Podemos poner todas las condiciones que queramos a esto de ser cristianos: formar parte de una iglesia, cumplir una moral determinada, ser heterosexual, leer la Biblia e intentar vivir bajo una de sus interpretaciones. Podemos poner el listón tan alto o tan bajo como se nos antoje, intentando buscar el perfil de cristiana y/o cristiano que nos parece más sublime, más divino, más cercano al superhombre o la supermujer por la que Jesús murió en la cruz.
Pero muy poco, o incluso nada de todo eso, tiene que ver con lo que en realidad nos ha hecho seguidoras y seguidores de aquel perdedor que no formó nunca parte de una iglesia, que tuvo conflictos con la moral de su tiempo, que jamás afirmó que la heterosexualidad era condición necesaria para construir el Reino de Dios; que no leyó la Biblia de manera literal, o que incluso se atrevió a reinterpretarla para que las mujeres y los hombres de su alrededor fueran más felices.
Lo que nos ha hecho cristianas y cristianos es sencillamente la respuesta afirmativa a la llamada de Jesús:
“Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres[1]”
Es cierto que no todo el mundo ha escuchado esta llamada al seguimiento, incluso habiendo nacido en una familia cristiana. Y cuando digo escuchado no me refiero a que lo hayan oído, sino que no han resonado dentro de su corazón las palabras de Jesús: “Ven en pos de mí”, exigiéndole una respuesta.
La persona cristiana ha oído con claridad que Jesús le llama, como Simón y Andrés en el mar de Galilea, y entiende que se le invita a dejar su entorno, su vida y su mundo, para adentrarse en el seguimiento de aquel que le está llamando, sin saber exactamente hacia donde va. El cristianismo es, por tanto seguimiento, es movimiento, no estancamiento. Un constante desplazamiento que no tiene su razón de ser en una meta en el más allá o en el más acá, sino que se justifica exclusivamente por el seguimiento constante del maestro, de Jesús de Nazaret. Él es el que en cada momento da sentido al lugar en el que estamos. Es hacia él que nos movemos, es sólo hacia él que deseamos aproximarnos.
Por eso el conservadurismo cristiano no tiene sentido, por eso la bibliolatría es absurda, por eso las estructuras religiosas corren siempre el peligro de convertirse en un freno al cristianismo. Por eso quienes intentan poner cláusulas extras al seguimiento de Jesús lo hacen en nombre propio saltándose lo más básico del evangelio.
Es también significativo que el llamamiento no se hace de manera individual, no es una voz del cielo que nos habla en lo más profundo y recóndito de nuestra alma. Sino que es una voz que escuchamos junto a otras personas y que nos invita a un seguimiento comunitario. La respuesta final es evidentemente individual, pero mucho tiene que ver nuestro entorno en todo esto. Es evidente que debemos actuar tal y como nuestra conciencia nos indique, por mucho que a muchos cristianos y cristianas les cueste respetar la libertad de conciencia, pero no debemos nunca olvidar que no somos llamados a una relación personal con Jesús, sino a una relación comunitaria con él. No siempre se puede ser cristiano y vivir en comunidad, la experiencia lo demuestra en multitud de ocasiones, pero la vocación cristiana no es un alejamiento del hermano y la hermana, sino una llamada a caminar juntos tras los pasos de Jesús.
La persona cristiana no sólo escucha sino que responde a la invitación de Jesús dejándolo todo y poniéndose en marcha. No es una respuesta teórica, no es necesario repetir un determinado credo, no hay que cumplir ciertas normas, sólo hay que dejar las redes, bajar de la barca, y ponerse a caminar. Y digo sólo de manera muy rápida, porque para muchas personas ese seguimiento ha significado y significa ponerse en una situación de vulnerabilidad, de riesgo, de peligro, o simplemente de marginalidad. A veces no entendemos lo que significa dejar las redes, el sustento, la seguridad… y nos montamos un pseudoevangelio que busca seguridades; es como si todavía siguiésemos pescando en el mar de Galilea y fuésemos incapaces de bajar de nuestra barca para seguir al maestro. Y desde allí gritamos y condenamos a quienes se han puesto en marcha tras las buenas noticias de Jesús. Pero sólo hay una respuesta posible al llamado de Jesús que nos convertirá en sus seguidores, dejarlo todo, y seguirle, sin nada más que el hermano y la hermana que viene a nuestro lado.
