Paul Tournier, desarrolló un nuevo enfoque de la medicina en el que gran cantidad de médicos de distintas disciplinas se han inspirado para llevar a cabo su trabajo. A Paul Tournier le interesaba la medicina, pero centraba su atención en la persona, en sus necesidades, en su entorno, en su alma…, y no solamente en los síntomas que afloran y evidencian que algo no funciona bien. Así, vio necesario desarrollar una terapia que afecte al ser humano de una forma integral, en la que cabe la atención médica, psicológica, espiritual… Entre médico y paciente se establece un vínculo vital para compartir sensaciones, experiencias, información…
La medicina de la persona ha venido a ser un instrumento eficaz, con una base científica, filosófica, psicológica, sociológica y teológica.
El ministerio pastoral de nuestros días se enfrenta a una serie de problemas y peligros que hay que hacer aflorar para buscar propuestas y soluciones eficaces en medio de la sociedad tan compleja en la que estamos inmersos.
Podríamos mencionar, primeramente, el peligro del paternalismo. Se trata de personas que dicen a los demás lo que tienen que hacer en lugar de enseñarles a pensar para tomar decisiones, les solucionan los problemas en lugar de ayudarles a afrontarlos, les tratan como a niños en lugar de guiarlos a comportarse como adultos responsables… Para muchos miembros de Comunidades cristianas, el pastor o el sacerdote se convierte en una especie de «dios» al que hay que obedecer ciegamente.
Otro peligro es el de la institucionalización. El error aquí está en considerar que la Iglesia es más importante que las personas que la integran. La denominación y sus normas están por delante del individuo o de la familia. Esto lleva al pastor a convertirse en un «político» al servicio de la institución.
Un tercer peligro es el de la profesionalizacion. Con esto no quiero decir que el pastor no tenga que ser un excelente profesional; por supuesto que ha de serlo. El error que quiero señalar está en que al desarrollar la profesión, se puede convertir en rutina la relación con los miembros de la Comunidad, se produce un distanciamiento respecto a las personas en aras de la competencia cualificada, se trabaja solo con los que pueden aportar o son “productivos” mientras se desampara a los mediocres o a los que representan un lastre para la iglesia… Así, el ministerio se convierte en un mero trabajo, como cualquier otro y llega a ser frío, distante, sin alma.
También está el peligro de la manipulación y el dominio sobre los demás. El problema está aquí cuando el pastor cree ser más de lo que realmente es. El pastor es un siervo de Dios, no un rey, no es un directivo de una multinacional que ejerce dominio sobre los demás. El pastor sirve al pueblo sin usar a otros para sus propios intereses. Aquí cabe mencionar el poder del miedo y la amenaza que, en las sociedades más modernas, ha ido perdiendo su efecto gracias al alto grado de libertad que se respira. En el polo opuesto de este peligro que apuntamos estaría el interés de contentar a todo el mundo.
Existe, además, el peligro de la secularización. El problema está aquí en relativizar hasta el extremo las Escrituras por la influencia humanista de nuestros días. Ya no hay verdades absolutas, se cuestionan las doctrinas fundamentales que han pervivido durante siglos de cristianismo, intentando humanizar el mensaje de Dios. El concepto de pecado se hace relativo, el de la justicia de Dios se infravalora poniendo el énfasis en la gracia y el amor. No digo que no haya que revisar el pensamiento cristiano y reestudiar los textos, reinterpretarlos y adaptarlos a nuestro contexto sociocultural; me refiero a llevar esto a un extremo.
Otro peligro es el del elitismo. Se trata de ser benevolentes o aduladores hacia un sector de la iglesia, de manera especial hacia aquellos que tienen el poder económico en la Comunidad. Al pastor o al sacerdote, para desarrollar correctamente su ministerio no le debe importar lo abultada que pueda ser la cuenta bancaria de los miembros de la iglesia, sino que ha de tratar a todos por igual, independientemente de su nivel cultural, estatus social o poder financiero. El miedo puede atenazar al pastor e impedirle tomar las decisiones adecuadas para no ser boicoteado, criticado, señalado y que todo ello le lleve a perder su trabajo.
Aunque hay muchos más, mencionemos, por último, el peligro de la tecnificación. Aquí, lo importante es la tecnología que sustituye a la relación personal entre el pastor y los miembros de la Comunidad. Imaginemos que las iglesias decidieran dejar los lugares de culto y plantearan tener encuentros por videoconferencias, comunicarse por WhatsApp, Skype, email o a través de las redes sociales… Parece una exageración, pero no lo es. Cada vez tenemos menos reuniones comunitarias, ya no es importante el culto de alabanza o el sermón, ni siquiera la oración o el estudio bíblico y se deja de asistir sin ningún problema de conciencia; sin embargo, el concepto de ekklesia que surge del Nuevo Testamento tiene que ver con asamblea, con congregación, con reunión del pueblo de Dios. La tecnología es sumamente valiosa si la ponemos al servicio del Reino de los cielos, pero puede convertirse en un lastre si llega a despersonalizar las relaciones humanas.
