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Posted On 17/09/2018 By In Biblia, Pastoral, portada With 4528 Views

Regresar por otro camino… | Daylíns Rufín Pardo

Partiendo de 1 Re 13,1-10 hacia la vuelta de una espiritualidad pastoral liberadora

Yo vivo en un país que recuerda para no morir. Creo que muchas personas de otras regiones también lo hacen. Recordar es un acto de espiritualidad y resistencia. El volver a pasar por el corazón (re-cordar), es un acto de resiliencia necesario que nos permite avanzar en una espiritualidad renovada, siempre renovándose.

La memoria es central en la fe cristiana. La propia conformación y compilación de los textos bíblicos está marcado por ese signo del recuerdo, del no olvidar para no perder ni perderse del todo. La espiritualidad que viene de esa recuperación de lo que ha sido, deviene en coordenadas necesarias para el camino hacia lo que queremos ser.

Esto de volver – a decir, a contar, a mirar, a transmitir y explicar- no le es ajeno al espíritu de la Biblia. La vivido – personal, comunitaria- es siempre un midrash: está ahí para ser vista y revisitada cada vez en sus sentires y sentidos. Por eso hoy creemos que es posible leer este relato en clave de memoria, y encontrar en él señales para volver a la senda de una espiritualidad liberadora que como pueblo de fe nos ayude a avanzar en medio de estos tiempos.

El relato de 1 Re 13,1-10 es una memoria que intenta narrar la esencia de lo sucedido en un lugar y un momento histórico muy lejanos: el reino del Norte y el Israel de aproximadamente el 931 AC.

Jeroboam, el rey de quien nos habla el pasaje, empezó a reinar sobre Israel justo desde esa fecha y hasta el 910 AC, o sea, aproximadamente durante unos 22 años. Pero sobre todo a este rey su tiempo de liderazgo no le fue fácil pues le tocó ser responsable ante un desafío tremendo: el pueblo de Israel, no era ya una unidad.

No solamente había en tiempos de Jeroboam fuertes contrastes en la manera de vivir la fe en YHWH, ese Dios sin nombre donde una vez pudieron unirse siendo gentes tan diversas bajo un solo nombre de Dios; sino que ya las diferencias económicas y de estilos de vida estaban acentuadas de tal forma entre ellos que era imposible, e incluso hasta hipócrita, mantener la imagen de igualdad conque una vez soñaron e intentaron vivir.

La nostalgia de esos tiempos donde sí pudieron por un rato ser un pueblo con posibilidades y estilos de vida similares para cada quien, había quedado guardada en el lamento desgarrador de aquel grito de lucha: ¡Vuelve a tus tiendas, Israel… a tus tribus! (2 Sam 20, 1/ I Rey 12, 16 b) Grito que el rey de este pasaje, con la gente del actual reino del Norte aquí mencionado, habían protagonizado y vivido. Lamento de un deseo y un anhelo que, a pesar de todo lo sucedido, seguía vivo en cada uno de ellos.

Pero no se puede volver a donde no se quiere, o a ese lugar que ya no existe más. ¿Cómo desandar y volver por un camino que quedó lapidado, enterrado bajo los escombros de la historia? No es posible, ni siquiera espiritualmente saludable, intentar desenterrarlo para que luzca exactamente tal cual fue. La única posibilidad es volverlo a hacer, es levantarlo abriendo y creando nuevas sendas, es re-crearlo recuperando lo que fue bueno e importante, salvando su esencia.

José Martí expresó una vez algo parecido a esto: las cosas grandes se pierden, o se salvan en detalles…Hay momentos vitales en que esta verdad martiana cobra un sentido estratégico tremendo. Para ese pueblo en tránsito de un sistema a otro, de una manera de ser y vivir a otra, ¡este era uno de ellos!

Y ese sentir y saber que las cosas ya no son como antes y que por eso mismo hace falta “salvar los detalles” , las esencias más que las formas, constituye el primer desafío que este pasaje señala para aquellas personas que como nosotras y nosotros hoy somos, nos movemos y estamos “en camino… “. Siendo estremecidos y empujados, queramos o no, desde un modelo liberador de ser pueblo de Dios, creyentes e Iglesia a otros modelos que se erigen como portadores de la misma agenda y esencias liberadoras inherentes al cristianismo, pero cuyos resultados cuestionan en sí mismos esta visión.

En tiempos de movilidad, hay que saber transitar sin perder las esencias. Hay que moverse desde este centro de valores que son vigentes porque no son estáticos, sino que dialogan e interactúan, como forma de perpetuarse. Logos, significa palabra y también acción… el Logos crea, es pura energía, y la energía ni se destruye ni se pierde, se transforma. Un desafío tremendo es avanzar así, en Espíritu y en Verdad. No hacerlo así sería un olvido lapidario.

Por otro lado, un segundo desafío, también importante puede ser descubierto a través del relato si hurgamos un poco más en la historia.

