Teología y economía; la defensa por la vida
Para Hinkelammert, la relación entre estas dos disciplinas (la teología y la economía) se da en un plano bíblico, pues entre ambas se genera un método de justificación ante la situación actual, ya que en las dos se encuentra la idea del sacrificio en pos de mundos perfectos. Ante esto, con ayuda de nuevas exégesis, plantea un discurso diferente al que comúnmente se ha interpretado del texto bíblico. El texto del Padre Nuestro brinda un punto de partida en su reflexión, debido a que un Evangelio dice: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores”;[1] mientras que otro: “Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden”.[2] Hay que considerar el cambio en el significado de pecado y deuda, pues para Lucas la forma en que Jesús oró se refiere a un plano espiritual, del cual dios sólo puede perdonar pecados. Sin embargo, para Mateo (quien además era un conocedor de la economía) la forma de orar fue en relación a deuda, lo cual es justo en las normas del mercado. Por ello:
[…] en el Padre Nuestro el ser humano no ofrece a Dios pagar las deudas que tiene con El, ni las deudas que a contraído con otros seres humanos. Al contrario, le pide a Dios que le perdone las deudas sin pagarlas, y a cambio le ofrece perdonar también las deudas que otros seres humanos tienen con él, sin que se las paguen.[3]
Hinkelammert agrega que no se trata de cualquier deuda, puesto que en los tiempos en que fue escrito el Padre Nuestro la deuda a la cual se refería era prácticamente impagable.[4] Es importante este dato, ya que las deudas en un plano legal son justas, mientras que los pecados y las ofensas entran dentro del orden moral y la conciencia privada, no así las deudas que se justifican mediante reglas jurídicamente establecidas. Al estudiar y prestar atención a este texto, hace alusión a la teología de Anselmo de Canterbury, en el siglo XI, para quien el humano no tiene con que pagar la deuda impagable:
[…] Anselmo concibe la justicia de Dios en contradicción con el perdón de la deuda. Perdonar la deuda sería una falta de justicia de Dios. El Dios de Anselmo no puede perdonar la deuda, y no la perdona. El exige el pago, y la justicia es cobrar la deuda, aunque sea impagable. En consecuencia, si el ser humano no la paga, toda la eternidad sufrirá en el infierno el hecho de que la tiene que pagar.[5]
Concebido así, la deuda por más dura y difícil que sea, tiene que ser pagada. Por ello, dios exige un sacrificio con esta finalidad. El dios de Anselmo, en lugar de perdonar la deuda, exige el pago de ella. Anselmo nos muestra un dios que no perdona por gracia, sino por el dolor de un victimario, en este caso, a su hijo, al cual entregó por considerarse incapaz de perdonar sin sufrimiento de por medio: En vez de perdonar la deuda, dios sacrifica a su hijo para que su sangre sirva como medio de pago del ser humano, de modo que éste pueda cumplir con su obligación de pagar la deuda. Por ende, el ser humano paga con la sangre de Cristo, y así la justicia está salvada.[6] De este modo, la visión de Anselmo es presentar un dios legalista que justifica la muerte con la finalidad del pago de una deuda, pues al no existir otra salida, recurre a este método. Aquí tiene cabida la crítica al modelo neoliberal que justifica los sacrificios en pos de alcanzar el horizonte utópico, en pos de una sociedad donde no existan pobres, donde todos tengan capacidad de consumo. Lo justo es pagar la deuda, en este caso la gracia no es válida, sólo el sufrimiento en pos de alcanzar el fin:
Con Anselmo aparece un tipo de justicia que ya no tiene nada que ver con la justicia de la Biblia. Es una justicia del pago de lo que se debe, una justicia del cumplimiento de normas, una justicia que mata a su propio hijo para lograr el cobro de las deudas y el cumplimiento de las normas. Aparece un Dios horrendo, al cual el pobre ya no pude recurrir. Es un Dios que habla el lenguaje del Fondo Monetario Internacional […] una vez arraigada en el corazón de la religiosidad, esta relación económica baja a la tierra y transforma la Edad Media en una época de tránsito hacia la sociedad burguesa. Este corazón de la religiosidad es ahora el cumplimiento de contratos como principio de toda justicia.[7]
