Posted On 29/09/2023 By In Biblia, portada With 1002 Views

¿Quién soy? (Job 1:1-5) | José A. Fernández

 

El libro de Job es un texto complejo, tanto en el fondo como en la forma, pero también inmensamente bello. En sus líneas leemos acerca de la vida misma, de alegrías y tristezas, de desesperación, de tradición, de nuevos comienzos, de amigos y enemigos, de esposas y esposos, de hijos e hijas, y de Dios. Y en el proceso también nos leemos a nosotros mismos. Pero no nos leemos de forma pasiva, como quien lee diez minutos para ayudarle a dormir. Eso no es posible con este libro. Este texto es capaz de zarandearnos, de generar mil preguntas sin respuesta, de ampliar nuestro horizonte hasta tal punto que, mirando atrás, pueda ser difícil encontrar el lugar del que partimos. Es un texto complejo, sí, pero vale la pena pasar tiempo con él. Esta es la intención de esta serie de estudios. Vamos a ello.

 

“Aquí estoy, en mi molde” [1]

‘Erase un hombre en una caja metido’.

Así comienza, se podría decir, el libro de Job. Me explico. El texto dice:

“Había en el país de Uz un hombre llamado Job. Era un hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal.” (Job 1:1 RVR1995)

Leemos esto y creemos conocer a Job. Pero ¿qué quieren decir estas palabras? Una palabra sin contexto puede querer decir muchas cosas. Tomemos la palabra ‘lata’. No es lo mismo decir: ‘me estás dando la lata’, que decir: ‘pásame esa lata’. El contexto aporta un cierto sentido a las palabras o al menos elimina cierta ambigüedad.

En el versículo de más arriba tenemos este problema. Hay varios términos que describen a Job, pero, sin más contexto, no sabemos lo que quieren decir. Los términos hebreos detrás de estas expresiones aparecen en distintos lugares de la Biblia con distintos sentidos. Por ejemplo, el término que más arriba se traduce como ‘perfecto’, la palabra hebrea תם, aparece también en Génesis 25:27:

“Crecieron los niños. Esaú fue diestro en la caza, hombre del campo; pero Jacob era hombre tranquilo, que habitaba en tiendas” (Génesis 25:27 RVR1995)

La RVR1995 traduce la palabra aquí como ‘tranquilo’, mientras que la JBS la traduce como ‘entero’, la PDT como ‘callado’, y la LBLA como ‘pacífico’. Palabras, todas ellas, distintas, con distintas connotaciones. No es lo mismo decir que alguien es tranquilo, que decir que es callado, pacífico o entero. Eso sí, ninguna de las traducciones en español que he consultado traduce el término en este versículo de Génesis como ‘perfecto’ (lo cual tiene sentido, sabiendo cómo continúa la historia).

Ocurre algo parecido con otro de estos términos, la palabra hebrea ישר, traducida más arriba como ‘recto’. En el libro de Jueces leemos:

En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jueces 17:6 RVR1960)

La misma palabra se usa aquí como parte de una expresión para referirse a aquello que cada uno considera correcto desde su punto de vista.

Estos ejemplos muestran cómo distintos contextos aportan distintos sentidos a las mismas palabras. Quizá sea por esto que, en el curso de su historia interpretativa, encontramos gran diversidad de traducciones de este primer versículo del libro de Job. Para algunos Job era un hombre perfecto, para otros era íntegro. Algunos hablan de un Job sincero mientras que para otros Job era más bien religioso. Unos le llaman pío y otros simple. Y más.

 

‘El Cubo’

¿Existe algún contexto que nos permita acercarnos al sentido que estas palabras tienen en el texto? Para muchos comentaristas el contexto más adecuado para estos términos es el de la literatura sapiencial a la que pertenecen libros como el de Proverbios y Eclesiastés. En ella encontramos a menudo estos términos juntos, a modo de fórmula. De ser esto así, el autor estaría tratando esta combinación de términos como una figura retórica que apunta a un único concepto, como cuando alguien dice que ‘Juanito llegó a casa sano y salvo’. Se usan dos palabras, pero se quiere decir una sola cosa[2]. Igual aquí. Leemos cuatro términos para describir a Job, pero, en este contexto literario, lo que el autor realmente aporta por medio de esta combinación de palabras es la fórmula de la perfección dentro del mundo sapiencial. Una fórmula que, curiosamente, reaparece en labios del mismo Dios unos versículos más tarde:

“no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:8 RVR1960)

Dios no aporta nada nuevo, simplemente repite la misma fórmula hasta tal punto ¡que se refiere a sí mismo en tercera persona!

