I. INTRODUCCIÓN
En la memoria colectiva del cristianismo el concepto de «herejía» ha quedado impregnado por un carácter negativo, que lo vincula automáticamente con el error. Este uso común se refleja en la Real Academia Española quién, en su primera acepción, define herejía con las siguientes palabras: “En relación con una doctrina religiosa, error sostenido con pertinacia”.[1]
Así mismo, al analizar la historia de la Iglesia encontramos una misma constante: la «herejía» entendida en contraposición a la «ortodoxia». Esta perspectiva dualista ha permeado nuestra forma de entender el desarrollo del cristianismo, y aún hoy condiciona nuestra forma de relacionamos con el discurso teológico contemporáneo. Desde esta óptica, asumimos que siempre ha existido una clara visión correcta (ortodoxa) de la fe cristiana, en contraposición a otras muchas visiones erradas (heréticas). Una visión simplista que ha reducido la cuestión a una lucha entre “buenos y malos”, sin reflejar la complejidad que ha caracterizado al cristianismo desde sus orígenes.
Sin embargo, desde finales del siglo XIX nuestra comprensión de la herejía en el cristianismo antiguo comenzó a ser ampliamente revisada por parte de los historiadores. Especialmente a raíz del descubrimiento de la biblioteca de Nag Hammadi, en 1945, junto con un notable avance en nuestro conocimiento de los antiguos grupos “heréticos” cristianos.
Estos aportes han ampliado nuestra comprensión del complejo fenómeno que representa la Iglesia antigua. Una Iglesia que no fue, en ningún caso, una entidad homogénea o uniforme, sino que estuvo compuesta por una rica diversidad de sensibilidades teológicas, en medio de las cuales se fue desarrollando y consensuando lo que hoy conocemos como “ortodoxia”.
En las siguientes líneas desarrollaré esta relación entre ortodoxia y heterodoxia en la Iglesia antigua, una relación dialéctica que ha dado forma al cristianismo tal y como lo conocemos. Una perspectiva que, a mi juicio, puede seguir iluminando la realidad de nuestras iglesias y del discurso teológico contemporáneo.
II. ORTODOXIA Y HETERODOXIA EN LA IGLESIA ANTIGUA
1. DOS CONCEPTOS A EXÁMEN
En nuestro imaginario colectivo el concepto de «herejía» posee un cariz negativo evidente. Sin embargo, en su origen, la palabra griega αἵρεσις («haíresis») poseía un significado muy diferente. Entre sus diversas acepciones encontramos las siguientes: «elección, inclinación, manera de pensar o de obrar».[2] Este término fue empleado, por ejemplo, para designar las diferentes escuelas filosóficas de la Antigüedad. La «herejía» apuntaba a una opción entre diferentes alternativas posibles, sin ninguna connotación peyorativa.
Este marco conceptual nos permite comprender mejor la historia del cristianismo antiguo y, en especial, la consolidación de lo que denominamos «ortodoxia» (del griego ὀρθοδοξία[3] –creencia u opinión correcta/verdadera).
En los primeros siglos del cristianismo la «ortodoxia» solo representaba una posición teológica entre otras. En cierto sentido, la ortodoxia era una «herejía» más, pues no había una postura oficialmente avalada. Hasta que no se definió una ortodoxia normativa el término herejía no adquirió el significado negativo de «error» o «desviación» doctrinal.
En concreto, la ortodoxia se fue formando como parte de un complejo proceso de interacción entre las diversas posturas teológicas predominantes, un largo desarrollo en el que unas opciones fueron integradas y otras rechazadas. En palabras del teólogo anglicano R. Williams: «el vocabulario de la teología ortodoxa está modelado por la adopción y reelaboración de términos e imágenes de grupos disidentes.»[4] Es más, si existieron diversas sensibilidades teológicas en el cristianismo de los primeros siglos fue precisamente por el carácter plural que lo caracterizaba.
2. LA PLURALIDAD DE LOS «CRISTIANISMOS PRIMITIVOS»
El análisis del cristianismo de los primeros siglos nos ha proporcionado una imagen sumamente diversa de este movimiento, lo que ha llevado a algunos especialistas a hablar de «cristianismos», en plural.[5]
Este amplio abanico de expresiones teológicas comienza a verse reflejado en el propio texto bíblico, donde se relata el conflicto entre los hebreos y los helenistas (Hch 6). Ambos grupos pertenecían al incipiente movimiento cristiano, pero poseían importantes diferencias culturales que repercutían en lo teológico.[6]
A la luz de los conflictos de esta primera generación cristiana se han llegado a proponer hasta cuatro grandes grupos diferenciados en las dos generaciones siguientes (hasta finales del siglo II)[7]:
a) Cristianismo paulino: Su nexo histórico común sería la figura de Pablo y los escritos deuteropaulinos posteriores.[8]
b) Judeocristianismo: Su nexo histórico sería la figura de Santiago de Jerusalén y los llamados «falsos hermanos» (Ga 2). En este ambiente se desarrollarían los evangelios judeocristianos.[9]
c) Cristianismo sinóptico: Su nexo histórico es difícil de determinar, pues interrelaciona constantemente tanto el pagano-cristianismo (Mc, Lc, Hch) como el judeocristianismo (Mt, la fuente de los logia).
