Posted On 02/12/2022 By In Opinión, portada With 689 Views

Reflexión del pasado Primer domingo de Adviento | Ramón A. Pinto Díaz

Reflexión del pasado Primer domingo de Adviento

Mateo 24: 36-44 (Ciclo A)

La vida cristiana es una continua tensión entre la espera y el olvido. El evangelio es una Buena Noticia que ha llegado, y que simultáneamente nos llama a la espera futura. Puesto que todo ha sido creado, y todo está en proceso de crecer y madurar, nuestra vida termina siendo el dulce equilibrio entre lo que está terminado y lo que aún falta por construir.

Esperamos lo que aún no es, y dejamos al olvido lo que ya no esperamos. Podemos dar vigor a la espera cuando miramos lo que ya se ha cumplido, pues nos recuerda cuánto demoran muchos eventos hasta que suceden: formar una familia, una nieta, una reconciliación. No pocas veces, debemos esperar toda una vida para alcanzarlas. De nuestras esperas aprendemos a esperar; anhelando el porvenir, dejamos de olvidar.

Jesús, a pocos días de la Cruz, advierte a sus discípulos la continua tensión entre la espera y el olvido. Su propia presencia es el cumplimiento de la promesa mesiánica, aquella que muchos creyentes solo pudieron contemplar desde el pasado; saludando la promesa como ya tangible, pese a siglos y siglos de distancia de su cumplimiento.

Muchos otros, al igual que en la historia de Noé, vivieron sus vidas olvidando la promesa, dejaron de creer. Embriagados por los afanes y seducciones de la Vida Cristiana, la inmediatez les surgió como una bruma tras la cual era imposible esperar la promesa. Bajaron la mirada dejando que su corazón se llenara de otras cosas;  dándolas por perdidas su corazón ya no les anhelaba.

Del mismo modo, los discípulos de Jesús podían caer en la tentación del olvido cuando el maestro ascendiera. Por ello les reitera su mensaje de advertencia: «estén preparados para aquel día». Las persecuciones, el hambre y el martirio podrían desmoralizar la espera en el retorno de Cristo, llenándose de las urgencias del ahora, apagando la llama de la paciente espera, y dejándose sofocar por la amargura del olvido.

Del mismo modo que mujeres y hombres de fe, anhelaban pacientemente la llegada del Mesías; así también, la promesa encarnada,  Jesucristo, nos invita a elevar el rostro y esperar su regreso. Con paciencia, con porfía, resistiendo las distracciones y agobios que nos desvían la mirada de la esperanza. Perseverando en aguardar su regreso, su gloria y su cobijo; una enfermedad que nos incapacita, un trabajo en que nos explotan, un hijo por el cual sufrimos o una madre que en su enfermedad ya nos ha olvidado. Son tantas las razones para dejar de esperar, para desalentarnos por el hoy, para no mirar más hacia el horizonte de la espera, de la promesa final. Es el dolor, es la perdida, es la ruina y la decepción. Son tantas, que pareciera que hay más razones para no esperar, que para hacerlo, que la espera ya es ilógica y no tiene sentido.

Sin embargo, se puede…

Al igual que Pedro sobre las aguas, podemos mirar al maestro y no caer en las aguas del desaliento. Mantener la paz y no hundirnos en el abismo de la desesperación. Es la mirada de fe, esa que se aferra al Re1ersucitado y decide creer, porque comprende que es la única certeza de nuestras vidas. La roca de nuestro socorro.

Belén nos recuerda que Dios cumple sus promesas. Y del mismo modo que miles de creyentes a lo largo de la historia murieron esperando al libertador. En nuestras vidas, la promesa del Mesías ya cumplida, es ahora nuestra esperanza, es la garantía, es el espíritu de su regreso, de nuestro encuentro en su presencia.

El Belén de nuestros corazones nos recuerda la promesa cumplida en Cristo, y la dulce espera de nuestro encuentro en su regazo. Su presencia que ha nacido en nuestro corazón renueva en cada amanecer el regalo de que cada día podemos esperar en él.

Este renuevo es el bálsamo que sana y el vino que alegra, es la plenitud en medio de lo cotidiano.

Así que disfrutemos la espera, caminando en comunidad, perseverando en esa esperanza inamovible que el Padre nos regala cada día en su Hijo. Jesús, quien nacido en Belén nos encarna su Gran Amor que bendice en abundancia a toda la Creación.

 

1er Domingo de Adviento.

27 de nov 2022

Ramón A. Pinto Díaz

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