Posted On 12/10/2014 By In Política, Sociología With 2469 Views

Religión y agenda política

Una revisión y crítica del trabajo del autor peruano Bernardo Campos: De la reforma protestante a la pentecostalidad de la iglesia. Debate sobre el Pentecostalismo en América Latina. Quito: CLAI, 1997.

“Podemos interpretar la historia de la Iglesia como la historia del conflicto entre el carisma y la institución: la historia del predominio –manifestación–  de uno contra la represión –o latencia– del otro” (Campos 1997: 93).

Introducción

Aunque han pasado ya casi veinte años desde su edición, quiero rendir un homenaje a esta aportación de Bernardo Campos, tal vez insuficientemente trabajada por los investigadores, y en especial los que se desempeñan en el terreno de la sociología de la religión.

El libro traza una síntesis de la historia de las iglesias evangélicas sobre la base de un modelo binario, donde la pentecostalidad de la iglesia contrasta y compite con la institucionalización.

A partir de ahí, Campos enfatiza la potencia funcional del pentecostalismo en el sistema social, como un vehículo de justicia capaz de ayudar a los más desfavorecidos en América Latina.

El trabajo de este pastor peruano se asienta sobre un sólido manejo de literatura teológica y sociológica. Aquí revisaremos sus conceptos principales y estableceremos una discusión final arribando a una crítica hacia los que consideramos sus límites desde el análisis político.

Modelización de la historia de la iglesia cristiana

Bernardo Campos ubica el pentecostalismo en perspectiva histórica, sobre el trasfondo de las  Reformas Protestantes: la Primera Reforma o Reforma Oficial, y la Reforma Radical, contemporánea de aquélla que dio lugar al movimiento anabaptista e iglesias evangelicales derivadas. La Primera Reforma se refiere a la luterana, 1517, calvinista, 1534, y también a la separación de la iglesia anglicana, 1555.

Todo el análisis de Bernardo Campos se mueve sobre esos polos analíticos, estableciendo una afinidad entre los protestantismos históricos de la Primera Reforma y el catolicismo, como iglesias vinculadas a la hegemonía del poder, y, en la vereda opuesta, la Reforma Radical, la disidencia religiosa, las agrupaciones religiosas en posición subalterna, que afirman una utopía universal contra-hegemónica, protestataria, transformadora o potencialmente transformadora. En este espacio Bernardo Campos incluye el pentecostalismo.

Mientras que la Reforma Oficial dio lugar a iglesias que se asociaron con la potestad civil y legitimó la represión y la  crueldad contra campesinos oprimidos (op. cit.: 13), la segunda, cuya figura más destacada fue la de Thomas Münzer, llamado “teólogo de la revolución” por Ernst Bloch en un estudio clásico, expresó los anhelos de libertad de quienes criticaron la iglesia instituida como un factor de poder e iniquidad, los que pretendían que la iglesia no se confundiera más con los intereses del Estado, con los opresores, las estructuras clericales, y, en el plano estrictamente religioso, rechazaron las prácticas culturales de bautismo formal de los niños.

Para los seguidores de la Reforma Radical, la iglesia debería estar formada por los que se incorporaban a  la misma a través de la conversión o nuevo nacimiento (un concepto clave –agreguemos– de todas las corrientes y denominaciones evangelicales y pentecostales posteriores, incluyendo las versiones políticamente conservadoras e inclusive reaccionarias).

De un modo convergente, la Reforma Radical expresó sentimientos de los desposeídos de la historia, y el pentecostalismo mucho más tarde con su escatología apocalíptica expresa, según Bernardo Campos,  un anhelo de justicia y un nuevo orden comunitario que se coloca en un plano imaginario de lo trans-social y lo a-histórico. La aspiración de salir del mundo permite ser leída como la potencialidad de construir un mundo.

Según Campos, “la Reforma oficial no fue pentecostal, sino más bien anti-pentecostal” (op. cit.: 4). Esto, en un sentido que se comprende más adelante al hablar de lo que Campos considera la pentecostalidad de la iglesia o el “principio pentecostal”, ya que en un sentido formal, en ese momento no existía lo que hoy consideramos las iglesias pentecostales.

De esta manera, Campos sostiene su análisis en una revisión histórica de las dos reformas las principales características de la estructura social del período en el que tuvieron lugar y las maneras en que las reformas se relacionaron con el poder de la nobleza y la burguesía y con la herencia teológica y cultural del Catolicismo Romano.

El pentecostalismo

Posteriormente Bernardo Campos analiza las características de estructura y función del pentecostalismo en América Latina, revisando con mucho rigor las principales aportaciones de la sociología y brindando una contribución propia a través de una  clasificación o taxonomía de los pentecostalismos.

Una hipótesis importante que Campos establece es que, así como la escatología apocalíptica permitió el crecimiento del movimiento de la reforma radical (op. cit.: 23), la ideología de la santificación, centrada en la idea de restauración del poder carismático, ha sido el motor del crecimiento pentecostal (op. cit.: 47) ya en el siglo XX. Y define: “Entendemos por ideología de santificación, el sistema simbólico motor cuyo eje básico es la santificación permanente de todo lo profano y que es capaz de legitimar y dar sentido a las prácticas proselitistas” (op. cit.: 51, énfasis mío).

