Génesis 2: 7-10
“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.
Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado.
Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Y salía de Edén un río para regar el huerto, y de allí se repartía en cuatro brazos.”
Cuando hago la lectura de este pasaje no puedo evitar imaginarme este lugar. La hermosa forma en que el autor narra la intervención de Dios me traslada a los arbustos llenos del roció de la mañana, los arboles cargados de gran variedad de placenteros frutos, los bramantes pero a la vez cálidos ríos que pudieran atravesar todo ese valle… Un lugar que podría ser nada más que una mera utopía o un simple ingenio del autor de una narración que trataba de dar una explicación y una esperanza a las víctimas de un contexto de explotación, como sería el caso del tiempo, más o menos, de Salomón.
Sería realmente bueno pensar que este sitio era un lugar de esperanza para aquellos que vivían en medio de tanta opresión y de tanta injusticia social; era la ilusión del escritor. Para él este lugar no sólo era bello por sus respectivos adornos naturales, ni trataba de hacer pintoresca la escena en la que el hombre entra en su propia historia, sino que representaba un lugar de libertad, seguridad, confianza y certidumbre, en medio de un mundo completamente contrario a lo que este huerto, según el autor del relato, podría significar para sus posibles destinatarios.
¿Pero en realidad, qué podría significar la idea de este lugar diseñado para el habitad del hombre? ¿Cuál sería la idea del autor al introducir al hombre en medio de este jardín? Creo firmemente que el ensayista, entre líneas y parafraseando, quería darnos a entender que la idea del huerto significa que el hombre puede disfrutar de relaciones armoniosas y constructivas con todos sus vínculos –aspecto característico del Yahvista-, es decir que este lugar es representativo de una humanidad holísticamente relacional, en la que Dios-Naturaleza-Hombre se conectan en la reciprocidad, entrega y mutua satisfacción.
Sin embargo, debemos destacar que el Edén no sólo pone de manifiesto cuál era el propósito de que el hombre habitara allí, sino que también nos dirige hacia el tipo de relación que Dios deseaba establecer con el ser humano. Vemos ahora a un Dios paseándose por estos mismos arbustos, dialogando con el ser humano, compartiendo situaciones y dándole advertencias, acciones precisas de una forma de relación que no se caracteriza por el uso exclusivo de la autoridad o del poder –según su contexto-, como podría evocar la imagen del padre o la de ser supremo; se trata más bien de una relación marcada por la amistad.
Esto quiere decir que algunas imágenes actuales de Dios han oscurecido un poco nuestra relación de cercanía y amistad con el Dios del Edén. Esta, y no otra, era la intención del autor de la narración del Génesis al tratar de explicar la relación entre Dios y el hombre en términos de proximidad. El modelo de Dios desde el poder nos aleja y nos limita a una relación de deber para con Dios, oficialista y funcional. Pero cuando nuestra relación integral con Dios, hombre-mujer y naturaleza está presidida por la amistad, el diálogo y la alegría de compartir, comprendemos que tenemos la libertad de acercarnos sin prejuicios ni limitaciones a todas nuestras relaciones, incluso a aquellas que no creíamos merecedoras de aceptación o, en este caso, de la amistad.
Otro aspecto que marca este modelo de relación con el Dios del Edén no sólo es la libertad, sino la confianza que nos permite ser exactamente lo que somos ante los demás. Es decir, que la misma situación de libertad o de elegir y de tomar decisiones proviene de la confianza que nos permite ser nosotros mismos delante de nuestras relaciones sin que tengamos que ser menospreciados o excluidos. En otras palabras, desde mi perspectiva, cuando Dios le dijo a Adán que no comiera del árbol prohibido, no lo hizo con la intención de tenderle una trampa, o con la idea preconcebida de que al final sería seducido por dicho árbol. En mi opinión, Dios, teniendo en cuenta la relación previamente establecida con el ser humano (Hombre-Mujer), confió plenamente en que el sabría elegir lo correcto y lo mejor para sí mismo.
Por tanto, las relaciones hoy en día deben estar basadas en la libertad y en la confianza hacia el otro. De este modo, evitaremos la imposición categórica por la que tantas relaciones humanas se han venido abajo. Dentro de los compromisos -recordando que no son obligaciones, sino acuerdos mutuos- que una relación basada en la imagen del Dios del Edén debe tener, encontramos la incondicionalidad, esto es, que las relaciones comunitarias, y las demás, no deberían darse simplemente para obtener algo del otro, sino reconociendo la mutua necesidad para poder llevar a cabo un proyecto valioso y con sentido. Esa fue la acción abnegada de Dios al decirle a Adán que podía comer de todos los árboles, lo que quiere decir que Dios no le creó para utilizarlo o para obtener algo de él, sino para que disfrutara de la relación que tenía con su medio (Dios-Naturaleza). O sea, que todas las relaciones comunitarias, de acuerdo con esto, deberían dirigirse más a dar que a recibir
Aparte de la incondicionalidad, otro de los aspectos que entendemos se desprende del tipo de relación comunitaria en las acciones del Dios del Edén es el compañerismo o el acompañamiento. Se trata de la necesidad de los seres humanos de sentir que son parte de algo o de alguien; que pueden compartir más que cosas, tiempo, espacio, etc. La compañía, tanto en los malos como en los buenos momentos, añade un cierto valor al ser humano como tal. Esto lo observamos en ese momento de la narración en el que que Dios le permite al hombre dar nombre a los animales y estar entre ellos, es decir, le acompañó en lo bueno. Pero también le acompañó cuando, junto a Eva, la elección fue incorrecta. Ambos pudieron sentir que Dios se paseaba por el huerto; lo que quiere decir que el modelo que se nos muestra a partir del Dios del Edén apunta a una relación de acompañamiento, una amistad que no se centra en el placer, el deseo, la utilidad, la posesión o la posición, sino una fraternidad en la que se revaloriza la dignidad de la persona. Si las comunidades, eclesiales y no eclesiales, comprendieran tan sólo que sus relaciones deberían estar basadas en la confianza, la libertad, el acompañamiento y la incondicionalidad, seríamos capaces de establecer la diferencia y presentar una alternativa real a una sociedad que necesita valores y acciones que le devuelvan la dignidad, y en la que todos sus miembros pueden sentirse iguales, amados y comprendidos por los demás.
A modo de conclusión, me gustaría presentar una invitación a que los modelos de relación en nuestras comunidades sean expuestos y confrontados con el Dios del Edén, que nos mostró un camino paradigmático más excelente, ese en el que la Iglesia puede ser comunidad y puede hacer de la sociedad y del mundo su casa.
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