“Si hacemos sonar la campana de la libertad desde cada ciudad y aldea, desde cada estado y metrópoli, podremos acelerar la llegada del día en el cual todos los hijos de Dios, blancos y negros, hebreos y gentiles, protestantes y católicos podrán cogerse de la mano y cantar las palabras de aquel viejo espiritual negro: Libres al fin, libres al fin. Gracias a Dios Todopoderoso, por fin somos libres” (Agosto de 1963. Discurso de la Marcha sobre Washington).
Apenas habían transcurrido 15 días desde la marcha sobre Washington cuando sucedió. En Birmingham, Alabama, la ciudad más próspera y racista del Estado. El 15 de septiembre se cumplieron 51 años.
La Iglesia Bautista de la Calle 16 saltaba por los aires debido a una bomba colocada por miembros del Ku-Klux-Klan. No era la primera vez que algo así pasaba pues se calcula que entre 1950 y 1963, hubo más de 40 atentados con bombas en la ciudad. Dicen que en lugar de Birmingham la llamaban Bombingham. Bombas colocadas en Iglesias de la comunidad negra y casas de líderes de los derechos civiles (incluída la del hermano de Martin Luther King), coches incendiados, linchamientos, agresiones a la orden del día.
En esta ocasión, tampoco la elección del objetivo era casual ya que el edificio de la Iglesia era centro de actividades del movimiento por los derechos civiles liderado por Martin Luther King Jr.
Cuatro niñas afroamericanas que asistían a la Escuela Dominical, resultaron muertas (Denise McNair -11 años-, Addie Mae Collins -14años-), Cynthia Wesley -14 años- y Carole Robertson -14 años) y veinte personas más (en su mayoría niños) resultaron heridas.
Inmediatamente las autoridades identificaron a los sospechosos que se creían impunes y alardeaban de ello : Robert Chambliss, Bobby Cherry, Herman Cash y Thomas Blanton. Y es que los actos de violencia terrorista eran instigados y alentados desde el poder (el propio gobernador de Alabama, George Wallace, era abiertamente racista y contrario a la integración), que además ofrecía impunidad, e incluso reconocimiento social, a los atacantes.
El FBI, dirigido por el racista Hoover cuyo odio por Martin Luther King era enfermizo y notorio, cerró en falso la investigación en 1965. Nadie fue acusado formalmente ni, menos aún, condenado.
Sin embargo, en 1971, el fiscal general de Alabama decidió reabrir el caso y en 1977 sería condenado Robert Chambliss, quien falleció en la cárcel en 1985. En 1994 falleció Herman Cash y, por fin, en 2000 se pudo acusar formalmente a los otros dos: Bobby Cherry y Thomas Blanton fueron condenados en 2001 a cadena perpetua. Cherry moriría en la cárcel en 2004. Blanton aún continua en ella.
Con todo, los cuatro asesinos nunca dejaron de ser más que peones voluntariosos al servicio de la estructura de poder racista que imperaba en el Sur y que incluía el fuerte adoctrinamiento de las iglesias evangélicas fundamentalistas blancas cuyas consignas impregnaban la vida de sus miembros de la cuna a la tumba.
En aquella ocasión, sólo gracias a la fuerte convicción y acción de los luchadores por los derechos civiles se pudo evitar una respuesta violenta a la agresión y un enfrentamiento social de consecuencias trágicas. Fue en aquel contexto en el que resonaron las palabras del pastor, colocando muy alto el listón de la no-violencia hasta un punto que hoy nos sigue resultando desconcertante por su radicalidad:
“Diremos a los enemigos más rencorosos: A vuestra capacidad para infligir el sufrimiento opondremos la nuestra para soportarlo. A vuestra fuerza física responderemos con la fortaleza de nuestras almas. Haced lo que queráis y continuaremos amándoos; no cooperaremos con el mal pero tened la seguridad de que os llevaremos hasta el límite de nuestra capacidad de sufrir. Un día ganaremos la libertad pero no será solamente para nosotros…nuestra victoria será una doble victoria” (Martin Luther King Jr. “La fuerza de amar”)
Hoy cuando consideramos el lacerante estatus de tantos cristianos perseguidos y asesinados, y cuando crece el clamor que legitima que se responda a la violencia con la violencia, el recuerdo de aquellos hechos pudiera, salvando las distancias, servirnos de orientación incluso aunque muchos elementos parezcan repugnar a nuestro sentido común, a nuestro sentido de la supervivencia. Y, con todo, manteniendo el difícil equilibrio que supone no renunciar tampoco a la lucha por la justicia. Nada más y nada menos.
Pero eso no lo podemos decidir ni juzgar nosotros desde nuestros cómodos balcones con vistas inmunes a la tragedia. Lo tendrán que hacer ellos, si es que deciden asumir ese más difícil todavía entrando por una senda que tan pocas veces ha sido transitada en la ya larga historia de nuestro pueblo, pero nadie, y Jesús menos que nadie, dijo nunca que fuese fácil. En cualquier caso “…a lo largo del camino de la vida alguien debe tener el suficiente sentido y moral para romper las cadenas del odio. Esto sólo se puede conseguir proyectando la ética del amor al centro de nuestras vidas” (Martin Luther King Jr. “Los viajeros de la libertad”).
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