El despido de quien ha sido en los últimos años director médico del Hospital Evangélico de Barcelona, Samuel Fabra, ha encendido las alarmas en este centro sanitario. El Patronato, recientemente renovado y que por vez primera en su historia no cuenta con representantes de todas las denominaciones con arraigo en la ciudad, ha optado por despedir al doctor Fabra por «haber perdido su confianza» en él, pese a que durante el tiempo en que ha liderado la dirección médica del centro han habido unos buenos resultados económicos y se ha incrementado el número de pacientes atendidos gracias a un convenio suscrito con la sanidad pública catalana para atender a personas dependientes.
El Hospital Evangélico está viviendo la peor crisis de su historia. Este centro se fundó en 1879 por iniciativa de tres pastores de diferentes denominaciones: metodistas, presbiterianos y Asambleas de Hermanos. Durante más de de cien años, la gestión del hospital se ha realizado con plena armonía, sin ningún tipo de interferencias ni conflictos denominacionales.
El centro nunca perteneció a ninguna iglesia particular y siempre se había tratado de mantener un equilibrio entre las distintas denominaciones con presencia en la ciudad en la composición de su Patronato. Había una confianza mutua en todos los procesos de renovación del patronato, por lo que en ningún momento se establecieron cuotas denominacionales. La renovación del Patronato se realizaba por consenso entre los patronos.
Pero este clima de consenso se rompió por la incorporación en el Patronato de buen número de médicos evangélicos que quisieron intervenir de forma directa en la dirección y administración de la Institución. De entre ellos surgió la iniciativa de renovar la visión y la misión del Hospital. Siendo miembros del patronato, tuvieron reuniones por separado al margen de las convocatorias oficiales, hicieron planes y presentaron un proyecto a la reunión general del Patronato, habiendo conseguido previamente una mayoría de votos para el dominio de la institución.
Tras años de una campaña de «acoso y derribo», finalmente acordaron un cambio en los Estatutos del centro, hecho que les ha permitido hacerse con el poder absoluto en el Patronato. Estos cambios han consistido en la limitación de la duración del cargo de los patronos a cuatro años.
Tras los cambios estatutarios, fueron reelegidos nueve de los doce patronos que se presentaban a la reelección. Casualmente, los tres representantes que no permanecieron en el cargo fueron los de las tradiciones metodista y presbiteriana, integradas en la Església Evangèlica de Catalunya. No se trata, pues, de dialogar con la oposición, como se hace en democracia, sino de machacar al disidente.
Quizás el proceso ha sido legal, pero no legítimo, ya que se ha roto el espíritu de concordia y armonía que presidía desde siempre el Patronato. Se ha desatado una lucha descarnada por el poder, se ha atacado con crueldad a los opositores y se ha dejado fuera del Patronato a una de las iglesias fundadoras, todo bajo un manto de celo evangelizador que no cubre las oscuras maniobras que tratan de esconder.
Uno de los miembros del patronato que ha sido expulsado recuerda: «Las iglesias evangélicas no tenemos una autoridad superior ante la cual recurrir en desmanes de esta naturaleza». «Sólo nos resta ponerlo en las manos de Dios para que sea Él quien juzgue», concluye.
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