No cesen de orar. Manténganse en constante acción de gracias, porque esto es lo que Dios quiere de ustedes como cristianos.
I Tesalonicenses 5.17-18, La Palabra (Hispanoamérica)
Muy cerca del final del primer documento que produjo el cristianismo, la primera epístola a los Tesalonicenses, completamente situada en el horizonte de la esperanza por la segunda venida de Jesucristo, propone a los/as creyentes un panorama de vida que bien se puede definir como un “paquete de ética provisional” ante la eventualidad de que el Señor no venga aún. Después de una serie de exhortaciones específicas sobre su pertenencia a la luz (5.5) y la necesidad de “permanecer despiertos” (5.6), se afirma que los/as cristianos deben vivir sobriamente, “armados con la coraza de la fe y del amor y con el casco protector de la esperanza de la salvación” (5.8). Estamos, pues, ante una serie de instrucciones que deben caracterizar a quienes esperan de manera militante la venida definitiva del Señor al mundo. De ahí que las recomendaciones acerca de quienes desempeñan una tarea específica (“ministerio”, 5.12-13) se ve seguida de un conjunto de exhortaciones concretas para desarrollar en la comunidad:
- a) corregir a los indisciplinados,
- b) animar a los tímidos y sostener a los débiles,
- c) tener paciencia con todos (v. 14),
- d) no devolver mal por mal y hacer el bien mutuamente (v. 15),
- e) estar siempre alegres, no dejar de orar (v. 17),
- f) dar acción de agracias continuamente (v. 18),
- g) no apagar la fuerza del Espíritu (v. 19)
- h) no despreciar los dones proféticos (v. 20)
- i) examinarlo todo y quedarse con lo bueno,
- j) evitar toda clase de mal y buscar siempre hacerse el bien (v. 21)
Como se aprecia, prácticamente así concluye la carta, en un espíritu propositivo y de esperanza, establecida como la racionalidad de la vida de fe para la comunidad de Tesalónica. Resistir los embates del sistema dominante con el recurso fundamental de la fe era una opción sumamente arriesgada para los habitantes de Macedonia que, como los demás súbditos del imperio romano, debían echar mano de todo lo que estuviera a su alcance para sobrevivir. Cada mandato está orientado hacia una vida comunitaria efectiva y creciente, a contracorriente de las imposiciones oficiales de un imperio nada preocupado por elevar la dignidad de las personas. Se trataba, en palabras de Néstor Míguez, de “sostener la esperanza bíblica en medio de la opresión”: “La fe bíblica afirma el fin de todos los imperios, la caída del imperio como el acto redentor de Dios en la historia. Pablo, el militante de la escatología contra-imperial, anuncia que la realidad imperial está pasando. Y aun cuando en algunos puntos, y durante algún tiempo, tenemos que aceptar las imposiciones ásperas de los imperios, habrá un ‘después del imperio’, un después de cada imperio –también de éste— porque el imperio es sólo la apariencia de este mundo, nunca su verdad”.[1] En ese contexto aparece la oración como un recurso espiritual invaluable en medio de las luchas cotidianas.
Si el Señor Jesús aún no se hace presente nuevamente, los cristianos/as de Tesalónica no debían actuar ni pensar “como aquellos que no tienen esperanza” (4.13). Por el contrario, el recurso a la oración hace presente el contacto con el Señor que ha de venir y que se encuentra en contacto continuo con quienes integran su nuevo pueblo. Orar es un ejercicio contra-cultural y de resistencia ante los embates de la realidad alienante que contradicen el deseo divino de establecer su Reino por encima de todas las cosas. Es situarse en el horizonte de Dios para percibir las cosas como Él y así superar progresivamente las imposiciones ideológicas y “realistas” de quienes pretenden gobernar los corazones con sus discursos pretendidamente optimistas, pero que en los hechos niegan la posibilidad de avanzar. La oración no es una protesta ciega contra lo inevitable, es, más bien, un ejercicio humano sostenido para sumarse a las promesas de que el cambio conducido por Dios en Cristo pisa fuerte y viene a abrir las puertas que parecen estar permanentemente cerradas.
Por todo ello será posible “dar gracias a Dios permanentemente”, pues todo lo que acontezca en camino hacia la consumación de la historia debe ser visto como una acción divina que se encuentra en lucha contra las realidades aparentemente inamovibles. Si el Señor pospone su venida, como ha sucedido a lo largo de la historia, la fe no debe acomodarse a la “dictadura de los hechos” sino que debe amoldarse, más bien, a la forma en que la consumación de la esperanza en situaciones concretas se va presentando como signo visible y experimentable de lo que Dios sigue haciendo para establecer definitivamente su voluntad. La exhortación paulina a orar sin descanso (adialeíptos proseújesthe) es un llamado a la conciencia cristiana a no desmayar y a sostener la esperanza como razón de ser de toda la experiencia de fe dentro de la historia humana.
[1] N. Míguez, “El imperio y después. Sostener la esperanza bíblica en medio de la opresión”, en RIBLA, núm. 48, www.claiweb.org/ribla/ribla48/el%20imperio%20y%20despues.html.
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