Al recibir la noticia de la resurrección del buen amigo Otto Maduro, es necesario hacer recuento para evocar una amistad valiosa. Sí, Otto era un maestro de la amistad. Tengo que reiterarlo. Porque, entre otras cosas, Otto nunca olvidaba la fecha de mi cumpleaños. Ello me provocaba una gran alegría, y a la misma vez un asombro lleno de profunda gratitud.
Hemos de recordar al amigo conversador. Por años compartimos en tantas tareas, y en tantos lugares del mundo, particularmente en Latinoamérica y el Caribe. Incluso, participando en conferencias internacionales sobre sociología de la religión, campo en el que El Dr. Otto Maduro es reconocido como autoridad mundial. Siempre apartábamos un tiempo para el conversatorio. Le interesaba saber sobre mi familia, qué hacía cada quien. Mis hijas Margarita y Nina eran tema de conversación. E inmediatamente su Mateo querido, hijo adorado por Otto. Nancy, su esposa, y mi Raquel eran incluidas en la conversación, siempre salpicada de anécdotas, momentos gratos…raptos de alegría y devoción.
Quisiera resaltar tres dimensiones de Otto que se complementan en su dimensión personal y en su trabajo académico. Porque Otto era un intelectual orgánico que buscaba dar consistencia a la teoría y asidero a la verdadera praxis del amor. Por ello, sus estudiantes eran sujetos valiosos en sus manos de artífice intelectual. Hablaba de ellos como tesoros valiosos, y su razón de ser como maestro y amigo. Realmente los veneraba. El interés por el crecimiento intelectual de sus estudiantes era su prioridad. Y el respeto a sus colegas era pilar de su vida y pensamiento. Otto amaba lo que hacía y odiaba la mediocridad y la irresponsabilidad.
Dentro de la gran producción intelectual como escritor de Otto Maduro quiero destacar dos libros muy importantes. En primer lugar, su libro pionero, y lectura obligada a quien se interese por el tema de la sociología de la religión: Religión y lucha de clases (Editorial Ateneo, Caracas, 1979). Este es un aporte definitivo al tema, fruto de serias y profundas investigaciones. El trabajo fue escrito entre la indignación y la convicción. Me explico. Plantea problemas acuciantes fruto de investigaciones detenidas frente a textos cruciales y tomados con gran seriedad. Pero de igual forma, se niega a dar una palabra concluyente. Se siente todavía “en camino”, buscando y buceando una verdad que debe ser constatada en la realidad cotidiana de la injusticia social y la búsqueda de la justicia.
El otro libro es, Mapas para la fiesta (Atlanta, GA: AETH, 1999), que es un interesante recorrido por el tema del conocimiento como búsquedas para entender la realidad, nuestra propia identidad y los desafíos de un mundo en crisis. Son “mapas” que buscan conocer desde el vivir, con las implicaciones de dolor y sufrimiento para superarlos en fiestas que celebren la vida y la afirmen. Subyace a través de todo el libro aquella reiterada afirmación de otro eminente teólogo de la liberación y hermano del alma, Hugo Assmann: Es más importante replantearse y refinar las preguntas que buscar respuestas simples y fáciles. Otto fue un escritor exigente consigo mismo. Podía ser intenso e incisivo en la crítica y el debate, pero nunca agredía o menospreciaba a sus colegas y estudiantes.
Otto fue ampliando su horizonte de conocimientos y de relaciones, abriéndose a experiencias desconocidas, particularmente en las comunidades de fe pentecostal, con las que compartió y a las que investigó con seriedad y honestidad intelectual. Incluso, se hizo miembro de la Sociedad de Estudios Pentecostales, en la que ha militado durante 30 años. En ello demostró una apertura ecuménica que según sus propias palabras, “añadió bendición a mi vida espiritual”.
Otto mostró, además, una gran capacidad administrativa y de conducción académica tanto en la Escuela de Teología de la Universidad de Drew, como director del programa doctoral en religión y sociedad y como director del Programa Hispano de Verano.
Quisiera relatar una anécdota que dice mucho sobre Otto Maduro. Compartíamos en una importante reunión ecuménica y dos colegas se enfrascaron en una discusión acalorada, en la que uno de ellos se sintió profundamente ofendido y herido. El último día de la reunión se programó una eucaristía ecuménica. En el momento de compartir abiertamente nuestros anhelos y visiones, Otto expresó que no participaría de la eucaristía hasta que ese colega ofendido no recibiera una disculpa pública del ofensor. El obispo celebrante urgió a que se reparara la ofensa antes de proseguir. Una vez reconciliadas las partes, Otto expresó, “ahora si participo con alegría porque mis amigos están reconciliados”. Y procedimos al acto eucarístico.
¡Esa es la calidad humana y cristiana de Otto Maduro!
Otto, gracias por las anécdotas, los chistes, las alegrías y sufrimientos que nos compartiste. Contigo la amistad ha sido un inolvidable don de gracia y generosidad. Ya extrañamos tu risa. Pero tu recuerdo del amigo leal, sincero, transparente y cariñoso, queda imborrable.
Un gran abrazo, hermanazo!