El cristianismo no es una filosofía o una religión,
sino la suma y cumplimiento de todas ellas
(C.S. Lewis).
Con Pablo de Tarso, el cristianismo se abrió al mundo helenista. De este modo, y sin saberlo, su propuesta de fe se convirtió poco a poco en un modelo diferente del modelo judío del movimiento de Jesús. Pero fueron especialmente los discípulos de Pablo quienes transmitieron un estilo de cristianismo que llegaría a ser diferente de sus raíces. De este modo nace el molde para nuevas formas de pensamiento cristiano: el pensamiento ecuménico-helenista de la antigüedad (Küng).
En esta nueva forma de comprender el cristianismo, la tradición de Jesús aparece en perspectivas, categorías y concepciones del todo distintas. Ya se habla de la fe en otro lenguaje, el helenista.
Un lenguaje que, además, se construye bajo la hostilidad del imperio romano hacia los cristianos, por ser considerados peligrosos para el orden social establecido; hostilidad que deviene en las primeras persecuciones y muertes sistemáticas.
Al mismo tiempo, la fe en el Jesús concreto como el Cristo hace posible la apertura universal del acceso a Dios a través de Jesús para todas las personas.
Así, el cristianismo no es ya simplemente otra religión judía, sino, que se transforma en una religión distinta, o en conjunto de expresiones religiosas que no son uniformes.
La condición de los cristianos en los tres primeros siglos es muy variada, sin un claro predominio de organización, cultura, clase, raza o lengua. En el año 187 d.C., Ireneo de Lyon enumera veinte variedades de cristianismo. Por esta época, abundan copias de Evangelios, Apocalipsis, Cartas y Hechos, diferentes de los que conocemos en el Nuevo Testamento; y todavía no está fijado el Canon de lo que conoceremos como la Biblia Cristiana.
El centro de la reflexión cristiana empieza a desplazarse del mundo judío al griego. Y así surgen temas teológicos que los judíos no tenían en mente: la relación entre las tres personas de la Trinidad, la relación entre la humanidad y la divinidad de Jesús, la existencia de Dios antes del inicio de los tiempos.
Como Padres apostólicos se conoce a un grupo de autores cristianos, cuyos escritos de finales del siglo I y comienzos del siglo II establecen un puente entre el mundo judeo-cristiano del primer siglo y el helenismo que toma fuerza a partir del siglo II (Hägglund).
Entre estos escritores se encuentran Clemente de Alejandría, Ignacio de Antioquía, Policarpo de Esmirna, la Epístola de Bernabé, el Pastor de Hermas, los Fragmentos de Papías y la llamada Carta de los Doce Apóstoles, conocida como la Didajé.
La característica principal del pensamiento de los Padres Apostólicos es que sus autores no se identifican ya como apóstoles (el tiempo de los apóstoles se ha cerrado), sino que proporcionan una imagen de lo que significaba la fe en las comunidades posteriores a los apóstoles.
De cara a la ética del mundo griego, retoman las enseñanzas de Jesús para aplicarlas a la vida cotidiana y llamarlas la “nueva ley”. Para estos cristianos, el concepto de justicia del que habló Pablo (Ro 3,21) consiste en una forma de ser y de actuar con respecto a Dios y a las personas, y no sólo en una forma en que Dios ve a las personas a través de Cristo. Los cristianos que han sido justificados, deben actuar conforme a la justicia.
Para los Padres Apostólicos la gracia es un regalo que Dios da a los hombres, pero que es recibido a través del conocimiento (gnosis), y se expande por la vida como una fuerza (dynamis) que orienta a las personas hacia la obediencia y a una vida justa.
Teniendo la Biblia Hebrea como base, y comprendiendo a la Iglesia como el “nuevo Israel”, estos cristianos –en su mayoría de origen gentil o pagano-, creen en un único Dios, en Cristo y en el Espíritu Santo, aunque todavía no se ha desarrollado una doctrina de la Trinidad. Sin embargo, basados en la teología del Lógos, consideran que Cristo es el hijo de Dios que existe antes de los tiempos, y a través de quien ha venido la creación.
Naturalmente, esta era una creencia extraña para el origen judío del cristianismo, pero ampliamente extendida en el mundo griego, en el que los hombres eran hijos de los dioses, y podían aparecer en la tierra. Para estos cristianos de origen pagano, la creencia en Jesús como el hijo de Dios comenzó a ser el símbolo fundamental de su pensamiento: la encarnación de Dios.
De igual modo, los Padres Apostólicos creían en la crucifixión y resurrección históricas de Jesús, en contra de ciertos grupos gnóstico-cristianos, provenientes del judaísmo, que consideraban la imposibilidad de que Dios pudiera sufrir en carne propia los dolores del ser humano.
Ignacio se valió del Evangelio de Juan para asegurar que Dios, en Cristo, nació de una mujer, fue colgado en una cruz y resucitó de los muertos.
Los Padres Apostólicos dan gran protagonismo al conocimiento, pues consideran que Cristo ha traído verdad y conocimiento a la humanidad, no sólo como maestro, sino también como el Dios que ha enseñado a los hombres el sendero del aprendizaje. Tiempo más tarde, el apologeta Clemente, en amplio diálogo con la filosofía neoplatónica, llama a Cristo “El Pedagogo”.
En este sentido, ya en el paso que se da entre el cristianismo judío y el cristianismo helenista nace una nueva categoría e interpretación del cristianismo, bajo los conceptos de la filosofía griega.
Algunos intérpretes consideran un error haber vertido las creencias cristianas en categorías griegas. Algunos creyentes, incluso, buscan retomar expresiones judaizantes para intentar volver a un cristianismo más “puro”.
(No les ha bastado la reprensión que hace Pablo a los judaizantes en la Carta a los Gálatas).
Paul Tillich llama la atención sobre este diálogo entre cristianos y filósofos, y dice que no es justo que critiquemos a los Padres Apostólicos por haber utilizado algunos conceptos griegos, pues ellos no disponían de otras expresiones conceptuales que manifestaran el encuentro del hombre con su mundo:
El mero hecho de emplear unos conceptos griegos no significa, pues, intelectualizar el mensaje cristiano. Más acertada resulta la aserción de que equivale a la helenización del mensaje cristiano. Podemos decir, ciertamente, que el dogma cristológico es de índole helenística, aunque era inevitable que así ocurriera dada la actividad misionera que desarrolló la iglesia en el mundo helenístico. Para ser aceptada, la Iglesia tuvo que utilizar las formas de vida y de pensamiento helenístico que, procedentes de muy diversos orígenes, acabaron fusionándose en el último período del mundo antiguo. Tres de ellas revistieron una importancia decisiva para la Iglesia cristiana: los cultos mistéricos, las escuelas filosóficas y el estado romano. El cristianismo se adaptó a las tres y se convirtió en un culto mistérico, en una escuela filosófica y en un sistema legal, pero sin dejar de ser una asamblea basada en el mensaje que Jesús era el Cristo (187).
Este diálogo con el mundo filosófico griego no habla en contra del cristianismo sino a su favor, al mostrase éste como una fe que se encarna en diferentes contextos. O como alguna vez dijo C.S. Lewis: el cristianismo no es una filosofía o una religión, sino la suma y cumplimiento de todas ellas.