1. La juventud en la iglesia: ¿contradicción de términos
Les escribo a ustedes, los jóvenes (neanískoi), porque han vencido al maligno (‘oti nenikésate ton ponerón). […] Les escribo a ustedes, los jóvenes, porque son valientes (ischuroi), permanecen fieles a la palabra de Dios (‘o logos tou theou ‘umin ménei) y han vencido al maligno. (I Juan 2.13b, 14b)
La presencia o ausencia de la juventud en las iglesias puede ser interpretada de varias maneras. De entrada, parecería que existe una preocupación mayor por las iglesias mismas, más que por los jóvenes, basada en evidencias de la salida de los jóvenes de su seno, que por ellos/as como tales. Como si lo que verdaderamente importase fuese la supervivencia de las comunidades a costa de lo que sea, incluso pasando por encima de los “intereses” o “gustos juveniles”, los cuales las mayorías adultas parecemos no entender y ni tan siquiera lo deseamos. Desde hace décadas se ha vuelto un lugar común la preocupación por este abandono y existe una enorme cantidad de explicaciones para ello: “Vivimos en una época en la cual nuestros jóvenes dejan la iglesia de forma alarmante” dice el inicio de un portal cristiano para jóvenes (www.jovenes-cristianos.com). Se dice que hoy el 60% de los jóvenes dejan la iglesia.[1] Otros han planteado el problema como uno de los síntomas mayores de la posmodernidad: las juventudes actuales nos han rebasado y ya no podremos alcanzarlas nunca. Derrotismo puro. Han surgido sitios de internet con dinámicas que muestran la necesidad de diversificar la manera de experimentar la fe cristiana.[2] Y se habla de pastores/as o “pastorales juveniles” que deben responder atinadamente a la situación de crisis.[3] La gran pregunta es: ¿cómo lograr que la juventud siga perteneciendo a la iglesia? Pero no sólo eso pues los adultos exigimos más: que permanezcan, con entusiasmo, creatividad, fidelidad y constancia a toda prueba, pase lo que pase, y hagamos lo que hagamos.
Incluso la manera de plantear el problema nos delata inconscientemente, pues los verbos que usamos para plantear el problema tienen sesgos claros de reproche y juicio superficial: los jóvenes “dejan la iglesia”, que no es lo mismo que abandonar (¿dejar para siempre?), desertar (lenguaje militar, con sus respectivas consecuencias) o rechazar. Cada verbo tiene la connotación de que están cambiando alevosa, ostensible e insolentemente de prioridades, que espetan en la cara a padres, militantes y pastores, y que la iglesia se va hasta los últimos lugares entre su preferencia porque existen otras formas más llamativas de uso del tiempo. Por ejemplo, el culto al cuerpo, al placer o a la tecnología sustituye lo que en otras épocas se consagraba a la oración o a la vida devocional. Antes suponíamos que si el culto era más atractivo para ellos/as no abandonarían los espacios eclesiásticos. Así lo describía desde hace más de 40 años el pastor metodista mexicano Manuel V. Flores en una reunión de la Unión Latinoamericana de Juventudes Evangélicas (ULAJE): “La Iglesia Evangélica […] ha creado una especie de filosofía conventual protestante; en la que no hay conventos para reclusión de jóvenes pero teóricamente las iglesias lo son. Se busca y cultiva un núcleo juvenil al que se le pone una marca casera; se domestica al grupo y son las cuatro paredes del templo su frontera, su límite y su mundo. Después la iglesia ya no piensa en otra juventud: sólo existe la de adentro”.[4]
Otra manera de ver el asunto es la consideración de por qué queremos que los jóvenes sigan en las iglesias. “Para que se hagan cargo de ella en el futuro”, respondemos, es decir, cuando ya no sean jóvenes y no intenten darle un “rostro juvenil” y más aceptable para ellos y para otros que no están dentro aún. Y es que si les entregamos hoy la iglesia, ¿qué van a hacer con ella? Como si la iglesia fuera propiedad de los adultos: ¿en dónde está escrito? Los criterios con que se dirigen, gobiernan y actúan las iglesias son completamente adultos porque están pensados para “iglesias de adultos” en las que todos llegaremos a serlo y entonces tendremos la responsabilidad de cargar con ellas. Sería muy bueno hacer estudios sencillos que nos ofrezcan los datos duros y reales, por ejemplo, el promedio de edad, de escolaridad y de “años en la fe” de una comunidad para darnos cuenta, el porcentaje de jóvenes, su grado de influencia, aunque todo esto ya lo intuyamos de antemano, de cuánto hemos envejecido y nos hemos rezagado en esta lucha contra algo que no conocemos bien. Porque el “rostro denominacional” de la iglesia también es rechazado por estas tendencias. Como decía Carlos Monsiváis: “O ya no entiendo lo que está pasando, o ya pasó lo que estaba entendiendo”.