Esto se cumple en el devenir de la sociedad debido a que la economía de mercado necesita estas victimas de la historia, ya que: “al avanzar hacia el paraíso prometido tiene que producir esas victimas, cuya suerte no cuenta de cara el gran final hacia el cual se avanza”.[8] Es decir: “la historia vive de sacrificios humanos”:[9]
La víctima es el pobre, pero visto frente a una ley de la historia que comete en él un sacrificio humano en un altar erigido en nombre de esta ley. Lo que se revela en la ley de la historia es un Dios sacrificador, en nombre de cual se devora a los seres humanos y, al final, a la tierra misma. Hoy esta ley de la historia se hace presente en el pago de la deuda externa del Tercer Mundo, sacrificando a su paso por la historia a los pueblos y a la naturaleza.[10]
El pago de una deuda es lo correcto, siempre y cuando se cumpla. Pero, esto no pasa con algunas deudas, en las cuales dios se muestra como un arrogante victimario que necesita, ardientemente, cobrar este pago mediante la sangre de alguien, ya que Él no pude omitir el cobro pues se siente incapaz. Anselmo lo hace incapaz por la gracia, por tal motivo acude al sacrificio:
Para muchos, es cristiano pagar la deuda, aunque todo sea sacrificado. Una larga tradición sacrificial se ha apoderado del cristianismo, sobre todo a partir de la teología de Anselmo de Canterbury, cuya esencia es: el ser humano es sacrificado, y con Cristo acepta ser sacrificado. Su perfección reside en aceptar que haya victimas […] Se trata de la imagen de un Dios que no puede perdonar a la humanidad la deuda que tiene con el, por cuanto su justicia exige el cumplimiento de la ley, aunque eso signifique sacrificar a su propio Hijo. Y en pos del cumplimiento de la ley, sacrifica a su Hijo.[11]
Esta concepción de un dios que exige el pago de la deuda mediante el sacrificio lleva impregnada la lógica de aquellos sistemas que niegan otras posibilidades, aunque no sea el perdón de la deuda, y que se tornan como autoritarios al pregonarse la única solución. Ante esto, el sistema crítico de la TL pone un cuestionamiento y se rebela contra el dios de Anselmo, de tal modo que opta por la vida, y no por la muerte como un destino. Esto implica estar del lado de aquellas victimas de la historia y “cuestionar esa tradición sacrifical de la fe cristiana”.[12] La analogía de Abraham en el texto bíblico permite entender esto. Al patriarca, dios le ordena que disponga la vida de su hijo, Isaac, para probar su fe. Si lo mata probará tener fe, empero: “En vez de sacrificarlo, lo salvo para dios. Y este orgullo de ponerse por encima de la ley y ajustarla a la vida del ser humano, dios lo reconoce como fe y lo recompensa con la renovación de la promesa”.[13]
Esto, sin duda, es una rebelión ante la ley de dios, o de un dios que exigía el sacrificio. La ley ordenaba tajantemente la vida de la víctima y Abraham no podía negarse, puesto que la ley de dios pidió la vida de su hijo. Sin embargo, en este trance surge otra ley que emerge de la conciencia de Abraham: la ley de la vida, por lo que se negó a cumplir la voluntad de dios que le pedía la vida en sacrificio. Abraham, apostó por una fe:
En esta su forma más fiel, el mito de Abraham es un grito de libertad, una afirmación del ser humano frente a la ley que mata; es la exigencia de someter la ley a las necesidades de la vida humana. De esa forma se devuelve a Abraham lo que hace su grandeza. Pero se devuelve su grandeza también a Dios, quien no es el Dios de los sumisos, sino el Dios del ser humano que se hace señor de su propia historia. También el Dios de aquellos que se levantan contra las leyes metafísicas de la historia, en nombre de las cuales se sacrifica a los seres humanos.[14]
Los actores vetero-testamentarios son reflejo de aquella indagación ética y la construcción de sujetos que se reconocen mutuamente como tal, dando paso a una hermandad que reivindica su derecho de ser sujetos y por lo tanto constructores de su historia: “Abraham es el victimario potencial que se convierte y deja de serlo. Isaac es la victima potencial, cuya resistencia logra la conversión de su padre a la libertad. Abraham se hace libre al dejar libre a su hijo. La libertad la consiguen los dos en su encuentro, que es un encuentro de hermanos. […] aquel dios que lo mandaba sacrificar a Isaac resulta un dios falso.”[15]
