El Papa Francisco ha llegado al Vaticano para hacer cambios sustanciales no solo en la administración y la burocracia, sino en la teología y la práctica eclesial de la iglesia. Sus afirmaciones en contra de la corrupción son un ejemplo fehaciente de que está en sintonía con los reclamos morales de la sociedad; y sus comentarios respecto a la sexualidad humana y el divorcio, revelan que entiende y atiende las vivencias y los reclamos de sus feligreses.
Su estilo fraternal y sus prioridades programáticas, en efecto, ponen claramente de relieve que tiene un proyecto serio para mover la Iglesia Católica al futuro. Y para entender adecuadamente estos cambios, es importante revisar el fundamento bíblico de sus decisiones, y el entorno teológico que las cobija. Varias de sus acciones y declaraciones se fundamentan en la tradición profética de la iglesia, que ciertamente es necesaria para llevar a los creyentes al porvenir.
El Papa Francisco se siente muy cómodo con el Jesús histórico y afirma el mensaje original y básico del Reino, que caracterizó al fundador del cristianismo. Francisco ha vuelto a las Sagradas Escrituras, para descubrir nuevamente el corazón del mensaje cristiano: Más que estructuras y ceremonias, que pueden tener algún valor simbólico, está interesado en el mensaje que es capaz de transformar comunidades, renovar individuos y salvar familias.
El mensaje de Jesús que informa las dinámicas relacionadas con las nuevas políticas del Vaticano, revela un deseo ardiente de responder a las necesidades humanas reales. Para el Jesús que caminó los parajes palestinos, las personas y sus necesidades eran la fuerza que movía sus discursos y acciones. Su verbo elocuente estaba al servicio de los pobres, marginados y menesterosos… Su palabra profética desafiaba a las autoridades religiosas y políticas… Y sus acciones liberadoras respondían a los cautiverios que les impedían a las personas llegar a ser lo que Dios quería que fueran…
Ese Jesús que confrontó la historia con autoridad y valor, es el modelo ideal para la administración eclesiástica y el desarrollo de programas que impacten positivamente a las sociedades. La Iglesia Católica, y en este sentido, específicamente el Papa Francisco, se ha percatado que el mundo que nos ha tocado vivir está interesado en redescubrir el valor transformador de la fe cristiana. Y esa virtud liberadora del mensaje de Jesús, es la que se necesita el día de hoy.
Para Francisco, las iglesias no deben invertir sus recursos en palacios pomposos que revelan el amor por el lujo y la adulación humana, sino en proyector redentores que permitan a las personas más necesitadas del mundo redescubrir el gozo de vivir en paz, y ese tipo de paz se fundamenta en la justicia. Este programa redentor toma seriamente en consideración los reclamos de las personas divorciadas que quieren participar más activamente en la vida de las congregaciones; y respeta a los individuos y las comunidades que han optado por estilos de vida no tradicionales.
La gran enseñanza del Papa Francisco, y el desafío que le presenta al resto de las iglesias cristianas, es que los recursos de las instituciones eclesiásticas deben servir de apoyo a los programas que tienen como prioridad al ser humano y su necesidad. Las iglesias no existen para tener más edificios o aumentar sus cuentas bancarias, sino para representar el mensaje liberador de Jesús en medio de la sociedad, y ese mensaje reclama la transformación de las estructuras eclesiásticas para que sirvamos a los niños y a las niñas que viven en ambientes disfuncionales; para que apoyemos a las mujeres que son víctimas de la violencia intrafamiliar, y reeduquemos a los maridos abusadores; y para que le demos la mano a la gente caída, para poder levantarlas en el nombre del Señor.
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