Hablamos de “contradicción de términos”: o se es joven o se está en la iglesia, puesto que parece que hay una clara incompatibilidad. Las iglesias podrían aceptar, con suficiente humildad, que no han cubierto las expectativas juveniles y que esa es apenas una de las razones del abandono. En otras épocas se pensó (y en muchos sitios se sigue pensando) que entregándole a los jóvenes los momentos dedicados a la alabanza el asunto estaba más que resuelto. Pero la realidad ha demostrado que no es así. En otro momento se manejó el concepto de “liderazgos” que desembocó en el surgimiento de misioneros poco preparados y mayor deserción hacia nuevos espacios o iglesias. Porque finalmente se cae en el conformismo: “Ya regresarán cuando sean adultos y la vida los trate mal”, casi como si se deseara esto muy en el fondo de los discursos eclesiales.
Dos veces se dirige la segunda carta de Juan a los jóvenes (neanískoi) para reconocerles méritos en su militancia cristiana: la primera, porque “han vencido al maligno” (2.13b) y después, por ser “valientes”, por “permanecer fieles a la palabra de Dios” y nuevamente por haber vencido al maligno (2.14b). Este reconocimiento forma parte de una serie de afirmaciones que señalan el comportamiento adecuado de sectores de creyentes en medio de una vida eclesial conflictiva. La fórmula se repite claramente: el autor escribe a) a los “hijitos” (porque han sido perdonados por Cristo, v. 12, y porque conocen al Padre; b) a los mayores, la primera generación (porque conocen al que existe desde el principio, v. 13, y porque permanecen en su conocimiento); c) y a los jóvenes. Esta ubicación de edades muestra cómo la iglesia se preocupó por la continuidad histórica del mensaje cristiano y la capacidad efectiva de las nuevas generaciones para dar testimonio de Evangelio.
Cuando un joven o muchacha deja la iglesia por una decepción amorosa, por ejemplo, la crítica sobre su inmadurez es devastadora e inclemente. No se busca la comprensión o la explicación de lo sucedido sino en términos de falta de fe o claridad en los propósitos de la presencia en la comunidad cristiana. Olvidamos a veces que cada joven o muchacha necesita un “socio” o “socios”, esté donde esté, para encontrar y consolidar un buen sentido de pertenencia. Y los adultos no podemos, aunque queramos, ser ese socio, acompañante o cómplice. Ésa fue y ha sido siempre la función La simbología, la música, el lenguaje, las modas en todos los sentidos, expresan hoy cosas muy diferentes a las que se conocieron en décadas pasadas. Afortunadamente, también hay personas y recursos que pueden ayudar a que al menos nos acerquemos al problema.[5] Se está estudiando la relación entre la fe y las culturas juveniles y por allí se vislumbran caminos de comprensión, atención y acompañamiento. Escribe Corpus:
«…enmarcar la vinculación de los jóvenes con la religión bajo una Iglesia no es lo más viable para comprender la manera en que se presenta esta relación. Al menos, no en un concepto tradicional del término. El dato en sí da cuenta de cómo los jóvenes continúan con ciertas prácticas o ideas, producto de su socialización religiosa, que no necesariamente se remiten a cuestiones litúrgicas, sino donde lo simbólico y las narrativas juegan un papel importante en la configuración de sus propias identidades. El hecho es que los jóvenes se alejan de los cuadros burocráticos pero no necesariamente de los símbolos religiosos; éstos cambian y emergen de maneras diversas en los mundos juveniles que se adscriben a ellos y se institucionalizan al ser maneras, conductas, formas, reglas y prescripciones de sentido elaborados por y para los jóvenes.» (p. 216)
2. Juventud y cristianismo en el mundo actual
Agárrate a la instrucción y no la sueltes;/ consérvala, pues te va la vida en ello. […] Vigila atentamente tu interior,/ pues de él brotan fuentes de vida./ […] Observa el sendero que pisas/ y todos tus caminos serán firmes. (Proverbios 4.13, 23,)
Marchad, oh juventud,
de Jesucristo nunca pierdas la visión.
