Hace tiempo que venimos escuchando palabras como crisis, desconfianza, mercados, desahucios, paro, corrupción. (corrupción en la política, en el deporte, en las instituciones públicas, en la banca…, etc. Ya sólo nos faltaba oír el asunto de los sobres de Bárcenas, para generar más desconfianza en la ciudadanía): los mercados desconfían de España; los ciudadanos de los banqueros; Europa desconfía de España, España de Europa; Cataluña desconfía del Estado español y el Estado de Cataluña; la ciudadanía desconfía de la política, de los políticos, de los funcionarios, de la justicia, de las empresas, etc.
Aquellos que tienen que dar ejemplo y velar por el pueblo, por los trabajadores, por los jubilados, por los débiles, por los desvalidos…, son los que espolian, roban, engañan, empobrecen, y están desmantelando el Estado del Bienestar.
Me parece que hemos entrado en una espiral mutua de desconfianza, entre ciudadanos e instituciones, a la que ni siquiera escapa la iglesia. ¿Pero, qué está pasando? ¿Cómo es posible todo esto? ¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Por qué, Señor, por qué? nos preguntamos en infinidad de ocasiones. No hace mucho leía un artículo de Josep M. Vallès, publicado el 7 de febrero de 2013, en el Periódico de Cataluña (que translitero), donde el autor asocia la desconfianza con la desigualdad; un binomio interesante a tener en cuenta.
Desconfianza, Desigualdad…
“Remedios contra la corrupción en 500 palabras: un reto adecuado para tuiteros y tertulianos. Para los menos dotados para la simplificación, el recurso es remitirse a trabajos elaborados por instituciones internacionales y entidades no gubernamentales. Por ejemplo, las del Consejo de Europa:’Lessons learned from the three Evaluation Rounds (2000-2010)’. Es el balance de 10 años de evaluaciones de expertos en países miembros.
Nuestro sistema político también ha sido evaluado y ha recibido recomendaciones. El más reciente es del 2011. Se refiere a defectos más que evidentes en la financiación de los partidos. Otro catálogo de remedios contra la corrupción es el confeccionado por Transparencia Internacional:’Marco de integridad institucional en España (2012)’. Contiene 44 recomendaciones y 10 prioridades. Derivan de un diagnóstico reciente del caso español y de sus patologías.
No faltan, pues, ni análisis ni herramientas. Poco más aportará la constitución de nuevas comisiones o la convocatoria solemne de reuniones institucionales. Salvo la pendiente ley de transparencia y una nueva regulación de los partidos y de su financiación, las decisiones más urgentes deben apuntar al aumento de recursos para prevenir y perseguir la corrupción, sin detenerse ahora en la elaboración de normativas perfeccionistas. Hay normas disponibles en cantidad. Pero se echa de menos el potencial suficiente para obligar a su cumplimiento y sancionar su vulneración. Es más urgente dotar con mayor independencia y capacidad de inspección y de control a organismos como el Tribunal de Cuentas, la Sindicatura de Comptes, la Agencia Tributaria. Y en el ámbito penal es más perentorio dotar y organizar mejor el sistema que crear nuevos tipos delictivos o endurecer penas. De poco servirán si persiste la desigualdad de medios que pone a los juzgadores en inferioridad de condiciones respecto de los presuntos corruptos.
El estudio de los sistemas políticos detecta que la corrupción política y económica coincide con el predominio de actitudes de desconfianza mutua, entre ciudadanos y de desinterés por la política. Y que esta desconfianza y este desinterés abundan más allí donde más pronunciadas son las desigualdades entre grupos sociales. En el marco europeo, sociedades como Dinamarca, Noruega, Suecia o Finlandia presentan a la vez bajos índices de corrupción, sólidos indicadores de confianza recíproca y mayor igualdad económica. Por el contrario, las posiciones menos lucidas en cuestiones de integridad pública y privada suelen corresponder a las comunidades más desinteresadas de la política, más desconfiadas socialmente y más desiguales: Grecia, Portugal, Italia, España.
