Posted On 03/08/2011 By In Biblia With 1230 Views

Poder, legitimidad, desconfianza y disidencia

Este mes de agosto, la Iglesia Nacional Presbiteriana de México (INPM), mediante el Ministerio de Educación, realizará un concilio para resolver el debate desarrollado desde hace más de tres décadas sobre la potencial ordenación de las mujeres a los distintos ministerios eclesiales: pastorado, ancianato y diaconía. [1] Tal posibilidad es una necesidad en la realidad latinoamericana donde se ha reconocido la emergencia de los liderazgos femeninos y el reconocimiento de estos en las comunidades de fe que buscan seguir el testimonio de las Escrituras y el mensaje liberador e inclusivo de Jesucristo.[2]

Ariel CorpusEn la experiencia de la INPM, el tema se encuentra polarizado en distintos sectores: algunos buscan el reconocimiento eclesial dado que no encuentran problema alguno para que las mujeres puedan ser parte del grupo de «especialistas de lo sagrado»;[3] otros, leen en la Biblia una rotunda negativa para esta posibilidad de cambios, argumentando que la ordenación de las mujeres no obedece a un principio bíblico. No obstante, lo que es necesario remarcar es que no todas las lecturas son válidas, por lo tanto hay que tener criterios metodológicos de interpretación para acercarnos a la Escritura.[4]

Sin embargo, un solo modo de interpretación de las Escrituras es el que ha imperado en este debate y ha deslegitimado otro tipo de lecturas que buscan encontrar pistas liberadoras en el testimonio de Jesucristo, los apóstoles y los profetas, ya que hay posturas institucionales delineadas por el grupo de especialistas de lo sagrado en la manera de leer el texto bíblico. Por lo tanto, no sólo es un problema de percepciones, habrá que reconocer que este debate en la INPM tiene un matiz de corte político enmarcado en uno teológico, y que se gesta desde los puestos clave de liderazgo institucional; es político, dado que lo que está en juego son relaciones de poder.

Para las instituciones que se construyen desde la masculinidad, como lo son las Iglesias, reconocer el papel de las mujeres como agentes teológicos y partícipes de los diversos ministerios, implica despojarse de su androcentrismo, desnudarse y repensarse desde otros ángulos autónomos de miradas de género. Las Iglesias son organismos que han relegado a las mujeres de los papeles de liderazgo y, peor aún, han reproducido patrones no siempre gratos para ellas, ya que se han conformado por patrones culturales, mas que bíblicos. Las figuras bíblicas de la mujer sumisa al hombre han seguido reproduciendo los esquemas mentales y prácticos de los creyentes,[5] de modo que no existen relaciones horizontales, sino de verticalidad.[6]

Estas relaciones de poder sumergidas en siglos de prácticas masculinas salen a relucir al momento de que un creyente se acerca a la Biblia, la toma, la lee y trata de interpretarla. El problema es mayor cuando no somos capaces de reconocer que la Biblia nunca va a hablar por si sola. Siempre, quien la lea, se acercará a ella con patrones, conductas y cargas culturales que serán las pautas para su interpretación. Empero, hay que tomar en cuenta que la interpretación bíblica ha sido ejercida por un grupo de especialistas de lo sagrado que, al momento de hablar sobre ella o sobre lo que en ella dice, están en un proceso comunicativo donde la comunidad o el auditorio –los laicos– legitima lo dicho tan sólo por tratarse de un especialista en tal ámbito: un pastor, varón. Ejerciendo así una relación netamente de poder, como ya lo señalé.

Al respecto, vale la pena seguir a Erick Wolf quien indica que en toda vinculación social se gestan relaciones de poder, aunque circunscritas a diferentes niveles de relaciones.[7] Para Wolf, no es necesario entender al poder como una “fuerza antropomórfica ni como una máquina gigante, sino como un aspecto de todas las relaciones entre las personas”.[8] Para el funcionamiento de instituciones, como las Iglesias que se desenvuelven en distintos niveles de relaciones sociales, entramados y complejos de vinculaciones, cabe señalar dos tipologías de poder: [9]

  1. Poder táctico u organizacional: es el poder que controla los escenarios en que cada persona puede exhibir sus potencialidades e interactuar con otros, es un instrumento.
  2. Poder estructural: es el poder que no opera solamente sobre escenarios o campos, como el táctico, sino que también organiza y orquesta escenarios para sí mismos.