¡Luchad contra Satán!,
ése es el lema del cristiano en oración.
Confiad en el Señor,
Por cada triunfo cantaré nueva canción.
Marchad, oh juventud,
en pos del galardón
“Marchad, oh juventud”, himno juvenil de otra época
La insistencia adulta en retener a la juventud en la iglesia ha resultado más problemática de lo que parecía puesto que al intentar estrategias y alternativas para lograrlo, se ha incurrido muchas veces en una cerrazón que consigue todo lo contrario. La apertura excesiva, lamentablemente, tampoco ha logrado los objetivos anhelados: la migración juvenil sigue su curso, ya sea en goteo o en masa, como también se ha visto. Si en otras épocas se trataba de azuzar a la juventud para luchar contra el mundo y vencerlo, la identificación de “sus enemigos” hoy es más complicada debido a que el cúmulo de situaciones psicológicas, familiares, educativas, laborales, sociales y económicas ha transformado las esperanzas y preocupaciones de las nuevas generaciones. Las imposiciones arbitrarias e impersonales del sistema en que vivimos hace que muchas personas sean, literalmente, “desechables”, lo que impone hasta en el inconsciente la supremacía de los más fuertes o de quienes cuentan con más recursos en todos los sentidos. Y es justamente ahí donde entra la participación de las comunidades cristianas, en dotar de recursos espirituales a las personas para superar tales condicionamientos y vivir sanamente. Ésa ha sido y deberá seguir siendo una de sus tareas esenciales.
Asediados por las presiones familiares, las transformaciones tecnológicas, los diversos atractivos actuales, el mercado laboral y un sinfín de cosas más, se espera que respondan con cordura, responsabilidad y creatividad, y que además continúen las cosas buenas que recibieron, como una suerte de cadena vital que antes hallaba expresión en el tipo de trabajo u oficio que desarrollaban las familias durante generaciones, una tradición que nadie podía romper. Se creía, también, que un lenguaje y una himnología marciales estimularían permanentemente a las juventudes cristianas para perseverar en la fe, luchar por ella y heredar la dirección de la iglesia en el futuro. Todo en el mismo paquete. Pero en realidad se seguía el juego a las coyunturas políticas predominantes, incluso al calificar a la iglesia como “ejército de Dios” y promoviendo formas veladas de violencia que hoy deben abandonarse consciente y críticamente. La exaltación de la llamada “guerra espiritual” sigue promoviendo esos valores contrarios al espíritu del Evangelio del Reino de Dios predicado por Jesús de Nazaret. La actitud belicosa no es más que es un negocio, un discurso y un “valor” adulto y burgués introyectado en la conciencia por los dueños del poder transitorio.