¿Conocéis ese programa de televisión llamado ‘El Cubo’? Durante el programa el concursante entra en un cubo de grandes dimensiones y, siguiendo ciertas reglas, ha de intentar batir cada reto propuesto. Así se suceden retos cada vez más complicados en los que el concursante puede ganar ciertas cantidades de dinero si no pierde antes todas sus vidas. De forma similar, se nos presenta en este texto a Job en su caja sapiencial. Tanto las reglas como el reto están más o menos claros (al menos para Job) y, según dice el texto, Job es muy buen concursante, quizá el mejor. Con una diferencia importante. Cuando acaba el concurso televisivo, el concursante puede salir y volver a su vida. Sin embargo, Job vive en esta caja. Para Job la caja es su vida, las reglas de la caja son las reglas de la vida, y las reglas de la vida son las de la caja.

 

El homúnculo que no es

Si preguntamos, pues, ¿quién es Job? El autor no nos dice realmente nada acerca de Job excepto que es muy buen concursante. Su descripción depende, en buena medida, de la caja que habita. Es su contexto – sus reglas, su lenguaje, su cultura, sus tradiciones – lo que da sentido a las palabras que le describen. Más o menos como tú, lectora, lector. Y como yo.

¿Nos describen, nuestras cajas, de forma exhaustiva? Parece que queremos encontrar hoy en día una chispa interior que nos alumbre, un pequeño homúnculo encerrado muy adentro nuestro que nos ayude a entender quiénes somos más allá de nuestra caja, nuestro verdadero ‘yo’. Quizá ese homúnculo interior nos aporte nuevas palabras que nos ayuden a encontrar descripciones más precisas de quiénes somos, incluso quizá de qué somos. Intentamos definirnos y redefinirnos más allá de las paredes de nuestra caja sin darnos cuenta de que cada nueva definición, lejos de ser nueva, no hace más que reflejar aquello que ya sucedió antes, de que en lugar de alumbrar desde dentro, más bien reflejamos lo de fuera. Damos por sentado, sin pensar mucho en ello, que existe una gran distancia entre lo de fuera y lo de dentro, entre nuestro ‘yo’ interior y el contexto que habitamos. Creemos que mirando dentro (dentro de qué, no lo sé) podremos encontrar respuestas a todas nuestras preguntas. No nos damos cuenta de hasta qué punto nuestros pensamientos no son realmente tan nuestros.

Es por esto quizá que cuando leemos este primer versículo creemos conocer a Job, que cuando leemos esos cuatro términos pensamos que describen a Job como ‘persona’, que nos aportan su verdadera identidad. El autor, creemos, está describiendo a ese pequeño homúnculo que habita dentro de Job. Y eso nos ciega, nos impide ver que no es así, que esas palabras no dicen realmente nada fuera del contexto del que proceden. Incluso esa idea de ‘persona’ que suponemos universal y compartida por todo ser humano no es nada fuera de su contexto, y en distintos contextos significa distintas cosas. No todos imaginan un homúnculo, un mundo interior. Otras gentes imaginan otras cosas[3]. Muchos de los conceptos que consideramos universales no son mas que construcciones, parte de nuestra caja[4]. Parece que, aunque dejemos abierta la posibilidad de que nuestra caja no nos defina de forma exhaustiva, lo cierto es que nos define mucho más de lo que creemos, tanto que es difícil imaginar definiciones que no dependan de ella.

 

La caja como paradigma

Que nadie me entienda mal. No hay nada malo con vivir en una caja. En algo así como una caja (que no un barco) tuvo que entrar Noé a mandato divino para evitar ser arrollado por las aguas del diluvio. En algo parecido (misma palabra en hebreo) depositó su madre al pequeño Moisés ante amenaza de muerte. Ambas cajas sirvieron como medios de salvación en esas historias. E igualmente nos parece conveniente a nosotros habitar en cajas, descansar en la certeza de sus reglas, disfrutar de la seguridad que tal entorno nos aporta. A veces conviene simplemente aceptar lo que nos dan mascado, quizá a veces no nos quede suficiente fuerza para mascar o no tengamos dientes para hacerlo. Hay momentos en que tenemos que aceptar lo que otros han encontrado, quizá porque estamos demasiado perdidos para buscar por nosotros mismos o porque nos faltan las herramientas para hacerlo. Puede que habitar en una caja resulte ser un medio de salvación en ciertas circunstancias y en determinados momentos. ¿Quizá no haya otra forma de vivir en este mundo? ¿quizá sea esta una parte indispensable de la condición humana? Y aunque así sea, ¿no será quizá posible también sacar la cabeza de la caja y mirar fuera, romper las paredes de esta caja en la que vivimos y construir otra distinta?