d) Cristianismo joánico: Su nexo histórico es enigmático, aunque se ha sugerido vincularlo con la evangelización de los helenistas en Samaría (Hch 8).[10] Por otra parte, a la luz de las cartas de Juan, parece que en este cristianismo hubo algún tipo de división interna (1 Jn 2,18-23), aunque desconocemos los detalles.
A grandes rasgos, esta breve aproximación nos permite percibir el carácter diverso y plural del cristianismo de los primeros siglos. Es evidente que no podemos hablar aún de «ortodoxia», pues cada grupo entendía su propia cosmovisión como «la verdadera». De hecho, en las comunidades primitivas era habitual el «principio de un solo evangelio»[11], por el cual cada comunidad o región poseía un único evangelio autorizado, que consideraban suficiente para consolidar su fe.[12]
Con todo, también es cierto que existía cierta transversalidad entre las distintas corrientes teológicas de los primeros siglos, por lo que en ningún caso podríamos hablar de comunidades herméticas o aisladas en sí mismas, sino siempre en cierto grado de interrelación, a pesar de sus diferencias.
Sin embargo, si la realidad del cristianismo primitivo fue tan diversa, ¿cómo se llegó a formar la Iglesia universal (católica)?
III. LA CONSOLIDACIÓN DE LA IGLESIA UNIVERSAL
Al igual que toda agrupación humana, los «cristianismos primitivos» también vieron impulsada su cohesión cuando tuvieron que enfrentarse a un conflicto común, lo que les fortaleció y les dotó de un sentido de pertenencia y comunión que iba más allá de sus marcadas diferencias.
Principalmente, este conflicto tuvo que ver con dos de los movimientos más importantes que surgieron en la Iglesia antigua: el Gnosticismo y el Montanismo. En este artículo nos centraremos someramente en el primero de ellos.
1. LA CRISIS DEL GNOSTICISMO
Con toda probabilidad el movimiento gnóstico fue la mayor crisis a la que el cristianismo primitivo tuvo que hacer frente. Su influencia no se limitó al ámbito religioso, sino que impregnó por igual la filosofía y el ambiente cultural mediterráneo de los tres primeros siglos de nuestra era.
Su nombre proviene de la palabra griega «gnosis», que significa «conocimiento», un conocimiento oculto que los gnósticos cristianos creían haber heredado directamente de los apóstoles. Mediante esta «gnosis» afirmaban poder alcanzar la salvación del alma, liberándola así de las ataduras del cuerpo y de la materia.[13]
Como fruto del pensamiento gnóstico surgieron diversas creencias entre las que destaca el docetismo: Jesucristo no fue un hombre real, sino una mera «apariencia/ilusión» de humanidad. En una época sumamente sincretista el Gnosticismo representaba una vía perfecta para combinar «las especulaciones filosóficas helénicas y orientales con las primitivas creencias cristianas.»[14]
En concreto, una de las figuras más relevantes del cristianismo de corte gnóstico fue Marción, cuyas ideas representaban una radicalización del paulinismo combinado con ideas gnósticas.
Según Marción, el mensaje de Jesús había sido deformado, pues la salvación gratuita que Dios ofreció en Cristo había sido sustituida por el legalismo religioso. Marción identificaba dos dioses en los textos bíblicos: el dios creador del AT, fundamento de la ley y la justicia, y el Dios del NT, Padre misericordioso de Jesucristo y fundamento del evangelio, la gracia y la salvación. La incompatibilidad entre ambos dioses hizo que Marción rechazará el AT. Aceptaba únicamente el evangelio de Lucas (principio de un solo evangelio) y las cartas de Pablo, a las que cribó de toda influencia judaizante. Con ello, Marción elaboró el primer canon del NT en la historia de la Iglesia.
A diferencia de otros gnósticos, Marción fundamentó toda su doctrina apelando a las Escrituras. El mensaje cristiano no era un conocimiento secreto destinado a «los espirituales», sino el mensaje evangélico tal y como fue predicado por Pablo. Así mismo, la moral cristiana, superior a toda ley, se debía traducir en una renuncia radical a lo material, ascetismo estricto, rechazo de la riqueza y abstención del matrimonio y el sexo, pues todo ello era fruto del dios inferior del AT que había creado el mundo. El propio Jesucristo, en su anuncio del evangelio, simplemente aparentó su humanidad (docetismo).