Tenemos muchas destrezas y habilidades, quizás tengamos una gran formación intelectual o destaquemos por nuestra enorme simpatía. Pero nada de todo esto sirve en principio en nuestra nueva vida cristiana. Lo que debemos hacer, hacia donde debemos ir, nuestra tarea inmediata, viene únicamente determinada por la voluntad del maestro. Él nos hará… no nos hace en un momento, no es un llamamiento mágico, sino un llamado que nos trasformará, que nos hará personas nuevas. Quizás después, mientras somos transformados,nuestros dones se puedan poner a disposición del evangelio, o quizás no. El seguimiento transforma, o dicho más radicalmente, sólo el cristiano y la cristiana que siguen a Jesús van siendo transformados a la imagen del maestro.
Jesús nos hará, junto a otros cristianos, nunca de manera individual o aislada, nuevas personas. En la comunidad seremos transformados, en una comunidad de seguimiento, no de estancamiento. En una comunidad que tienen su única razón de ser en el llamado de Jesús, no en cualquier otra característica humana. Las comunidades de heterosexuales no son comunidades cristianas, tampoco las comunidades lgtb o las de personas de un nivel social determinado… las comunidades cristianas son comunidades de personas diversas que han escuchado la llamada de Jesús y han decidido ir tras él. El resto de condicionamientos o características de una determinada comunidad son absolutamente secundarios. Sólo seguir a Jesús nos hace cristianos.
Y en ese seguimiento descubrimos algo nuevo, que el seguimiento de Jesús no nos lleva hacia Jesús, sino hacia otros seres humanos. Quizás también sea cierto que sólo a través de otros seres humanos podemos seguir a Jesús. Lo importante es tener en cuenta que Jesús no nos lleva a la Biblia, ni a la Iglesia, nos lleva junto a otras personas. Personas que en principio no tienen porque ser seguidoras de Jesús; por eso la separación fundamentalista entre cristianos y no cristianos es una división que no tiene nada que ver con el evangelio. Ser cristiano es seguir al Jesús que nos lleva no al cielo, sino a personas de carne y hueso que están alrededor nuestro. Y nos lleva, si estamos atentos a la praxis de Jesús en el evangelio, no a adoctrinarlas, a decirles que es lo que deben hacer o creer para convertirse en buenas y respetables personas cristianas, sino a acompañarlas y liberarlas de sus opresiones.
Y cuando hablamos de opresiones les ponemos nombres y apellidos. Algunos no se cansan de repetir y repetir que el cristiano tiene que liberar del pecado a los perdidos… entendiendo el pecado como no cumplir una determinada lista de reglas y costumbres que varían de una época a otra. Es decir, algunos no se cansan de teorizar el evangelio, de espiritualizarlo. Pero Jesús no nos llama a hacer esto, sino a liberar a los oprimidos en nombre de cualquier poder o de cualquier norma injusta que quiere proteger los derechos de las personas aceptables, buenas y ricas en nuestra sociedad o nuestras iglesias. Y opresiones hay muchas, las que está bien visto denunciar, pero también las que no lo están. Las que nos hace parecer buenos cristianos cuando las denunciamos, como las que nos hace posicionarnos fuera de la ortodoxia: pobreza, enfermedad, homofobia, machismo, racismo, clasismo….
Valorar el propio seguimiento es a menudo complicado y doloroso. Si queremos ser sinceros acabaremos por reconocer que nuestro seguimiento deja mucho que desear, que es demasiado difícil y complicado estar a la altura. Exige demasiado, mucho más de lo que estamos dispuestos a hacer en la mayoría de ocasiones. Pero al mismo tiempo queremos seguir a Jesús, queremos ir tras él. Sabemos que el verdadero significado de nuestra vida, aquello que le da sentido, tiene todo que ver con él. Por eso no nos damos por vencidas ni vencidos. Y de nuevo, le pedimos perdón a él y a nuestros hermanos y hermanas, e intentamos ponernos tras las huellas del maestro, siguiendo a aquél que nos llama a transformar el mundo que tenemos más cerca junto a otras personas que también tenemos cerca y que han escuchado con la misma claridad que nosotros la llamada de Jesús: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”.
[1] Mt 4,19.
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