Concebir al hombre, entendiéndolo como persona, es ya hablar de su relacionalidad, ya sea consigo mismo, con el mundo, con los otros y también con una realidad trascendente. Desde esta óptica, tendremos que afirmar, sin temor a equivocarnos que “la esencia del hombre es social; el individuo aislado es una abstracción; el hombre real es como dice Marx, el ser genérico, el organismo comunitario” (Girardi, 1970, p. 199). Con esto estamos en presencia de la radical ontología humana, de su más profundo ser, la cual le obliga a experimentar la participación ciudadana, el estar encarnado históricamente en un lugar y en un tiempo determinado. No en vano Aristóteles ya concebía al hombre como un zoon politikón, un animal político, un ser caracterizado por la relación y la participación.
Junto a la obligación ontológica de estar con los otros creando humanidad, el hombre va gestando en el seno de la historia su futuro personal y social. Siguiendo la reflexión política de Aristóteles, éste nos dice que el individuo particular se proyecta desde el bien de la Polis, de la comunidad de hombres que está socialmente aceptada y proyectada hacia el ideal común. El proyecto público que comporta la participación ciudadana, se fundamenta en que “el destino de cada hombre es solidario con el de la comunidad humana, más aún, de la entera realidad” (Girardi, 1970, p. 199). Nuevamente vemos la obligación ontológica que representa la participación ciudadana. Pero aparece un nuevo concepto, esto es, la relación establecida con la ‘entera realidad’. Para ver en qué se fundamenta esto, necesitamos comprender el concepto de ideología. Una ideología es “toda concepción que ofrezca una visión de los distintos aspectos de la vida, desde el ángulo de un grupo determinado de la sociedad”, además de presentarse como “necesarias para el quehacer social en cuanto son mediaciones para la acción” (Puebla 535). El ser social crea la ideología para comprender el mundo que le rodea y también comprenderse a sí mismo.
Participación ciudadana e ideología vienen a constituirse una en virtud de la otra. Por ello “el ciudadano que quiera aportar a la comunidad debe asumir que solo podrá influir si redefine su posición en ella, afirmando su identidad en atención a los materiales culturales existentes, sin alienarse, sin resentimiento, aspirando con entusiasmo a cambiar el mundo con un sentido pleno y humanizador” (Micco y Saffirio, 2012, p. 18). Con esto último se percibe el sentido positivo de la ideología, el cual comporta la hermenéutica sobre el sujeto individual y sobre el colectivo. Si el hombre se margina de la comunidad, olvidándose de la historia y de su deber en ella, termina confinándose a un espacio en el cual la desaparición y deshumanización son evidentes.
Referencias
– CECh. (1989). III Conferencial General del Episcopado Latinoamericano Puebla. Chile: San Pablo.
– Girardi, J. (1970) Marxismo y Cristianismo. Madrid: Taurus
– Micco y Saffirio. (2012). El católico ante la esfera pública. Revista Mensaje, 606, 18-22