También, es necesario afirmar que la conciencia de Abraham por la vida fue importante para descubrir ese dios que niega la necesidad del sacrificio. Abraham escuchó la voz de dios que desde el cielo le gritaba un alto a la muerte, que a la vez, fue la voz de su conciencia reconociendo al otro como igual y sin necesidad de hacerlo víctima.[16] Por lo tanto, pudo discernir entre el dios que opta por la vida y aquel quien exige el sacrificio como paga. En palabras de Hinkelammert:
Se necesita fe para poder reivindicar la libertad. Hoy, todo un mundo está amenazado de ser sacrificado en nombre de la ley de la historia, que se formula como ley del mercado. Se necesita afirmar la libertad para imponerse a esta ley y asegurar la vida humana, para que ella no sea sacrificada. Hoy todo el mundo es Isaac, no obstante el victimario no se quiere reconocer como Abraham: ser humano libre que rechazó sacrificar a su hijo por tener fe, y con el cual Dios estableció la alianza sobre la base de esta fe.[17]
Esta es la crítica a la ley de un dios que manda matar como una forma de cumplimiento irreversible. Sin embargo, esta ley que parece justa por su irremediable cumplimiento, se convierte en una ley que es pecado. Entonces dios peca al exigir la muerte: “El pecado que se comete en el cumplimiento de la ley, consiste por consiguiente en la destrucción del sujeto viviente en cualquiera de sus formas […] En términos legalistas, la ley destruye al ser humano cuando elimina la vida como la fuente del discernimiento y de la reflexividad de la ley”.[18] La injusticia del pago por la ley, radica en que la deuda obliga irremediablemente a pagar, por lo tanto se convierte en una ley de muerte, una ley que excluye, una ley que no toma como principio ético la vida humana dignificada; una ley que destruye para intentar construir:
La injusticia se compete cumpliendo la ley, aunque ella sea una ley justa. No se trata por eso, principalmente, de la cuestión de si la ley es justa o no. Eso se refiere a un plano por completo diferente. También la ley justa, al ser cumplida en forma legalista, produce la injusticia […] Que la ley sea ley de Dios no cambia la situación. También la ley de Dios produce la injusticia si es tratada como ley de cumplimiento, la ley destruye al sujeto viviente, y por eso su cumplimiento legalista, es una ley que mata.[19]
La conciencia-fe de Abraham pudo alertarle sobre la ley que produce injusticia y muerte, de modo que optó por la vida antes de cumplir tan ley en forma legalista, acrítica y cuyo costo era la vida de su hijo. Por ello, Hinkelammert dice que: “La rebelión del sujeto viviente transforma la ley en cuanto le impone su discernimiento a la luz de la vida humana. La interpela, la discierne”, [20] puesto que la ley por si sola destruye y mata por su cumplimiento:
En el curso de su cumplimiento formal, la ley mata. El pago de la deuda del deudor que no puede pagar, lo mata. En el tiempo de Jesús, el deudor que no podía pagar perdía todos sus bienes, y él y su familia eran vendidos en esclavitud. La ley del pago de la deuda lo mataba por su cumplimiento. Por supuesto, esta matanza no era ninguna trasgresión de la ley. Era el producto para su cumplimiento.[21]
De esta manera se justifica la muerte de millones de seres humanos que no resisten y que mueren a causa del cumplimiento de la ley arraigada en el espíritu de la tradición judeocristiana, y que desciende del cielo al mundo y, por lo cual: “Hoy pueblos enteros son condenados al hambre por tener una deuda impagable, la que se les cobra con sangre y fuego. La ley mata, no obstante no hay transgresión de una ley”.[22]
[3], Franz Hinkelammert, Cultura de la esperanza y sociedad sin exclusión, Costa Rica, DEI, 1995, p. 333.
[17] Franz Hinkelammert, Cultura de la esperanza y sociedad sin exclusión, Costa Rica, DEI, 1995, p. 351.
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