¿Coincidencia casual?… En todo caso, una asociación llamativa que obliga a la reflexión. ¿Será posible extirpar o atenuar la corrupción si no se abordan también las causas de la desigualdad, la desconfianza y el desinterés por la cosa pública? Creo que no. Pero la transformación de las condiciones económicas, sociales y culturales que son su caldo de cultivo no es solo tarea de políticos: es compromiso colectivo de los ciudadanos. Y este es el reto de fondo que se nos plantea.”
Resulta curioso destacar la relación que existe entre la confianza y la desigualdad social, y que los países donde hay menos desigualdad social y económica, sean precisamente de cultura y tradición protestante.
La Iglesia, el pueblo de Dios español, el pueblo de Dios catalán, el pueblo de Dios de cualquier otra parte del mundo, las Comunidades que representamos…¿podrán, podremos, hacer algo por generar confianza en esta nuestra sociedad.
En mi opinión, el libro de Habacuc puede orientarnos y dar luz a la situación en la que estamos viviendo. Ya en el capítulo 1 versículos 2 al 4, parece indicarnos que es Dios el que marca los tiempos para llevar a cabo sus obras: “ ¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás?…”. En definitiva la misión del profeta parece consistir en hacer partícipe a toda la gente de las bendiciones y beneficios de Dios.
El mensaje de los profetas, en muchas ocasiones, inquieta a los satisfechos e insufla esperanza a los abatidos.
Pero, ¿Qué estaba pasando en la sociedad de nuestro profeta? Habacuc vivió hacia el año 600 a.C en un pueblo dominado por Asiria. Él se siente muy preocupado por los males que aquejan a su generación: la injusticia, la violencia, la destrucción continua y el olvido e ignorancia de la Torá.
Después de la muerte del rey Josías (609 a. C), los dirigentes religiosos, junto con la nobleza, robaban y oprimían de forma desvergonzada a la gente humilde en Judá, y Habacuc se siente turbado y perplejo por la despiadada explotación de los pobres en manos de esos poderosos.
¿Hasta cuándo, oh Jehová…?. (1,5-17). Dios le revela que hará justicia a través y por medio de los caldeos (un pueblo, por cierto, con pocos miramientos).
Esta semana (el martes 5 de marzo), en el periódico venía un artículo sobre el pastor Francisco Manzanas, de Alicante, en el que, después de muchos años de lucha, se le hacía justicia.
En el libro de Job 24,1 se nos dice: “Puesto que no son ocultos los tiempos al Todopoderoso, ¿Por qué los que le conocen no ven sus días?…”. A la Iglesia le corresponde saber interpretar bien los tiempos y poder “diagnosticar” correctamente las situaciones que vivimos, es decir, el cuándo y el cómo.
Sin embargo, hay líneas rojas que nunca deberían ser traspasadas, ya que las consecuencias son catastróficas, individual y colectivamente.
La gran sorpresa de Habacuc, fue que los caldeos (babilonios), un pueblo cruel y despiadado, iba a ser utilizado por Dios para corregir y disciplinar a Israel. De ahí su queja y su disputa con Dios por Su manera de hacer y resistiéndose a que eso no podía, no debía ser así.
Habacuc 1,5-11 reza así: ” Mirad las naciones, y ved, y asombraos; porque haré una obra en vuestros días, que aun cuando se os contare, no la creeréis. Porque he aquí, yo levanto a los caldeos, nación cruel y presurosa, que camina por la anchura de la tierra para poseer las moradas ajenas…”. Y, en el capítulo 2, podemos encontrar sentencias tales como:
”¡Ay del que multiplicó lo que no era suyo!…” (v. 6).
”¡Ay del que codicia injusta ganancia para su casa, para poner en alto su nido, para escaparse del poder del mal!…” (v. 9).
”¡Ay del que edifica la ciudad con sangre, y del que funda una ciudad con iniquidad!…” (v. 12).