Bajo el debate de la potencial ordenación de las mujeres en la INPM, y según argumenté, lo que se juega es una relación de poder donde sucede lo siguiente. En primer lugar, hay un grupo de especialistas que regula la lectura e interpretación bíblica de modo institucional, buscando con ello controlar el escenario –el tema de la ordenación– usando su posición para generar patrones de credibilidad, circunscribiendo, tácticamente, las acciones de los demás creyentes –los laicos–. Por eso, aunque muchas personas estén de acuerdo con la ordenación, no votarán a favor. En segundo lugar, esta misma instancia de poder regulador que lee e interpreta las Escrituras genera sus propios escenarios más propicios para desenvolver sus acciones de poder, en este caso el concilio es un medio para poner fin al debate en el cual todo está orquestado de tal modo que en el, la relación de diálogo sea vertical. Por lo tanto, ellos organizan, ponen las pautas y la metodología de trabajo, en otras palabras, marcan sus reglas.[10]

La querella que aquí se intenta resolver es que toda lectura bíblica e interpretación sobre un tema u otro, deviene de una relación de poder que se encuentra mediado por un proceso comunicativo en el cual el emisor, quien funge como especialista de lo sagrado –el pastor–, comunica «una verdad abosuta» que resuena en el auditorio –los laicos– quienes legitiman tal interpretación. Ahora bien, cuando la interpretación es parte de prácticas constantes la comunidad de creyentes no tendrá problemas en reconocer y aceptar esa «verdad abosuta», dado que han sido moldeados en esas relaciones de poder. En la INPM se ha dicho, como «verdad abosuta», que los ministros de la Palabra tan sólo deben ser hombres; por ello, es que toda interpretación en esta línea hace eco en el auditorio. En cambio, cuando, dado a nuevas lecturas no legitimadas institucionalmente, proponen y reconocen el papel de la mujer en los ministerios, el auditorio, o la mayoría de el, no la legitiman.

El concilio venidero, funcionará con esta lógica. Por un lado habrá quien defenderá el status quo de las lecturas de los especialistas que denotan el poder mediante puestos clave –en la Asamblea General, los Sínodos y los Presbiterios– y aquellos, incluidos en una relación de poder, que creen que el testimonio fiel es la inclusión de las mujeres en los ministerios. Sin embargo, aunque en el fondo existé esta lucha, se enfrenta al reconocimiento de los creyentes, ya que a pesar de que muchos de ellos vean con buenos ojos la causa y no encuentren problema alguno para ordenar mujeres, y por más que los argumentos sean claros y precisos, no votarán a favor dado que las relaciones tácticas e instrumentales pesan más que el seguimiento fiel al Dios de la historia.

Frente a este panorama, qué se puede esperar. Sin duda, en una lectura menos provocadora y con un testimonio de paz, unidad y armonía en el buen espíritu cristiano, habrá quien piense que una ruptura no es deseable ni necesaria, y que es menester seguir el diálogo y luchar desde el fondo, esperando a que el Todopoderoso toqué los corazones duros e inquebrantables. Aunque por otro lado, hay quien piensa que una ruptura es un proceso de autonomía necesaria para reconocer el papel de las mujeres como ministros de la Palabra y que no hay otro camino, sino la denuncia profética que encamine a una Iglesia inclusiva, que encaré una realidad exigente.[11]

La solución no es fácil y la comunidad de creyentes –laicos y pastores– se enfrentan a un problema. Para los pastores está en juego el propio reconocimiento de la comunidad cristiana y, desde luego, el trabajo asalariado en alguna Iglesia o Presbiterio del cual depende él y su familia. Para los laicos, el temor subsiste en dejar de ser parte de una Iglesia que reconozca y legitime sus actos de fe, como si fuera de ella no hubiera salvación, como si la discrepancia y la disidencia no fueran legítimas frente a los ojos de Dios. El temor de los primeros, es dejar de ofrecer, con un reconocimiento institucional, los bienes salvíficos a los creyentes; los segundos, dejar de obtener los mismos bienes otorgados que legitiman su creencia por una instancia regulada y mediatizada por los especialistas de lo sagrado: las institución eclesial.

Mary Douglas, reconocida antropóloga, ha señalado la forma en que las instituciones manejan su propio reconocimiento frente a los demás.[12] Vale la pena mencionar tan sólo dos puntos:

  1. En primer lugar: las instituciones forman y forjan formas de pensar y prácticas de un modo sistemático con el fin de encauzar esa percepción sólo hacia formas que resulten compatibles con su propia autorización.
  2. En segundo lugar: las instituciones estigmatizan a los elementos subersivos y, con ello, a las ideas que no están de acuerdo a su propia compatibilidad argumentando que tales propuestas no son parte de su propia escencia además de ser incoherentes a su propia historia.

