INTRODUCCIÓN
¿Tendrá razón el antropólogo escoces James Frazer al afirmar que la religión constituye un estadio intermedio de la historia del conocimiento humano? También Auguste Compte, creador del positivismo y de la sociología, divide el devenir del hombre en el mundo en tres etapas. En los primeros estadios de la civilización hallamos el animismo que, progresivamente, fue sustituida por la religión, para ser reemplazada finalmente por la ciencia.
El estudio de la aparición y evolución del hecho religioso nos sitúa, en los inicios del proceso de hominización y humanización, en una religión natural derivada de la contemplación del mundo circundante: misterioso, terrorífico y fascinante en el lenguaje del teólogo alemán Rudolf Otto.
La racionalización del misterio condujo al animismo (del latín anima, alma). Tiene que ver con la creencia primitiva de que los elementos o manifestaciones del mundo natural (montañas, rocas, ríos, mares, árboles, animales…) estaban dotados de alma (vida). El espíritu llenaba el cosmos. Toda la realidad era sagrada y la espiritualidad, holística: la divinidad no era Alguien, sino el Todo del que formaban parte.
Posteriormente, se asocian a la divinidad manifestaciones de la naturaleza como el cielo y la tierra; el sol, la luna y las estrellas; los mares, ríos, montañas; determinados animales o plantas; el fuego… En la Edad de los Metales el homo sapiens sapiens coloca, por encima de la realidad física, seres espirituales o mitológicos (ancestros, espíritus de los difuntos, elfos…) y entre los años 5.000 a.C.- 4.000 a.C. aparecen en Mesopotamia las primeras divinidades (politeísmo) en un sentido teísta. Más tarde, surge la creencia en un sólo Ser Supremo y separado del mundo (Marduk en Babilonia, Atón en Egipto, Zeus en Grecia, Júpiter en Roma, monoteísmo de Israel…), que interviene en los asuntos de la tierra.
El cristianismo se ha servido de este modelo teísta durante siglos. El plano metafísico de un universo espiritual, “más allá” de la realidad cosmológica, ha impregnado las conciencias creyentes hasta hoy.
En el pensamiento de James Frazer o de Auguste Compte, llegará el día, que la religión será sustituida por un nuevo modo de pensamiento más eficaz: el pensamiento científico. La ciencia, al descubrir las leyes naturales que explican los fenómenos naturales, permitirá incidir sobre la naturaleza y obtener lo que se desea sin necesidad de invocar la intervención de ningún ser sobrenatural.
¿DÓNDE ESTAMOS?
Sin duda alguna, en nuestro contexto occidental o de primer mundo, nos hallamos en la etapa científica. Para amplios sectores sociales, Dios (en el sentido tradicional teísta) ya no forma parte de la ecuación. Conocemos las leyes, los principios y las constantes universales que explican los fenómenos de la naturaleza. La imagen de un Ser Superior, en un cielo metafísico, moviendo los hilos de la realidad no es asumible. Un ejemplo reciente lo hallamos frente al COVID-19 cuando la coordinación mundial de gobiernos y empresas del sector farmacéutico para el desarrollo rápido de las vacunas ha substituido las rogativas de antaño.
El porcentaje de personas ateas, agnósticas o indiferentes en materia religiosa crece en la misma proporción que disminuyen los creyentes y se vacían las iglesias. Pero en el rechazo actual del teísmo, más que una crisis de Dios, identificamos una imposibilidad de comprensión y de identificación de su concepto tradicional. Lluís Duch, doctor en antropología y teología per la Universidad de Tübingen, escribe al respecto que «la actual imagen de Dios resulta irrelevante y sin ningún interés para una gran mayoría de ciudadanos».
Resuenan las palabras del teólogo Dietrich Bonhoeffer: «El Dios que nos hace vivir en el mundo sin la hipótesis de trabajo Dios, es el Dios ante el cual estamos permanentemente. Ante Dios y con Dios vivimos sin Dios». ¿Nos hallamos ante un oxímoron? Vivir ante Dios sin Dios parece una contradicción de términos. Pero, ¿es realmente así?
OTRA MANERA DE ENTENDER LA DIVINIDAD
¿Qué da a entender el teólogo alemán con la expresión «sin Dios»? ¿Niega a Dios o su distorsionada imagen? Si es así, ¿qué imagen de la divinidad rechaza cuando afirma «vivimos sin Dios»? La respuesta no es otra que la que ha dominado nuestra cultura occidental, por lo tanto:
-La de un Ente, con rasgos antropomórficos, instalado en un ilocalizable cielo que explica la realidad cosmológica y antropológica, a la que confiere sentido.
-La de un Ser omnipotente, que mueve los hilos de la historia, que prohíbe, exige obediencia, infunde temor y castiga con penas eternas los pecados cometidos en la temporalidad.
-La de, en los propios términos del mártir de Auschwitz, un «tapa-agujeros» que viene a resolver los “rotos” de la existencia.
-La de una ausencia y silencio que se halla alejado de nuestra realidad existencial, especialmente en los momentos en los que la vida duele.
En contraposición, ¿qué imagen de Dios asume al expresar «ante Dios y con Dios vivimos»? Dietrich Bonhoeffer se refiere más bien:
-Al Misterio de amor, bondad y belleza que todo lo envuelve, en lugar de una proyección antropomórfica a nuestra imagen y semejanza.
-Al principio posibilitador de la realidad, a la que un cerebro de unos 1.350 c.c. puede acceder, y de aquellas otras realidades vedadas a nuestra neurología.
-Al Dios, como propugnaba también el teólogo Paul Tillich, al que no debemos buscar más allá del mundo, en un plano superior o inferior, sino en la profundidad de la propia existencia; no en un sentido espacial, sino metafísico. Como también expresa el teólogo José Arregi: «Fondo infinito de todo lo real, Fuente eterna e inagotable de la realidad, Presencia creadora y transformadora que sustenta y mueve a todos los seres».
CONCLUSIÓN
Otra manera de entender la divinidad es necesaria. Cabe erradicar las proyecciones antropomórficas y sumergirnos en lo numinoso, lo sagrado y/o misterioso de la realidad que «no se puede explicitar en conceptos, sólo puede señalarse por medio de la reacción emocional peculiar que desencadena en el espíritu que lo experimenta», en palabras de Rudolf Otto. Deberemos aprender a modificar la imagen del Dios que prohíbe por la del Dios que libera a través del reducto último de la propia conciencia. La imagen del Dios del temor ha de ser erradicada presentando el Dios del amor expresado en la figura histórica de Jesús de Nazaret. Del Dios alejado habrá que transitar a un concepto de Dios que nos envuelve y penetra como «una intimidad más íntima que nuestra propia intimidad» como expresaba Agustín de Hipona. Se trata de asumir una nueva forma de referirnos al Misterio, a la luz de los conocimientos científicos y teológicos de los que hoy disponemos. De lo contrario, habrá que empezar a pensar si James Frazer y Auguste Compte tenían razón.
Jaume Triginé