“¡Ay del que da beber a su prójimo!…¡Ay de ti, que le acercas tu hiel, y le embriagas para ver su desnudez!…” (v. 15).
“¡Ay del que dice al palo: Despiértate; y a la piedra muda: Levántate!…¿Podrá él enseñar?…He aquí está cubierto de oro y plata, no hay espíritu dentro de él. Más Jehová está en su santo templo; calle delante de él toda la tierra” (v. 19).
Habacuc sabía que con la llegada de los Caldeos llegarían el hambre, la desolación, la pobreza, la miseria, la destrucción… Y aún así, nos ofrece una de las afirmaciones de resistencia más radicales que podamos encontrar en todas las Escrituras: ”Aunque la higuera no florezca…” (3,17-19).
La Profecía de Habacuc es única en su género, ya que en lugar de dirigirse al pueblo, hace una inversión y se dirige a Dios para quejarse de la injusticia, de la violencia, de la opresión y de la destrucción que ve en el pueblo de Dios.
Los profetas de la antigüedad llevaron a cabo un trabajo muy importante en la sociedad de su tiempo. Hombres y mujeres inspirados por Dios para ver la realidad con Sus ojos y dotados de un deseo de transformar la sociedad.
Un pueblo entero estaba sufriendo, y sufriría aún más a causa de las malas prácticas de unos pocos. A Habacuc se le presentaba un panorama poco idílico y lo que vendría después no iba a mejorar en absoluto la realidad socio/económica.
Actualmente, nuestra sociedad con casi siete millones de parados; quinientas familias desauhuciadas diariamente; las desigualdades sociales, cada vez más pronunciadas; banqueros sin escrúpulos robando a pequeños ahorradores (jubilados)…etc., ha traspasado las líneas rojas que no se deben traspasar nunca. Como iglesia debemos denunciar y desarrollar un trabajo profético, que en muchas ocasiones puede inquietar a los satisfechos y llevar esperanza a los abatidos.
La fe en Dios debe manifestarse como vida para la vida (“El justo por la fe vivirá” ha sido un enunciado utilizado por Pablo y por Lutero en sus textos), lo cual quiere decir que dicha fe debe servir para ser fuente, inicio y germen de vida, un elemento absolutamente necesario en el quehacer de cada día y con capacidad transformadora.
Además, necesitamos recuperar la Palabra de Dios como una luz necesaria para la iglesia de todos los tiempos (Hab. 3,2) y como una herramienta necesaria para llevar a cabo la obra de Dios: “Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos, hazla conocer.” (Hab. 3,2). Necesitamos urgentemente recuperar y tener en cuenta, como iglesia, estos valores y acciones.
Para concluir decir que, el tiempo, los tiempos, no nos pertenecen a nosotros; aunque es nuestra obligación y nuestro deber saber interpretarlos adecuadamente. Las circunstancias, no deberían cambiar nuestra relación con Dios. Nuestras fuerzas están depositadas en Él: ”Con todo, yo me alegraré en Jehová… me gozaré…” (Hab. 3,181-19).
La iglesia está llamada a implicarse en estos temas sociales; de hecho, Jesús también lo hizo. Además, se la convoca a realizar una labor profética.
La Iglesia, los cristianos, el pueblo de Dios español, el pueblo de Dios catalán, el pueblo de Dios del mundo entero y las comunidades a las que representamos, ¿podrán, podremos, hacer algo por generar confianza, generar igualdad, generar esperanza en la medida de nuestras posibilidades en ésta, nuestra sociedad? ¿Será posible extirpar o atenuar la corrupción si no se abordan también las causas de la desigualdad, la desconfianza y el desinterés por la cosa pública? Creo que no. La transformación de las condiciones económicas, sociales y culturales que son su caldo de cultivo, no es solo tarea de políticos, es un compromiso colectivo. Este es el verdadero reto que se nos plantea, aquí y ahora.
¿POR QUÉ, SEÑOR POR QUÉ?
(Asamblea EEC, 9 de marzo de 2013)
- ¿Por qué, Señor, por qué? - 02/05/2013