“Para libertad fue que Cristo nos hizo libres; por tanto permaneced firmes, y no os sometáis otra vez al yugo de esclavitud.
Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados, sólo que no uséis la libertad como pretexto para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros.
Porque la ley en una palabra se cumple en el precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Pero si os mordéis unos a otros y os devoráis unos a otros, tened cuidado, no sea que os consumáis unos a otros.
Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no cumpliréis el deseo de la carne.
Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis.
Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley.
Ahora bien, las obras de la carne son evidentes, las cuales son: inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, sectarismos, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes, contra las cuales os advierto, como ya lo he hecho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el Reino de Dios.
Más el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley.” (Gálatas, 5, 1, 13-23).
Nadie puede negar que la nuestra es una sociedad hedonista en la que se vive por y para la exaltación de los placeres. Sin embargo, y desde las diferentes tradiciones religiosas, siempre se nos ha enseñado que el placer o los placeres están directamente relacionados con algo pecaminoso o inmoral. También la cultura popular ha redundado en ello, no en vano tenemos el dicho: “todo lo que me gusta o es pecado, o engorda.” Esto ha dado lugar a que nuestra relación con el placer o los placeres sea de carácter ambiguo, y muchas veces nos debatimos entre lo apropiado o no de un determinado comportamiento relacionado con ellos.
Entre los siglos IV y III a.C, vivió un filósofo griego llamado Epicuro que fundó una escuela llamada El jardín y que ha sido considerado el padre del hedonismo. En uno de sus textos, que puede ser considerado como su testamento ético, escribe:
“Por eso decimos que el placer es el principio y fin del vivir feliz. Pues lo hemos reconocido como bien primero y connatural, y a partir de él hacemos cualquier elección o rechazo, y en él concluimos cuando juzgamos acerca del bien, teniendo la sensación como norma o criterio. Y puesto que el placer es el bien primero y connatural, no elegimos cualquier placer, sino que a veces evitamos muchos placeres cuando de ellos se sigue una molestia mayor. Consideramos que muchos dolores son preferibles a los placeres, si, a la larga, se siguen de ellos mayores placeres. Todo placer es por naturaleza un bien, pero no todo placer ha de ser aceptado. Y todo dolor es un mal, pero no todo dolor ha de ser evitado siempre. Hay que obrar con buen cálculo en estas cuestiones, atendiendo a las consecuencias de la acción, ya que a veces podemos servirnos de algo bueno como de un mal, o de algo malo como de un bien.” (Epicuro, Carta a Meneceo).
Como podemos apreciar, este texto, de una forma muy sabia, relaciona directamente el placer o los placeres con la libertad humana. Libertad que podemos ganar o perder según las elecciones vitales que hagamos.
Y esto me lleva directamente a considerar uno de los textos más emblemáticos del apóstol Pablo –citado más arriba- que, en mi opinión, también relaciona el ejercicio de la verdadera libertad con la elección o discriminación de determinados supuestos placeres, a través de los cuales podemos estar poniendo en peligro una de las mayores y mejores capacidades que Dios nos ha dado: la de ser libres.
Este texto propuesto de la carta a los gálatas contrapone radicalmente dos formas del ejercicio de nuestra libertad: una que nos esclaviza y, por tanto nos deshumaniza y nos hace más infelices; y otra que nos hace más libres y, por tanto nos humaniza y nos hace más felices.
Pablo quiere dejar muy claro que la libertad es un llamamiento ineludible para todos aquellos que hemos decidido seguir al Maestro y sus enseñanzas. Sin embargo, el peligro es evidente: equivocar el ejercicio de dicha libertad y entrar en un proceso de esclavitud permanente. Sin duda, se trata de una cuestión de elección.
El apóstol nos advertirá de que la verdadera libertad está íntimamente relacionada con el amor, el cual se pone en movimiento a través del servicio de los unos para con los otros. Sin embargo, cuando se entra en una dinámica de exclusión, humillación, corrupción, idolatrías, envidias, sectarismo, cosificación, etc. (v. 15, 19-21), se está renunciando al ejercicio de la libertad a la que Dios nos ha llamado, Todas estas acciones tienen que ver con el deseo (placer) de “la carne” que, lejos de tener que ver únicamente con unos comportamientos sexuales mal entendidos centrados sólo en los cuerpos, están más bien conectadas con una visión de los seres humanos como simples cosas a las que puedo utilizar a mi antojo. Este tipo de acciones son radicalmente malas y esclavizan no sólo al que las elige, sino también a las personas que son objeto de ellas. De este modo, lo que Pablo nos propone es que “la carne”, y las acciones que se derivan de ella, trasciende la mera corporalidad.
Pero, el escritor de la carta a los gálatas nos presenta una alternativa: la opción por el “espíritu” y las acciones que proceden necesariamente de ella. El “espíritu” no debería ser considerado en ningún caso como algo descarnado, separado de nosotros y radicalmente opuesto a nuestros cuerpos, ya que a través de ellos, y sólo gracias a ellos, podemos expresar de forma efectiva nuestras opciones vitales. Al contrario, el espíritu, junto a nuestra corporalidad, es lo que nos permite seguir progresando en la construcción de nuestra propia humanidad y la de los otros. Por tanto, mientras “la carne”, identificada con la corporalidad, acaba por trascenderla, “el espíritu”, identificado con la trascendencia, necesita la corporalidad para explicitarse. Pero, ¿cuáles son las acciones relacionadas con el espíritu, que nos humanizarán y nos harán más felices y más libres? Pablo lo tiene claro: amor, alegría, paz, indulgencia, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio. Cualquier ser humano cuyas elecciones se identifiquen con ese “fruto del espíritu” se libera de cualquier sometimiento a cualquier ley: “contra tales cosas no hay ley”, nos dice el texto (v. 22-23).
En resumen, el apóstol nos presenta dos tipos de placer o placeres; del primero se nos advierte que nos llevará inexorablemente a una experiencia más dolorosa que lo satisfactorio del propio placer, puesto que nos convertiremos en esclavos, renunciando voluntariamente, a nuestra propia razón de ser; del segundo, se nos dice que, optando por él, obedeceremos al llamamiento y a la verdadera vocación a la que Dios nos ha destinado: la libertad, la cual hará de nosotros personas que practiquen el amor, la alegría, la paz, la indulgencia, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio propio. La elección, sin duda, es nuestra, con todas sus consecuencias.
“Por ello, cuando decimos que el placer es el objetivo final, no nos referimos a los placeres de los viciosos -como creen algunos que ignoran, no están de acuerdo o interpretan mal nuestra doctrina-, sino al no sufrir dolores en el cuerpo ni estar perturbado en el alma. Porque ni banquetes ni juergas constantes dan la felicidad, sino el sobrio cálculo que investiga las causas de toda elección o rechazo y extirpa las falsas opiniones de las que procede la gran perturbación que se apodera del alma.” (Epicuro, Carta a Meneceo).
«Nadie, al ver el mal, lo elige, sino que se deja engañar por él, como si fuera un bien respecto a un mal peor». (Epicuro, Exhortaciones)
La libertad es, sin duda, un bien mayor y una vocación divina, sin embargo, y paradójicamente, depende de nosotros hacer las elecciones adecuadas para seguir progresando en ella.
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