¿Cómo podría actualizarse en estos tiempos el ímpetu exhortativo, propio de la generación adulta, que aparece en el libro de los Proverbios? ¿Cómo se lograría relanzar el vigor juvenil cristiano con base en las nuevas mentalidades? ¿Acaso la religiosidad que en las últimas décadas se ha desarrollado carece de la fuerza de otras épocas para apasionar a los jóvenes creyentes de hoy? Estas preguntas y otras más bien podrían servir para plantear la desazón, la preocupación y el deseo que invade a muchas comunidades por el presente y futuro de sus miembros más jóvenes. Lo que proponían las generaciones adultas del libro en cuestión era una serie de prácticas y actitudes que le permitieran a la “juventud inexperta” superar las pruebas y tentaciones de la vida para no desbarrancarse en el fracaso y la decepción. Todo ello con una visión que no se diferencia mucho de la manera en que hoy se les sigue exhortando. Disciplina en los caminos de la fe para alcanzar la sabiduría y vivir de la mejor manera. Así se podría resumir la intención de Proverbios para influir de manera determinante en la conducta juvenil. Pero ese propósito tan loable debería ser traducido, en nuestros tiempos, a formas concretas de reflexión y acción que permitan aterrizar la enseñanza.
Una importante aportación es Sabiduría para vivir. Estudio del libro de Proverbios, del doctor Edesio Sánchez Cetina (Sociedades Bíblicas Unidas, 2001) pues ofrece un plan basado en el acercamiento a palabras clave del libro para trabajarse en discusiones y debates prácticos: amistad, necedad, educación, pereza y trabajo, riqueza y pobreza, y actitudes, precisamente algunas de las que implican exigencias vitales urgentes para la actualidad, aunque siempre lo han hecho. Escribe Sánchez Cetina, al referirse a la clásica afirmación “El principio de la sabiduría es el temor de Dios” (1.7ª; cf. 9.10; 15.33): “En la enseñanza del Antiguo Testamento, la expresión ‘el temor de Dios’ no debe de entenderse en el sentido de pánico o miedo servil. Se refiere, más bien, a la admiración, la obediencia y la entrega entusiasta y confiada a Dios y a su voluntad. Lo que se define por ‘temor’ es realmente el poder misterioso de la atracción del ser humano hacia Dios. […] Por ello es un temor que da vida” (p. 92).
Tres ejemplos tomados de Proverbios capítulo 4 podrían ayudarnos en esta ocasión. El primero habla de “agarrarse fuertemente de la instrucción y no soltarse de ella”, pues “la vida está en juego” (v. 13). La importancia de la formación o educación es resaltada como algo fundamental en una época en que no existían más instancias que la familia o la comunidad religiosa para agenciarse algún grado de instrucción, de conocimiento que pudiera ser llevado a la práctica siempre. Usos, oficios, costumbres y hábitos que se realizarían en toda la existencia. Hoy que supuestamente se cuenta con mayor acceso a la educación no pierde vigencia esta exhortación, pues por el contrario, es como si proverbios dijera: “Aprovecha todos los recursos a tu alcance para seguir informándote y formándote. Y mucha atención: dije todos”.
El segundo advierte sobre la “vigilancia continua de la vida interior o espiritual”, de los valores que rigen la existencia, y que de ella “brotan fuentes de vida” (v. 23), esto es, que de allí irradia hacia fuera, hacia la gente cercana lo que vive en el corazón de la persona. La devaluación o declive de las instituciones religiosas no es sinónimo de la invalidez de los valores y creencias que promueven. Allí surge la responsabilidad de acopiar aquello que sirva efectivamente como sostén espiritual y moral en todas las circunstancias. La ética y la espiritualidad de cada persona es una responsabilidad intransferible.
Por último, se sugiere “observar el camino que se pisa”, saber bien qué terreno o situación se está experimentando a fin de que “todos los caminos sean firmes” (v. 26). Esto implica obtener, desarrollar y mejorar continuamente la capacidad de análisis y discernimiento para tomar las mejores decisiones en todos los terrenos, desde los afectos y la amistad, hasta el trabajo y la vida familiar, entre tantas cosas. He ahí un ámbito casi interminable de reflexión para la práctica que propone la Escritura en estos tiempos tan difíciles.
