«Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy»
(Mateo 6:10-11)
Me enardece cuando pienso en la pasión que movió el intenso ministerio de san Pablo: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, también aquí en la tierra”.
De ahí que toda su labor girara en torno a la construcción de comunidades donde se pusiera de manifiesto, de forma indubitable, la voluntad de Dios para todo el orbe. Comunidades en las que se encarnara, en el tiempo presente, el reino de la igualdad y la equidad.
Él, como testifican sus epístolas, fundó toda una serie de comunidades, interrelacionadas fraternalmente unas con otras, donde se diera el milagro de “pan suficiente para todos” (2 Cor. 8:9-15). La “abundancia” de unas comunidades debía remediar la «necesidad» de otras. La idea central, que se constituye en identidad del pueblo de Dios, es que “reinara la igualdad” (gr. ἰσότης), de tal manera que se cumplliera en el presente de las iglesias la voluntad del Dios de Jesús: «A quien recogía mucho, no le sobraba; y a quien recogía poco, tampoco le faltaba”.
Decir que dicho logro no surgía de la imposición, sino de la experiencia de la gracia de Dios en Jesucristo, «que siendo rico como era, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza”.
La hora ha llegado de recuperar la pasión de los primeros discípulos de Jesús de Nazaret. Y para ello, reitero, la experiencia de la gracia es imprescindible ¿no os parece?
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