La historia de la ciencia ofrece una ilustración que nos puede ayudar aquí. Allá por los sesenta, algunos pensadores desarrollaron una nueva forma de entender el proceso que tiene lugar cuando una nueva teoría científica desbanca a otra más antigua[5]. Podríamos pensar (y muchos aún piensan) que este proceso es uno gradual en el que poco a poco se van acumulando evidencias que corrigen, modifican y transforman unas teorías en otras en un progreso constante hacia la verdad. Pero no es así. Para estos pensadores existen en el mundo de la ciencia ciertos paradigmas que permanecen fijos durante largos periodos de tiempo y que funcionan como filtros de las evidencias y los datos que encontramos en nuestro camino, permitiendo así que sólo aquellas interpretaciones que encajen con el paradigma reinante sean consideradas como válidas. Sólo cuando la cantidad de evidencias en contra de un cierto paradigma aumenta lo suficiente, tiene lugar una revolución, el cambio de un paradigma por otro. Y lo que se describe aquí en el mundo de la ciencia ocurre también en otros ámbitos[6].

Podemos entender, pues, nuestra caja como el paradigma en el que vivimos, cuyas palabras utilizamos para formar las narrativas que nos describen y que nos sitúan en el contexto que nos ha tocado vivir. Nuestra caja aporta las lentes por medio de las cuales observamos e interpretamos lo que nos rodea hasta tal punto que es difícil imaginar alternativas más allá de sus paredes[7]. Siendo esto así, no es de extrañar que en ocasiones haga falta un evento de grandes dimensiones para provocar un cambio de paradigma. Y, sin embargo, las revoluciones siguen ocurriendo.

 

La caja ‘mágica’ de Job

¿Es la caja de Job muy distinta de la nuestra? Poco sabemos. No sabemos quién fue o cuándo vivió Job, si fue real o ficticio, si era judío, edomita o de otras tierras. No sabemos si Uz fue una tierra real o algo así como Oz. Y si hablamos del texto, pues más o menos igual. ¿Quién lo escribió? ¿cuándo? ¿con qué intención? ¿en cuántas fases? ¿es esta una sola historia o varias historias puestas juntas? Mucho se podría escribir sobre esto, y se ha hecho.

Pero quizá se nos dice en el texto todo lo que necesitamos saber. En tan sólo cinco versículos recibimos una pequeña escena que nos permite vislumbrar un poco de la estructura interna de esta caja. Job se nos presenta como alguien que ofrece holocaustos por cada uno de sus hijos (y quizá hijas, aunque no lo diga el texto) porque piensa:

“Quizá habrán pecado mis hijos y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones” (Job 1:5 RVR1995)

No se trata esto de un pecadillo accidental o inadvertido. En el mundo de Job (al igual que en el mundo bíblico) el corazón es el centro del pensamiento y realiza las funciones que hoy asignamos al cerebro. Por tanto, quien maldice en su corazón lo hace de forma intencionada, no accidental. He aquí un rasgo curioso de esta familia. No sabemos qué tipo de padre fue Job, pero sí sabemos que estos son hijos (¿e hijas?) capaces de blasfemar contra (o maldecir a) Dios, incluso en una fiesta (o al menos eso piensa Job).

Ante esta posibilidad la solución que encuentra Job es la de ofrecer sacrificios para purificar a los ofensores, esperando apartar así las posibles malas consecuencias de sus actos. Como algunos comentaristas han notado, la caja de Job parece ser un tanto mágica, donde las acciones del padre tienen efecto en las vidas de los hijos sin necesidad de que ellos tengan que hacer nada al respecto (o como mucho seguir las instrucciones del padre). Esto es interesante. Nos adentramos en el mundo de la magia en la medida en que Job hace uso de un cierto ritual, de una cierta rutina, como medio para proteger a sus hijos. No es necesario usar pócimas o encantos secretos; una moralidad exaltada, con expectación de recompensa, es suficiente[8]. ¿Es posible quizá encontrar esta mentalidad en Job? Lo es. No olvidemos que, al fin y al cabo, esta forma de entender la espiritualidad era bastante común en el Antiguo Oriente[9] (¡puede que aún esté con nosotros!).