Estos dos puntos de Dogulas permiten comprender la manera de proceder de aquellos en cuya lectura de la Biblia no figura la ordenación de las mujeres, sostenida por la institución. En primer lugar, tal práctica no está autorizada dado que corrompe una sana lectura de la Biblia y, al no estar presente en las Escrituras, es incompatible para ella. En segundo lugar, quien promueve tan inclusión no está de acuerdo con la «sana doctrina» y, por ende, debe ser estigmatizado y excluido dado que busca implantar ideas ajenas a una Iglesia que nunca ha tenido la necesidad, en toda su historia, de ordenar mujeres para la obra de Dios.[13]

Ambas tesis se sostienen sobre la legitimidad de la institución. En otras palabras, sólo lo que ella decide es lo correcto y es lo que se debe hacer para el resto de las Iglesias locales, la autonomía es nulificada al enfretarse a estos grandes organismos. Las ideas, por vagas y absurdas, desplazan a los argumentos. Previniendo el futuro, estas dos tesis serán las que sostendrá el concilio sobre los ministerios femeninos. Ante estas dos posturas, irrenunciables por el propio carácter de las institución, qué resta por hacer.

Si en el fondo de esta lectura está el reconocimiento o la legitimidad como aquello que sostiene a una institución eclesial cinscunscrita por una relación de poder entre los especialistas de lo sagrado y los laicos,[14] lo que hay que hacer es derribar este precepto de confianza. Esto no sucede con el tiempo, pasa cuando los sujetos le quitan a la institución esa confianza como la única portadora del carisma salvífico. Como señala el filósofo centroamericano Carlos Molina, todas las instituciones se sostienen sobre algún grado de confianza; cuando se le quita, dado que no ha cumplido las expectativas deseadas, pueden ser derribadas por la anomia colectiva.[15]

Hoy en día, en la INPM derribar la confianza en la institución y trasladarla a una nueva Iglesia es posible y, sobre todo, es necesaria. Los presbiterianos mexicanos estamos obligados a construir un futuro propio y a dar cuentas claras con un testimonio de militancia. Si el futuro es continuar dentro de la INPM habrá que entender que los procesos de cambio institucionales no son a corto plazo, sino a muy largo, y que se tendrán que gestar desde posiciones de poder. Si el futuro está en salir con dignidad, con denuncia y vos profética, hay que saber que una de las primeras cosas que hará la institución será estigmatizar la disidencia como algo negativo para el espíritu cristiano.

Sin embargo, así como la institución legitima los actos de fe de los creyentes, estos últimos hacen lo mismo con la primera. Es decir, la relación de poder entra en un juego dialéctico donde el reconocimiento es mutuo; por lo tanto, también lo puede ser la desconfianza y la anomia colectiva hacia la institución, trasladándola a una nueva más acorde a los valores del reino de Dios. Repensar la manera de ser Iglesia es necesario para recuperar los carismas perdidos por la verticalidad institucional; una Iglesia inclusiva que sea capaz de comprender el kairos actual; una Iglesia que piense teológicamente; una Iglesia donde la moralidad no substituya a la ética; una Iglesia conformada por creyentes que reconozcan en el otro la imagen de Dios.

Frente a los grandes esquemas perpetuados generacionalmente, queda la conciencia libre y sometida a la soberanía de Dios, porque como seguidores del Jesús de la fe, es menester reconocer las exigencias de nuestra realidad. Por lo tanto, perfilemos nuestro andar hacia este moderno camino a Emaus, rumbo a nuestra aldea latinoamericana, fieles al testimonio de las Escrituras. Y ante la incertidumbre del futuro, digamos al dador de la fe: Quédate con nosotros, porque es tarde, y el día ya ha declinado.



[1] En otro texto he hablado de los antecedentes históricos del debate: “La lucha por el ministerio femenino en el presbiterianismo mexicano (1973-2009)”, en Boletín Informativo del Centro Basilea de Investigación y Apoyo, A.C., (México), Noviembre-diciembre, no, 39, 2010, pp. 18-26. Disponible en red: http://issuu.com/centrobasilea/docs/bol39-nov-dic2010

[2] Las experiencias de otros países de América Latina son, sin duda, alentadoras para este proceso al interior de algunos sectores de la INPM.

