Posted On 26/03/2013 By In Opinión With 1126 Views

Política “a la Francisco”

Muchas veces me pregunto si las estructuras políticas institucionales (sea el Estado o un partido) pueden sobrevivir sin personalismos, sean éstas de corte neoliberal o populista (con las grandes diferencias en cada caso sobre el lugar que posee la figura del líder). En muchos sentidos creo que no. Pero sí creo que, como ciudadanos/as, debemos aprender a ver “lo político” más allá de estas dinámicas propias de la burocracia. Muchas veces nos dejamos cooptar por la simulación de la supuesta hegemonía avasallante de estas formas, cuando en realidad tenemos todos los medios a nuestra disposición para construir miradas y prácticas alternativas, y desde ellas socavar -inclusive- los supuestos “grandes relatos” desde los cuales la política institucional, inevitablemente, intenta sobrevivir. Más aún, paradójicamente, dichos medios son, en muchos casos, facilitados por estas mismas estructuras.

En este contexto, sería bueno que apliquemos como abordaje político los tipos de lectura que se han hecho durante estos días sobre el lugar de Francisco: más allá de la complejidad de su figura (donde se han reconocido tanto sus valores como flaquezas y oscuridades, pero por sobre todo se ha mantenido cautela sobre su juicio), se ha promovido con cierta apertura su impacto e influencia reales dentro de la estructura católica, la cual es compleja y heterogénea. En otras palabras, la influencia de Francisco no se ha centrado sólo en su investidura o historia personal sino en las nuevas dinámicas que se gestarán desde la acción de todo el pueblo católico a partir de sus gestos de cambio, los cuales serán inevitables (reconociendo, inclusive, que éstos pueden ser genuinos, políticos o por obligación).

Me pregunto: ¿no podríamos aplicar esta misma lectura a varios de los esquemas políticos latinoamericanos contemporáneos, para superar ciertos clichés que, al final, terminan restando poder a las oportunidades políticas reales que hay en nuestros contextos desde la acción concreta de los sujetos, organizaciones y grupos en nuestras sociedades? ¿Por qué tenemos mayor apertura con lo que sucederá en el Vaticano o en las estructuras católicas –con toda su estructuración jerárquica y segregante, su teología conservadora y dogmática, sus manchas negras en la historia-, y con la figura del nuevo Papa –posición endiosada y personalista, si la hay-, que con lo que transcurre con algunos esquemas y dinámicas políticos en nuestro continente (los cuales se describen casi con el mismo tono y percepción)?

Tal vez es más fácil creer en el lugar de los sujetos creyentes y el impacto de su acción en el medio, por el poder que tiene la fe, por el lugar de la gracia divina como elemento constitutivo de nuestra existencia –la cual nos exonera de toda clausura-, así como por la misma noción de trascendencia, donde lo divino y la fe siempre superan cualquier marco (dogmático, religioso, social, político, cultural), llevándonos a un “siempre más” (Ellacuría), desde la promesa escatológica que atraviesa y abre nuestra historia a rumbos utópicos.

Sería bueno que apliquemos esta misma fe y gracia a las dinámicas socio-políticas, dando mayor énfasis al lugar real que poseen los sujetos, las personas y los grupos que componen nuestras sociedades, quienes en su acción concreta siempre van más allá de toda estructura y personalismo. Lo político no se juega sólo en el lugar que posee un líder, en la sutura de una estructura o en mecánicas burocráticas. Estas figuras existen, son reales, pero no son el fin.

El poder es una instancia con distintas caras que circula entre la pluralidad de sujetos que componen un pueblo, no un objeto en manos de un personaje único. Por ello, tengamos fe en las personas, en las acciones que se crean entre las fisuras que se abren en todo contexto, y veamos con los lentes de la gracia –entendida como aquella instancia que nos permite ser siempre distintos y nunca quedar “condenados” a ninguna culpa o atadura- a los procesos que viven nuestros contextos… así como flexible y comprensivamente lo hemos hecho con la figura de Francisco en relación al pueblo católico.

Debatiendo con un colega al respecto, me dice: “así como el dogma me exonera del debate, de manera similar la voluntad divina para lo público me exonera de la construcción social del sujeto”. Sabemos que no existe tal “voluntad divina” –comprendida como mandato único en manos de una persona o institución- con respecto a las dinámicas socio-políticas. Incluso a pesar de los personalismos, que por momentos tienden a apelar a dichas lógicas. Ello no será más que una ficción, como dijimos, para sobrevivir a las tensiones inherentes entre las estructuras burocráticas y las reales e innumerables dinámicas sociales que se mantienen en constante movimiento en todo espacio social. Como sujetos nos vamos construyendo en el camino de los incontables procesos que nos rodean. Ese es el nombre de lo político, la inscripción de todo pueblo. Tengamos fe en sus sorpresas.

Nicolás Panotto

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