En las últimas décadas la población en México ha diversificado sus creencias. Esta proliferación de credos es más amplia en cada censo desde 1950. La pluralidad no sólo es numérica, también complejiza los procesos sociales y crea nuevos escenarios que nunca antes se habían presentado, de modo que pone a prueba muchos aspectos necesarios para la sana convivencia social, algunos de ellos son la tolerancia y el respeto hacia diversas formas de manifestar lo religioso. Lamentablemente la diversidad religiosa no corresponde necesariamente a la tolerancia ya que se acentúan formas de exclusión al estar frente a otros que no creen como nosotros. De igual modo, al interior de las instancias religiosas, las formas de pensar la religión se han diversificado y no siempre obeceden el cauce institucional que rige la manera convencional de la fe.
Con ello, los grandes discursos que habían logrado mantener cierta homogeneidad en las iglesias se fragmentan. Estas formas de pensar diferente las podemos llamar disidencias, y se encuentran cada vez más presentes en las iglesias ya que los creyentes están inmersos en espacios más amplios a los muros religiosos. Frente a las pugnas internas emergen nuevos proyectos eclesiales que compiten entre sí; por un lado quienes descubren nuevas pistas para comprender la Revelación, por otro quienes luchan para que sus proyectos vetustos sobrevivan en una sociedad más diversificada. Sin embargo, la competencia no siempre se da en igualdad de condiciones, ya que hay grupos que ostentan el poder institucional y marcan las pautas a seguir en la comunidad eclesial. Para que ello pueda continuar, a falta de diálogo y acompañamiento mutuo, optan por excluir a quienes no piensan como ellos.
En este marco se puede entender lo que se sucita al interior de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México, que mediante el Sinodo del D. F., disciplinó al suspender de sus privilegios como miembros y ministros a siete pastores por diversas faltas que devienen por no acatar la decisión en torno a la ordenación de las mujeres para los ministerios eclesiales, cuyo concilio de resolución se llevó a cabo en agosto del año pasado en el municipio de Xonacatlán, Estado de México.
A pesar de que la INPM no tiene una representación numérica importante entre las minorías religiosas, su caso es un síntoma del panorama actual: el atrincheramiento y el fundamentalismo frente a otras formas de sociabilidad humana. Este es el camino que están siguiendo muchas de las minorías religiosas en México en su incapacidad para dialogar con formas más abiertas de pensar la religión y dentro de los marcos contemporáneos del reconocimiento a individuos vapuleados por la sociedad, como pueden ser las mujeres y, desde luego, las minorías sexuales.
En lo particular, la misiva enviada a los siete pastores presbiterianos deja claro la manera en que se conduce la institución y la forma en que se construyen los antagonismos que dividen lo sagrado de lo profano, lo bueno de lo malo, lo sano de lo enfermo, lo recto de lo desviado y otras tantas categorías que se pueden nombrar. Lo que interesa dejar en claro, es que el antagonismo se personifica con categorías negativas construidas simbólicamente.
La comunidad religiosa tiene una dimensión subjetiva ya que no sólo se entiende como un espacio institucional, también como un ámbito de conciencia estructurada y socialmente establecida. En ésta hay códigos distintivos que son importantes en la construcción de la naturaleza de la comunidad (la iglesia), y de la cual participan quienes están en sintonía con ella. Estos códigos generan las categorías usadas para diferenciar quién está en el camino correcto y quién no; por ello, se fomentan antagonismos para diferenciar a los individuos dentro de la comunidad: lo homólogo y lo antipático, o en palabras más simples, un polo positivo y otro negativo. En el primero, están todos los pastores y personajes importantes en la INPM que han caminado por la sana doctrina y han dado su vida para la iglesia como hombres de ejemplo y testimonio. En este polo caben los héroes fundadores del presbiterianismo como Arcadio Morales, Eleazar Z. Pérez, etc. En el segundo, están quienes la institución construye negativamente como personas “anticristianas”.
El sociólogo Jeffrey Alexander, en su estudio sobre la sociedad civil, encontró que esta dualidad existe a nivel social, por lo que no es extraño que se presente en ámbitos que devienen de sociedad, como el religioso. Señala que en los imaginarios de la sociedad, estos personajes “carecen de la capacidad de comportamiento voluntario y responsable”.[1] Por ello, resulta inevitable dejar en claro cómo se construyen los antagonismos en la misiva enviada a los pastores presbiterianos. No es necesario inferirlas del texto, pues están escritas claramente para dejar asentado las cualidades anticristianas:
Carácter inestable, violento; espíritu de desunión. Vida sin control del Espíritu. Rumores, chismes, levantamiento de falsos, difamación. División entre grupos. Acusación ante las autoridades civiles. Abuso de autoridad. Promoción de divisiones […] Desacato a disposiciones oficiales. Rebelión, desunión y cisma […] Rumores y falso testimonio. Ataques y amenazas. Desacato, injurias, irrespetuosidad.[2]
Los abundantes adjetivos para describir el antagonismo son necesarios para dejar en claro no sólo quiénes son ellos, sino quiénes no somos nosotros. Con decir tan sólo que no hay disposición a los acuerdos oficiales era suficiente; sin embargo, la maximización de las caracteristicas negativas deja en claro la alteridad con la cual marcan una división. Son una especie de anticreyente o anticiudadano del Reino.