A grandes rasgos podemos afirmar que el gnosticismo cristiano, con sus diversos planteamientos teológicos, trató de despojar al cristianismo de sus raíces históricas. El mensaje evangélico fue desgajado de su trasfondo judío y el propio Jesús perdió su humanidad por el camino. Además, en muchos casos la fe cristiana se redujo a una cuestión intelectual y filosófica, un conocimiento oculto reservado únicamente para unos pocos.
Sin embargo, estas controversias teológicas fueron el motor de arranque para que los cristianismos primitivos reflexionaran sobre sus fundamentos, con el propósito de dar respuesta a estos desafíos e, indirectamente, lograr la consolidación de una Iglesia universal.
2. LA RESPUESTA DE LA IGLESIA ANTIGUA
Uno de los frutos más significativos de la Iglesia antigua, como respuesta a dichos desafíos, fue la formación del canon bíblico.
En su origen, el término «canon» no apuntaba al carácter «sagrado o inspirado» de los textos, sino más bien a su papel como «guía o referente». Este carácter flexible y variable del canon puede contrastar con nuestro imaginario actual, pero nos permite comprender mucho mejor la historia de la Iglesia antigua.
En este sentido, el canon «es la gran respuesta del cristianismo primitivo […] a la crisis de identidad de la Iglesia.»[15] Frente a la controversia del gnosticismo, y de otros movimientos radicales, la Iglesia universal se construyó como fruto del consenso y la unidad en medio de su diversidad, pues fue capaz de aglutinar a la mayor parte de las corrientes del cristianismo antiguo (paulinas, petrinas, joánicas, judeocristianas y sinópticas).
Por un lado, el Nuevo Testamento fue colocado junto a la Biblia hebrea, en íntima relación. Además, el NT se formó con evangelios y cartas de tradiciones y sensibilidades teológicas diversas. En lugar del «principio de un solo evangelio», o del intento de unificar las diversas tradiciones en un solo relato evangélico (cf. Diatessaron), la Iglesia escogió los cuatro evangelios canónicos, fundamentando la decisión con suma creatividad teológica.[16] Las cartas de Pablo, junto con los escritos deuteropaulinos, se colocaron junto a las cartas católicas y joánicas, ejerciendo así un contrapeso al corpus Paulinum, y a toda posible radicalización del paulinismo.
Con ello, la Iglesia universal elaboró «un canon inclusivo (AT y NT), plural […] y católico, es decir, textos aceptados tanto en la parte oriental del Imperio como en la occidental».[17] Este canon fue acogido con suma rapidez por la mayor parte de las comunidades del siglo II, y su éxito rotundo sólo se puede explicar a la luz de su carácter aglutinador, pues representa un respetuoso ejercicio de cohesión y unidad ante la pluralidad del cristianismo antiguo.
En suma, esta breve aproximación nos permite comprender cómo las comunidades primitivas, en respuesta a sus crisis identitarias, fueron uniéndose y forjando una ortodoxia común fruto del consenso. Así se inició un largo proceso que terminó consolidando la Iglesia universal. En palabras de F. Rivas: «Los grupos que no se integraron en esta corriente plural, inclusiva y formada como fruto de consensos más que de exclusiones, acabaron por convertirse en marginales y no significativos socialmente, cuando no desaparecieron.»[18]
IV. REFLEXIÓN FINAL – UNA DIALÉCTICA TRANSFORMADORA
En la Iglesia antigua existió una relación dialéctica entre ortodoxia y heterodoxia. El diálogo entre las diferentes posiciones teológicas dio lugar a una progresiva consolidación de la ortodoxia, como amalgama de esa interrelación. Una ortodoxia que floreció como fruto del consenso, desde la diversidad que caracterizó al cristianismo primitivo.
Y hoy, ¿cómo gestionamos la pluralidad y la diversidad en nuestras comunidades de fe? ¿Cómo afrontamos las nuevas perspectivas y propuestas teológicas?
Personalmente creo que es posible afrontar el diálogo teológico entre ortodoxia y heterodoxia desde una visión más amplia, una dialéctica transformadora que supere los esquemas de confrontación, en pro del consenso y la integración. Una visión que nos ayude a ver oportunidades de diálogo y crecimiento donde a menudo solo vemos amenazas o peligros que pueden distorsionar o corromper nuestra fe. Porque, paradójicamente, la verdadera ortodoxia necesita de la herejía para poder avanzar y perfeccionarse.
