierta dicotomía entre lo Sagrado (sus temas y especialistas) y lo profano.
El desafío para un nuevo contrato de lectura, es el de avanzar sobre fórmulas de interpelación del lector/a de carácter híbrido, integral. Interpelarlo/a, tanto en su dimensión (identitaria) cristiana, como en sus preocupaciones mundanas.
Se trata, en definitiva, de un trabajo a nivel de los colectivos de identificación, a partir de la recuperación de la potestad de gerencia de estos colectivos, por parte del enunciador. El desafío es el de abandonar el trabajo del bricolage, que mencionaba más arriba, y asumir la misión de la gestión de los colectivos de identificación, en el marco de una construcción enunciativa que no sólo nos ofrezca una respuesta al deseo del Otro, sino también las coordenadas del nuestro propio, como lectores/as.
Dicho en otros términos, debe encontrarse una modalidad integrada de interpelación al lector/a que aborde el ser “mujer”, “empleado”, “estudiante” u otro, en relación a cierto valor que comporte el modo de ser (y obrar) cristiano en el mundo. Sólo de esta forma se salda la frontera, cristalizada en los boletines (y su consecuente división del trabajo social entre pastores/teólogos, por un lado, y especialistas/periodistas, por otro), entre lo Sagrado y lo profano.
PROPOSICIÓN 6: Indistinción del lectorado como garantía de respecto por la diversidad
Muchas publicaciones, aun cuando incorporan marcaciones múltiples de género y temas vinculados a la relación entre los mismos en su cuerpo principal, ofrecen de todas formas suplementos especializados (para la “Mujer” y “sus” temas), segmentándola del destinatario ideal del cuerpo central.
En este punto, el desafío es el de asumir la indistinción del destinatario en su condición de género. Se trata de tomar partido –arbitrario, por cierto ‐ en la resolución de la paradoja de la búsqueda dominada de la distinción planteada por Bourdieu, aceptando que –a veces‐ la especificación de un suplemento, a título de lugar propio, pude ser alienante, mientras que la indistinción –como uno/a más del conjunto de destinatarios/as‐ puede ser libertadora.
PROPOSICIÓN 7: Entender la comunicación como testimonio de obra
Lo dicho hasta aquí, no quiere decir otra cosa que la invitación a desarrollar un proyecto editorial que sea –en última instancia‐ testimonio de obra de la comunidad, rompiendo con cierta construcción del tipo “exterior” a ella, como la que verificábamos anteriormente.
La comunicación crea comunidad, no –como implican muchos/as- porque al comunicar la comunidad se haga visible a la opinión pública, sino porque al hacerlo cobra densidad la dinámica al interior de la misma, a la vez que cuando accedemos a un producto cultural (una revista, en este caso) en calidad de lectores/as, se nos devuelve una imagen completa e integrada de la vida en ella. Algo de enorme valor si tenemos en cuenta que –fuera de este tipo de experiencias- solo participamos de forma fragmentaria en la vida de la comunidad.
PROPOSICIÓN 8: Rescatar la dimensión del presente
En línea con esto último, el testimonio de obra –y la consecuente creación de comunicad- no puede ser “predicado” en pasado ni bajo formas de organización textual del tipo de la crónica. En el marco de una construcción enunciativa de orden comunitaria que intente dar cuenta de lo actuado en y por las comunidades, no puede sacrificarse la dimensión del presente. Y esto por dos motivos: en primer lugar, porque es en el presente en el cual la ida de lo comunitario mismo se engendra. Es en el acto presente de lectura donde yo (=lector/ciudadano) me entrego a una actividad en la que todo miembro de mi comunidad es probable que esté avocando en ese mismo momento.
Pero, en segundo lugar, el presente adquiere valor fundamental por la misma observación (salvando las distancias) que Walter Benjamin le hiciera al materialismo histórico. Parafraseando sus formulación, a los efectos de nuestro objeto de estudio: un promotor cultural de la vida en‐comunidad (religiosa o de cualquier tipo), no puede prescindir de la noción de un presente que sea, no una transición, sino en el cual el tiempo se estanca y se detiene. Porque esta noción define el presente en el que ellos (él+la Comunidad) están escribiendo la historia.
PROPOSICIÓN 9: Resolver el núcleo traumático de toda comunicación de fe
Toda comunicación de fe (cristiana o de cualquier tipo) se enfrenta ante un núcleo duro que se resiste a su simbolización y que sólo puede integrar de forma inestable: en nuestro caso, el mundo no-cristiano.
Se trata de un elemento faltante en la superficie textual, pero constitutivo de sí y que sólo emerge bajo la forma del síntoma de la división del trabajo entre temas profanos (externos a la comunidad) y Sagrados (internos a las mismas), con su consecuente puesta bajo tutela de especialistas de cada orden: cientistas sociales, periodistas, entro otros, para unos, pastores y teólogos para otros.
No obstante, lo importante es tener en cuenta que la re‐construcción de una fantasía enunciativa, de orden comunitaria, sustentada no ya en la primera persona del singular, sino del plural (un “nosotros” de alcance comunitario), como la que propongo, tiene por misión constituir un dispositivo que interpele a la comunidad en su doble constitución identitaria: como participante de una comunidad de fe, pero integrante de un totalidad mayor ajena a la misma. Interpelación que aspira a devolverle una imagen integrada de sí misma. De su común‐unión como testimonio de obra, en contraposición al hecho de que la comunidad (como todo homogéneo en su cristiandad, sin fisuras, coherente per se), no existe.
* * *
Para concluir, me interesa resaltar que este tipo de perspectiva tiene por objeto discutir con formulaciones tradicionales que tienden a enfatizar –de forma reiterada y recurrentemente aceptada- la necesidad de comunicar para hacer “visible” las comunidades y sus obras. Formulaciones que recrean la idea de la presunta existencia de la comunicación como un “instrumental” (externo), al que se puede acudir a los efectos de llevar a una escala mayor de visibilidad “algo” que ocurre en las comunidades y que permanecería, en principio, en silencio.
Se olvida, con este tipo de formulaciones, un aspecto fundamental: la comunicación crea comunidad. La distinción subyacente en formulaciones como la anteriormente citada, en donde la comunidad hace y la comunicación pone en‐vista de todos, sólo constituye un forma‐fetiche. Evitar caer en la trampa del fetiche‐de‐la‐comunicación es entenderla subsidiaria del hacer. Es fundamental comprender que no existe preeminencia ni lógica, ni ontológica del decir por sobre el hacer, porque comunicar es obrar y al obrar se crea comunidad.
Esto último es crucial, sobre todo cuando entendemos que lo que está en discusión no es un producto de la industria cultural en-sí, sino el lugar mismo que estamos dispuestos a asignarle a la comunidad al interior de las iglesias.