En el debate sobre la ‘inspiración’ de las Escrituras, es común la creencia de que dentro de la Biblia hay una diferencia obvia e importante entre aquellas secciones donde Dios habla directamente y aquellas en las que hablan seres humanos. Aclaro que no se trata de una diferencia textual. La diferencia consiste en que aquellas partes en las que habla Dios tienen más autoridad e importancia que aquellas en las que habla cualquier otra persona. Y hay cierto sentido común en esta afirmación: después de todo, no es lo mismo recibir un consejo de parte de Dios que recibirlo de parte de un ser humano falible. (Esta es precisamente la creencia que explotan los pastores que suben a un púlpito y lo primero que dicen es que los consejos que van a dar no provienen de sí mismos sino de Dios.)
Aunque realizar esta separación de autoridad cuando leemos la Biblia puede ser entendido como un paso adelante (hay aún cristianos que creen que todo lo que aparece en la Biblia procede directamente de Dios y ha de tener la misma autoridad), hay un serio problema con ello. Tomemos los evangelios como ejemplo. En ellos encontramos palabras supuestamente pronunciadas directamente por Jesús y palabras escritas por los autores acerca de Jesús. Hay algunas biblias, incluso, que escriben las supuestas palabras de Jesús en rojo y el resto en negro, como para ayudar al cristiano a diferenciar entre autoridades. Sin embargo, nuestros estudios textuales de los evangelios muestran sin lugar a dudas que el número de variantes textuales que encontramos en los textos en negro es muy pequeño en comparación con las que encontramos en los textos en rojo. La razón de esto es bastante obvia: cuanta más importancia y autoridad tiene un texto para los lectores, más razones hay para cambiarlo. Y no sólo cambiarlo: los autores bíblicos no dudaron siquiera en poner sus propias palabras en labios de Jesús (de esto también tenemos evidencias).
Estos problemas no hacen más que iluminar aún más el error en el que caemos cuando aplicamos el término ‘inspiración’ a la Biblia queriendo decir algo sobre el texto de la Biblia en sí mismo. Porque ni siquiera esos textos que parecen más seguros, aquellos en los que creemos escuchar las palabras directas de Jesús, pueden ser tomados como palabras susurradas por Dios, infalibles y sin interferencia humana. La ‘inspiración’ de la Biblia ha de habitar, por tanto, en algún otro sitio. Quizá en su capacidad para apuntar a Dios. Quizá en su capacidad para reflejar la naturaleza humana. Quizá. Pero desde luego no en su falta de error, o en su autoría divina, o en sus ordenanzas, opiniones o costumbres infalibles.
De nuevo, he de enfatizar la necesidad de releer nuestras confesiones de fe desde la coherencia y ser claros a la hora de hablar. Hablar de autores divinamente inspirados requiere que expliquemos lo que queremos decir. Hablar de Palabra de Dios, o de Dios como autor, es confuso. Hablar de la verdad sin mezcla de error es engañoso. Tan engañoso como decir que la Biblia se interpreta a sí misma, o que el Espíritu nos lleva a una interpretación correcta de todos los textos. Y ya que estamos, usar un texto de la propia Biblia para justificar todas estas imprecisiones no es sólo circular sino también bastante irónico.