El período litúrgico del Adviento está considerado como uno de los más hermosos del calendario litúrgico cristiano universal. No se nos malentienda. Al expresarlo de esta manera no pretendemos contraponerlo a los otros períodos, ni mucho menos sugerir que esos otros no sean hermosos o carezcan de sentido. Precisamente, una de las cosas que más nos gustan del calendario litúrgico es la manera en que las diversas etapas de la Historia de la Salvación realizada en Cristo por él representadas se complementan unas a otras, encajan unas con otras en una simetría muy bien lograda. Lleva ya muchos siglos funcionando, y funcionando muy bien, y eso se nota.
Dentro de todo el cuadro litúrgico cristiano, el Adviento es, como afirmábamos, uno de los períodos más hermosos en un sentido muy concreto: Adviento significa espera, es un período de recogimiento y especial reflexión marcada por el anhelo de la presencia de Alguien que tiene que venir, y que va a venir con total seguridad. De ahí que en las iglesias y confesiones cristianas afectas a estas tradiciones sanas y bien cimentadas en las Escrituras, sea normal referirse en los domingos de Adviento, y de forma especial, a ciertos oráculos proféticos del Antiguo Testamento que señalaban al Mesías, o incluso dedicar tiempo a la exposición de esa magnífica enseñanza neotestamentaria que es la Parusía del Señor, la Segunda Venida de Cristo a la tierra, y que cimenta la gran esperanza de la Iglesia desde el siglo I, con todos los matices que a ello se le quiera dar, algunos más pintorescos que otros.
Adviento significa espera de la Natividad de Nuestro Señor y, por ende, también esperanza de Redención. Así debe ser. O mejor dicho, así debiera ser.
Se nos hace particularmente lastimoso que haya creyentes a los que, cuando llega este período del Adviento, pareciera afectarles de manera reiterada un virus muy particular, que no sólo les impide comprender y disfrutar plenamente de lo que significa el momento del año litúrgico en que vivimos, sino que incluso les impulsa a una, en ocasiones agresiva, manifestación de ¿integrismo? con pretensiones de verdad absoluta en lo referente a la celebración de la Natividad del Señor. Si únicamente se tratara de un fenómeno aislado, de alguna que otra opinión vertida aquí y allá, no pasaría de lo anecdótico y no revestiría mayor importancia. Finalmente, cada cual es muy libre de pensar como bien le parezca, en éste y en cualquier tema. Pero cuando llegamos incluso a ser literalmente bombardeados, no sólo ya por una propaganda virulenta antinavideña, sino incluso a ser abordados de forma personal preguntándosenos directamente si “es lícito” celebrar la Navidad, o a ser acusados de no hablar en contra de esa horrible fiesta pagana y de contribuir por ello a que muchos “adoren a Satanás” y por tanto “se condenen eternamente”, el asunto alcanza unas dimensiones que pueden ser preocupantes.
Que la celebración de la Navidad o Natividad del Señor sea una festividad de orígenes no cristianos, es algo que a nadie debiera hacerle rasgar las vestiduras. Por un lado, en nuestros calendarios actuales hay infinidad de festividades que no evidencian origen cristiano alguno, pero que forman parte de nuestras culturas contemporáneas y a nadie le crea ningún conflicto. No hay más que pensar en los distintos días de la patria, conforme al calendario de cada país, o en los días de la independencia o de la constitución que salpican los almanaques de todo el mundo, y que incluso para muchos cristianos constituyen especiales momentos de oración y recogimiento, según sus sentimientos patrióticos respectivos, a los que en principio nada habría que objetar. Eso por no mencionar los días de la victoria en referencia a alguna guerra, general o particular, que también se convierten, cómo no, en ocasión de celebración religiosa en algunos lugares. Y por el otro, y nadie se escandalice de ello, buena parte de las celebraciones festivas que hallamos en la propia Biblia, tienen orígenes netamente paganos, pero eso sí, asimiladas por los antiguos hebreos con la finalidad de expresar el sentir religioso de los creyentes en Yahweh o Jehová, el Dios único. Sin pretender entrar en controversia alguna, que estaría totalmente fuera de lugar, ahí están fiestas tan señaladas en el calendario israelita del Pentateuco como la Pascua o los Tabernáculos, cuya institución original no fue israelita[1], sino cananea o de algún otro pueblo, pero que los hebreos adoptaron y reconvirtieron en ciertos momentos muy puntuales de su historia para dar testimonio de su fe.
Lo dicho, es lastimoso que haya cristianos que no sepan, o no quieran, disfrutar plenamente de las bendiciones de un período litúrgico como el que estamos viviendo, y que sustituyan esa experiencia de reflexión gozosa y esperanzada en lo que significa la Venida del Señor con una mal orquestada apología de no se sabe bien qué ni por qué, es decir, por discusiones bizantinas que no conducen a nada y tienen el mal efecto de hacer perder el tiempo a quienes las provocan y a quienes participan de ellas.
El Adviento nos llama a la reflexión, nos invita a centrarnos en unos asuntos muy concretos que no sólo nos benefician a nosotros mismos de forma particular en tanto que creyentes individuales o colectivos eclesiásticos, sino que pueden muy bien ser compartidos. Más aún, que invitan a ser compartidos con quienes nos rodean y a convertirse por ello en un poderoso testimonio de nuestra fe. Como decíamos más arriba, Adviento significa espera y esperanza al mismo tiempo. Y realmente, si de algo está necesitado nuestro mundo actual, la sociedad en medio de la cual vivimos, es precisamente de nociones como éstas. Que la Natividad del Señor se celebre en una fecha coincidente con los natalicios de otros dioses antiguos, poco le dice, o nada, al ciudadano de a pie que hace frente a preocupaciones cotidianas reales, a veces angustiosas. Que el Señor Jesús, cuyo nacimiento celebramos en Navidad, vino a redimirnos, es decir, a devolvernos la dignidad perdida y a revalorizarnos como personas, como seres humanos creados a la imagen de Dios, y que como cristianos estamos llamados a colaborar en la construcción de una sociedad más justa, puede decirle mucho, máxime si se le tiende la mano en su necesidad.
¡Feliz período de Adviento, de esperanza, de espera de esa Natividad gloriosa de Nuestro Señor, a todos nuestros amables lectores!
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[1] Así lo evidencian ciertos estudios realizados comparando celebraciones de aquellos pueblos antiguos.