La primera vez que viajé a México, hace ya muchos, muchos años, tenía un objetivo central, aunque ese no fuera el motivo que justificaba mi viaje: encontrar las obras de León Felipe. Imposible topar en España, en esos años, con los libros de un autor maldito como era el autor de La Insignia. Algunos encontré en mi precipitada búsqueda; pequeños volúmenes editados por Finisterre Editores en la “Colección León Felipe” o por Colección Málaga, en formato breve ambos, reducidos, fácilmente transportables en cualquier bolsillo de la chaqueta. Especialmente cuatro de esos volúmenes contribuyeron a alimentar mi época de primera madures, en el inevitable tránsito de la juventud a la edad adulta: La Insignia, El payaso de las bofetadas y el pescador de caña, El ciervo y otros poemas y Español del éxodo y del llanto.
León Felipe, el pseudónimo con el que ha pasado a la historia, nació en Tábara, Zamora, en el seno de una familia acomodada, el 11 de abril de 1884 y falleció en el destierro en la Ciudad de México el 18 de septiembre de 1968. Cultivó no solamente la poesía, sino también el teatro y la traducción; forma parte de la conocida como Generación del 27. Su nombre completo, desconocido para el gran público: León Felipe Camino Galicia de la Rosa. Su primer oficio, aparte del de farmacéutico que ejerció durante algunos años, fue el de cómico y su forma de vida la de un bohemio que le llevó a recorrer la mayor parte de los pueblos de España y a residir en Guinea Ecuatorial; estuvo encarcelado durante tres años y fue protagonista de un matrimonio fracasado. Su primera obra publicada fue Versos y oraciones del caminante, en 1920.
De fuertes convicciones republicanas, viajó a México en 1922 donde pronto se abrió un espacio en los círculos intelectuales. Regresa a España al estallar la Guerra Civil, en 1936 para colaborar con gran entusiasmo con el Gobierno Republicano; en 1938 se vió obligado a emigrar nuevamente a México, en un exilio que le acompañaría hasta su muerte. En México ejerció como agregado cultural de la embajada de la República española en el exilio. Un poeta “maldito” al que todavía no se le ha concedido el lugar que le corresponde en el parnaso de los grandes autores españoles contemporáneos de proyección universal.
La obra de León Felipe es un fiel reflejo de su propio estado de ánimo, de sus convicciones más arraigadas, de su compromiso social, de su rechazo a la dictadura, de su repudio de la pobreza y de la marginación. Su estilo que refleja una gran austeridad; en él no sobra ni una palabra, ni una coma; todo está medido y calculado para dejar fiel testimonio de su denuncia, de su asco, de su rebeldía, de su amargura, que a veces no encuentra otra forma de expresión que no sea mediante la blasfemia. Él se define a sí mimos como “poeta prometeico” al que atribuye una fuerza humana que permite levantar al hombre “de lo doméstico a lo épico, de lo contingente a lo esencial, de lo euclidiano a lo mítico, de lo sórdido a lo limpiamente ético”.
He llegado al final,
¿Quién me ha traído hasta aquí?
Y por qué me han traído hasta aquí?
Yo no quería cantar…
Y ahora parece que ese era sólo mi destino:
Cantar, rezar, gritar, llorar, blasfemar…
Y con una voz de publicano,
Con una voz de energúmeno,
Con una voz parda, rota, agria, irritante…
El Gobierno de la República estaba ya de retirada en Barcelona. Verano de 1938. Los rebeldes habían atravesado el Ebro. El final se anticipaba dramático. Los republicanos seguían ofreciendo su sangre para salvar lo que ya algunos veían con claridad que era insalvable. España estaba perdiendo su identidad. “Allí perdimos todos” es la sentencia de León Felipe. Ante aquella derrota inevitable, en medio de la más espantosa desolación, el poeta se embarca en el “Bretaña” camino del destierro y en el trayecto escribe El payaso de las bofetadas, una obra que está en el núcleo de su pensamiento, de su desgarro. León Felipe se repite a sí mismo con frecuencia, coloca versos en una y otra de sus obras, redundando las palabras pero dándoles en cada lugar un sentido nuevo. Este poema sonó como un latigazo cuando el poeta lo pronunció por primera vez ante un auditorio extasiado, en La Casa de la Cultura de La Habana, en tránsito hacia México.
Anteriormente León Felipe había escribe La Insignia; y lo hace cuando la tragedia civil llevaba arrasando España tres meses. Entonces nadie en la República podía imaginar el final que se produciría tres años después. Este poema se escribió entre la caída de Málaga y la de Bilbao. Una edición especial de quinientos ejemplares fue arrojada desde el aire de Valencia para regocijo de sus ciudadanos. León Felipe supone para los republicanos un viento fresco que representa los más claros anhelos de redención. Es el precursor de una teología de la liberación laica; un profeta bíblico que denuncia la injusticia y la opresión. La idea de una España libre y soberana de su destino le circula por su sangre de poeta. El símbolo de un pueblo que no consiente en dejarse domeñar por las huestes rebeldes.
A ciento treinta años de su nacimiento y cuarenta y seis de su muerte, hora es de que la España a la que tanto amó y por la que tanto sufrió; la España a la que dedicó su voz parda, rota, agria, irritante, ofrezca un homenaje de reconocimiento al bardo León Felipe y promueva su obra entre una generación que, al igual que el poeta, grita, llora, blasfema…, machacada por nuevas formas de opresión, pero que no es capaz ni de cantar ni de orar porque le faltan argumentos para hacerlo.
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