Por ello, un conservadurismo inmovilista, que se muestre impenetrable ante nuevas perspectivas, no estaría cuidando o preservando su ortodoxia, sino condenándola a su propia marchitación. Del mismo modo, una perspectiva alternativa (herética) que no pretenda entrar en diálogo respetuoso con la tradición de fe que la precede estaría auto-destruyendo su propia capacidad creativa.
La historia de la Iglesia antigua ilumina nítidamente nuestro presente, y nos advierte del peligro de encerrarnos entre cuatro paredes de manera hermética. Un camino que conduce al aislamiento, a la irrelevancia social y, finalmente, a la propia desintegración.
Frente a esto, en el corazón de nuestra fe católica/universal encontramos un profundo espíritu de pluralidad, inclusividad y búsqueda de consensos que nos inspira y alienta a recuperar esta perspectiva en nuestro presente. Más allá de todo conservadurismo inmovilista, que se muestra hermético ante cualquier atisbo de novedad. Más allá de todo progresismo innovador, que pretende desgajarse acríticamente de la tradición recibida, existe una tercera vía. Una vía que se atreve a navegar «entre aguas», que no se cierra ante nada pero que tampoco quema sus naves. Una perspectiva que busca el consenso y la integración, que abraza la paradójica tensión de «conservar progresando». Una nueva ortodoxia que está en continuo crecimiento, en íntimo diálogo con la tradición que la precede, y también con el futuro novedoso que continuamente se despliega ante ella. Una dialéctica verdaderamente transformadora.
BIBLIOGRAFÍA
Aguirre, Rafael, ed. Así empezó el cristianismo. Verbo Divino, 2010.
Bauer, W. Orthodoxy and Heresy in Earliest Christianity. Siegler, 1996.
González, Justo L. Historia del Cristianismo, 2010.
———. Historia del Pensamiento Cristiano. Vol. 2. Caribe, 1992.
Ireneo. Contra las herejías. Vol. III, s. f.
Pabón S. de Urbina, José M. Diccionario bilingüe Manual Griego clásico-Español. VOX, 2014.
Theissen, Gerd. La religión de los primeros cristianos. Sígueme, 2000.
Tiessen, Terry. «Gnosticism as Heresy: The Response of Irenaeus», 2002.
Walker, W. Historia de la Iglesia Cristiana. Casa Nazarena de Publicaciones, 1947.
Williams, Rowan. Arrio. Sígueme, 2010.
_____________________________________________________________________
[1] Diccionario de la lengua española (RAE), accedido 5 de enero de 2022, https://dle.rae.es/hereje?m=form.
[2] José M. Pabón S. de Urbina, Diccionario bilingüe Manual Griego clásico-Español (VOX, 2014), p. 16.
[3] Ibíd, p. 157, 433.
[4] Rowan Williams, Arrio (Sígueme, 2010), p. 39-40.
[5] Rafael Aguirre, ed., Así empezó el cristianismo (Verbo Divino, 2010), p. 443-444.
[6] Otro ejemplo al respecto de esta pluralidad del cristianismo de los orígenes es la disputa sobre la circuncisión entre las iglesias de Antioquía y Jerusalén (Hch 15; Ga 2).
[7] Gerd Theissen, La religión de los primeros cristianos (Sígueme, 2000), p. 302-309.
[8] Dentro del paulinismo podríamos diferenciar dos vertientes con distintos énfasis teológicos: un ala más progresista (Col y Ef) y un ala más conservadora (las cartas pastorales [Tt, 1 y 2 Tm] y 2 Ts).
[9] Dentro del judeocristianismo también podríamos señalar dos vertientes: un grupo más inclinado hacia el gnosticismo (evang. de Tomás) y otro más próximo a los evangelios sinópticos, especialmente a Mateo (evang. de los nazarenos, carta de Santiago), caracterizado por una profunda conciencia social.
[10] Es evidente que el evang. de Juan pone en valor la región de Samaría, donde el mensaje es recibido con sorprendente acogida (Jn 4).
[11] Ibíd, p. 313-134.
[12] Aguirre, Así empezó el cristianismo, p. 455.
[13] Esta visión dualista de la realidad (espíritu-materia) estaba en íntima sintonía con el platonismo de la época, por lo que no es de extrañar que los gnósticos se encontraran entre las élites intelectuales de las comunidades cristianas.
[14] W. Walker, Historia de la Iglesia Cristiana (Casa Nazarena de Publicaciones, 1947).
[15] Theissen, La religión de los primeros cristianos, p. 310.
[16] Ireneo, Contra las herejías, vol. III, 11:7-8.
[17] Aguirre, Así empezó el cristianismo, p. 458.
[18] Aguirre, Así empezó el cristianismo, p. 453.