(Romanos 11.36, TLA*)
(A propósito de mayordomía)
La verdadera mayordomía no es mayordomía de lo que se tiene; no es «la correcta administración de lo que uno posee» (ya sea en forma de diezmos o de cualquier otra manera). La verdadera, auténtica mayordomía es mayordomía de lo que uno es.
Ese es el evangelio que nos enseñó Jesús: es una exigencia que va de lo principal a lo secundario; del núcleo a la periferia; de lo esencial a lo accidental; en fin: del ser, al tener.
Por eso, al preguntarnos cuál sea el fundamento real de la mayordomía, no podemos buscarlo en lo secundario, periférico o accidental. Hay que ir a lo principal, al núcleo, a lo esencial.
¿Cuál es la base de ese tipo de mayordomía?; ¿por qué consideramos que somos administradores?; y administradores ¿de qué?
La respuesta a las primeras dos preguntas no puede ser sencillamente «porque así lo enseña la Biblia, “la palabra de Dios”». Hay cosas que Jesús dijo que sus discípulos deberían hacer y no las hacemos, porque consideramos que no son para practicarlas en nuestro contexto. Además, la Biblia es un medio, no un fin en sí misma.
Para respondernos a esas preguntas, tenemos que «ir más atrás». No a la Biblia, sino al Dios de la Biblia. Ciertamente, lo sabemos por la Biblia, y acudimos acuciosamente a ella para saberlo; pero no se queda en ella; no ciertamente en su literalidad.
En el Dios que crea y que actúa de manera incomprensible para nosotros (¡precisamente porque es Dios!) ha de fundamentarse nuestra práctica «ministerial» (es decir, nuestra práctica de administradores, de mayordomos).
Y para responder a la otra pregunta («administradores ¿de qué?») hay que escuchar a Jesús y sus exigencias al llamar a sus seguidores.
A dos pares de hermanos (Pedro y Andrés; Jacobo y Juan), Jesús los invitó a que lo siguieran, porque él los convertiría en pescadores de seres humanos (ojo: no de «almas»; TLA traduce: «En lugar de pescar peces, les voy a enseñar a ganar seguidores para mí»). Después, el propio Jesús le predicó a Leví el «sermón» más breve de todo el Nuevo Testamento: «Sígueme». Y el testimonio bíblico afirma que los cinco dejaron todo y lo siguieron.
Pero a otro, que tomó la iniciativa de acercarse a Jesús para que este le enseñara cómo «heredar» la vida eterna, Jesús le dijo: «Ve y vende todo lo que tienes, y reparte ese dinero entre los pobres… Después de eso, ven y conviértete en uno de mis seguidores» (TLA). Y este otro —joven, persona principal en su pueblo y muy rico—, le da la espalda a Jesús y escoge seguir su propio camino. Bien lo dijo el proverbista: «Hay camino que al hombre le parece derecho, pero es camino que lleva a la muerte» («Hay cosas que hacemos/ que nos parecen correctas,/ pero que al fin de cuentas/ nos llevan a la tumba», TLA).
Afirmamos al principio que la verdadera mayordomía es mayordomía de lo que uno es. Ahora completamos esa afirmación con la gran verdad que se desprende de los relatos de estos cinco hombres: «quien se da, da» (y quien no se da, acapara… condenación).
*TLA = Traducción en lenguaje actual (Sociedades Bíblicas Unidas)