[3] «Especialistas de lo sagrado», como lo indica Pierre Bourdieu: “Gènesis y estructura del campo religioso”, en Relaciones, no. 108, vol. 27, 2006, pp. 29-83.

[4] Un texto muy ilustrativo al respecto es de José Ángel Fernández, “Aprendiendo a leer la Biblia”, en Lupa Protestante, (España), julio, 2010. Disponible en red: https://www.lupaprotestante.com/index.php/columnistas/jose-angel-fernandez/2195-aprendiendo-a-leer-la-biblia

[5] Como ejemplo, se puede leer la resulución del Sinódo de Chiapas, en cuya postura emana, como primer pincipio negativo, lo siguiente: “Por el Principio [sic] creacional. (Hombre/mujer) 1ª Timoteo 2-13-14”. Documento personal.

[6] Cfr. Jael de La Luz García, El movimiento pentecostal en México. La Iglesia de Dios, 1926-1948, México, La editorial Manda/La letra ausente, 2010; donde la autora documenta que la génesis del movimiento comienza con el trabajo de las mujeres y da un giro en el momento en que la Iglesia comienza a institucionalizarse, de modo que los varones ocupan las posiciones de poder y las mujeres quedan relegadas. Cfr. Raúl Méndez Yañez, Hombres predestinados. Tránsitos teológicos, identitarios y urbanos de las masculinidades en el presbiterianismo metropolitano de la ciudad de México, Tesis de Licenciatura en Antropología Social, UAM Iztapalapa, 2010; en la cual el autor muestra como se construye la masculinidad protestante, en el caso particular de la INPM.

[7] Las tipologías de Wolf, son: a) Poder atribuido a las transacciones entre las personas individuales; b) Poder producido en las relaciones interpersonales; c) Poder táctico u organizacional puesto en movimiento dirigiendo o limitando las acciones de los otros; d) Poder estructural que informa las energías de la sociedad.

[8] Erick Wolf, Figurar el poder. Ideologías y dominación en crisis, México, CIESAS, 1998, p. 19.

[9] Cfr. Eric Wolf, Pathways of Power Building an Anthropology of the Modern World, EUA, University of California Press. 2001, pp. 383-397.

[10] Al respecto, vale la pena señalar que algunos Presbiterios y Sínodos que ya marcaron su postura en contra de la ordenación de la mujer no informaron del concilio a sus Iglesias, no estudiaron internamente el tema, no informaron a los feligreses del debate en cuestión y tomaron resoluciones jerarquicamente, es decir, tan sólo por el grupo de especialistas, sin tomar en cuenta a los laicos que componen sus comunidades de fe.

[11] Estas lógicas son entendibles; en los estudios de mercado se ha notado que cuando el consumidor está insatisfecho con el producto que recibe puede optar por tan sólo mostrar su inconformidad o, simplmenente, substituirlo por otro. Es lo que que Albert Otto Hirscham a indicado como como la vos y la salida. De él, consulténse: Salida, voz y lealtad, México, FCE, 1977.

[12] Mary Douglas, Cómo piensan las instituciones, Madrid, Alianza Universidad, 1986

[13] Sobre el estigma y la exclusión, nótese la postura del documento del Sínodo de Chiapas, mencionado con anterioridad, que en un lenguaje de severidad, indica: “Todo Ministro de la Palabra y Sacramentos, RR. Consistorios, Iglesias y su campo, bajo la jurisdicción del R. Sínodo de Chiapas, que no se sujeten a este acuerdo serán severamente sancionados”. Terminando con un texto bíblico: ¨…Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación, deséchalo, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca y está condenado por su propio juicio. Tit [sic] 3:9-11”.

[14] Esta diada es común en cualquier esquema religioso, donde: Los agentes del campo se dividen entre el cuerpo de especialistas que tienen “las competencias específicas” y los “saberes secretos” para ejercer su función…y los laicos que, al no tener estas competencias, se encuentran en una posición de subordinación legitimando el ejercicio y la posición de los primeros”: Hugo José Suárez, “Pierre Bourdieu y la religión: una introducción necesaria”, Relaciones, no. 108, vol. 27, 2006, p. 19-27.

[15] Carlos Molina Velázquez, “El más sucio secreto de los pederastas”, Contrapunto,(San Salvador), 1 de febrero de 2011. Disponible en red: http://www.contrapunto.com.sv/columnistas/el-mas-sucio-secreto-de-los-pederastas

Ariel Corpus

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