Sabemos que el Israel de esos momentos, bajo el liderazgo de Jeroboam, intentaba -a su forma- hacer salvar la esencia de lo que fue su pacto con YHWH en el desierto y tratar de no perder los valores que ya tres etapas de errada monarquía unida habían estado arrancándoles del pecho. Y cuando no fue posible ya para ellas y ellos como pueblo de Dios Liberador vivir bajo el mando de un poder opresivo, corrupto y desalmado como el de Salomón que cada vez laceraba más a “los pobres de la tierra”, fue precisamente un profeta, Ahías de Siló (1 Rey 11, 22-39), quien designó a nuestro Jeroboam de Efraím, hijo de Nabat, como aquel que debería empezar el difícil camino de poner fin a todo eso.

Primero- se nos ha contado- que se intentó negociar con Roboán, hijo de este supuestamente sabio rey y sucesor directo al trono, pidiéndole en nombre del pueblo humilde: “Aligera tú ahora la dura servidumbre a que nos sujetó tu padre y el pesado yugo que nos echó encima y te serviremos” (1 Re 12, 4) y se obtuvo de él la respuesta más desafortunada, más desacertada y terrible: “Si mi padre los cargó con un yugo pesado, yo les aumentaré la carga; si mi padre los castigó con azotes yo los castigaré con latigazos” (1 Re 12, 14)

Luego y producto de esto, fue entonces inevitable el cisma y se hizo necesario optar por la separación de un liderazgo insensible que no pondría su corazón en medio del pueblo humilde, tomando posición respecto a una sucesión de reinado de la cual Roboán, como hijo de Salomón, no era de ninguna manera digno.

Un imaginario se desmonta a propósito de ello: no se heredan los reinos, ni ninguna responsabilidad en base a nuestros apellidos, sino por las capacidades, los dones, la fidelidad y el compromiso. Y he aquí la esencia de ese segundo desafío que es posible extraer de ese relato antiguo a nuestros días.

No ha de traspasarse liderazgo alguno en base solamente al criterio del linaje, sino de acuerdo al mayor y más fuerte lazo de filiación y pertenencia: el del sentir que tal persona late, escucha, vibra y abraza a una las desventuras y anhelos de todo el pueblo, de los demás.

Asimismo, no puede ni debe juzgarse a un rey o líder por sus “antepasados”. No para bien, pero tampoco y mucho menos para mal. Existen valores precisos y preciosos que son los que hacen idóneo a un líder, hombre o mujer, independientemente de sus antepasados y su historia. Cada quien sabe cuáles son los necesarios, o tiene una idea al menos de los que son realmente imprescindibles y no deben faltarle. Tenemos que cambiar un imaginario de sucesión del poder, por uno que apunte a la sostenibilidad de un proyecto y sus valores. Uno que no supedite per se los carismas a los linajes, sino donde importen primeramente estos. No todo hijo de gato caza ratones, ¡no es justo imponer esa carga a los ratones, ni para los hijos de gatos!

Este relato deja ver esos entresijos que nos permiten como segundo desafío para una pastoral liberadora recuperar una espiritualidad de sostenibilidad de los carismas.

Jeroboam, lo sabía. La gente del Norte que lo apoyó también. Sus credenciales como líder fueron su sensibilidad a lo que el pueblo sufría y necesitaba, su preparación y experiencia de trabajo en la propia corte, su valentía para no dejarse abatir por los ataques externos, y sus tantos dones y carismas precisos y necesarios para guiar a un pueblo humilde y mediar en un proceso en pro de las personas más vulnerables. Por eso fue nombrado, y por eso también aceptó el desafío de abrir nuevos caminos de reconstrucción. Y es en esta actitud y lo que en el relato sigue que encontramos el tercer desafío importante.

Si nos movemos hasta el verso 13 lo encontramos precisamente en este relato quemando incienso mientras inauguraba un santuario local en Betel como parte de este proceso. Ellos, que se han quedado sin templo, que están teniendo que rescatar lo mejor de sus utopías como un acto de resiliencia para no perder la conexión con su fe, sus raíces y sus sueños de vida y paz; están ahora tratando de no perder también los símbolos de su fe campesina, de dignificar y hacer latir sus imágenes de gente de la tierra, como parte de ese renacer que por gracia de Dios siempre, absolutamente siempre, sobreviene después de todos los momentos de destrucción y muerte a cada persona o grupo humano.

La fe es un milagro a tiempo, y un elemento primordial cuando de levantar la vida se trata. Fíjense que no digo siquiera la fe en un Dios u otro, digo la sola Fe.

¿Cuántas veces hemos tenido que reinventar la nuestra, como lo hace este pueblo del Norte de Israel?

¿Cuántas veces las necesidades, carencias y contratiempos de todo tipo nos han llevado a cada quien a buscar nuevos sentidos espirituales para nuestras herencias, a resignificar también nuestras tradiciones y salvarlas y salvarnos, “…en detalles”?

Cada una de nosotras y nosotros, ¿no hemos pasado alguna vez por esto?

Me atrevería a decir que sí, y es desde esta experiencia de nuestras propias memorias de reconstrucción y rescate de la fe y las esperanzas, que podemos sentir lo que está sucediendo en este pasaje y a esta gente que ¿no se nos parece?

