Por muchas veces que se repita una mentira, seguirá siendo mentira. Puede ser que, de tanto repetirla, a algunos, incluso a muchos, llegue a parecerle una verdad, sobre todo si está revestida de un ropaje pseudoteológico en el caso de que nos movamos en el terreno religioso, o lanzada con soflamas épicas, si de la política se tratara. Aclaro, lo de las soflamas también es aplicable al terreno religioso.
La debilidad de los argumentos esgrimidos en torno a mi escrito sobre la inerrancia bíblica por Juan Paulo Martínez Menchaca desde México, o de Andrés Messmer, al parecer desde Madrid, utilizando la plataforma que da cobertura mediática a los más conspicuos defensores del fundamentalismo evangélico y habitualmente niega su acceso a quienes discrepan o se muestran críticos con el pretendido y defendido pensamiento único, la ponen de manifiesto ellos mismos, cuando atacan con tanta irrelevancia mi defensa de una lectura bíblica contextualizada y lo hacen con argumentos tan poco consistentes, como el esgrimido por Juan P. Martínez o, en el caso de Andrés Messmer, apoyándose en un depurado ropaje culteranista barroco del siglo XVII, claro que sin la belleza y contundencia de un Luis de Góngora,.
Ambos autores arremeten contra mis escritos en los que se denuncia la falsedad de la pseudo doctrina de la inerrancia bíblica, inventada por un grupo de extremistas norteamericanos el siglo pasado y documentada mediante la Declaración de Chicago (1978). La debilidad de fondo a la que hacemos referencia se deja sentir, por una parte, en la necesidad de apuntalar dicha Declaración, convertida en la “biblia” de los seguidores de la inerrancia, con otros dos documentos auxiliares que, a modo de reglamento, pretenden explicar y documentar las múltiples contradicciones y ex abruptosteológicos que contiene dicha Declaración, tanto desde el punto de vista -bíblico-doctrinal como hermenéutico. Se trata de Chicago Statement on Biblical Hermeneutics (1982) y Chicagop Statement Aplication (1986) que, según Martínez Menchaca, “son fundamentales para comprender la Declaración”. Y lo son, efectivamente, ya que se trata de dos documentos que, ante las incongruencias de la Declaración, la reconduce y trata de ordenar y darle sentido, sustituyendo el desatino por el dogma.
En el caso de Andrés Messmer, opta por una técnica de la que se han servido hasta la saciedad tanto los ideólogos marxistas del llamado socialismo real como los defensores del fascismo posterior a la Segunda Guerra Mundial, es decir, la mutilación y manipulación de los textos atacados, para que digan exactamente lo que esos autores quieren que digan y, todo ello, envuelto en ese barroquismo al que hacíamos referencia anteriormente, más propio de un Fray Gerundio de Campazas que de un pretendido profesor que se permite motejar de ignorantes a quienes no comulgan con su manipulación intelectual. Un ataque a la persona sin atender los argumentos del contrario.
Claro que el delito más grave de este tipo de polemistas demagogos es que se aprovechan de la pereza intelectual de la mayoría de sus lectores, que no se molestan en acudir a los textos atacados para conocer por iniciativa propialo que el autor denostado piensa y escribe y se dejan conducir dócilmente, por este tipo de gurús que cuentan, eso sí, con el apoyo institucional de la plataforma que les da cobertura. Si alguno de esos lectores quiere salirse de la tropa y saber exactamente lo que piensa y escribe Máximo García, tómese la molestia de leer sus escritos, especialmente su libro Redescubrir la Palabra. Como leer la Biblia (Clie.2016), sin dejarse embaucar por los autoproclamados defensores de la Fe y la Palabra, por muy adornadas de latinismos o “grieguismos”, fuera de lugar, con los que quieran adornar sus arengas.
Y aquí paz y después gloria. No se me busque ni se me rete para entrar en polémicas inútiles ni justas bizantinas.