3. Juventud cristiana y renovación del mundo y la iglesia
Y es que la creación entera está gimiendo, a una, con dolores de parto hasta el día de hoy. Pero no sólo ella; también nosotros, los que estamos en posesión del Espíritu como primicias del futuro, suspiramos en espera de que Dios nos haga sus hijos y libere nuestro cuerpo. Romanos 8.22-23, La Palabra (Hispanoamérica)
La juventud es la edad de entregarse a Dios, porque es la edad de las ilusiones y del amor —del amor del hombre a la mujer, y de la primavera y del Cantar de los Cantares—, y la entrega a Dios es una entrega de amor. Y mientras más sueños tengas tú y más ilusiones (“una sed de ilusiones infinita”) y más amor a lo que dejas, es mayor el don que das y es mayor lo que recibes y el amor mutuo s mayor. Si uno estuviera desengañado de la vida, ¿qué vida va a dar? Dios pide la juventud y el ardor y la pasión y los sueños. Pide lo que te pide el matrimonio, porque su amor es matrimonio.[6] Ernesto Cardenal, Vida en el amor
Un lugar común sobre la mentalidad de muchos jóvenes consiste en afirmar que durante un tiempo desean “cambiar el mundo” y, en el caso de la juventud cristiana, también quieren cambiar a la iglesia, darle otro rostro y contribuir a superar muchos de sus dilemas y problemas. Si esto es cierto, habría que decir que en esa etapa, de duración indeterminada, los vientos de cambio producidos por el Espíritu de Dios se apoderan de ellos y los conducen por caminos impredecibles. Pero también es un lugar común el hecho de que las mayoría de las fuerzas a su alrededor (familia, escuela, iglesia) se encargan de someter la ardiente rebeldía juvenil para canalizarla y situarla en beneficio, se les dice a los muchachos/as, de ellos mismos. Precisamente, la caracterización de “el cristiano como rebelde”, debida al teólogo bautista Harvey Cox se hizo muy famosa en los años setenta, pues destacaba la forma en que los creyentes pueden y deben sumarse a los proyectos de transformación de Dios por todas partes, en todos los planos y niveles, no únicamente en los espacios religiosos.[7] Así, los impulsos juveniles en términos de transformaciones de hábitos y costumbres (comenzando con su apariencia personal), en los espacios ajenos a la iglesia, y los propios de las iglesias (evangelización dinámica, testimonio activo de la fe y demás), para no hablar de la movilización social o política, son literalmente domesticados para dar lugar a “juventudes bien portadas”, maleables y funcionales al sistema.
Romanos 8, parte de la exposición paulina de las consecuencias de la obra de Dios en Cristo, se refiere a la renovación futura de la creación y al papel que corresponde a los hijos e hijas de Dios. Éstos/as, esperan también manifestarse como tales, como acompañantes y protagonistas de todos los esfuerzos divinos por cumplir ese plan, pero además, el apóstol afirma que ellos/as están “en posesión del Espíritu como primicias del futuro”, es decir, participan de una visión en la que el futuro de Dios es lo primordial. Ciertamente estas palabras van dirigidas a la totalidad de la iglesia, pero bien podría colocarse el énfasis en los integrantes de las nuevas generaciones, quienes por definición tienen una perspectiva más fresca de los tiempos y se supone que aceptan los ritmos de cambio con mayor naturalidad. Mientras varios grupos cristianos tenían conflictos acerca de la ley, la circuncisión y el templo, Pablo presenta la acción del Espíritu en medio de un mundo siempre problemático como aquél que está sembrando siempre la semilla del futuro en el mundo. Sumarse a su labor es también fruto de una “conversión al futuro” (J. Moltmann) requerida y exigida para ser capaces de dar pasos firmes hacia adelante en el sendero de un Reino divino que se manifiesta por todas partes. Y, por supuesto, la iglesia no puede quedar excluida de los cambios que Dios quiere realizar en el mundo, pues a veces pareciera que ella misma se deslinda de las novedades que su Señor introduce en otros ámbitos y ella como que los observa muy de lejos, como si no le incumbieran esos procesos directamente. El papel de las juventudes en la denuncia de esas actitudes es fundamental.