Y nos dice el texto:

“Esto mismo hacía cada vez” (Job 1:5 RVR1995)

O, con otras palabras:

“Para Job esta era una costumbre cotidiana” (NVI)

Esta era su rutina, su costumbre. Un elemento, este de las rutinas y las costumbres, muy típico de la estructura de las cajas. Tenemos aquí a un hombre extraordinariamente escrupuloso, que ha desarrollado ciertas rutinas con la intención de evitar los posibles efectos adversos que pueden venir de terribles pecados imaginados. No conocemos si las sospechas de Job son acertadas o no, pero da igual: para Job la mera posibilidad es suficiente. La lectora o lector puede juzgar cuán parecidas o distintas son nuestras cajas de la suya.

Por cierto, que el texto hebreo no dice exactamente “habrán blasfemado contra Dios”. El verbo que se utiliza aquí, la palabra hebrea ברך, es ambigua: unas veces se usa para ‘maldecir’ y otras para ‘bendecir’. Así, el texto podría ser traducido también como “habrán bendecido a Dios”. Sí, es cierto que todas las traducciones dicen lo primero, y sin duda que en este caso hay buenas razones para traducirlo así. Pero conviene no olvidar la distancia que existe entre lo que el texto dice y lo que creemos que quiere decir (o creemos que debería decir). Y esta distancia no ocurre solamente en este versículo, sino que se extiende por todo el libro, y en otras ocasiones no resulta tan sencillo elegir entre las posibles opciones. Conviene no olvidarlo, digo, porque en el libro de Job tenemos uno de los textos más complejos (¿corruptos?) de toda la Biblia. No faltan ambigüedades, incluso en los versículos más importantes del libro. Y no faltan tampoco intérpretes y desacuerdos.  Todo ello es parte de la tremenda belleza de este texto.

Esta ojeada rápida a la caja de Job me deja con una sensación un tanto extraña. Es cierto que por un lado no reconozco ciertas reglas y costumbres, fruto sin duda del contexto de esta historia, muy distinto al mío. Pero, por otro lado, me resulta muy familiar esta necesidad de habitar en medio de estructuras cuidadosamente ideadas para otorgarme cierta sensación de paz y seguridad, en medio de reglas y costumbres que me aporten la ilusión de tener cierto control en mi vida y de ser capaz de dar protección a aquellos cercanos a mí, de poder encontrar cierto sentido en medio de este diluvio de contingencias en el que vivimos. Me parece que no es tan distinta la caja de Job de la mía. ¿Y qué hay de la tuya?

 


[1] “I’m here, in my mold”, Bitter Sweet Symphony, The Verve

[2] Edwin M. Good, en su comentario del libro de Job, In Turns of Tempest, se refiere a la primera pareja de palabras utilizadas en el primer versículo para describir a Job como una hendíadis, una figura retórica utilizada para expresar un único concepto por medios de dos palabras coordinadas. Y podríamos decir lo mismo acerca de la segunda pareja de expresiones

[3] En su artículo de 1974 titulado “From the Native’s Point of View»: On the Nature of Anthropological Understanding, Clifford Geertz considera esta pregunta. En él, Geertz examina el concepto de ‘persona’ que existe en tres sociedades distintas, en pueblos de Java, Bali y Marruecos. Lo que aprendemos al observar las tremendas diferencias que existen entre ellos es hasta qué punto nuestro contexto es capaz de moldear incluso conceptos tan fundamentales como este

[4] Hablando en particular del concepto de ‘persona’, Charles Taylor, en su libro Sources of Self: The Making of the Modern Identity, ha trazado su desarrollo a lo largo de la historia occidental hasta nuestros días

[5] Estoy pensando, principalmente, en esa línea de pensamiento que comienza con Thomas S. Kuhn y su libro The Structure of Scientific Revolutions

[6] En un interesante artículo en New York Times titulado How to Get Someone Out of a Cult, Malia Wollan entrevistó hace algunos años a Janja Lalich, una mujer que pasó diez años como parte de un grupo Marxista-Leninista que ahora ella considera como una secta. Janja explica que la mejor forma de ayudar a alguien a salir de una secta es crear un grupo de amigos, parientes, abogados y consejeros, y pasar mucho tiempo con la persona en cuestión, preferiblemente de forma individual. Y lo mejor que podemos hacer es hacer muchas preguntas y asegurarnos de que existen suficientes evidencias en contra de las esperadas respuestas. La idea, dice Janja, es provocar que las dudas aumenten en la cabeza de esta persona de modo que, tarde o temprano, el peso de estas dudas provoque un cambio de paradigma

[7] Como Michael Freeden comenta en su libro Ideology: A Very Short Introduction, para muchos de nosotros resulta casi imposible vernos desde otro punto de vista

[8] Edwin M. Good lo describe así en su libro Irony in the Old Testament

[9] Yehezkel Kaufmann, The Religion of Israel

Jose A. Fernandez

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