Advertencia: Ineludiblemente, antes de iniciar la lectura de esta reflexión, debes leer el libro de “Los Hechos de los Apóstoles”, capítulo dieciséis (16:11-40)
Son los amos del mundo y, mal que nos pese, nosotros sus esclavos. A través nuestro sus cuentas corrientes crecen continuamente. Su crecimiento económico no está a dieta, en absoluto. Nos crean necesidades, y luego nos venden productos para colmarlas.
Acabamos siendo poseídos por su espíritu de tal manera que somos sus mejores publicistas. Si encuentran en su camino movimientos de resistencia a sus proclamas, tratan de asumirlos, incluso apoyarlos tratando de neutralizarlos poniéndose de su lado. De no lograrlo se amparan en el “imperio de la ley” a fin de eliminarlos. El poder y la ley son su conveniente refugio.
Sin embargo, de vez en cuando, se topan con un movimiento de “locos” por la justicia y la paz que no ceden a su chantaje y emprenden la tarea de liberar a los esclavos de su cadenas. Y los amos del mundo se cabrean. Y ¡cómo se cabrean! Todo el poder del que disponen cae sobre los resistentes, llegando incluso a la represión física y a la reclusión en las mazmorras del poder.
Pero los “locos” por la justicia y la paz no ceden. Incluso torturados y encarcelados en una prisión de alta seguridad, los resistentes entonan un cántico y oran a voz en grito de tal manera que sus compañeros, también presos, les oyen. Todo un signo de resistencia en medio del imperio de las tinieblas.
La resistencia, llevada hasta sus últimas consecuencias, logra un preludio del Apocalipsis del mundo viejo. La “cárcel” del sistema se ve sacudida en sus cimientos. Sus puertas se abren, las cadenas se sueltan, los presos se ven libres… Y las fuerzas de seguridad del poder, se rebelan y no llevan a cabo su función represora con los resistentes. Al contrario, se solidarizan con ellos, los sacan, los llevan a su casa, les curan las heridas y se tornan también resistentes.
Pero no acaba todo ahí. El poder cuando cae en la cuenta que no puede con ellos, quiere “liberar” a los ya libres, pero sin hacer ruido. Un penúltimo acto de resistencia es llevado a cabo por los rebeldes. Piden que las autoridades vengan en persona a liberarles, que den la cara. Lo logran. Pero éstas les ruegan –ya no les exigen-, que abandonen su territorio…
¡Tarea cumplida! Los resistentes no han ganado la guerra, pero sí una batalla estratégica. Ya que han creado, en medio de la ciudad, una nueva comunidad de resistentes al sistema. Ahora toca ir a otro centro de poder a seguir batallando contra los amos del mundo hasta alcanzar que los reyes y los mercaderes de la tierra lloren y lamenten al ver que Babilonia, su Babilonia, ha sido asolada para alumbrar el mundo nuevo que viene.
¡Ah! ¡Que nadie se confunda! Dios, el Dios de Jesús de Nazaret, está entre los resistentes. ¡Él es un resistente más!
Publicado con anterioridad en el blog del «Pastor dadaísta»
- Un hombre contra el Estado español - 19/04/2012
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