En el reino del norte, Israel, a pesar de todo lo malo ya vivido, de todo el quiebre, las heridas, los dolores y las pérdidas; están ahora precisamente en una de esas lindas etapas ¡están en un momento de refundación! Y como suele también humanamente suceder, no todo transcurre así de fácil.

El pasaje nos relata que es precisamente en ese momento significativo de su rehacerse como gente, en plena inauguración de este santuario, que aparece un profeta del reino del Sur, de Judá, para juzgarlos, ofenderlos, confundirlos y lastimarlos ¡en nombre de Dios!

No es de extrañarse que sea uno que vive entre aquellos que apoyaron a Roboam para que fuera rey, una de aquellas personas del Sur que aplaudieron o bien no hicieron nada para detenerlo a pesar de saber que iba a ser el último responsable de provocar la división de un solo pueblo de Dios en dos reinos, quien aparezca para censurar y tratar de sembrar dudas de fe y discordia entre ellos. “de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno”- dice la sabiduría popular, y aquí ¿se cumple?

El relato nos dice que este profeta aparece y ofende, y maldice, lacera y provoca en nombre de “el buen proceder”. Se demerita al Norte, a su gente y su líder condenándolos como aquellos que han traicionado y echado a perder las cosas porque “no creen en lo que creemos”.

El poder establecido en Judá, con templo y con palacio, el poder que no escucha y dialoga sino hipócritamente y va llevando hasta los límites de la exclusión a aquellos que no piensan o viven como ellos, ¡se atreve en el nombre de Dios a juzgarlos cuando intentan reinventarse la vida y los sueños con lo que tienen a mano, las cosas de su tierra, sus símbolos más propios, sus santuarios pequeños!

Este profeta aparece para desestabilizar, en nombre de una idea del bien que no toma en cuenta sus ideas como pueblo campesino, desplazado, y en nombre de la letra mata su espíritu como grupo. Este profeta, que representa al poder de la “ tradición” que descalifica a lo que celebra fuera de sus cánones; a Judá, no toma en cuenta sus expectativas, que los somete en vez de ensalzarlos. Una actitud así, como era de esperarse, solo trae consigo más desánimo, falta de diálogo y el desgarramiento.

Esta historia, hermanos y hermanas, ¿no se parece a historias que ya hemos vivido o escuchado? ¿No es en algunos aspectos un reflejo de cosas que ya hemos visto suceder en nuestras denominaciones, iglesias, y espacios religiosos o en nuestra vida cotidiana laboral, familiar, profesional? ¿No sucede otro tanto en nuestro mundo hoy día con la creciente ola de fundamentalismos que, sordos a la dignidad de la otra persona, se erigen como un discurso cerrado que excluye su derecho a ser diferentes y. por ende- seres humanos dignos?

El tercer desafío aparece acá en este momento: una espiritualidad liberadora, ha de ser una que acoge la alteridad como lugar de encuentro y no de desencuentro con la otra y el otro.

Desafíos similares a los que se recuerdan en este pasaje, nos recuerden los nuestros propios hoy día, en los que vivimos atravesados como gente de fe y en lo que hacemos?

Como personas de diversas religiones y espiritualidades, también nos alcanzan hoy en día, desafortunadamente, las palabras soeces, a veces de crítica incluso ofensiva, de quienes nos consideran herejes porque creen diferente. Gente que piensa en quien no tiene otra creencia como persona que se equivoca, pecadora o no digna, e incluso como a las que les falta capacidad racional. Este fenómeno de exclusión y violencia no es solo de creyentes, tristemente estos criterios y juicios de valor que dividen, laceran y deshumanizan, se dan también por parte de los que se consideran no creyentes o ateos.

Hoy día, como pueblo y pueblo de fes diversas, estamos inmersos en situaciones de exclusión y muerte, de injusticias de todo tipo y climas de vejación de nuestros más elementales derechos; pero también en tiempos de reconstrucción, todo lo cual recuerda este pasaje. Las diversas expresiones que ha tomado y aún toma la fe cristiana y las fes de todo tipo hoy día, están marcando la salida y la entrada a este nuevo tiempo de desafíos donde vivir la fe en espiritualidad liberadora- que sobrepase credos y nombres y se sustente en valores de cooperación y respeto amoroso- se vuelve indispensable.

No vivimos la fe, cualquiera que esta sea, en abstracto. Somos gente que cree en algo, camina, avanza, cae y se levanta en medio de un país, una región, una comunidad que también reconstruye, rehace y rescata su historia como manera de no morir y sucumbir fatalmente bajo el peso de los desafíos tan tenaces del momento.

De alguna manera todos los grupos humildes y desposeídos, somos ahora el pueblo de la tierra, tratando de levantar los altares de la vida para seguir creyendo. Es preciso entonces recordar desde los valores de una espiritualidad que opta pastoralmente primeramente por estos. Y volver a la esencia, sí, pero por caminos renovados, recreados y nuevos.

Daylins Rufín

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