Por todo ello, la Escritura insiste en las cualidades pastorales de aquellos que aspiran a un ministerio centrado en la persona (1 Tim 3; Tit 1). Las características que aparecen en el texto podemos entenderlas en términos relacionales; es decir, el tipo de relación que el pastor es capaz de establecer con los miembros de la Comunidad cristiana y con la sociedad en general.
El profeta Ezequiel lanza un mensaje terrible contra los pastores de Israel por no haber cumplido su ministerio y es Dios el que decide juzgar lo que han hecho y librar a las ovejas de semejantes pastores (Ez 34). A partir de este texto podemos ver que el ministerio pastoral está centrado en la persona: apacentar, fortalecer a las débiles, curar a la enferma, vendar a la que tiene daño físico, traer al redil a la descarriada, buscar a la perdida, no castigar ni violentar… Esta descripción, en negativo (a fin de cuentas es lo que denuncia el profeta), es terrible y Dios sentencia con juicio severo.
El ministerio pastoral centrado en la persona tiene que ver con buscar los intereses de cada miembro de la comunidad, su estabilidad emocional, su salud física, su desarrollo interior, su crecimiento espiritual…; tiene que ver con dar consuelo, acompañar, enseñar, formar, exhortar, confrontar… El énfasis no está en los intereses institucionales de la denominación, en el culto, en la doctrina, en la liturgia…, sino en la persona. Entonces, aquel ministerio que no está orientado a la persona no es pastoral. El pastor vive para las personas y, en momentos de necesidad, todo es secundario, menos la persona que sufre y espera ayuda o auxilio…
El pastor no es un amigo o un colega; es pastor, y su interés es la salud integral de la persona. Solo tenemos que echar un vistazo a los mensajes proféticos del AT confrontando a los que defraudaban, extorsionaban, hacían injusticia…, Así, el pastor, desde la cercanía y debilidad, con mucho temor y temblor, exhorta, anima, estimula, ayuda… No se busca lo políticamente correcto, no se pretende quedar bien con todos, sino se trabaja por lo saludable a nivel integral, tanto de la persona como de todo aquello que la rodea, incluida su familia. Por eso, uno de los aspectos más importante de la labor pastoral tiene que ver con la visitación en el hogar; ahí, en un entorno donde la persona se siente cómoda, confiada, relajada y segura porque es su propia casa se produce un encuentro distendido y el pastor puede observar muchos detalles que le ayudarán a enfocar mejor su labor; es en el hogar donde se conoce abiertamente a las personas.
Empobrecemos el ministerio pastoral cuando lo que se espera del pastor es que predique cada domingo y que lo haga bien. Lo que debemos esperar, primeramente, es que esté orientado a la persona, que consuele al individuo, que lo acompañe en las adversidades de la vida y que se dedique en cuerpo y alma a los demás, a cada uno en particular. Por eso, el pastor no es un conferenciante, lo cual no quiere decir que no pueda dar conferencias; su vida no está orientada a las multitudes, sino a la persona.
Necesitamos pastores centrados en la persona y orientados a la persona, en los que no prime lo institucional, sino el amor al ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios. Esto significa que el pastor tiene muy claramente identificadas sus prioridades y dedicará tiempo a lo importante (las personas) mientras que tendrá que delegar aquello que es secundario.
La pastoral de la persona es una filosofía de la vida ministerial cuyo fundamento está en Jesús de Nazaret. En una ocasión, las multitudes seguían a Jesús y, saliendo de Jericó, Bartimeo, el ciego, oyó que Jesús pasaba por allí y comenzó a gritar «Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí» (Mc 10.47). Muchos le reprendían para que callase, para que no molestara al Maestro, pero él gritaba mucho más. Jesús interrumpió su programa, no le importaba la multitud que le seguía, ni siquiera sus discípulos y decidió llamar al ciego para interesarse por él. El resto de la historia es conocida. El apóstol Pedro describió a Jesús como el Pastor y Obispo de nuestras almas (1ª Ped 2.25).
Ojalá muchos pastores, siguiendo a Jesús, tomen cada día conciencia de lo honorable que es su trabajo y que, cada día, en oración delante de su Señor, decidan desarrollar una pastoral de la persona.
Pedro Álamo
Septiembre 2015.