En línea con esa idea, Campos constata que las iglesias pentecostales tienen una tendencia a conquistar espacios seculares para convertirlos en sagrados de acuerdo con su ideología de la santificación (51) y movidas por lo que Campos denomina la “pulsión escatológica”.

Asociada estrechamente a la ideología de la santificación, el texto de Campos  permite verificar (op. cit.: 53) la vigencia, como un elemento constitutivo del pentecostalismo, de una cosmovisión dualista y sus consecuencias en una ética de separación del mundo.

Esta ideología da lugar dentro de la cosmovisión dualista, a posiciones oscilantes entre dos polos: el aislamiento de las prácticas sociales o fuga mundi (estudiado particularmente por el sociólogo Lalive D’Epinay en los países del Cono Sur americano), y la protesta profética frente al malestar de la civilización.

A pesar de la ambigüedad marcada, Campos considera que en el pentecostalismo existe una potencialidad enorme como ideología anti-hegemónica. Su concepto se basa en la idea de pentecostalidad como un principio subyacente a diversas manifestaciones históricas.

Aquí el supuesto central del trabajo es que “al pentecostalismo se le ofrece la posibilidad de una ruptura con la reforma luterana y una continuidad con la reforma radical” (op. cit.: 3). Este punto conduce a las ideas teológicas básicas que sostienen todo su estudio y su perspectiva sociológica.

La circulación entre el principio pentecostal y la institucionalización

Según Bernardo Campos, el Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo que se manifiesta en la vida humana dando fuerza (op. cit.: 94, 95) a los oprimidos, constituyendo una nación, el pueblo de Dios.

El Espíritu Santo también da el poder de comprender las Escrituras y otros hechos. Esto constituye para Campos el Principio Pentecostal, el Carisma Pentecostal y la base de la Pentecostalidad que atraviesa diversas formas históricas de lo pentecostal. La Praxis Pentecostal, consiste en la praxis que permite la manifestación del Principio Pentecostal en la historia de las formas religiosas con las que aparece o se manifiesta.

El principio contrario al principio pentecostal es la institucionalización, rutinización, burocratización del carisma dentro de las iglesias, un concepto en cuya construcción es claramente perceptible el empleo de un concepto de carisma y rutinización del carisma que Max Weber aplica a la teoría de la acción política.

Vuelto a expresar el concepto por medio de términos que Bernardo Campos no utiliza, esta institucionalización no deja fluir la energía de Dios en la historia humana.

Ambos principios, el Principio Pentecostal y el de la institucionalización, interactúan dialécticamente. En gran medida el catolicismo, el protestantismo de la Reforma Oficial, y el pentecostalismo institucionalizado, se alinearon detrás de la institucionalización.

Por el contrario, la Reforma Radical y el pentecostalismo en varios de sus momentos históricos, aquellos en los que no resulta modificado por la institucionalización, se alinearon detrás del Principio Pentecostal.

En esta perspectiva el desafío del pentecostalismo como praxis consiste en volver a alinearse detrás del Principio Pentecostal que puede darle unidad a diversas expresiones del cristianismo.

El anhelo de justicia y la realidad política en la sociedad compleja

En definitiva en el texto de Bernardo Campos hay una fuerte idealización de los sectores populares, la pentecostalidad como unión del hombre con Dios, la pentecostalidad como aquello que puede darle unidad a las iglesias cristianas; y situado en el trasfondo late continuamente un deseo de justicia que parece que debiera realizarse a través de la religión.

A partir de esta dinámica, el texto, sólidamente fundado en la literatura existente, se constituye en una sistematización de deseos y en una visión idealizada del pentecostalismo (páginas 3, 29, 60, 65, 69, 70, 90, 92, 97).

Por consiguiente, algunas afirmaciones básicas del libro son problemáticas desde la perspectiva de la convivencia social y política de colectivos heterogéneos en las sociedades modernas. Si un factor metafísico constituye la nación (p. 91), puede aparecer como una barrera para los no creyentes y para quienes creen de otro modo en una dimensión sobrenatural. Las naciones no pueden constituirse sobre un particular factor metafísico si son, o intentan ser, democracias que amalgaman poblaciones heterogéneas.

Por otra parte la misma ideología de la santificación, donde reside el motor del crecimiento del pentecostalismo, reúne condiciones que la tornan apta para ser re-procesada y alimentar de esta manera una tendencia hacia la obtención de poder e influencia, pasible de rendirse inadvertidamente al clientelismo ejercido por partidos políticos sobre los líderes pentecostales, y a los espejismos de la tentación prebendaria.

En su dimensión ideológica de fondo, el texto de Bernardo Campos termina presentando los mismos problemas de cualquier proceso de integración entre una agenda política y una teología que organiza un horizonte utópico. Esta es la dificultad de la fe religiosa y la democracia como forma de organización de la sociedad civil y del Estado en contextos complejos.

El libro de Bernardo Campos, considerado en un balance final, constituye sin dudas una aportación bien elaborada y con elementos de reflexión originales acerca del pentecostalismo, escrita desde el interior mismo de la sensibilidad del pentecostalismo y un valioso repaso de la literatura existente, sobre todo la que combina un punto de partida eclesiástico con una perspectiva propia de las ciencias sociales. El idealismo que lo sustenta y las metas a las que se dirige resultan una fuente desafiante para la discusión y el análisis en el ámbito del cruce entre religión y política, discusión que puede avanzar, a partir del texto, más allá del texto.

Hilario Wynarczyk

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