Elsa Tamez resume la enseñanza de esta sección de la epístola partiendo de la acción del Espíritu: “No hay condenación para nadie, ni de parte de Cristo ni de Dios ni de ningún sistema económico-político, porque la lógica del Espíritu que da la vida, ha liberado de la lógica del pecado y de la muerte. El Espíritu de Dios habita en los que se orientan por la lógica del Espíritu que lleva a la vida, justicia y paz. Por la solidaridad de Dios al acoger la humanidad en Jesucristo, todos pueden dejar de ser esclavos y pasar a ser hijos o hijas libres de Dios, para hacer justicia; son hermanas y hermanos de Jesús el Mesías, coherederos del Reino”.[8] Además, el Espíritu que habita en los creyentes introduce una nueva lógica (ley) en todas sus relaciones (vv. 1-11), “una fuerza de vida”, puesto que si “la carne hacía a la ley impotente, […] Dios hizo fracasar los mecanismos del pecado” y ahora el mismo Espíritu “hace impotentes los propio deseos negativos (de la carne), que tienden a la muerte” para entrar a la libertad de los hijos e hijas de Dios (vv. 12-21), “capaces de hacer frente al pecado”. Se participa ahora del Reino de Dios como herencia y de su gloriosa libertad. Jesús es el primogénito de una multitud de hermanos/as (8.22-30) y la esperanza se vive en la solidaridad liberadora de Dios para toda su creación, con la mirada siempre orientada hacia el futuro. “El amor infinito de Dios es la garantía de nuestra realización humana digna”.
Por todo ello brota una canción de victoria histórica, existencial y escatológica que a veces sólo se interpreta de manera individualista restando el impacto totalizante que la obra de Dios en Cristo tiene en todas las esferas de la vida humana. Y las juventudes cristianas deben formar parte de las vanguardias de cambio y renovación en el mundo y en la iglesia, tal como lo expresaba el viejo canto “Surjan regias vanguardias”.
[1] Jacqueline Alencar, “Daniel Oval: ‘el 60% de jóvenes deja la iglesia’”, en Protestante Digital, 22 de abril de 2013, reproducido en el número especial de verano de esta revista, núm. 1, julio de 2013, pp. 14-18, www.protestantedigital.com/ES/Sociedad/articulo/16852/Ya-puedes-leer-pd-verano01.
[2] Cf. el sitio Especialidades Juveniles (www.especialidadesjuveniles.com) que, con un perfil adenominacional, pero no ecuménico, propone acciones a través de diversos “ministerios”.
[3] Cf. el blog de pastoral juvenil del Consejo Latinoamericano de Iglesias más enfocado a la participación social y ecuménica: http://claijuventud.blogspot.mx.
[4] Cit. por Samuel Escobar, “Las nuevas generaciones evangélicas”, en Irrupción juvenil. Miami, Caribe, 1977, p. 43.
[5] Dos ejemplos: Ariel Corpus, “Jóvenes y religión en América Latina: un debate necesario”, en C. Mondragón y C. Olivier, eds., Minorías religiosas. El protestantismo en América latina. México, U NAM, 2013; y Raúl Méndez, “Lámpara es a mis pies tu palabra. La Biblia en dos generaciones”, ponencia presentada en la RIFREM, mayo de 2013.
[6] E. Cardenal, Vida en el amor. Buenos Aires-México, Carlos Lohlé, 1970, p. 103.
[7] H. Cox, El cristiano como rebelde. Madrid, Marova-Fontanella, 1974.
[8] E. Tamez, “¿Cómo entender la carta a los Romanos?”, en RIBLA, núm. 20, http://claiweb.org/ribla/ribla20/como%20entender%20la%20carta.html.
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