En la frialdad
de la piedra
el cincel encuentra
la ruta de la belleza
José María Rodriguez Olaizola s.j.
Decía Pablo Picasso: «Cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando». Con este dicho, el pintor malagueño daba a entender que incluso una actividad como el arte, abierta a la creatividad o a la improvisación, requiere un trabajo y una metodología sistemática. Cuantos esbozos, pruebas, lienzos descartados… antes de culminar el cuadro que colgará en la galería o en el museo.
Algo análogo podemos deducir de quien escribe una novela, un ensayo filosófico o un tratado científico. Cuantas cuartillas rotas y un empezar de nuevo la idea, el relato o la descripción. Por no hablar de la reconsideración de las fuentes o de un nuevo replanteamiento u ordenación de los materiales de soporte. Incluso una jam sessión, sin un aparente ensayo previo, requiere el trabajo en solitario del músico antes de subir al escenario. La improvisación jazzística sólo es posible desde un serio trabajo previo.
Podríamos establecer un paralelismo con la redacción de los libros de la Biblia. Pero vayamos por partes y ordenadamente. Sin afirmar completamente un dictado literal, a semejanza de la posición islámica sobre el Corán, un concepto mal entendido de inspiración ha desplazado el criterio y la valoración del trabajo creativo de los autores de los textos bíblicos. La afirmación de Gregorio el Grande, uno de los padres de la iglesia de Occidente: «El autor del libro (la Biblia) es el Espíritu. Lo escribió aquel que dictó lo que se había de escribir» contribuyó, en el pasado, a asociar en algunas mentes la inspiración con el dictado. En el presente, el redactado del artículo VIII de La declaración de Chicago sobre la infalibilidad bíblica, en el que se hace referencia al hecho que los escritores de ambos testamentos: «Emplearon las palabras exactas que Dios había escogido», abonan la misma idea.
También se nos ha dicho que Dios reveló a los autores de los libros bíblicos lo que debían plasmar en sus escritos a través de diversas mediaciones como sueños, visiones, apariciones… Esta idea, más o menos enfática de inspiración mecánica (dictado, mediaciones) ha sido la fórmula para preservar la autoría divina, la inspiración de cada término y la inerrancia, incluso en cuestiones históricas o culturales del texto, como todavía se preconiza hoy en algunos círculos fundamentalistas.
Afortunadamente, cada vez más, incluso en contextos conservadores, se es consciente que este modelo de inspiración no puede corresponder a la realidad. La propia pluralidad de géneros (narraciones míticas, registros históricos, poesía, teatro, cartas, apocalíptica…), que reflejan la finalidad de les escritos, y de estilos literarios que evidencian la idiosincrasia de los autores, abonan un cambio necesario de paradigma.
El teólogo reformado Louis Berkhof estableció un importante giro en la comprensión de la inspiración al considerar que: «Dios no empleó a los escritores en un sentido mecánico, sino que […] los usó tal como eran, con sus personalidades y temperamentos, sus dones y talentos, su educación y su cultura, su vocabulario, dicción y estilo».
Agustí Borrell, doctor en Sagrada Escritura, comentando la constitución Dei Verbum, lo expresa con estos términos: «Los autores humanos, bajo la inspiración divina, escribieron como auténticos autores, que usaban, por lo tanto, todos los recursos que usa cualquier escritor». Respecto a la cuestión de la inerrancia, nos recuerda que las contradicciones que no forman parte de la enseñanza espiritual (cosmologías, geografía, historia secular…) son contextuales y que «la verdad bíblica no debe buscarse en la exactitud de los datos de carácter histórico o científico, porque (la Biblia) no pretende ser un tratado de historia ni un tratado de ciencias».
Si los autores de los textos bíblicos «usaban todos los recursos que usa cualquier escritor», la inspiración incluye la elaboración de un objetivo previo al proceso de constitución del texto, que proporcionase unidad y sentido a la totalidad del contenido. Así, el libro del Éxodo se convierte en el mito fundacional de Israel y en un elemento de esperanza para los hebreos deportados al transmitirles que también ellos tendrán su “salida”. Las cartas de Pablo pretendían resolver cuestiones teológicas y prácticas de las iglesias a las que dirigía sus epístolas. El Apocalipsis era un tratado de resistencia frente a la persecución del emperador Domiciano. Y así sucesivamente con todos y cada uno de los libros de la Biblia.
Si «usaban todos los recursos que usa cualquier escritor», la inspiración incluye la selección de las fuentes que permitirán la construcción del relato. Todo escritor, antes de empezar su aventura literaria selecciona, recopila y jerarquiza las diversas fuentes que empleará a la hora de transmitir sus ideas. Ningún escrito aparece por generación espontánea ni en un vacío cultural y literario.
Los redactores finales de los libros del Primer Testamento emplearon: a) Tradiciones orales. b) Las conocidas fuentes yahvista, elohista, deuteronómica y sacerdotal. c)Textos foráneos. Un ejemplo lo hallamos en la aparición de la figura del diablo que surge en el período intertestamentario por influencia del dualismo persa: Ahkiman y Ormaza, que los rabinos introdujeron posteriormente en el judaísmo.
En el caso del Nuevo Testamento son conocidas las abundantes fuentes tanto del Antiguo Testamento como del período intertestamentario, especialmente prolijo en producción, como lo atestiguan: a) El Talmud (interpretaciones y tradiciones orales acerca de la Torah. b) El conjunto de textos hallados en las cuevas de Qumrán. c) Los libros de Macabeos en los que aparece el tema de la resurrección, que Pablo planteará posteriormente en alguna de sus cartas. d) Textos sapienciales que salpicaran el conjunto bibliográfico.
Si nos centramos específicamente en los evangelios, habrá que mencionar: a) Tradiciones orales. b) El documento Q. c) Relatos sobre las enseñanzas de Jesús (parábolas, dichos, conversaciones…) y sobre su vida. d) Textos apócrifos…
No es el objetivo de este artículo relacionar la ingente cantidad de fuentes sobre la que existe abundante bibliografía; sino el considerar que el concepto tradicional de inspiración no entra en contradicción con el trabajo del autor de considerar y emplear diversas fuentes a la hora de dar forma al texto.
Quizá debemos modificar la forma de entender la inspiración. Sobre este concepto ha predominado, con mayor o menor énfasis, la iniciativa y el protagonismo divino; hecho que ha minimizado y subordinado el rol humano. Los autores de los libros de la Biblia actuaron como cualquier otro escritor: intuyeron ideas, conocieron las necesidades de su entorno, planificaron mentalmente sus escritos, redactaron esquemas que rehicieron en más de una ocasión, buscaron fuentes en los que apoyar sus presupuestos, lanzaron textos a la “papelera”, empezaron de nuevo, tuvieron dudas acerca de los contenidos finales, repasaron el texto… También en esta cuestión hemos de aprender a identificar en la inmanencia de lo humano la transcendencia de lo divino.
Jaume Triginé
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