Desde la experiencia de preparar el curso de Producción teológica, me encuentro en los vaivenes propios de considerar y revisar las diversas teologías. Persigo sus rastros, contextos y métodos como también sus actores y destinatarios. Obviamente esto es tarea monumental, dado que hoy existe una amplia y diversa producción teológica.
Los centros de producción teológica de antaño se desplazan desde Alejandría a Antioquia, Atenas a Jerusalén, de Europa y Norteamérica a Latinoamérica, África y Asia como en una dinámica migratoria moderna. No caeremos en el error de reclamar el centro, pues toda producción teológica tiene algo que decirnos de la realidad contextual y los sentires acerca de Dios en la vida de los pueblos; como diría Fray Julián Cruzalta: “Toda teología es contextual, enmarcada en su tiempo y espacio. No hay teologías eternas ni verdades absolutas”.
La teología cristiana se ha pensado por siglos. En cada época, lugar y cultura, la teología ha adquirido una particular definición, no siempre libre de pretensiones universalistas. La teología, como experiencia e intento de definición, está arraigada en diversos contextos propios de la historia[1] y de la expansión de los cristianismos.
En el devenir histórico han surgido diversas concepciones, desde aquellas que se identifican con un gentilicio, poniendo en evidencia que la teología se hace desde un lugar: teología europea, norteamericana, latinoamericana; las que se determinan desde los sujetos de su discurso: teología de las mujeres, de los pobres, de los indígenas; las teologías que se formulan partiendo de las identidades y confesiones religiosas: teología católica, protestante, evangélica, etc. Cada teología se vale de diversos métodos, o “un conjunto de operaciones recurrentes y relacionadas entre sí que producen resultados acumulativos y progresivos”.[2] La teología también parece identificarse enmarcada en el tiempo y en construcciones culturales de una determinada época. Se habla de teología del siglo IV, del siglo XVI, o de teología patrística o moderna.
Esto nos lleva a la necesidad de aceptar que todas las articulaciones intelectuales humanas relacionada con la fe son precisamente eso, construcciones humanas; y como tales conllevan sus “procesos contingentes de nacimiento, desarrollo, mudanza y, múltiples veces, ocaso”.[3]
Ahora bien, en esta búsqueda de construcciones y caminos para producir teología, el uso de la puntuación tiene su lugar:
(,) La coma. La pausa más o menos corta. Si hay algo fundamental en el quehacer teológico son las pausas, los silencios, el espacio para la escucha atenta. Me refiero a la escucha de los gritos, el llamado de los sujetos a través de los símbolos, la alerta de los signos.
(;) Punto y coma. Ahora se trata de una pausa más larga, una prolongación de la coma. Si en la coma escuchamos el clamor de humanidad, en el punto y coma; procuramos escuchar a Dios en esa realidad tal como lo muestra Mt 25, 44. Es la oportunidad para superar nuestra ceguera frente al ¿cuándo te vimos…?
(:) Dos puntos. Es el momento de la relación o correlación como diría Tillich. Si la teología que hacemos no se relaciona y contrasta con la realidad poco a nada podrá decir. Me refiero a ese “es decir” implícito de los dos puntos, que resulta significativo y aclarador para los destinatarios de nuestro quehacer teológico.
(¿?) La interrogación. Aunque no es necesariamente con lo que se inicia la teología, sin embargo, se insiste en su racionalidad medieval. El ser humano como ser senti-pensante no puede rechazar interrogarse e interrogar. Desde la pregunta de Dios: ¿Dónde está Abel tu hermano? Hasta la del hombre: ¿Qué quieres que haga? Y el ¿Por qué de las cosas? La teología encuentra la interrogación como expresión de sus incesantes indagaciones especulativas.
(…) Puntos suspensivos. Son los pendientes e inconclusos de toda producción teológica. Nos recuerda que toda teología por responder a un contexto y situación particular siempre es una expresión incompleta, abierta al diálogo y a los demás; jamás se puede ufanar de saberlo todo.
(“”) Las comillas. Permite considerar el lugar de los otros en el quehacer teológico, lo que corresponde en justicia a los sueños y construcciones de los demás. Es un respeto y valoración que siempre debemos tener ante aquellos que llevan más recorrido que nosotros; representan la gran nube de testigos que participan en esta vocación. Claro, también puede tener un sentido sarcástico propio de los “teólogos no de raza”.
( ) Paréntesis. Según los gramatólogos, estos dependerán del autor, como diciéndonos que en teología hay un lugar para nuestras ideas, sueños, creatividad y esperanzas, nuestros propios paréntesis. A veces, como Pablo, es posible decir: “Pero a los demás (digo yo) no el Señor…”.
(.) Punto. Representa los cierres, las conclusiones y sentidos completos con los que se teje todo discurso teológico. Pero también simboliza los cambios de continuidad, las rectificaciones, los giros, los saltos; abruptos y quiebres que surgen en nuestras búsquedas, las contradicciones y rupturas que nos embargan y enseñan a la vez.
(¡!) Admiración. Donde termina y comienza nuestra teología: la admiración, el asombro, la alegría, el dolor, la perplejidad; toda emoción humana que atraviesa nuestro ser y encuentra su lugar. Admiración y asombro es punto de llegada, pero solo para tomar viada, pues inmediatamente se convierte en punto de partida para nuestro compromiso teológico.
Debo confesar que, en lo que respecta a la puntuación teológica, todavía sigo aprendiendo.
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[1] Bevans, Stephen B. Modelos de teología contextual; Editorial Abya Yala, Revista Spiritus, Verbo Divino, Quito, 2004.
[2] Olga Vélez C., Método y teología latinoamericana. Revista Theologíca Xaveriana, núm. 135, 2000, pp. 415-433, Pontificia Universidad Javeriana, Colombia, 2000.
[3] Luis N. Rivera Pagán. Teología y cultura en América Latina, Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión, Heredia, Costa Rica, 2009.