Estás categorías y la construcción antagónica no es gratuita, emerge en un momento donde las instancias religiosas tienen menos control sobre los individuos, no sólo con los feligreses, sino con los propios profesionales de la fe, los pastores, quienes disienten de las maneras en que se conduce la institución. La antropóloga Mary Douglas, señala al respecto:
Siempre que las organizaciones religiosas han disfrutado de poderes coactivos o se han encontrado en condiciones de ofrecer recompensas selectivas en forma de riqueza o influencia a sus miembros más comprometidos, sus creencias han conocido los periodos más estables y prósperos. Y cuando desaparecen esas condiciones, por la causa que fuere, sobrevienen eras de fracciones y cismas.[3]
El presente episodio presbiteriano deja ver la formación de un grupo que institucionaliza su manera de pensar al hablar sobre la sana doctrina en contraposición al diálogo hacia otras formas de pensar la religión. La institución, al carecer de respuestas necesita dejar en claro quién no son ellos, y quién es el enemigo para así legitimar su actuar frente a una sociedad pecadora. La misma Douglas señala:
Para mantener su forma cualqueira institución necesita legitimarse mediante una fundamentación específica en la naturaleza y la razón; luego facilita a sus miembros un conjunto de analogías con que explorar el mundo y justificar la índole natural y razonable de las normas instituidas, y así consigue mantener una forma identificable y perdurable.[4]
La comunidad de creyentes no sólo construye sus héroes de la fe, también sus antiheroes: personas consideradas un mal ejemplo para la naturaleza institucional.
Como parte de este síntoma, fue muy destinado que Abner López rubricara el documento de la disciplina. La razón es simple, su posición política como lider evangélico ha dejado mucho que desear para aquellos que dice representar. López ha tomado dos caminos que no ha sabido conciliar y se ha desempeñado en dos campos de modo contradictorio; al exterior de la INPM se mueve en un ámbito político con gran audacia al pregonar la importancia de la libertad de conciencia como fruto de las iglesias protestantes, incluida la presbiteriana; al interior de ella salvaguardando la instancia eclesial para evitar la infiltración de personajes indeseables y tachados por su mal ejemplo, cerrando filas en torno a un fundamentalismo cada vez más visible en el presbiterianismo mexicano.
Finalmente, el soplo de Clío que refresca la memoria y el juicio de la historia siempre se hace presente. Abner López que meses atrás negociaba con lo más conservador de la derecha política mexicana,[5] ha dejado de ser el mismo que en 1996 acompañó a uno de los próceres de la Teología de la Liberación, Leonardo Boff, en la Comunidad Teológica de México, justo cuando se desempeñaba como moderador de la INPM.[6] Tampoco es aquel que en 1973 se sumó a la huelga estudiantil del Seminario Teológico Presbiteriano de México al rubricar, junto con otros estudiantes, las siguientes palabras:
La indiferencia ha sentado sus reales y se ha enseñoreado de la conciencia de quienes debieran oirnos y resolver nuestras peticiones; nuestra voz se ha perdido en la lejanía de los confines de nuestra Patria y no se ha tomado en serio nuestra propia existencia como futuros ministros de la Iglesia Presbiteriana. Nos preguntamos: ¿Qué está sucediendo a nuestros dirigentes? Se han olvidado de sus funciones como tales, ¿o han perdido el rumbo que debe seguir la Institución?
[…]
No somos rebeldes, no somos incomprensivos, no somos agitadores ni denigramos a nadie, sólo decimos la verdad; no somos “comunistas” ni estamos influenciados por ideas exóticas; no estamos buscando algún provecho o canongía material […] deseamos superar nuestros problemas por la vía del diálogo y de la normalidad; pero se nos hostiliza, se nos repudia, se nos menosprecia.[7]
[1] Jeffrey Alexander, Sociología cultural. Formas de clasificación en las sociedades complejas, España, Editorial Anthropos/FLACSO, 2000, p. 153.
[2] Notificación del Sínodo del D.F. 4 de julio de 2012. Documento personal.
[3] Mary Douglas, Cómo piensan las instituciones, Madrid, Alianza Universidad, 1986, p. 44-45.
[4] Ibid., p. 163.
[5] Itxaro Arteta, “Limpian de brujería a Vázquez Mota”, en Reforma, 6 de junio de 2012.
[6] El Faro, marzo-abril, 1996, pp. 54-55.
[7] Manifiesto de los alumnos del Seminario Teológico Presbiteriano de México. 4 de junio de 1973. Documento personal.
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